El poeta Washignton Benavides (foto de Pedro Pandolfo)
Crear en Salamanca publica, como un auténtico privilegio, tres textos inéditos escritos por Washington Benavides (Tacuarembó, Uruguay, 1930), poeta de premiada obra (Nacional y Municipal de Poesía), cuyos veinte títulos van desde Tata Vizcacha (1955) hasta Los pies clavados (2000), pasando por Las Milongas (1965), Hokusai (1975), Murciélagos (1981), El molino y el agua (1991) o Canciones de Doña Venus (1998). Ha sido profesor de Literatura en la Universidad de la República, habiendo dirigido, en radio, programas musicales y literarios. Entre los cantantes que han dado voz a sus poemas están Alfredo Zitarrosa, Daniel Viglietti, Raúl Ellwanger, Pablo Estramín, Eduardo Darnauchans o Laura Canoura.
También reseñar el importante homenaje que el pasado 14 de abril se le tributó en el Paraninfo de la Universidad de la República, en Montevideo. Las fotografías que acompañan a los poemas fueron tomadas antes y durante el homenaje a nuestro joven creador de 86 años.
¡Enhorabuena, desde la Salamanca que viene acogiendo sus poemas inéditos desde hace tres años!
GRACIAS, DRUMMOND
En plena dictadura (duró durísima
Desde 1973 a 1985), recibí
Dos misivas de Carlos Drummond de Andrade.
Le había enviado, con poca esperanza
De reenvío, dos libros de poemas:
“Murciélagos” y “Hokusai” editados en plena oscurana.
Seguro que no habría referencia a su publicación,
El nombre del autor era un pecado.
En el 28/XI/77, Drummond, escribe.
Rio de Janeiro, 29 de noviembre de 1977.
Caro poeta Washington Benavides:
Agradome el gentil ofrecimiento
De su libro “Hokusai” donde la poesía se manifiesta
con tanta limpidez y precisión.
Fue una sorpresa agradable para mí encontrar
mi nombre ligado a su bonita canción del limonero.
Gracias, amigo, también por las palabras cariñosas
a propósito de mi aniversario.
Abrazo cordial y grato de Carlos Drummond de Andrade.
Otra misiva del 14 de marzo de 1982,
Nos dice:
Querido poeta Washington Benavides.
Perdone el atraso con que respondo a su buena carta,
portadora de “Murciélagos”. Su poesía me toca
por el sentimiento humano aplicado a una visión personal
Del mundo y del tiempo, que valoriza en construcciones verbales.
“Contradicciones necesarias” dábame la medida de un poeta
de una era apta para desvelar el secreto de las cosas.
Grato al admirable ofrecimiento, el abrazo cordial de
Carlos Drummond de Andrade
P.D. no recibí el libro anterior, a que se refiere. CDA.
¿Me comprenden ahora? Un tipo que escribía
y lograba publicar su poesía, en medio
De la desolación de su pueblo, aherrojado por la oscurana
Dictatorial vigente.
El tipo, solo en su cuarto, retomó aliento. Miro la tarde
Por la vieja ventana. Nada, Nadie…
-No estamos solos, sin embargo-
Se dijo. Y volvió a la Underwood
Y en el picoteo de teclas se pudo advertir que escribía:
-¡No estamos solos, calandria!
(Washington Benavides, recuerda ese soberbio empuje
Que le dio Drummond de Andrade. Abril del 2016.
Montevideo).
“HASTA QUE LLOVIÓ EN CHOLULA”
(Folclore mexicano)
Dice en el Libro Sagrado:
“Cuarenta días y cuarenta noches,
Haré llover…” Me recuerda,
En Santa Isabel, los golpes
De la ventisca de Otoño,
Y la lluvia y sus tambores
Siempre resonando a guerra,
Desde el alba hasta la noche…
“No se aflija, Profesor,
-Decían conocedores-:
El río llega hasta aquí.
Y aquí se amansa y se esconde…”
El Hum pasaba bramando
Con yaras y camalotes…
“Hasta que llovió en Cholula”
Cantaban viejos cantores…
De un mariachi barullento
Desbordado de rompope…
Pero el caso es que llovió
Y hubo muertes y desbordes…
Por eso, uruguayo, mira
Los relámpagos de bronce,
El eterno “mojabobos”
Y ese goterón insomne
Que te despierta a la una
Y adiós el sueño esa noche…
“Hasta que llovió en Cholula”
Y también llovió en Dolores…
(Washington Benavides. Abril tormentoso del 2016.
