Moais en la Isla de Pascua (foto archivo)
Crear en Salamanca tiene el privilegio de publicar, por vez primera, las palabras que leyera el poeta y juez chileno, Víctor Ilich, en el acto de presentación del poemario TOMA DE RAZÓN (Santiago de Chile, julio, 2017), celebrado en la isla de pascua el pasado 18 de agosto. Ilich es autor del poemario, conjuntamente con el poeta y magistrado Roberto Contreras. El aparece bajo el sello de Mago Editores y lleva prólogo de Alfredo Pérez Alencart, poeta y profesor de la Universidad de Salamanca, además de un texto de Virginia Toledo. La traducción al inglés de Gretchen Abernathy, y al rapanui, de Sabrina Atamu Atan. El diseño, ilustración e imagen de portada es obra de Matías Gonzáles Pereira y la lectura y corrección de estilos estuvo a cargo de Rodrigo Herrera Gamboa.
AJUSTANDO LAS EXPECTATIVAS
Las palabras que hoy levanto fueron talladas hace cerca de cuarenta años. Muchas de ellas fueron halladas a campo abierto, otras en el desierto y no pocas son un misterio que solo el viento puede develar.
Las palabras que hoy derramaré pueden parecer románticas, pero debo advertir que el romanticismo solo lo dejo para otro contexto.
Vengo desde lejos, desde un pueblo pequeño, pertenezco a una tribu de no más de 300. Soy el más pequeño de mis hermanos, lo digo literalmente y en sentido figurado.
Mi nombre es Víctor Ilich. Mi abuelo paterno se llamaba Víctor, el temerario, quien a su vez nombró a su primogénito como Víctor, y mi padre, un hijo del rigor de la lluvia, en un arranque de orgullo apasionado proclamó que también su hijo debía ser victorioso. Con el tiempo supe de sus victorias, con el tiempo supe de sus derrotas. Pelearon muchas batallas, me consta, mi padre sigue luchando con un escudo y con una honda. Y en el camino he conocido las luces y las sombras. Por eso cuando nació mi primer hijo, ya sabiendo que victorioso hay uno solo y no soy yo precisamente, nombramos junto con mi esposa a nuestro primogénito con un nombre nacido para la guerra, atrás quedaron los Víctores, para dar paso a los Martines, luego vinieron las Amandas hasta desembocar en los Bastianes.
Hoy no vengo en mi nombre, sería inmerecido, sería una usurpación de identidad. Vengo en nombre del viento, quien nos sale al encuentro sin haberlo buscado, quien nos cubre y nos rodea sin haberlo deseado. Quien nos infunde aliento cuando estamos cansados. Vengo en nombre del viento, a quien no podemos atrapar aún, pero podemos sentir. Vengo en nombre del viento, que no sabemos de dónde viene ni adónde va.
El poeta y juez Víctor Ilich
En la tribu a la que pertenezco existe un lema, frío o caliente, pero nunca tibio, porque el viento nos podría vomitar de su boca.
Cuando nos alineamos en propósito actuamos como un solo hombre, y aunque somos distintos, conocemos la unidad. Mientras unos lanzan las flechas, otros avanzan. Al que cae se le socorre y levanta. Nadie puede buscar su propio bien. Nadie puede tener más alto concepto de sí que el que debe tener. Si la nube avanza durante el día, avanzamos, y si la columna de fuego se detiene durante la noche, nos detenemos.
Tenemos circuncidado el corazón, signo evidente del pacto que nos une. También tenemos el oído entrenado en el silbido apacible.
Creemos en los cambios y creemos que todo cambio comienza en lo íntimo, en el quebranto. Los cambios no son fáciles y mantenerlos, tampoco.
Los vínculos que nos unen han sido probados a fuego lento en un horno de barro.
