Crear en Salamanca publica en primicia el texto que, sobre la antología ‘Una sola carne’ (Ediciones Diputación de Salamanca, 2017, pp. 184), leyera Carmen Ruiz Barrionuevo en la Feria del Libro de Salamanca. La prestigiosa Catedrática de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Salamanca realiza un amplio análisis de esta obra del poeta peruano-salmantino, llamada a convertirse en texto de referencia sobre la poesía amorosa publicada en lo que va del siglo XXI.
Reportaje fotográfico de José Amador Martín
Alfredo Pérez Alencart con su antología
UNA SOLA CARNE, DE ALFREDO PÉREZ ALENCART
Los destacados precedentes con que cuenta la poesía amorosa en nuestra lengua hacen que sea siempre difícil insertar otro título en el decurso de esta temática. Ahora, después de bastantes años y muchos libros publicados, Alfredo Pérez Alencart ve salir esta antología que reúne su poesía amorosa dispersa en los diferentes libros que ha publicado. Si bien ya desde su primer libro, La voluntad enhechizada (2001), pude percibir en su poesía el carácter celebratorio y entusiasta frente a las cosas y dones del mundo, de nuevo este libro podemos valorarlo como una vehemente y apasionada celebración del amor en cuanto reúne a dos seres y alienta el destino de la pareja humana en compañía. La antología cuenta de nuevo con la acertada colaboración de Miguel Elías tanto en la portada, con un Homenaje a Durero, “Estaban desnudos y no se avergonzaban”, como en las portadillas interiores de los apartados, algo que no hace más que incrementar la buena presentación del libro y lo agradable de la lectura. Hasta ahora estoy hablando del libro respecto a su presentación, pues los poemas y el contenido son obra de Alfredo Pérez Alencart, sin embargo no se trata de un libro más del autor, ni tampoco de un libro de su única autoría, sino al contrario, presenta alguna singularidad, porque de hecho se trata de poesía no seleccionada por el propio poeta, sino elegida por la antóloga, Carmen Bulzan, profesora y poeta rumana que prepara también la traducción al rumano de estos versos, que aparecerá en Bucarest.
Aparte de justificar su elección, la antóloga reconoce que quedó “sorprendida al descubrir su enfoque especial sobre el amor carnal espiritualizado, o el amor espiritual encarnado [en la obra del poeta]. El espíritu y la materia, lo sacro y lo profano, mano a mano. Él y ella, animus y anima… una sola carne” (7). La propia compiladora nos explica que eligió poemas de todos sus libros desde La voluntad enhechizada de 2001, pasando por Madre Selva (2002), hasta los últimos, Los éxodos, los exilios (2015) y El pie en el estribo de 2016, aparte de incluir otros poemas publicados en otros medios como revistas o antologías que previamente habían aparecido en otros países. Dato importante que se debe destacar es que indica que los inéditos son más de la mitad de los textos que integran la selección, algunos escritos en 1996. En este caso conseguidos gracias a la colaboración del autor que ha estado muy interesado en la aparición de este libro.
La misma Bulzan da a conocer en este breve prólogo que es un libro en el que la intervención del autor ha sido decisiva, ya que Pérez Alencart ha colaborado ampliamente y no solo porque ha proporcionado materiales inéditos sino porque ha sugerido el título, Una sola carne. Por eso ha atendido a ciertas preferencias suyas como no hacer constar la procedencia de los poemas de los libros correspondientes, así como ha dejado en manos del poeta la elección de las citas correspondientes a las cuatro secciones del libro y también ha redactado el colofón, extraído del primer Libro de los Corintios 13:4-8: “El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser…” Aquí termina el colofón, pero hay una frase que queda fuera por decisión del autor: “pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará”. Es decir que el texto bíblico hace alusión a la enorme potencia del amor frente a otras grandes facultades humanas; entonces, solo el amor supera el espacio y el tiempo.
