UN FRAGMENTO DE LA NOVELA ‘LA HORA DEL SOSIEGO’, DE LA BEJARANA YOLANDA IZARD

 

Yolanda Izard

 

Crear en Salamanca se complace en difundir un fragmento de la novela de Yolanda Izard (Béjar, Salamanca, 1959), licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca, y con estudios de Bellas Artes y un posgrado en ELE, ha publicado las novelas, La mirada atenta, Premio Carolina Coronado y Paisajes para evitar la noche, Premio Cáceres, tres libros de poemas, una Selección de Poemas de la Transición y numerosos relatos premiados. Es colaboradora habitual de los culturales de El Norte de Castilla, La sombra del ciprés, y de Revista de Letras de La Vanguardia, y de las digitales Granite&Rainbow y Subverso.  En 2013 recibió el Premio de Poesía Andrés Quintanilla y en la actualidad es correctora de estilo, imparte clases de ELE (Español para Extranjeros) en la Universidad Europea Miguel de Cervantes y dirige e imparte un Taller de Escritura Creativa de creación propia en Valladolid. Con “Lumbre y ceniza” (Devenir, 2019), obtuvo el premio internacional de poesía Miguel Hernández-Comunidad Valenciana 2019, concedido por la Fundación Miguel Hernández de Orihuela (Alicante).

 

 

 

ESTA NOVELA SE PRESENTARÁ ESTE MARTES,

EN LA CASA DE LAS CONCHAS

 

Atrapada por los recuerdos de una infancia atormentada y una vida solitaria que ha dejado de tener sentido, Berta, una editora de mediana edad, decide adquirir una isla en el Pacífico para aislarse por un tiempo del mundo. Sin embargo, el barco que debía recogerla jamás regresará en su busca y se ve obligada a sobrevivir sola en un medio cada vez más hostil y a reconstruirse mediante una escritura que fluctúa entre la imaginación consoladora, la incertidumbre ante su destino, los cometidos prácticos de su día a día y la memoria como búsqueda de la verdad y la redención.

 

Este inolvidable diario personal da un contundente hachazo a nuestro helado interior, como quería Kafka, y nos enfrenta a nuestros propios abismos con una prosa hermosa y sugerente. A través de sus palabras, el lector se sumergirá en la fortaleza de esta mujer que afronta con valentía la soledad y el miedo, los huracanes, el despojamiento material y la enfermedad y la cercanía de la muerte; pero que también halla la belleza del mundo en la comunión con la naturaleza, en la ternura hacia su perrita y en la fuerza de la imaginación, que permite construir un mundo habitable y conjurar la desdicha y la intemperie.

 

 

CUARENTA Y CUATRO

 

Hace tiempo que no escribo en este cuaderno que se está volviendo parte de la isla, que admite ya serpientes y mosquitos, loros y cormoranes, ballenas y cocoteros, hibiscos y buganvillas. Hago apuntes de naturalista torpe, una palabra, una línea, el perfil de un insecto que ha pasado volando a dos centímetros de la página. También le permito a mi mano derecha explayarse para que ahonde en las heridas invisibles. Ahora me siento en armonía con todo. Mi propio cuerpo, curtido por el trabajo y un mayor cuidado en la alimentación, ha ganado sobriedad, cierta armonía. Ya sé que no debo descuidarme. Ya sé que el trabajo de vivir empieza en el primer minuto de la mañana y no acaba sino en la rendición absoluta del sueño. También sé que detenerse a contemplar es una exigencia de la supervivencia espiritual y que reclama un esfuerzo que remitirá con la costumbre. Y además sé que cerrar los ojos en la playa, bajo el sol, rodeada del sonido del mar y del canto de los seres vivos, nutren la conciencia y la compasión.

 

Hoy quiero escribir precisamente de eso, de la compasión. He pensado mucho en ello últimamente. Siento que he llegado a una sensibilidad especialmente afinada y refinada: recojo los pajarillos que han caído del nido y los devuelvo a su hogar, intento no matar nada que no necesite y adopto la postura del protector que cuida donde pisa y tiene en cuenta el daño involuntario que pueda ocasionar. Me asomo al interior de las cosas para saber cómo respiran y comprenderlas. Porque mirar es despertar su vida secreta, vuelco mi mirada en todo. Quizá pueda llegar a la muerte sin demasiada culpa: no quedará casi ningún rastro de mi paso por esta pequeñísima parcela del mundo, que me sobrevivirá como si no me hubiera jamás alojado. Y eso, ahora lo sé, es lo mejor que puede decirse de alguien. Esto es la compasión. Y la gratitud. Bien, esto es todo lo que quería escribir hoy.

 

De la novela La hora del sosiego

Yolanda Izard

Ed. Renacimiento. Espuela de plata, 2021

 

 

 

 

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