Establecer vínculos de confianza nunca ha sido tarea fácil, toma tiempo, pero el tiempo se acorta si se es honesto. En el camino he advertido que sincerar las expectativas en forma recíproca y mutua acrecienta la confianza, evita los malos entendidos, las suposiciones absurdas o egoístas, nos ayuda a saber a qué atenernos, a conocer lo que podemos esperar del otro y qué no. Un vínculo de esta naturaleza no es tarea fácil, porque no da lugar ni esperanza al egocentrismo ni a la manipulación. Porque si el objetivo es mantener el vínculo, las expectativas se ajustarán, no sin esfuerzo y paciencia, a la realidad y real voluntad, que tarde o temprano siempre se manifestará. Todo sale a la luz, lo que somos se manifiesta directa o indirectamente. Pareciera que una actitud sincera y humilde es la clave para construir y edificar relaciones robustas y nutritivas. Los pueblos no están ajenos a esta forma de edificar.
Es sabido que toda crisis envuelve una oportunidad. También es sabido que para advertir la oportunidad se requiere un evento, una circunstancia con mayor o menor dramatismo, un clic, diría alguien más computacional, que nos permita tomar conciencia o derechamente nos despierte del letargo.
Las crisis no son agradables, pueden ser dolorosas, nos estremecen, nos agotan, nos agitan, nos derriban, nos asustan, incluso nos pueden enfermar, pero si logramos ver y aprovechar la oportunidad, unidos, jamás, jamás nos destruirán.
Toma de razón es fruto de un despertar, la necesidad de identificarnos con las necesidades de otro, la necesidad de poner límites, la necesidad de amar y de ser correspondidos. Suena fácil, pero no es una canción fácil de interpretar.
Cuando leí la entrevista que le hicieron a Mahani Teave y Enrique Icka, en la revista Capital, hace un par de meses, se encendió una idea que rápidamente se propagó. Y debo destacar que se propagó entre aquellos que tienen un fuego que no se logra apagar con agua.
Y no es casualidad que sea una mujer la desencadenante de nuestra acción.
Y no es casualidad que Roberto Contreras, un compañero de ruta, haya recordado el nombre de una mujer con la cual bailó años atrás. Eso escribió él como anticipándose en el tiempo. Todo baile es movimiento, suena obvio, pero no todo movimiento es baile. Bailar requiere sincronía, paciencia, humildad y ajustarse el uno al otro como un reloj. Y tiempo es lo que no nos sobra.
Mahani interpreta no tan solo en el piano lo mejor de su talento, sino que logró interpretar las necesidades de su pueblo. En el tiempo del aquí y del ahora.
Y nosotros nos acercamos a ustedes no para pedir, ni recibir, sino para dar, no como mercenarios del cambio climático, ni como falsos moáis, sino como cenizas que arden, con la esperanza de que el real clamor de los habitantes de esta isla se escuche más fuerte y que el eco se replique desde lo ancho del corazón humano a lo angosto, desde lo alto a lo bajo.
No es casualidad que necesitemos la determinación de una mujer para actuar, si son ellas las que nos permiten ver la luz cuando nos permitieron nacer, cuando nos permitieron gritar. Y agradezco a mi madre que no pensó en el aborto esa vez.
Hoy soy junto con Roberto Contreras solo la cara visible de un ejército invisible. Que nos rodea con su canto ceremonial. Hoy una vez más la mujer seguirá siendo motivo de inspiración. Hoy nos acompañan particularmente 5 mujeres a las cuales he tenido el privilegio de conocer, mujeres resolutas, es decir, determinadas con un común denominador, todas ellas sin excepción se han abierto paso en medio de la aflicción, en medio de las dificultades de un modelo cultural que las oprime hasta hacerlas reventar, incluso atravesando la desolación.
No es fácil que nos crean, si no nos conocen, pero sopesen mis palabras a luz de nuestros hechos. Hemos presentado libros junto con Roberto en primavera y en invierno, en las ciudades de Rancagua, Coyhaique, Antofagasta y en Santiago, la mal llamada capital, ya que el capital humano está en todos lados. Y hoy atravesamos 3.600 kilómetros para llegar hasta este lugar no porque el ego nos arrastre a despilfarrar nuestras finanzas. Lo que para nosotros parece evidente, para otros no lo es. Roberto ha sido una punta de lanza y he sido testigo de cómo el viento le abre caminos donde no los hay. Yo solo quiero ser una ceniza que arde y que es llevada de aquí para allá. Eso sí, con un norte claro cualquiera que sea la dirección en que sople.