Alencart dedicando Una sola carne
Pero volvamos al planteamiento de la ordenación de los textos que justifica la antóloga. Ella misma confiesa en el texto inicial que el orden de los diferentes textos sigue una forma libre con lo que no se ajusta a ninguna senda cronológica, y ni siquiera temática, pues solo están organizados de manera que produzcan por sí mismos y de forma aislada el disfrute del lector. Es muy evidente que ello limita el comentario que podemos hacer de los poemas, ya que al no estar fechados es imposible observar la evolución en el tiempo y nos obliga a una única valoración temática y de lectores del libro que se pone en nuestras manos. Es posible que tal disposición sea preferible para muchos lectores.
Merece la pena describir el libro. Una sola carne está presidido por un “Poema inicial” que marca bien su carácter global de cuanto vamos a leer en adelante, por un lado el tema amoroso compartido, la duración de lo temporal que delinea el paso de los años con esa misma pasión, la exaltación amorosa en el goce de lo carnal y de lo espiritual. Todo ello se manifiesta en el poema con numerosas exclamaciones que explican ese sentimiento hondo, y también en el disfrute de la prolongación de ese amor en el hijo. El poema se titulaba en su versión primigenia “Esposa de mi atardecer”, pero han querido poeta y antóloga que sea algo así como el emblema y sentido general de cuanto vamos a leer hasta ahora. Los temas aquí están condensados en los versos, la pasión amorosa corporal, la pervivencia en el tiempo, la fidelidad, el amor para llegar a la experiencia espiritual trascendida, la miel y la hiel de la vida, la sangre ampliada en la realización amorosa del hijo, “El hijo, sí, derivado de sangres / que por triple frontera se mezclaron”, añadiendo a este verso el símbolo de la Luz con mayúscula que convida y llena el sentido de la vida.
A partir de ahora el poemario está dividido en cuatro partes, la primera, “Amoris causa” es la más extensa pues consta de más de 50 poemas, la segunda, “Justamente así” consta de 23 poemas, la tercera “Mujer de la mañana” compila 19 poemas, y la cuarta “Esquirlas” solo tres poemas pero numerosos aforismos y reflexiones.
Es interesante seguir en la lectura el orden de cada una de estas partes y asimismo fijarse en los epígrafes elegidos, que como objets trouvés plantean y profundizan en los poemas que vienen a continuación. La parte primera se introduce con dos epígrafes significativos, uno que es autoría suya, “Hasta aquí / llegó nuestra carabela / y aquí, entre/ Lazarillos y Celestinas, / echamos mano del amor”. Es evidente que en ese itinerario de la vida que es siempre viaje, según esa definición espiritual del homo viator, y quizá en este caso más, porque ambos esposos vienen de más allá del mar, atravesando el océano, y ese amor correspondido ha desembocado en un lugar en el que se ha realizado, que es Salamanca, una ciudad a la que Pérez Alencart ha dedicado numerosos poemas y también su primer libro, La voluntad enhechizada. El otro epígrafe que abre el apartado es fundamental también porque hace referencia a cómo se entiende ese amor y a las creencias religiosas profundas que el poeta tiene. Procede de los Proverbios 5, 18-19: “disfruta con la esposa de tu juventud, cierva querida, gacela encantadora: que sus pechos te embriaguen cada día y su amor te cautive sin cesar”.
Por eso, por la fundamental lectura bíblica que realiza el poeta, los poemas recogidos en esta antología están signados por fragmentos muy concretos de la Biblia, cuyos versículos han sido muy meditados. Haremos alusión a otros epígrafes más adelante. Una serie de poemas se suceden en el apartado, el primero ya es significativo, se titula “Gacela mía”, un poema que recoge uno de los sustantivos que aparecen en el epígrafe de los Proverbios. Es un poema distribuido en dos partes que va del gozo amoroso a la resurrección y al alcance místico de lo celestial, por eso supone una recuperación intertextual del Cantar de los Cantares, que no en vano se considera el mejor poema amoroso que existe.
