Crear en Salamanca se congratula en publicar el profundo ensayo escrito por el prestigioso filósofo y experto en temas teológicos, John D. Caputo (1940), quien fuera catedrático de Filosofía en la Universidad de Villanova hasta 2004. Desde entonces y hasta 2011, fecha de su jubilación, fue catedrático de Religión en la Universidad de Syracuse (NY). Sus ramas de pensamiento son la hermenéutica, la fenomenología, estudios de teología y misticismo, así como estudios sobre la deconstrucción derridiana aplicada a la poesía, filosofía y religión. Este ensayo apareció como prólogo del poemario “Teología poética” (Hebel Ediciones, Santiago de Chile, 2015), de Luis Cruz-Villalobos. También se publica una selección de poemas, realizada por A. P. Alencart.
TEOLOGÍA, POESÍA —Y TEOPOÉTICA
Es para mí un gusto ofrecer algunas palabras como prólogo al libro Poesía Teológica de Luis Cruz-Villalobos.
El vínculo entre teología y poesía es muy profundo, tanto histórica como conceptualmente. Las Escrituras judías y cristianas pertenecen a lo que se conoce como “literatura del mundo”, lo cual significa que como toda obra literaria, estos textos describen en palabras las profundas estructuras de la experiencia humana. En el caso de las Escrituras esto significa la experiencia de Dios, de su intervención rupturista, interruptora e incluso traumática en nuestras vidas. La “palabra de Dios” es la palabra del otro-en-nosotros, son las palabras que surgen en respuesta a algo que nos interpela, que ha transformado nuestras vidas, que toma lugar en y bajo el nombre de “Dios”. La “palabra de Dios” es las palabras que le damos a Dios de modo tal que Dios pueda hablarnos. Las Escrituras son pues un logos, un decir y hablar de Dios, y por ende son irreductiblemente teo-lógicas.
Al decir esto, por supuesto, no me refiero a los estudios escolásticos, ni a los argumentos abstractos, ni al discurso técnico de la teología “académica”, que es un artefacto de la universidad. Me refiero más bien a un logos más elemental y a una teología pre-conceptual, a un discurso que se nutre desde un logos pre-lógico. Me refiero a un discurso arque-teológico que está profundamente contenido en narrativas e himnos complejos, en oraciones y en parábolas, en canciones y poemas, en epístolas, homilías y mandatos, en los cuales diferentes comunidades expresan de diferentes maneras diferentes experiencias de “Dios”. Las Escrituras ponen en palabras el llamado de Dios, eso a lo que Dios nos llama, y a lo que nosotros nombramos cuando nombramos a Dios. Ponen en palabras, en pocas palabras, a un logos más primordial, a una lógica pre-lógica, o para-lógica, del llamado –lo que llama, lo que es llamado, y lo que se llama– en el nombre (de) “Dios”. Esto es lo que compone a una teología más primigenia y rudimentaria, donde el nombre de Dios no es el nombre de una entidad suprema, sino más bien el nombre de un llamado, y el pueblo de Dios es el pueblo del llamado.
Así pues, las Escrituras no son teológicas en el sentido duro del término logos que forma parte de la etimología de esta palabra. La palabra teología es, al fin y al cabo, una palabra “pagana” –que no se encuentra en ningún lugar de las Escrituras– que se remonta a Aristóteles, y que representa la forma más alta de episteme (scientia), una disciplina, un discurso racionalizado en el cual todo está organizado de forma tal que sus postulados son explicables. Es por esto que hago distinción entre una teología “fuerte” y una “débil”. Al hacer esto quiero distinguir entre una forma discursiva cuyo foco está en la modalidad activa de proponer o hacer postulados; y un discurso que se mantiene mas bien en reserva, que toma lugar en el modo receptivo de ser-clamado, de ser-llamado, y que por tanto es una respuesta a ese llamado previo siempre sobrecogedor. La teología en el sentido fuerte se caracteriza por el modo discursivo greco-filosófico clásico, por un sistema de enunciados propositivos que están implicados en el desarrollo histórico del concepto griego de logos, sistema que hoy es discutido dentro de lo “onto-teológico”. El logos de la teología fuerte se refiere a enunciados predicativos, a decir algo acerca de Dios, a acercarse a Dios como un objeto de discurso constituido, como el sujeto de una serie de premisas, como poseedor de ciertas propiedades conceptuales, que son expresables en postulados que pretenden determinar y explicar ciertos atributos divinos. Estos postulados están entretejidos en hilos propositivos, en pruebas o argumentos, que crean un cuerpo de conocimiento, un ensamble de afirmaciones verídicas referentes a la naturaleza y a la existencia de Dios.
