El poeta boliviano Gabriel Chávez Casazola. Foto de Melissa Sauma
Crear en Salamanca tiene el privilegio de publicar los poemas que durante el XXIII Encuentro leerá Gabriel Chávez Casazola (Bolivia, 1972), poeta, gestor cultural y periodista, considerado “una de las voces imprescindibles de la poesía boliviana y latinoamericana contemporánea”. Sus libros de poesía han sido publicados en 13 países: España, Francia, Italia, EE.UU., México, Costa Rica, Cuba, Argentina, Colombia, Chile, Ecuador, Perú y Bolivia. Está traducido a 10 idiomas: inglés, francés, italiano, portugués, griego, ruso, rumano, árabe, chino y catalán, así como al lenguaje braille. Entre otros premios, recibió la Medalla al Mérito Cultural de Bolivia y el Premio de la Feria Internacional del Libro de Santa Cruz al Mejor Libro Editado del Año; asimismo fue finalista del Premio Mundial de Poesía Mística “Fernando Rielo” en España. Es curador del Encuentro Internacional de Poesía “Ciudad de los Anillos” y docente del programa de Escritura Creativa de la UPSA. Dirige el taller de poesía “Llamarada verde” en la ciudad de Santa Cruz, donde reside.
Estos poemas serán leídos durante el XXIII Encuentro de Poetas Iberoamericanos, organizado por la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura y que se celebrará en Salamanca del 14 al 20 de octubre de 2020, dedicado a José María Gabriel y Galán. Habrá actos presenciales y virtuales. La lectura del poeta boliviano será en una sesión online y saldrán publicados en la segunda antología del encuentro, titulada “Mundo Aquí”, también coordinada por el poeta peruano-salmantino Alfredo Pérez Alencart, director de estos encuentros desde su primera edición.
LOS PATIOS SON PARA LA LLUVIA
Los patios son para la lluvia
cuando ella cae despiertan sus baldosas,
abren los ojos del tiempo sus aljibes.
Y entonces los patios cantan.
Un canto hondo,
en un idioma arcano
que hemos olvidado pero que comprendemos
cuando cae la lluvia sobre los patios
y volvemos a ser niños que oyen llover.
Bajo la lluvia todas las cosas son renovadas en los patios
y cuando escampa el mundo huele a recién hecho, a sábado de Dios, a primavera.
El canto de los patios en la lluvia borra el dolor del universo
y susurra el dolor del universo
por las lluvias perdidas, por los patios perdidos, por los cantos perdidos,
por ti y por mí que bailamos
bajo la lluvia de Bizancio
arcanas danzas
con movimientos hondos
en los patios de la memoria.
Por ti y por mí que bailamos
que llovemos
que despertamos las estaciones mientras el patio canta
porque la lluvia es para los patios,
esos indescifrables.
DE LA PROCEDENCIA DE LA LUZ
La luz viene siempre desde fuera
léase sol astros fuego lámpara:
nosotros somos oscuridad.
¿Pero la luz viene siempre desde fuera?
¿En el principio era la oscuridad y la luz sobrevino?
¿Desde qué afuera?
¿O en el principio la luz era un adentro?
¿Y la idea de la luz dónde sucede?
¿Podía alguien ver la luz si nadie había?
¿Podía alguien llamarla luz e iluminarse?
Entre el afuera y el adentro, la luz.
Nosotros somos un canal de luz, un río,
un mirar, un nombrar, un alumbrarse.
¿La luz que vino siempre desde fuera
se hizo en la carne y habitó en nosotros?
¿Ahora otra vez la luz será un adentro?
¿Habrá sol astros fuego lámpara en tu pecho,
en tu retina, en una circunvolución de tu cerebro?
Nosotros somos luz.
Ahora la oscuridad es un afuera
que reinará cuando nos apaguemos.
¿Y, cuando nos apaguemos,
volveremos hacia la luz primera?
¿Nos envolverá la oscuridad temprana?
¿Seremos luz, seremos nada?
Cierro los ojos.
La luz de la memoria
—el hombre teme más al olvido que a la muerte—
me devuelve a un hombre que se llamó Machado:
Anoche cuando dormía
soñé ¡bendita ilusión!
que un ardiente sol lucía
dentro de mi corazón.
¿De dónde viene la luz de este poema?
¿Del afuera que es Machado o del adentro que lo recuerda?
Insisto: ¿la luz viene siempre desde fuera?
Antología panhispánica editada por Renacimiento, donde se incluye el poema de Chávez Casazola
OTOÑO DE 1582
(leyendo a Cathleen Medwick)
Otoño de 1582, un aroma
inexplicable
parecido al de las azucenas
repta, suave murmurio,
por Alba de Tormes, cuélase
bajo las puertas
entre las celosías
¿de dónde vendrá ese olor a lirio
a rosa a almendra perfumada?
interrumpe el caballero su yantar
la dama los criados
quieren saber de dónde emana
ese vergel de perfumes
algún perro de caza
dos mozos aguzados
ya el gentío
siguen su rastro
no es que salga de un ventanal
ni se cuele por el portón cuando se abre
es que se desprende de las paredes
del convento
es que lo envuelve
lo nimba como una nube
o una aureola
invisible pero que casi puede tocarse
dicen que solo una monja
con sinusitis no pudo sentir
ese aroma parecido al de las azucenas
y que otra monja
que fatigó los caminos castellanos y andaluces
que durmió en carromato y bajo las estrellas
que solía levitar cuando freía un huevo
-la sartén en la mano y el aceite pronto a derramarse-
que escribía que quería morirse pero
embestía con inusitadas ganas a la vida
y hacía todo lo que fuera necesario para salirse con la suya
que era, estaba segura, la de Dios,
quien platicaba con ella cuando quería
y un día le mandó un ángel para que la transverberara
con una lanza hurgando sus entrañas
como signo de su predilección
(lo que arrancó una estúpida exclamación a Jacques Lacan
al ver la escultura de Bernini en la capilla Cornaro):
que esa monja que durmió bajo las estrellas
magnífica y terrible como la quiso Huysmans
aquella mística eminentemente práctica como la pinta Medwick
era el origen
de la nube,
de ella nacía
ese perfume
de invernadero exótico
no era que
le saliera por la boca entreabierta
se desprendía de todo su cuerpo
lo envolvía
(y era en la Castilla del siglo XVI,
no en una novela de la costa Caribe colombiana)
lo nimbaba como una aureola
premonitoria
en realidad
toda la celda estaba llena de una luz hermosa
y Teresa de Cepeda y Ahumada, amiga de Juan de Yepes,
yacía al centro
muerta
pero eso era un detalle
una paloma entró por la ventana cerrada
en el huerto floreció un árbol seco
una agonizante sanó
la multitud reunida fuera y los mozos el lebrel
y la Duquesa
regresaron a sus quehaceres como ligeramente transformados
dicen
pero esos son sólo detalles:
la que importa es Teresa
la que solía levitar
cuando pensaba un poema
y sosegar su corazón transverberado
o el nuestro
escribiendo en él
Nada te turbe
escribiendo en él
Nada te espante
inscribiendo en él
Sólo Dios basta.
Alfredo Pérez Alencart y Gabriel Chávez Casazola (foto de Jacqueline Alencar)
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