La carnalidad es generosa en casi todas las imágenes pues, como va a quedar muy claro, el amor no es solo espiritual, sino cumplimiento físico, así se habla de la sexualidad “que deja navegar nuestros cuerpos / amándose / en ardua pertenencia” (15), y más adelante, “cosa real / de un gran oficio: Amar sin refreno /el fogoso cuerpo / empecinado en el remolino” (15). Es este un poema que declara ya una intención, un poema en el que resalta la belleza de las partes del cuerpo realizadas en el amor. En la segunda parte del mismo poema la referencia al texto bíblico aludido se afianza con citas resaltadas que alcanzan una mayor referencia mística (17-18): “como cedro ardiendo / en sitio fragante donde el espíritu / se derrama / hasta clarear lo oscuro” (17). La antóloga ha hecho bien al situar este poema en el comienzo pues marca la línea esencial de este apartado, ese “Amoris causa”, que no oculta la calidad de esa relación. Se suceden poemas que son también un canto a la posesión carnal en la misma línea de prolongación de la vida como “Creación” (19), o “Eva” (21). También “En nadie que no seas tú”, donde la amenaza temporal se sustancia en la unión espiritual: “moldeando nuestra carne / hasta que alguna vez se torne / una sola alma” (23).
Julián Barrera y Alfredo Pérez Alencart
Como ya he señalado, no hay referencias temporales a la composición de los poemas y por tanto es imposible saber la evolución planteada en esta concepción del amor, tan solo se puede hacer una lectura valorativa y temática de las imágenes desarrolladas en los mismos textos. En idéntica línea religiosa de exaltación del amor y el cuerpo, que sigue la línea misticista que procede del bíblico Salomón, está el “Cántico de los cuerpos” (“Oh vaivén de los cuerpos deslumbrados / por llamas guiadoras prolijas en trances, / ¡entrega paraísos a la Amada y cometas / al Amado cuyo júbilo no tiene límites” (25). También hay poemas en los que el tema amoroso se desliga de la espiritualidad misticista y aborda el tema amoroso en su exenta disposición como cuando en “Privilegios del confuso” plantea: “A veces confundo la cintura con tus sentidos / que velan mis armas en apogeo, y saco / brillo a la envolvente noche de los cuerpos” (27); en la misma línea “Encantamiento” (28). Un tono bíblico evidente, que como ya he señalado, satisface mucho al poeta, tiene “Amada”, en el que se hace alusión al trayecto de la vida con imágenes tomadas del pueblo de Israel, con términos como éxodo, maná, caravana (40).
Se aprecia también en algún poema el proceso del amor en el tiempo y el canto al objeto amoroso, como en “Mujer de los ojos extremos” donde se visualiza el hallazgo de ese medio para situarse en el decurso creativo del mundo, así como se plantea el apoyo en la compañera: “Yo te necesito, mujer de seda y acero: necesito tus ojos / extremos para crucificarme tan de continuo” (29). En él se fortalece la llamada a la amada, a su necesaria colaboración en la vida. Ternura y apoyo solicita ese sujeto poético en ese objeto amado. “Perla” (35) y “Devoción” (37) son ejemplos de canto y solicitud al ser amado (35). Como lo es también “Avisora, fermosa mía” en la que asoman de nuevo las referencias evangélicas, “Te amo para que no se borre el Reino. ¡Avisora la levadura / de los anhelos, mujer mía tan parecida a la de Magdala!” (52). En cambio la comprensión de lo corporal se acentúa en “Patria” donde asevera, planteando la exclusividad del amor, que ha llegado a comprender que “mi patria verdadera / la encuentro / en el mapa de tu cuerpo” y añade que “No hay más patria / que tu entrega / ni hay más mundo que este amor” (41).
Vale la pena apuntar que las imágenes que emplea en sus poemas amorosos son, siguiendo la misma línea bíblica, los elementos naturales, del reino vegetal y del reino animal, los ríos, los olivos, panales de miel, por ejemplo, en el último poema citado.
El proceso del amor aparece en “Fe de vida” (43), pero me parece más significativa la exaltación amorosa inserta en “¿Locura?”, muy bien expresa con signos admirativos y de interrogación (31). Se observa que los poemas gravitan siempre en la misma dirección que va del sujeto poético a ese objeto amoroso en el que encuentra la felicidad y el milagro del amor duradero. En realidad hay una escasa contemplación de ese objeto, sino en tanto en cuanto el sujeto se apoya en esa vida compartida, una excepción puede ser el titulado “Silueta del amor” (64), poema de exaltación de los valores de la amada.