La teología fuerte se compone de conceptos, proposiciones y pruebas. Emergió inicialmente en la antigüedad cristiana cuando el movimiento cristiano primitivo, en la búsqueda de entenderse a sí mismo y en contacto con la filosofía griega, se vio inmerso en una serie de controversias “cristológicas” que se convirtieron eventualmente en formulaciones canó-nicas en los primeros concilios y sus “credos”. Seguramente en ese entonces la teología no estaba aún atrapada en los discursos escolásticos o modernistas, ni en la terminología técnica, ni en la formalidad de la argumentación, ni en los sistemas, ni en los protocolos de la universidad; era mas bien considerada sapientia –sabiduría para la vida– y no scientia, y por tanto ni siquiera era considerada una disciplina posible fuera de los confines de las comunidades y prácticas cristianas. Pero incluso entonces, lo esencial estuvo allí desde un comienzo, la guerra argumentativa que simultáneamente dio a luz a la heresiología (o discurso sobre lo herético), el brote de polémicas contra los llamados disidentes, el combate agresivo por tener el enunciado correcto, la “creencia correcta” (orthe + doxa) impoluta por aquellos que “optan” (haeresis) por su propio camino, por los que se separan voluntariamente de lo ortodoxo. Donde hay teología (fuerte), hay heresiología. El nacimiento de la teología fue un parto de gemelos. Desde sus inicios más remotos, la teología fuerte se preocupa de separar las afirmaciones verdaderas y las falsas, los enunciados verdaderos y los falsos. Eventual-mente adquirió la forma de un discurso académico o docto, primero, en la quaestio disputata de la alta edad media, y luego en la universidad moderna donde es a lo menos tan técnica discursivamente como otras humanidades o ciencias sociales, y como ellas, debe pelear por respeto frente a las ciencias de tipo matemático.
Al decir teología débil no me refiero a algo debilitado, ni ineficaz, ni anémico, sino más bien a una teología que abandona el modo declarativo y se entrega a un llamado previo. La teología débil no pretende ser una definición exacta de un concepto bien formado; no se trata de formular proposiciones sino de ser expuesto a algo preproposicional. Sin embargo, la teología débil tiene rigor en sí misma, e involucra una disciplina profunda que no tiene que ver con la precisión conceptual o matemática. Cuando digo rigor me refiero –siguiendo lo descrito por Heidegger– a adherir estrictamente a las demandas del asunto a tratar y pensar, a no adherir a un “objeto” definido por un enunciado, sino a la cosa misma, a die Sache selbst, a las cuestiones que nos preocupan más profundamente, que no pueden ser reducidas ni contenidas a la precisión ni a la exactitud de lo matemático. Es falso rigor exigir que todo sea exacto, que todo sea determinado por definiciones, que todo se someta a los requerimientos del pensamiento objetivo, que todo sea formulado en términos matemáticos. Eso sería como pedirle a los pintores impresionistas que dibujasen líneas mejor definidas. No hay nada riguroso en tratar cosas no-objetivables de forma objetifivante. Seamos claros: la tematización, la matematización y la objetivización tienen su lugar, pero hay otros asuntos para los cuales estos métodos son demasiado “fuertes”, demasiado toscos, demasiado rígidos. Son una forma muy burda y rudimentaria de abordar asuntos que son experimentados de forma primordial y preconceptual en nuestro primer contacto con el mundo que las Escrituras plasman en palabras, y con los modos de vida y modos de estar en ese mundo que las Escrituras llaman “el Reino de Dios”.
