Retrato de Lilliam Moro realizado por Miguel Elías
Lilliam Moro (La Habana, 1946). Estudió Letras y Artes en la Universidad de La Habana. Poeta, narradora y especialista en edición y corrección de textos para varias editoriales (Alianza, Verbum, Gredos RBA, Castalia o Colibrí). Ha ofrecido conferencias en la Universidad Complutense y en la Universidad de Sevilla. Sus libros de poesía son: La cara de la guerra (1972), Poemas del 42 (1988) y Cuaderno de La Habana (2005). En 1965, y por su cuaderno El extranjero, obtuvo en La Habana el Premio Universitario de Poesía. Su novela En la boca del lobo (2004) fue Premio de Novela Corta “Villanueva del Pardillo” en Madrid. Actualmente reside en Madrid. Ella leyó sus versos en Salamanca, durante el XII Encuentro de Poetas Iberoamericanos, celebrado en octubre de 2009 en el salón de Recepciones del Ayuntamiento de Salamanca.
Ávila Amurallada. Ilustración de Miguel Elías.
Llegue a Ávila como única alternativa, una transición hacia lo que creía un destino mejor. No pensé quedarme más de tres meses, pero viví siete años en la ciudad más alta de España, donde los vientos fríos invaden la vida cotidiana y el corazón.
Allí conocí el cielo y el infierno, la luz y las tinieblas, la soledad bien llevada pero árida como su clima. Allí conocí el verdadero significado de la “buena voluntad”, esa amable disposición del prójimo hacia uno, sin aspavientos, sin expectativas, simplemente como una obligación que no pesa porque es algo natural que han heredado.
Gente de fe sin beatería, que vive su religión sin sentir vergüenza de mostrarla; pueblo apolítico pero colocado en una derecha sin extremismos, porque ser de derechas es lo normal, como ser católico: es una cuestión de coherencia.
Recuerdo que cuando llegaba al Grande, paso obligado en muchas gestiones cotidianas, sentía el mismo estremecimiento de la primera vez al ver, desde la explanada, la entrada a la muralla, el escalofrío que se siente al estar como frente a la grandiosidad del Más Allá. Allí, envuelta en el gélido y permanente aire frío de la ciudad, me parecía que estaba envuelta por la energía misteriosa de Dios.
Como ya he dicho en otras ocasiones, en Ávila encontré al mejor veterinario, a la mejor peluquera, panadera, camarero, psiquiatra, dentista, casero, vecinos y amistades.
Dicen que los recuerdos se almacenan en la memoria, y que ésta se localiza en la mente. No lo creo: pienso que reside en el corazón, porque no hay recuerdos exentos de emoción.
Y aquí, en mi corazón, siento una pasión por Ávila, como si ella fuera mi verdadera patria, porque yo soy de muchos sitios y de ninguno, excepto de esa ciudad gélida donde se manifiesta la Eternidad.
(*) La pintura de Ávila es del pintor Miguel Elías, profesor de la Universidad de Salamanca.
junio 23, 2013
Hace un año que vivo en Ávila, donde he llegado de la mano de Ángeles (la mio Xelina)y comparto parte de lo que ha dicho, que sintió el tiempo que estuvo viviendo en la ciudad. Es demasiado pronto para que yo pueda decir una opinión que no se base en la espontaneidad. Solo cuando haya transcurrido un tiempo prudencial podré expresar de verdad los sentimientos que La Ciudad me trasmita.
«Perderse» dentro de su muralla, ver desde sus torreones o almenas la ciudad e imaginarse el medievo es una experiencia -que con mucha imaginación – nadie debería perderse. Realmente parece estar uno cerca del cielo.
Ávila es una ciudad de cielos azules y nubes blancas, una ciudad de luz que acoge a los foráneos sin prisas ni carreras cuando tienes una pregunta. Una ciudad que deja pasar al tiempo como si este no tuviese nada que ver con Ella.