En la trayectoria de la vida y del amor también caben las dudas, los naufragios y momentos difíciles como bien expresa “Deseos” (34), así como deja constancia de la cotidianidad amorosa en “A diario el amor” (36) y en el largo poema “El deseo bajo el sol” en el que una serie de imágenes de sus tres movimientos contemplan los sorprendentes sucesos de la vida, los milagros cotidianos, el goce de los sentidos, la comunión con otra alma, los abrazos del deseo y al final la celebración de la existencia.
Es esta poesía amorosa de Pérez Alencart solo de amor, es decir no contempla la posibilidad del desamor, el amor es normalmente correspondido y solo visualiza los momentos felices, sin aludir a los contratiempos de la vida. Ello se debe tal vez a su impulso y entraña religiosa, es así que en un título como “Gratitud” expresa el entusiasmo amoroso que mezcla lo religioso, en cuanto agradece a Dios todos los dones recibidos, y también a la compañera que le ha tocado en este mundo, un poema que puede servir de ejemplo de la dirección que emprende en relación con el amor: “Gracias, Señor, / por todo lo vivido / dentro de ellas / (selva, mujer). // Que el porvenir las conserve / para mí” (66). Otros matices se pueden encontrar en estos poemas como el humor; alguno trasciende en el poema corto “Poder” donde insta a la amada que lo enrede y lo entienda como una ofrenda (72), algo parecido sucede en “El hombre tucán”: “Llegará el día / en que me vuelva tucán / y pueda llevar en el pico / a mi compañera / de vida” (78).
El apartado se desenvuelve en la forma que hemos indicado, sin embargo hay poemas más explícitos de la relación carnal, del acto amoroso en sí, como “Noche tatuada” (54), pero lo habitual resulta ser la espiritualización del mismo acto como es el caso de “Mordisco para una resurrección” (55). En cambio en “El pie en el estribo”, dentro del homenaje a Cervantes, es un poema amoroso que emula ciertos procedimientos de la poesía del amor cortés, sin olvidar alusiones que exceden esa poesía con indicios de una poesía más comprometida: “-señora de las bienaventuranzas yo no quiero perderla / este día que mis pupilas traquetean por los raíles / Yo solo pídole que me acompañe en mis causas perdidas” (58).
De este modo la relación amorosa establecida se ha definido y planteado en esta primera parte. La segunda, que se titula “Justamente así”, refuerza esa relación en un plano más directo y carnal, en realidad la contempla de nuevo y la define de forma más breve y sintética. Digamos otra vez que presenta dos epígrafes, uno del Génesis: “Y estaban ambos desnudos, Adán y su mujer, y no se avergonzaban” y tres versos del propio poeta que incide en el gozo del amor: “Cumplo con gozo / esta ley del Amor que de nuevo / me bautiza”.
Frente a la parte precedente que recogía poemas largos en su mayoría, ahora son 23 poemas cortos o cortísimos con tendencia al haiku. Son poemas de tono sentencioso en los que se transmite una idea breve acerca del amor como en “Resistencia” (“Porque el hombre resiste / y se hace fuerte / en el Amor”, 87) u otros poemas como “Sucede así” (99), “Labor” (103) y “Misterio” (107). Pero hay varios otros que siguen parecida tónica, la experiencia de “Estaba escrito”, “Cada noche el vuelo” (90), “Juramento” (92); el goce del cuerpo se planea en “Ese cuerpo con el mío” (96) a base de imágenes que son chispazos que traslucen en muchos casos experiencias íntimas. Cito otros títulos similares: “Conocerte” (97) o “Sin adornos” (98), también “Bendición” (105). Acabo la referencia a esta parte citando completo el poema “Comparecencia”:
Compareces para elogiar
lo que se tiene y se disfruta.