Es por esto que las Escrituras mismas sistemáticamente evitan el discurso de la objetivización y la conceptualización. Incluso cuando se utilizan números en ella, éstos no tienen un significado propiamente numérico. Cuando los discípulos le preguntan a Jesús cuántas veces deben perdonar al prójimo y Él les responde “setenta veces siete”, Jesús no está calculando un número (Mt 18:22). Jesús no les está diciendo que perdonen 490 veces; sino que perdonen sin límite, que no hay límite al deber que tenemos de perdonar. Las Escrituras no hablan del Reino de Dios como un objeto externo de discurso, sino que hablan desde la experiencia del Reino, desde adentro y no desde afuera del mismo. Las Escrituras hablan de forma no objetivable en parábolas y paradojas para llevarnos a vivir la vida que en ellas se nos llama a vivir. No hay mejor ejemplo de este modo “débil” de enseñar que la forma de predicar de Jesús mismo en los Evangelios Sinópticos. Jesús no habla de si mismo, sino de su Padre; y no habla de su Padre, sino del “Reino” de su Padre; y no habla del Reino de su Padre sino de semillas de mostaza, de pan con levadura, de tesoros guardados, de hijitos míos, de banquetes a los cuales los invitados no llegan. Él habla en parábolas y paradojas, no en un modo lógico sino en un modo para-lógico, que es el modo más rigurosamente apropiado para las dinámicas del Reino, para sus vueltas sorpresivas y sus demandas inesperadas.
Jesús es el poeta por excelencia del Reino, del reinado venidero de Dios.
El rigor apropiado para este discurso consiste en mantenerse a sí mismo en un modo que es indirecto, discreto y oblicuo, evocativo y provocativo, analógico y paralógico, parabólico e hiperbólico, metafórico y metonímico, un modo que es propio de ese llamado que nos interpela, de ese evento que nos supera. Su rigor no es proponer sino sostener la exposición a la irrupción de ese algo que no sabemos que es, pero que nos atrapa antes de que podamos siquiera palparlo, que nos reclama antes de que podamos siquiera proclamar algo acerca de él. La disciplina de este discurso es mantenerse a sí mismo en contacto primordial con el mundo, es sostenerse en un modo no-coercitivo que le permita al mundo plasmarse en palabras. Su debilidad requiere el esfuerzo supremo de la moderación y la reserva, requiere que sea de una naturaleza más flexible y dúctil, moldeada para ajustarse a los contornos del asunto en cuestión, que pueda sostenerse de una manera no-dogmática, abierta, reformable, maleable. La fuerza de esta debilidad es resistir con determinación cada intento de convertirla en una expresión canónica, definitiva, de credo, fija, formulaica. Su rigor debe ser acorde al llamado de aquello que nos interpela y nos supera, llamado en el cual lo lógico es atenuado por lo paralógico, en el cual –y con esto llego al punto medular– lo lógico en lo teológico es remplazado por lo poético. Y por poético no me refiero simplemente a verso y poesía en el sentido más común, por más hermosos que fueren. Me refiero a una poiesis primitiva, al discurso formativo que apoya como una partera el nacimiento de los eventos relacionados al llamado. Me refiero a una forma elemental que sucede en el llamado y con el llamado –sea el llamado de un suceso puntual, y un suceso puntual en el llamado– y que se expresa en forma de palabras.
En pocas palabras, cuando hablo de “teología débil”, hablo de algo que es menos “teo-logía” y más “teo-poética”, de una teología donde la lógica ha sido desplazada por la poética, siendo lo poético una constelación de recursos no-discursivos, metafóricos y metonímicos que apuntan a evocar la provocación del Reino de Dios, a permitir que el llamado que se hace en el nombre de Dios tome forma de palabras. La poética no es un ornamento ni una decoración con la cual se adorna a un objeto pre-constituido. La poética es el nacimiento mismo de Dios, el evento natal en el cual el nombre (de) “Dios” se transforma en palabras, es el corazón de un logos más primordial transmutado desde el proclamar hacia el ser-reclamado.