Montevideo)
EN 2º del LICEO
El desolado saco a cuadros.
Los pantalones del hermano, estudiante de Magisterio,
Rehechos, para el debutante en pantalones largos.
La camisita soportando la corbata, totalmente ajena (a la camisa
Y al portador de la camisa).
Los zapatones heredados a “Chiquito Abner”,
un personaje montañés de un comics.
¿Y el ánimo?
El ánimo de un adolescente, desconcertado,
Entre condiscípulas alborotadas
Que intercambiaban confidencias y reían,
Y varones que, más o menos, parecían calcos de su situación:
Estaba perdido.
Desearía marcharse rápidamente.
Volver a casa, tragar el desayuno que la urgencia del nuevo liceo,
Desestimó.
Sentarse en su cuarto azul; mejor si estaba solo, y abriendo
el ropero común y biblioteca de circunstancias,
tirado en el camastro, volver a la suspensa lectura
De “El Corsario Negro”
Y descifrar su cuota amorosa con Honorata de Van Guld,
nada menos que la hija del temible adversario del héroe.
Sonó una campanilla.
Y un emisario de las jerarquías:
El portero, reclamó, a la alborotada grey estudiantil,
Su atención: debían entrar a clase…
Las puertas del viejo liceo fueron tragándose
A los adolescentes.
El patio, con la fuente central bajo el limonero,
Más solitario que Crusoe, se despejó
mostrando su desarrapada arena, sus contados mosaicos,
su decadencia, sí, porque no podemos ignorar que el Liceo
Ocupaba un viejo edificio, cedido por una estanciera, a Secundaria.
Y que en el portal, por encima de las descoloridas maderas,
permanecía, forjado en hierro, el apellido de la benefactora.
Volvamos al muchacho perdido.
Entró, más a intuición que conocimiento,
Al salón de clase que le tocaba.
Se sentó. Volvió a orientarse sobre quienes
Le acompañarían en el calvario. Sí,
Allí estaban las hermanas que continuaban con su parloteo,
Estaba el enrulado condiscípulo, que parecía un calco
De su inexperiencia. Estaba otro, bien peinado
Y luciendo buenas ropas, que parecía el perfecto
Sabelotodo de la clase. Estaba un mulato, delgado, sonriente
Sí, pero que también podría pertenecer al grupo de los desterrados.
Súbito. Entró quien se nos apersonó
como el profesor de Matemáticas del curso.
Elegante y buen mozo, dispersó en la clase una sonrisa canchera,
Y nos comunicó, brevemente, en qué consistirían sus clases,
Y lo que esperaba de nosotros.
Fumaba con ostentación. Ponía al vuelo sus manos delicadas.
Recurrió al deteriorado pizarrón, para escribir con tiza de colores,
su programa. Punto. Sonó (fuera) un timbre estridente:
había finalizado la primera clase. El patio se contaminó con un tumultuoso
mitin de muchachos y muchachas. El silencio huyó espantado.
Y, curiosamente,
Los que llamamos “desterrados” de la clase, se reunieron
Instintivamente, para afrontar la batalla (antes de que ocurriera) perdida.
La canilla de mitad del patio, goteaba desesperadamente.
El limonero tenía sus limones. Más sobre el pasillo
Se elevaba una majestuosa magnolia grandiflora fuscata.
En las oficinas, hormigueaban estudiantes
Que no habían sido anotados en las listas,
Y esperaban que los enviaran a alguno de los Grupos.
El Director, se asomó, fugazmente, y cerró
Su relación con el mundo (ajeno).
El muchacho (“El Solitario de Samburan”)
Con sus camaradas,
Asentaron en unos largos bancos juntos y alineados,
Como golondrinas o tijeretas en los hilos telefónicos.
Pero no con la posible libertad de los pajaritos.
(Washington Benavides recurre al adolescente que fue. Abril del 2016.)
Washignton Benavides (foto de Richard Paiva)
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