Y te atienes a los espacios cálidos,
al surco constelado del amor (106)
La parte tercera se titula “Mujer de la mañana” en la que se incluyen 19 poemas precedidos de dos epígrafes, el primero del Eclesiastés 9: 9, “Goza de la vida con la mujer que amas”, cuya frase continúa en el texto bíblico: “Goza de la vida con la mujer que amas, todos los días de la vida de tu vanidad que te son dados debajo del sol”. El texto de su autoría se inserta bien en el conjunto: “Vieja y nueva / alianza con el cuerpo / que festeja mi / llegada”. Vuelve a entronizar el acto amoroso con gran fuerza, pero en este caso más enmarcado en la cotidianidad, en el entorno en que vive. Es claro el sentido del poema inicial, “Mujer de la mañana”, que hace referencia al despertar, al goce de los últimos minutos de la noche y la salida en busca del sustento cotidiano: “Me fuiste enviada para evadir el naufragio cotidiano / y por ello te soplo un beso ingenuo / mientras salgo en busca del jornal” (115).
A. P. Alencart y Jacqueline, su ‘musa exclusiva’
Se advierte que esta parte está muy centrada en el sujeto poético masculino, pues la amada aparece siempre en función de ese yo que habla y que ama. No hay una presencia real salvo la que explicita el sujeto que habla y dirige la escritura. Se parte siempre de un indiscutible amor correspondido puesto que se acepta la perfección en la relación amorosa, como la que transmiten los textos bíblicos. El amor y la pasión de esa pareja amorosa se realiza en el entorno de la casa, en Tejares, como resulta claro en el poema titulado “Nocturno en Tejares” (116), y también en Salamanca, donde ambos cuerpos y almas se desplazan, un ejemplo es “Desde este ahora y al color del Patio Chico” (120). Continúa en este apartado una exaltación de la amada, bien realizada en un poema como “Eres mi Corina”, en el que se atrae el parangón con el poemario Amores de Ovidio.
El poeta se presenta como poseedor de una única fuerza, la de su capacidad de hacer versos, aunque la considera extensiva a la amada como el más alto don: “Pero poesía es tu virtud, tu memoria, tu paciencia…/ Pero poesía es tu cuerpo, la muestra mayúscula / donde el mundo tiembla si mis dedos rozan piel canela” (118). Por tanto también es este un poema que presenta esta costumbre del amor realizado en continuidad y correspondencia. La cotidianidad aparece también en “Apetencias” (122), y la permanencia en el tiempo se busca a través de la felicidad compartida como se dice en los últimos versos de “Hebras de felicidad”: “Más adelante y aunque ya no estemos, / allí volveremos a florecer, cuando / se rocen los continentes” (123). Hay un matiz interesante en este tercer apartado pues el amor no se encastilla en sí mismo sino que sale en busca de otras experiencias, sobre todo la religiosa inserta en la vida cotidiana como bien lo dice el poema “Altura de amor”: “Yo la amo con su Jesús de la revolucionaria entrega, / con su Jesús que también está dentro de mi sangre, / creciendo en toda mi alegría” (119).
En este panorama de felicidad correspondida aparece levemente la discordancia, así lo manifiesta “Mientras tu voz aliente” en el que asoma ese gesto en el comienzo: “Me dices que tu amor está como alejándose / y quedo preocupado, pues solo / verdades nacen de tus labios” (126), en cuyos versos quizá tengamos un único testimonio que plantea esa disidencia entre los amantes. Otro poema interesante es “Madurez” (127) que hace referencia al amor con el paso de los años, con la variación de las costumbres amorosas, sería interesante ver en este sentido la evolución de su poesía amorosa, pero como el poema no está situado temporalmente no puede saberse más acerca de él. También y adoptando la misma temática, el largo poema “Son neto para la mujer amada” expresa todo ese tránsito desde el comienzo del amor hasta la madurez en la que se usa la imagen de un río caudaloso que nace de las mismas presencias. Se deduce que el amor marca vidas, tránsitos, cuerpos, pero se realiza también por el lenguaje tanto como en la entrega física, en la mirada que alimenta todas las miradas, y en la exploración del mundo a través de los cuerpos.
En este tercer apartado aparece un poema que creemos significativo, “José de Alencar besa a Iracema entre los árboles de Olinda” pues no solo hace alusión al autor brasileño y su novela Iracema (1865), sino que entre los antecesores familiares del poeta hay un Alencar que procede de Brasil, como bien se indica al final del poema: “A François Silvestre de Alencar, mi primo en Río Grande do Norte” (135):
Los veo entre los árboles de Olinda,
declarándose amor con la danza fervorosa de sus labios-
En Olinda sucede esta ofrenda,
esta noticia inefable que ahora ellos graban
sobre la corteza de un inmenso árbol.