El rigor de la teología débil es mantenerse estrictamente en los confines de la teopoética. La poesía es el rigor de la teología débil, su disciplina, su ascetismo, su más estricto apego a la cuestión en estudio. Como contraparte, la tentación estructural y permanente de la teología fuerte es sucumbir a los encantos del pensamiento objetivador, es convertirse en el premio deseado por los ortodoxos, es comprimirse en una fórmula credal que separe lo recto de lo divergente. La gran tentación de la teología fuerte es el supervisar con ojo policial la cuestión de estudio de la teología, es normarla a través de postulados y pruebas; este tipo de teología le da mucho énfasis a persuadir y a disuadir, y por ende a suprimir la disidencia y la diferencia -como si aquellos que declinan ser parte del régimen del logos son “caprichosos”, como si “eligieran” diferir (haeresis) –¡en contraposición a haber sido elegidos, apartados y expuestos a la venida de aquello que en si mismo no puede ver venir!
La tarea de la teología débil es sostener la exposición de la teología al evento primigenio por el cual las palabras fueron escritas por primera vez. Así que cuando Luis Cruz-Villalobos titula a su libro Poesía Teológica, cuando se decide a convertir la materia teológica en palabra poética, no está haciendo un trabajo de ornamentación. Sino que más bien, toca la raíz más profunda y la fibra más antigua de la teología, que no es más que la teología siendo poesía antes que doctrina; siendo creación-del-mundo antes que credo, siendo poiesis antes que lógica endurecida, infundiendo palabras de vida y muerte, de sufrimiento y alegría, antes de que las palabras mismas sucumban a la rigidez de la ortodoxia y sus cánones. La teología es canción antes que ser el contenido de una summa o de un concilio. Es por esto que el Nuevo Testamento se describe a sí mismo no como istoria –un sobrio registro del pasado, o una representación exacta de los hechos acaecidos-, sino como euvangelion, como un mensaje de alegría, como buenas noticias proclamadas a los pobres y a los cautivos, como una proclamación del año del jubileo. Un evangelio no es un discurso predicativo, sino un discurso de promesa. El año del jubileo es el año cincuenta, el año que sigue a siete veces siete, donde todo es perdonado y podemos empezar desde cero otra vez. Cincuenta no es un número para ser contado, ni una fecha para ser calculada, sino una esperanza, un clamor, un sueño, una expectación mesiánica, un hito que marca lo que está por venir, el símbolo de una promesa cuya canción son las Escrituras.
La figura de Jesús en el Nuevo Testamento es la figura del arque-poeta del Reino de Dios, un relator de parábolas de semillas de mostaza y de tesoros guardados y de hijos pródigos, todas apuntando a imaginar el futuro de la venida del Reino, del cómo será todo cuando Dios reine, en lugar de la avaricia y la violencia humanas. Jesús es un poeta que poetiza el Reino, que imagina como sería vivir de la otra forma, en un tiempo en el que se ha roto el sentido del mundo tal y como lo conocemos. Jesús imagina el mundo de manera diferente, divina, donde la venganza es desplazada por el perdón, la violencia y la opresión por la misericordia entre nosotros mismos, y la guerra es derrotada por la débil fuerza de la paz.
En teopoética, la idea de “poesía teológica” –que es el nombre de este libro– es una tautología magnífica, un decir lo mismo en donde el tout autre, ese algo asombroso, ese algo que irrumpe y que inunda la vida cotidiana hace un llamado a la teología para que retome su antigua labor de imaginar al mundo de una forma diferente.
John D. Caputo
Thomas J. Watson Professor of Religion Emeritus
Syracuse University
David R. Cook Professor Emeritus of Philosophy
Villanova University
DIOS MENDIGO
Este Dios verdadero
Absoluta sustancia única
(todo lo demás es robusto devenir)
Es muy divertido
Es un apasionado por la vida
y por las sonrisas sencillas
Aclaremos que es serio también
Pues la vida es dolorosa
por etimológica definición
En una de esas lúdicas tropelías
nuestro Señor del cielo y de la tierra
se ha vestido de mendigo
eligiéndolo como su traje predilecto
Y para colmo de ironía
siempre lleva con él
un texto de Mark Twain
como su Biblia sacrosanta
¡El príncipe y el mendigo!
¡Este es el texto sagrado!
Suele gritar por las calles
levantando el viejo texto
con su mano temblorosa
¡Arrepiéntanse príncipes y princesas
De vuestra vida de mendigos!
