El poeta Carlos Nejar en la residencia de Estudiantes
Crear en Salamanca tiene el auténtico privilegio de publicar nueve poemas que Alfredo Pérez Alencart ha traducido de Carlos Nejar (Porto Alegre, Brasil, 1939). Nejar es Miembro de Número de la Academia Brasileña de Letras y de la Academia Brasileña de Filosofía, además de prestigioso jurista. Tiene publicados más de cuarenta libros de poesía, muchos de ellos editados en dos volúmenes: Poesia reunida I (Amizade do mundo) y Poesia reunida II (Jovem eternidade). Es Premio Nacional de Poesía Jorge de Lima (1971); Premio Fernando Chinaglia, de la Unión Brasileña de Escritores (1974); Premio Luísa Cláudio de Souza, del PEN Club de Brasil (1977); Premio Érico Veríssimo (1981); Premio de Poesía de la Asociación Paulista de Críticos de Arte (1999) y Premio Machado de Assis, de la Biblioteca Nacional de Brasil (2000), entre otros
Alencart estuvo en días pasados (12 y 13 de octubre), participando en las jornadas que la Residencia de Estudiantes de Madrid, la Embajada de Brasil y la Fundación Hispano Brasileña organizaron en torno a la obra poética de Nejar.
Para Alencart, Nejar es, además de siervo de la Palabra, un poeta del Amor: “No indago./ Indagar es olvidar./ No olvido./ Amor es tierra/donde florezco”. Por ello recomienda que lo lean a quien esto escribe:
Aquí quedan las cosas.
Amar es la más alta constelación.
MANO QUE VUELA
Poesía
no se aprieta
en la mano
como un pájaro enfermo.
Poesía es la mano
que vuela
con el pájaro.
Alfredo Pérez Alencart, Carlos Nejar y Antonio Maura
BIENAVENTURANZAS
Bienaventurados los pájaros,
las nubes, las madrugadas.
Bienaventurados son los pájaros.
Para ellos
todos los días
son todos los días.
Reales, antiguos, tutelares.
Nosotros, infelices,
no sabemos
qué hacer de ellos.
Queremos los días
limpios, ordenados
con sillas.
Felices los pájaros.
El mar es un animal feliz
y las cosas imaginadas
existen ahí.
Bienaventurados son los pájaros:
no piensan en la libertad
porque vuelan en ella
sin edad.
Nosotros, infelices
no sabemos
qué hacer de ella.
A nosotros, el cisco,
la marea baja.
Arriadas velas,
las acciones con ellas,
los pensamientos arriados.
Jamás el ir adelante
hasta donde
la resistencia manda
que se ande,
hasta donde
pierda su dirección
y prosiga
cuando
esté llegando.
¡Bienaventurados los pájaros!
EL CORAZÓN ES UN BARCO
El corazón es un barco,
el corazón es un barco
y la soledad, su casco.
No sé de dónde provengo.
Si procedo de otro hilo
o de algún nuevo comienzo.
Sé que el corazón es un barco
con madera de golondrina.
En él embarco, desembarco,
mareo quillas y crines.
Corazón, caballo-barco,
saltando muros de viento
por el verano de las colinas.
Precarios somos, precarios,
nos abrazamos
en lo que la mano alcanza
y provisorio, el cielo.
Pero el corazón es un barco.
Y nos ahorramos, toleramos,
¿por cuánto tiempo, hermano?
¿Por cuánto miedo?
El corazón es un barco.
El desplome de la muerte.
Lo cierto, voy desaprendiendo
Alencart, Maura, Nejar y Ascención Rivas
NUESTRA PATRIA
Nuestra patria, el tiempo.
Y la pampa cargada, conjurada
para explotar en grupos de sosiego.
La pampa en puro espacio, la tonsura
de peones y bueyes en el pasto
de alguna eternidad.
Nuestra patria:
andar al margen
con el sombrero de las estaciones
y ningún equipaje.
No tenemos edad. Tenemos
hábitos, percances, botas
de calendas engullidas.
Un jibón de semillas
en la palabra.
Nuestra patria
está en el hilo de las golondrinas.
Y el amor, once varas, once
campanadas y cestos de espera.
