TRES POETAS CON EUNICE ODIO: MARTÍN COBANO, SANCHO Y GENTILE. XXII ENCUENTRO DE POETAS IBEROAMERICANOS

 

 

Retrato de Eunice Odio (fragmento), de Miguel Elías

 

 

Crear en Salamanca tiene el privilegio de publicar tres poemas inéditos, escritos por el español Juan Carlos Martín Cobano, la costarricense Monthia Sancho y la argentina Ángela Gentile, para la antología dedicada a celebrar el centenario de Eunice Odio, la magnífica poeta costarricense-guatemalteca-mexicana. Dicha antología está cargo del poeta y profesor de la Universidad de Salamanca A. P. Alencart, también director del XXII Encuentro de Poetas Iberoamericanos que se celebrará el mes de octubre en Salamanca.

 

 

 

JUAN CARLOS MARTÍN

(España)

 

 

 

Juan Carlos Martín, en el teatro Liceo. (Foto: José Amador Martín)

 

 

 

 

Se vació el Amado,
se despojó de coronas, de mitras
y altares,
para conocer tan solo la zarza
y el lino de la suerte ensangrentada.

Cazadnos las zorras pequeñas, decía, las que amenazan

la flor de nuestro vino,
y yo me perdía en la sofisticación de los vallados,
obseso por las alambradas de afuera.
Las vulpes de papel y metal
campaban mientras tanto a su antojo,
con gangas de almohadas e hipotecas.

Dale que dale el necio con las cercas
mientras se avinagra el vino en la mesa.
Un reducto mullidito, una cajita acolchada,
y una jaula para el Amado,
por aquello de las raposas.

Dale que dale con las alimañas,
negociaba corral adentro,
compraba briznas de hierba a cuenta de ciudades y arboledas,
mientras se avinagraba el vino en la mesa.

Se vació el Amado,
se despojó de coronas, de mitras
y altares,
para conocer tan solo la zarza
y el lino de la suerte ensangrentada.
Llamó a mi puerta y temblé;
su voz como dedos en la ventana
alumbró los bordados de mi colcha,
las plumas de mi lecho y la seda del pijama.
Era mi alcoba un país extraño.
La peste a zorras muertas lo espantó,
mientras se avinagraba el vino en la mesa.

 

 

MONTHIA SANCHO

(Costa Rica)

 

 

Monthia Sancho

 

 

HAS ENCONTRADO TU SITIO…

 

 

Has encontrado tu sitio,

ya no deambulas por vidrios de fuego.

El trigo se voltea

para ver tu rostro,

cáliz sagrado que anuncia

con letras mudas el gozo,

la transformación de hoja oscura

en belleza mística que emerge

en los claros rectilíneos del bosque.

 

Tus pasos en diáspora anuncian

la presencia indulta de esa mujer

que no se negó a sí misma

ser hija de luz

y alumbró su camino

con la pólvora 

de su sangre.

 

Quizá Argos te lanzó

la sílaba deslumbrada

que por más

de treinta y tres mil noches esperaste

para trazar la ruta

hacia el encuentro.

O quizá

el poeta en su oración secular

esparció el agua bendita

desde el filo de tu falda

hasta la altura superlativa del aura,

para despojarte de ese halo oscuro,

ancla profana,

que te internó en el

hormiguero candente

de pájaros nocturnos

que codiciaron tus alas.

 

Tu recuerdo no vive en el exilio,

aquí

muchos amamos

el vuelo cabal de tus palabras,

no profanamos lo sagrado

ni esparcimos lodo en las verdades.

 

Sigue la luz del bosque,

y nunca, nunca

dejes de beber

el aroma del alba.

 

 

 

 

ÁNGELA GENTILE

(Argentina)

 

 

  Ángela Gentile en el Teatro Liceo de Salamanca (foto de Jacqueline Alencar)

 

 

EUNICE, LA DESTINADA

 

 

                                               A Javier Alvarado, alto poeta panameño

 

 

 

 Al Guanacaste legamos la etimología de tu nombre:

                                                                   aquella que alcanzó la victoria.

Celebraremos a los místicos que han jurado protegerte en todo atardecer,

bajo las constelaciones que te hicieron sobrevivir cerca de la Belleza;

porque tú eres lo bello que madura en la cordillera,

eres la niña que extendía el brocal de las lluvias

cuando los mirlos cantaban  en la sombra de la luz, en la epopeya de las lámparas.

Nos resta la noche, Eunice, la cual poblaste con el laurel carcomido por los insectos

 y las lágrimas sobre los tejidos y las orquídeas sanguíneas en los músculos.

─ ¿Fue ella la vehemencia del Cantar de los Cantares?─Se preguntarán los pueblos sin

obituarios.

Y llegará tu voz de auriga:

Caminemos. / Entremos / a no salir jamás: / a cumplir con nuestra obligación de latir, / de sollozar, / de morir / en la sola compañía / del último de nuestros huesos / que oyó llamar a la Tierra.

Sea entonces, nuestro,

este su euniciano

tránsito del fuego.

 

 

 

 

 

 

 

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