Grita a boca de jarro
y la gente lo mira y sonríe
pues la esquizofrenia puede ser graciosa
cuando no la tiene uno mismo
o un familiar que se ama
El Dios mendigo
deambula sermoneando por las plazas
y suele descansar de sus prédicas
dándole su pan a las palomas
en profundo y litúrgico silencio.
DIOS ILEGAL
A los millones
de indocumentados
Como todos sabrán
Nuestro Dios justo y amoroso
es extranjero
en el planetario sentido de la palabra
Una vez le pidieron sus documentos
y la policía no quedó satisfecha
Además su acento
Su tono de piel
Su aire sospechoso
Todo indicaba que tendría que irse
Ni para turista le daba la medida
Lo tomaron de la solapa
Le registraron hasta los calzoncillos
y lo dejaron en la frontera
Y así de humillado
partió Dios a buscar otro lugar
pero la historia se repitió
Este ilegal de mierda
Qué hace aquí
Vino a robarnos
A ocupar nuestros trabajos
Que se vaya el maldito
Y de frontera en frontera
el Dios único
Creador de la tierra y sus mares
indocumentado
Partía a buscar un hogar
pero nada
Era extranjero en todas partes
Por último
simplemente decidió
usar pasos fronterizos ocultos
y vivir en la clandestinidad.
DIOS ROJO
A Patricia
En esos días lejanos
de descontentos y utopías
Dios decidió sumarse
a las filas de la roja revolución
Era extraño en Él
apoyar una causa tan dura
Especialmente una causa
donde se le consideraba ausente por definición
Pero allí estaba
Uno más en las huestes
que lucharían por el pueblo
hasta que el pueblo
fuese lo que siempre debió ser
Su propio dueño
libre y soberano
Recordó
para motivarse
Esos párrafos de San Lucas
donde describía a la primera comunidad
de nazarenos en Jerusalén
como hermanos y hermanas
que vendían todo lo suyo
Personal
Privado
Para hacerlo nuestro
De todos y cada uno
y le encontró más sentido
a su gesto de utópica decisión
Allí estaba Dios
siendo adiestrado
por esos jóvenes soñadores
que habían llegado desde la isla
y manejaban al dedillo
Rifles y fusiles
Bombas y explosivos
En fin
Herramientas del cambio
Recursos para la roja transformación
Dios tenía sus dudas
en especial
cuando aprendió a ocupar
aquellos cuchillos
de filo sin igual
Estos debían dar un veloz saludo
por las gargantas de los infelices
y listo
La vida volaría
como quien dice basta!
El entrenamiento fue completo
Aprendió a olvidar los nombres
y los números
Se hizo experto en amnesia
para resguardar a los compañeros
Pero una noche
La más oscura de todas
mientras Dios meditaba en silencio
Soldados vestidos de guerra
le capturaron en su casa
y lo llevaron ciego
a salas desconocidas
Donde conoció la muerte de muchos
Donde aprendió de golpe
el rostro más macabro de los hombres
Donde supo que muchos de aquellos
que Él había creado para el amor
No eran más que demonios encarnados
Bestias sin conciencia
que arrancaban palabras
con la violencia más experta y grosera
La más bastarda y siniestra
Dios lloró
Nunca lo había hecho de tal modo
Lloró de miedo
De pena
De rabia
De hambre y sed
De asfixia repetida
De espasmos eléctricos
De pudor violado
De silencio fiel y viril
Dios Rojo
Ensangrentado
Soñador
Equivocado o no
Da igual
Quién sabe dónde quedó
No hubo lápida
No hubo tumba
Fue un desaparecido.
SU HORA
Al joven albañil de Nazaret
I. Preludi
Y allí estaba Dios
Lo habían desnudado
Vergüenza del Cosmos
desnudo como niño
Luego le echaron encima
un manto mugriento
como de rey del sarcasmo
Dios desnudo
Dios vestido de burla
Y recién comenzaba
la más profunda tortura
El escarnio sideral
Corona de espinas
de la basura de los campos
De material despreciado
que ahora abrazaba la cabeza
del Soberano Creador
desnudo y revestido de humillación
Y un cetro
¿cómo rey digno de llevar ese nombre
no tendría su propio cetro?