Estamos acá, no porque no tengamos algo más que hacer. Si cada uno, en su trinchera, libra batallas personales y otras ajenas.
Es legítimo preguntar entonces por qué nos podría importar lo que le pase a un pueblo que no se siente chileno, que tiene su propia lengua, su propia bandera y sus propios poetas. Por una sencilla razón, la más humana de todas. Sufren y lloran igual que nosotros. Ríen y aman, quizás mejor que nosotros, tienen un mejor paisaje. Eso ayuda. Y si supimos que están sufriendo, eso basta para movilizarse. Y si lloramos con los que lloran, reiremos, a su tiempo, con los rían.
He aha ta´a me´e ite o Rapa Nui
Ai e mamae mai era – E ko ra me´e he oti´a.
And you, what do you know about Easter Island?
That it´s suffering, and that`s enough
Un libro traducido a dos idiomas con el aliento del viento que nos da perseverancia y longanimidad, es decir, buen ánimo en la adversidad.
Toma de razón es un llamado, un faro permanente, como dijo Virginia Toledo Bell, en su prólogo, la que se entusiasmó con participar y estuvo dispuesta a más, a dar con generosidad.
Una vez más una mujer nos ayuda a nacer, nos permite gritar.
Y agradezco cómo Sabrina Atamu tomó nuestras palabras y permitió que nacieran en su lengua natal.
Y a Gretchen, desde Nashville, Estados Unidos, quien hizo lo suyo para que nuestro alarido cual recién nacido incluso lo escuchara Trump.
¡Benditas mujeres! ¡Coherederas del viento y su soplido!
Ellas que viven el proceso de la vida en carne propia, ellas que viven el proceso constante del cambio. No es de extrañar entonces que lo engendren.
Y no es casualidad que hoy nos acompañen cinco mujeres que nadan contracorriente. Y si mi mano tiene cinco dedos, con ellas cerca he podido alcanzar, en su momento y oportunidad lo que parecía imposible: volver a nacer, una vez más.
Estoy próximo a cumplir 40 años de edad y ya no tengo miedo a nacer de nuevo. No soy el mismo de hace 6 meses, tampoco me interesa serlo y espero no ser el mismo a fin de año, ni el próximo y así hasta el fin de mis tiempos.
Roberto Contreras firmando el poemario
Acepto la realidad, es inevitable no cambiar. Incluso lo que escribo ya no es lo mismo de hace un año. Es que no soy el mismo ni quiero serlo.
En mi tribu todos hemos nacido más de una vez. Llamamos las cosas que no son como si fueran. Creemos en los milagros del aquí y el ahora.
Hace 19 años una entrañable amiga me obsequió el libro Crepusculario, de Neruda; en esa época, yo no leía poesía. Lo llevé a un viaje a Punta Arenas, y aún cuando lo leí rodeándome el frío, encendió una llama intensa, que incluso en mi torpeza he tratado de apagar, sin haber podido. El poema que provocó el incendio se titula Amigo y adviertan por ustedes mismos el calibre de la combustión en estos pocos versos que cito:
Amigo, llévate lo que tú quieras,
penetra tu mirada en los rincones,
y si así lo deseas yo te doy mi alma entera
con sus blancas avenidas y sus canciones.
Amigo —con la tarde haz que se vaya
este inútil y viejo deseo de vencer.
Bebe en mi cántaro si tienes sed.
Amigo,
si tienes hambre come de mi pan.
Es cierto, he conocido mujeres extraordinarias, pero no puedo engañarme, no quiero hacerlo a mi edad, la que hoy me acompaña, la misma que encendió la llama, para mí es suficiente manantial porque me ha ayudado a saciar mi sed y mi hambre, ha cumplido su palabra, verso por verso, ni una coma ni una tilde de más. Si todo cambio y el compromiso con el cambio y la amistad no son un milagro, entonces qué.