Sucede el amor
como sucede la leyenda,
Casi soñando (135).
Esta parte tercera se cierra con dos poemas de homenaje a la propia esposa, el primero “Amada seas”, un poema en el que se percibe el amor de madurez (“Y como al principio, / hoy no tengo más brújula que tu cuerpo” 136), un poema crepuscular que incluso contiene la aceptación de la muerte, y el segundo poema que descubre e identifica a esa amada pronunciando su nombre, “He de nombrarte, Jacqueline” (138), que adopta una estructura en forma de letanía para cantar los bienes y bondades de la amada.
Cierra el libro la parte más disímil “Esquirlas” que de nuevo abren los epígrafes del propio autor “El buen amor es una capilla / donde se congregan / los amparados por la felicidad” y del Cantar de los Cantares 2:4, “Me llevó a la casa del banquete, y su bandera sobre mí fue el amor” (143). En este caso los textos compilados no son poemas exactamente, sino aforismos, dichos, chispazos líricos surgidos de la reflexión y del amor. Son más o menos unos 150 aforismos. La reflexión que abre la enumeración de los textos, “Ciudad de dichas. Aquí tomé esposa para siempre” cumple reforzando algo así como el homenaje a la ciudad que los acogió y donde se realizó el amor.
Creo que es imposible dar una idea de esos textos, por ello voy a referirme a algunos de ellos, hay pensamientos acerca del amor, acerca de la amada, en algunos de los cuales remite a una de las fuentes de su poesía amorosa, que es el Cantar de los cantares, pero no se busca la reproducción literal sino que ronda la idea que subyace en ese canto al amor, así “La ley civil no puede –ni debe—garantizarme tu amor” (144); “Siempre quedan vestigios allí donde se levantó un altar para el amor” (146); “El tiempo de Amar precede al tiempo de hablar” (147); aparecen también reflexiones sobre la sexualidad, sobre la pervivencia del amor en el tiempo como “Medicinas para el alma son los Salmos. El cuerpo necesita del Cantar de los Cantares” (150). “Por tenerte, Amada, oigo arpas jubilosas, flautas de gozo, címbalos acompañando un dulce Cantar. Moradora de las orillas del Tormes, guarda mi intimidad hasta el último suspiro” (152). Como vemos todos estos pensamientos reproducen de forma condensada y acertada las ideas expresadas previamente.
Se pueden citar otros pensamientos: “A fuerza de sentir, lo amado no atardece. A fuerza de pensar no se entiende el por qué todo se cierra cuando más se necesita. Que no haya naufragio de mendigos ni nadie pulverice sus cráneos con la culpa que a otros les sobra” (156). O cuando confiesa en esta sentencia: “El Cantar de los Cantares se hizo parte de mi respiración” (157). También y cito varios a continuación: “Lo eres todo en este compartir presente. Llenaste mi soledad desde el pasado y ahora te toca explorar la robustez de mi querencia. Despertaré junto a ti” (162). “Alcanzar el Cielo por tu Cuerpo. Y girar allí, con el Dios atento” (163). “Giras. Vuelves. Bajas del aire. Te demoras en el Tiempo. Creas cierta carne verbal con la que cada vez recomienza la vida” (168). “Quiebro el reloj para demorarme en ti” (172). “Así traduzco dos versos de António Salvado, notable poeta lusitano: ‘Una palabra sale a buscar amor / en la extensa plaza de la ternura” (174). “Eres la electa que lo reinventa todo. Por ello te sigo” (174). “En tus ojos reconozco mis pensamientos” (176)
El poema final que fue musicalizado por el chileno Héctor Titín Molina, resume bien el destino de estos versos, es “La mujer del poeta”, que cambia su título para colocarse aquí como especie de colofón del libro con el título de “Poema final” (179). Es evidente que tanto el poema inicial como el final clausuran en el mismo círculo idéntico objetivo.
La catedrática Carmen Ruiz Barrionuevo, en el acto
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