06 Marzo 2013 Diario El Telégrafo
La poesía reproduce el estado del hombre en todo su esplendor y, también, en toda su pesadumbre. El susurro y el grito violento se juntan y se separan a la vez. Es la admonición del maleficio y el túnel que nos advierte la llamarada de la esperanza. Las letras se someten a un ejercicio lúdico en donde las ideas son más que simples estratagemas.
La poesía es vértigo y meditación, raíz y horizonte, huella y hondonada. Es la perturbación de la inercia, el incontrolable atajo al infierno. Es la embriaguez de los sentidos en medio de la incertidumbre que estimula la noche. Es el fulminante estallido de la locura en las horas inciertas. Es la prolongación de la desdicha y el acto dramático de la verdad.
No es dicha (Ediciones El Tábano, 2012) se denomina el poemario de Juan Secaira, en cuyo prólogo Carlos Luis Ortiz considera que “El poeta escribe desde una trinchera donde puede sentirse protegido. Los recuerdos con sus ecos son irrevocables para el movimiento de las letras. La vida puede volverse estática, pero jamás los pensamientos sobre esta, menos aún las estrategias para seguir viviendo”.
En tal sentido, el poeta es un estratega que supera el naufragio y los días insondables. Su tarea supera la rutina, aunque se vale de ella para profesar la exaltación lírica. Es el prodigio de la belleza sintetizado en la edificación metafórica.
Secaira transmite sus soledades y artificios, a partir de la evocación de la infancia, del núcleo familiar, de los amigos esporádicos, de la juerga y las madrugadas incontables. Se introduce en la atmósfera pictórica de Luigi Stornaiolo, en la rumba noctámbula, en el jolgorio que genera el rey de los deportes, en la piel femenina contorneándose en lugares espumosos, en las enfermedades del alma, en los extramuros de una ciudad desolada y fría.
Es la memoria propia y de los otros, la que se encandila en la propuesta compendiada en No es dicha. Poemario trabajado con la epidermis del pasado y, el recurrente estímulo del presente vital y determinante. El autor confiesa: “Soy un hombre de mundo/ el último y más hormigueante rincón de esta casa/ me lo conozco de memoria”. Esa casa que habla de recuerdos, aventuras y pesares.
Es la búsqueda de los rincones y escondites en donde se refugia el poeta mientras cae la lluvia. Una manera fehaciente de encontrar la autenticidad literaria. Como señala Ortiz: “No es dicha, un libro necesario de leer para percatarnos del horror de lo cotidiano y de sus bondades, a veces esquivas; un poemario que da cuenta de la finitud del ser humano”.
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