Para Él un palo astilloso
Un palo seco y encorvado
para su diestra de Rey-miseria
Ahora escupen su cara
La sangre se diluye
y baja hasta su barba y allí se confunde
Dios
desnudo y recubierto de escarnio
Coronado de dolor y con cetro de palo
Ahora llanto y sangre y saliva de inicuos
lava su rostro divino
que incomprensiblemente
perece la encarnación
de la impotencia y la miseria
Pero no basta
Hay que fijar bien la corona
y con su mismo cetro golpean su cabeza
Las espinas se hunden mas hondo
y el dolor rojo baja y cae al suelo
Y caen con él
las últimas gotas de dignidad que le quedaban
a Dios
Al Creador Eterno
Al Logos hecho carne
Carne de matadero
Carne de sacrificio
por tu vida y por la mía
II. Victoria ante la Tentación Final
A lo lejos
y cada vez más cerca
el monte de la calavera
Esa que siempre ha graficado la muerte
Gólgota de antaño y de hoy y de mañana
El monte de la calavera esperaba
y sin pocos tropiezos
Dios hecho polvo
caminaba con el peso del mundo
en sus hombros de Hombre-Dios-Hijo
y la Hora exacta llegaba
El Hijo debía ser alzado
Para que atrajera a todos con su mirada
Con su corazón abierto
Con su cruz reconciliadora
del cielo y la tierra
Allí estaba el Señor
El Kürios absoluto
nuevamente desnudo
pero esta vez nadie cubriría su cuerpo
ni por burla ni por compasión
Desnudo
con la vergüenza de los universos en la piel
y con su corona de espinas
como única indumentaria
Y comenzó a llegar a su oído
Así como tantas veces
Pero ahora la voz se hacía potente
como coro infinito
Multitud polifónica que gritaba
¡No mueras!
Si eres el Rey
El Cristo/Mesías
El Hijo de Dios
¡No mueras!
Y Satán en su interior gemía
la súplica como rey tentador
¡No mueras por favor!
Hijo del Altísimo no mueras
Que si mueres me matas
Que si mueres yo muero por siempre
Y dejo mi reinado
¡No mueras Dios!
¡Jesús misericordioso apiádate de Ti!
Y no mueras por el amor de Dios
Si salvaste a otros sálvate a Ti mismo
Si curaste a otros cúrate a Ti mismo
Y no mueras
Satán con mil voces
canta y entona el himno
de la tentación final
¡No mueras!
Pero Cristo vence
Jesús
Con el corazón destrozado
Y el rostro contorsionado
por el dolor del abandono
grita por ti y por mí
desde el profundo infierno del alma
¡Dios mío, Dios mío
Por qué me has abandonado!
Y en el templo de Jerusalén
momentos después
Se escucha la respuesta del Padre
al romperse el velo del templo
que simbolizaba la separación
de Dios con los hombres
El velo se rasga de arriba abajo
y Dios canta su elegía y oda
por la muerte de su Hijo
Dios-Cordero
venció con su muerte
Cubrió el abismo
Triunfó sobre su última tentación
muriendo
Como la semilla que cae en tierra
para luego renacer
y traer mucho fruto de vida nueva y eterna
para todos los que lo acogen
con fe
esperanza y amor.
HAIKUS A YHWH
1
Luz por la ventana
Y Tú entras galopando
Hasta mi pecho
4
Anoche la lluvia
Hoy mis oraciones a Ti
Limpian el aire
9
Bajo un sauce
Entre tu tierno ramaje
Estoy en soledad
11
A tu hondo pozo
Lanzo mis piedras oscuras
Y no vuelven más
14
Tú has sido fiel
Como casa de roble
En el invierno
18
Nube luminosa
Hoy es tu santo amor
Sobre mi sien
19
Yo soy gorrión
Tú eres árbol y nido
Y también cielo
septiembre 4, 2015
Me ha parecido un rotundo ensayo, y muy esclarecedor sobre los nexos entre teología y poesía. Enhorabuena al autor del mismo, y al poeta por sus versos.