Hoy ante esta nube de testigo confieso: dejé de ser incrédulo hace un par de años, hoy creo en los milagros de la real amistad.
Es por esto que hoy convoco a mis hermanos, a los que conocen mis aciertos y fallos, aquellos que aun siendo jueces no me juzgan, sino que me potencian; a Jorge, hijo del hierro; a Tomás, corazón de alfarero; a Luis, descendiente de lobos, pero no lobos traicioneros; a Julián, el almacenero de sueños; a Matías, el soñador concreto; a Alfredo, el de la otra orilla; a Rosa, hija de Esther, y a Patricia, la vara alta, pero que ayuda a saltar y a crecer, todos con posiciones de honor ante la comunidad, todos responsables ante el Sol, para que me ayuden a propagar la zarza que arde en mi interior. No los convoco en la arrogancia de mi nombre, aunque sé quién soy —y que soy lo que no fui y que seré lo que no soy—, hoy los convoco en nombre de otro como hijos del trueno. Hagan lo que tengan que hacer, pero háganlo luego, los necesito para propagar el incendio. No puedo solo, ustedes tampoco.
¡Ábranme la puerta, hoy reclamo mi derecho de golpearla ante la necesidad!
Y aunque soy el más pequeño de mis hermanos, no marcho solo, un ejército invisible me acompaña, dispuesto a dar batalla por las necesidades de otros.
Manténganse encendidos los apasionados y los que están apagados acérquense al fuego, porque alcanza para todos. Apagados por las pérdidas, las caídas, los afanes de esta vida y sus preocupaciones.
Tomar conciencia de un problema, no es suficiente. Se necesita actuar. Y entre tomar conciencia de algo y llevar a cabo la acción, pueden pasar años, los psicólogos lo llaman etapa de contemplación, donde la ambivalencia reina. Voy, pero no voy. Busco, pero no encuentro. En vez de caminar en línea recta, se camina en círculos como atrapados en una isla.
¡Que el viento tenga compasión de nosotros!
Hay una gran diferencia entre el no puedo y el no quiero. Con una se pierde el control, con la otra se mantiene el poder de la elección. Hay una gran diferencia entre no poder vincularnos y no querer vincularnos. Tenemos que ser sinceros si queremos salir del estado de letargo y actuar.
Los poetas Roberto Contreras y Víctor Ilich , autores del poemario
Estamos llenos de expectativas, propias y ajenas. Lo relevante es que nos conozcamos, que seamos honestos el uno con el otro, así podremos crecer juntos. Y esto ocurrirá solo si lo escogemos.
Equilibrio es una palabra fácil de pronunciar y difícil de sostener. Confío en que lo hallaremos.
Nuestra carrera, Roberto, es mucho más ancha que la carrera judicial, ya que busca el bienestar de otros que no conoceremos. Así son los libros, viajeros de fronteras indómitas. Y es mucho más alta que cualquier cargo al cual se pudiere aspirar, porque somos cenizas que arden, mensajeros del cómo gritar.
Sepan esto: que las palabras que he sembrado no han vuelto a mí vacías. Esperen un poco y lo verán. A veces siembro el incendio, otras veces lo riego, pero es el viento el que da el crecimiento.
No vine a presentar un libro más, vine en nombre del viento a provocar un incendio, un incendio en medio del mar. Que aunque quisiera apagar no puedo. Y aunque mi nombre es Víctor Ilich, hoy quisiera llamarme Víctor Atamu, Víctor Teave, Víctor Silva, Víctor García, Víctor López, Víctor Sánchez, Víctor Puelles, Víctor Toledo, ya que prefiero identificarme con la necesidad de otros, quiero que sepan que voluntariamente me expongo ante ustedes, por amor a mis próximos, en la intimidad me llaman hijo del viento y si sopla, voy y vuelvo, voy incluso donde no quiero y, a ratos, vuelo lejos. Qué duda cabe.
Nuestros nombres, Roberto, se pueden olvidar, nuestros libros también, pero la causa que abracemos, esa causa… jamás. Muchas gracias.
Hanga Roa, Isla de Pascua, 18 de agosto
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