El poeta Pablo Otero
Crear en Salamanca se complace en publicar tres poemas del libro “en las entrañas de los locos solo vive Dios por Nathalia Sesma” (Ediciones Vitruvio, Madrid, 2020, pp. 80), de Pablo Otero (Valladolid, 1963), quien tiene publicados los siguientes libros: “Hoy quiero partir en dos mi cielo”; “El verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”; “Cuerpos” y “Zona Bic”, además de este último poemario, que hace el número siete de la colección Treciembre de Poesía, dirigida por Araceli Sagüillo, Carlos Aganzo y José Antonio Valle Alonso. Los otros libros ganadores de las ediciones anteriores son: El silencio de la piedra, de Eduardo Roldan; Interiores, de Manuel González; Testimonio de la desnudez, de Julio González Alonso; Tiempo purgante, de Rafael Ángel García Lozano; Hallazgos de lobo y de mar, de Paquita Dipego: A veces contigo, de Rosa María Martín.
Estos versos forman parte de la sección del libro “Transito de pájaros a la espera”.
Portada del libro publicado por Vitruvio
Como Eneas huí de la ruina que me pertenecía
hacia una batalla inevitable.
Así mi maleta se cuajó de olvidos, y mis pertenencias
sumisas quedaron ante un universo tan distante como
las fragancias de los cítricos salvajes de la
bergamota y el pomelo, asidas a las manos
temblorosas de unos padres muertos en la
plenitud de la existencia.
Así quedó este esqueleto olvidado, así
quedó la sisa pagada y los muertos en espera de
resurrección.
Como Eneas hui en busca de abrigo y encontré paz
en este bosque ancestro que litigia cada noche
conmigo un reposo en proceso.
No huir más.
No cambiar más.
No perecer más.
Ser la misma mujer, la misma hembra con costuras,
el mismo paradigma, la misma temperatura corporal,
el mismo refugio.
Ser, al mismo tiempo, comida y compost.
Ser, al mismo tiempo, ayer y hoy cada mañana.
Miro la noche entre los ramajes,
(Mitre los ramajes oscuros, y la veo a ella,
aún joven, aún salvaje,
y lloro por una melancolía que
ya jamás tendré.
Foto de José Amador Martín
Voy a los días
como durmiente a los sembrados; descalza.
Apenas los terrones hieren,
apenas los maizales ocultan.
Voy a los días oriunda.
Abro la cómoda y me enfundo el primer
corazón deshilachado que encuentro.
Esta mañana vi parir a una cierva,
junto a su placenta quedé en luto hasta bien
anochecido.
Voy a los días huérfana de virtudes.
A las cinco y media empiezan los primeros trinos.
El cervatillo aquel me pide el desayuno.
La madre mira, de lejos,
con ojos azabache, la respuesta
a mis oraciones de niña.
Foto de José Amador Martín
Todo es olvido:
los caminos que dan al arroyo y desempolvan mis
arrugas,
los pastos, amarillos o verdes, que enjuagan mis
lágrimas,
el humo que exhala la ennegrecida chimenea de la
casa,
los caballos libres,
los susurros de los tejos,
el canto del colirrojo.
Todo es olvido donde quiera que vaya,
por más que lo nombre,
que lo impregne con el negro llanto
la desmemoria.
[Contemplo el pasado tan de lejos como llego,
y es olvido pertinaz su presente]
Camino desnuda y doliente,
contemplo las migraciones,
y en ese devenir lento de días sin días, sustento
al árbol viejo que ve desvanecerse, como niebla,
a la mujer que un día fue fuego y alma
de tantas fiestas de disfraces.
Foto de José Amador Martín
Aganzo, Sagüillo y Valle Alonso, miembros del jurado y de la colección Treciembre
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