Un único disparador.
Alfredo Pérez Alencart y Carlos Nejar
DIOS ES TODO ESO
Dios no es la palabra Dios;
es golondrina,
la palabra golondrina.
Hay un pozo
que no cabe
en la palabra pozo.
El amor, en la palabra amor.
Y Dios es todo eso.
El pintor José Carralero, Carlos Nejar y Jacqueline Alencar
EL GALOPAR DEL FUEGO
Amar no es olvidar
el rostro sobre las cenizas.
Pero es recordar el fuego
y lo que él limita.
Y endurecerlo todo,
carbón de encarnada fibra.
El fuego, el fuego, el fuego,
en el potro, que lo ensilla.
E ir quemando como
se va moldeando la arcilla.
Sabemos que el abandono
mantiene las formas fijas.
El fuego, el fuego, el fuego,
sus riendas transidas
con furias y pericias.
El fuego, el fuego, los años
de peñascos y bridas.
El aire en el aire de las viñas,
fulgores, iras, víboras.
De tanto amar y amar
lo que en nosotros quema,
es lo que nos va podando.
Amar es liberar,
liberarse de las cenizas,
hasta quedar el fuego,
y su trote frondoso,
el fuego, el fuego todavía.
CANTATA PARA LAS MANOS LENTAS
Mis manos sobre la piel
anhelante. Brilla la escritura
azul azul de las venas.
Y las manos descienden precisas,
como si fuesen letras
en papiros, grafías
arcaicas, documentos,
que amando, interpretamos
a la luz de viejas lenguas
y vetustos arcanos.
Una ventana, un himno.
La piel más completa
en la inclinada caricia.
Amando, amando, amando.
Cuerpos, gimen cometas,
las vides estelares,
nebulosas. Un repique
de cuerpos, almas, cuerpos.
TIEMPO DEL HOMBRE Y DE DIOS
Quiero el tiempo de Dios, la ruta
para que pueda estar donde Él quiera.
La rueda de Dios en mi rueda
que el rostro mueve y sabe
por dónde rueda. Y no permite
que yo muera, aunque la cuerda
de la muerte esté atada. El mundo
allí se cuelga en la consciencia
de salvarse. Importa lo que
está vivo. El agua muerta queda
detenida y de ella nacen bichos,
como en un higo, desde la costra.
Dios se suelta en nosotros, cuando
en Él soltamos nuestra alma entera.
Como la gota, de cielo en cielo
se suma. A la nada de este tiempo
en que se es hombre delante de
otro en nosotros, que no se hunde
ni con el mordisco de ese
otro que insiste en definirse,
estando muerto. Dios no se
define ni está puesto. Vive y
no se defiende del que es vivo.
Cuando vivir es (des)aparecer
en la ilimitada esencia, en los reductos
desdoblables de Dios. Y ser de la vida
de Él, e ir cambiando todo en nosotros,
sin contención o feria de voluntades.
Cambiar lo tan cambiable de ir
cambiando, es cambiar límpido,
indefenso, hasta que yo sea
sólo reflejo, y Él, espejo.
Así Su peso se asienta
en mí, ligero, con retorno
intenso. Y lo que pienso es de Él,
como trama que se va expandiendo.
Y es de tanta eternidad
que el seso se aquieta, y esta
armadura y el yelmo de criatura
resulta transitorio. Y no resulta disfraz
la prisión gozosa, cobijante y justa,
donde me complazco sin que perezca
el gusto ni el fruto. Entonces el tiempo
se desarregla. No es más llanura
o gente, o descendiente de otro
que fue visto en Jerusalén, tal vez
en Egipto. El tiempo es Dios, esta oscura
creación, descreación de estar en nosotros,
en Su parar que es movimiento.
O por amar con tal amor será que el tiempo
humano se deshace al asomarse puro, y
los eslabones de otros eslabones son perennes,
generando la rotación de las estrellas
y planetas. Aspiro, aspiro a lo que Él quiere
porque redondo es Su grito.
Alfredo Pérez Alencart y Carlos Nejar
Alencart leyendo algunos de los poemas traducidos
Alencart, Maura, Nejar y Rivas
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