TRES POEMARIOS DE LA SALMANTINA PEPA MIRANDA. COMENTARIO DE MANUEL QUIROGA CLÉRIGO

 

 

La poeta Pepa Miranda

 

 

Crear en Salamanca se complace en publicar esta crónica escrita por nuestro colaborador Manuel Quiroga Clérigo, poeta y ensayista madrileño, en torno a la obra poética de la salmantina Pepa Miranda.

 

 

EL DOLOR Y LA PASIÓN POÉTICA DE PEPA MIRANDA

 

-I-

 

Pepa Miranda (Salamanca 1938) es una poeta aplicada y distinguida. Asiste a cuantas presentaciones poéticas le es posible, lee y relee los libros de poetas a quienes estima y se detiene a expresar sus ideas y su dolor en el inmenso mundo de la poesía escrita.

 

Existen en el mundo poetas apasionados de las versificaciones japonesas. En el caso del haiku se trata de un poema breve de 17 sílabas que se desarrolla a lo largo de 3 versos mínimos, es decir, de 5, 7 y 5 sílabas.

 

Su dice que su origen debe encontrarse en el modo de tratar la poesía de Mahsuo Basho (1644-1694) y como desgajamiento de unos poemas de más extensión, los denominados haikai, conjuntos de 36,50 o hasta 100 versos. Su nacimiento estaría en torno a la figura del mencionado Basho quien se reunía con sus discípulos, o compañeros amantes del arte de componer poemas, e iban desarrollándoles de acuerdo a unas normas. Se nombraba a un iniciador y este comenzada una serie de cortos versos, llamado cada uno hokku, después iban participando los demás asistentes al momento poético e iban añadiendo versos a los primeros anotados.

 

Más tarde, el poeta Siki  (1867-1902), a finales del siglo XIX, se dedicó a escribir haikus dando notoriedad a esta forma, primero en Japón y después implantándose paulatinamente en todo el mundo gracias a diversos autores que, como en los inicios de Basho querían describir la existencia, hacer mención de los fenómenos naturales, hablar del cambio de las estaciones y sus diversas circunstancias y emocionados, dejar datos concretos de la vida cotidiana, iluminar un instante o relatar brevemente el sortilegio de una pasión amorosa.

 

 

 

En este empeño se encuentra el libro de Pepa Miranda. Se trata de “Traje de armiño (Haikús)”, delicado ejemplar publicado por Ediciones Vitruvio (Madrid, 2015) que viene a reflejar algunas (o muchas más) de las características de este tipo de versificación en decenas de ejemplos repletos de música, guiños a la felicidad y complacencia ante el universo creado por fuerzas sobrenaturales, divinas o naturales. “Traje de armiño/ va luciendo la luna./ Capricho blanco”. “Agua tranquila./ Cuando el agua está a gusto,/canta muy quedo”. “Allá en los montes./Dentro de las majadas./Viven corales”. “Ramo de flores./ Llevas aires del campo./ Frescos perfumes”. “En cuanto vengas/plantamos los arbustos./ Y los regamos”. Y así hasta recorrer el mundo natural, los campos, las ventanas, las corrientes, los mares azulados, los montes florecientes, los rostros de la gente, el amor imposible, la tarde y sus miradas, el viento del otoño. La poesía se convierte en soplo, en flash que dirían los cursis, en la dulce caricia de lo cercano, en el espacio abierto de la alegría. Y ese es el sentir de Pepa Miranda, aquí, de forma desenfadada, vitalista, enormemente abierta a todas las sorpresas, sorprendida ante lo que está cerrado.

 

   -II-

 

 

“Un huerto agasajado” es un poemario que nace de una lectura sorpresiva. Publicado por Vitruvio en 2017 comienza con una explicación de su autora, Pepa Miranda: “Hace más de dos años que un buen amigo me regaló, con gesto de satisfacción, la Obra poética (1968-2010) de Manolita Espinosa Diálogo deseado y deseante. (…) Consta de 654 páginas que fueron para mí una grata sorpresa desde la primera a la última”. De ahí, dice, parte la idea de escribir este nuevo poemario propio que, se nos antoja, ensaya ese tipo de poesía breve, diáfana, algo similar a los tipos de versificación nipones de su libro anterior y donde, sobre todo, la autora va dejando suspiros en torno al espacio natural, a los sentimientos, a la caducidad de la existencia. Pero lo hace en un tono sereno, casi acariciante.

 

Divide la autora el libro en cuatro semblanzas, la primera nos sitúa, precisamente, en un espacio concreto, “Al abrir la fantasía” con 70 florecillas convertidas en poemas entre diminutos y sugerentes: “Si sueñas la lluvia,/ se presentará/ con sus tambores de fiesta./Y tú bailarás/ con su música”. Es como insinuar arrebatados espacios de cierta complacida, ajenos incluso al dolor y a la soledad, ricos en belleza y en armonía. “Con buen augurio nace el sol cada mañana./ Le sonríen las flores./ Sus colores exponen, /orgullosas./ Un levísimo viento las columpia;/ las saca del derribo de la noche./ Y a coro, cantan”. Es la vida retirada del poeta, el encanto del jardín particular, la merecida historia del huerto agasajado que, en la “Despedida” final, se convierte en un secreto íntimo, en un territorio de apreciable compañía: “Escuché sones de trompetas antiguas/y emergieron las semillas de antaño./ -Ha vuelto a nacer la Aurora-”.

 

 

 

Pero todavía estamos en la segunda semblanza, “Por el camino de huellas imborrables”, que nos recuerda algún título de Proust o un verso del poeta Manuel Ruiz Amezcua: “Te abrimos un camino,/ que no cruzará nadie”.  En esta parte tenemos un inicio colosal, es la cita de Octavio Paz, que comienza advirtiendo “Cada poema es único”. Y eso es cierto en los 19 suspiros siguientes, de donde elegimos el segundo, poema más extenso que la mayoría, más cauto también, más intrigante: “Mira,/ ya se sentó delante de mi parral,/ sus ojos se elevan/para mirar al cielo de julio./ Cada día llega y se marcha…”. Aunque también encontramos  algún rincón para el sosiego, como el prometido por los versos del poemilla 13, poemilla como definía Dámaso Alonso a este tipo de creaciones líricas: “El deshojar engendra esperanza verde musgo./ Brilla/ cuando se hace presente/ aquello que ha motivado el deshoje. Y, refulge”. Llegamos, así, a “Siembra entre surcos floridos”.

 

Esta semblanza se abre con una cita de R. Penn Warren: “En el fondo, un poema no es algo que se ve, sino la luz que nos permite ver. Y lo que vemos es la vida”. La vida, el regalo que a veces se torna envenenado y otras repletas de maravillas, es lo que nos prodiga Pepa Miranda: “Han llegado al nido antiguo las cigüeñas,/ como tú./ El campanario es mucho más alto,/ pero has podido subir sin alas”. Es, sí, la existencia, poniendo cortapisas a la breve insistencia de la vida terrenal. Y Pepa Miranda se asoma a esas alturas  y contempla su huerto, le rinde pleitesía, la hace suyo aunque fuera ajeno. Es como si llegáramos, en un delicado paseo, a la cuarta semblanza, la titulada “Ecos de olor y colores” que nos parece estar oliendo y viendo con esa prontitud de los niños que, enseguida, descubren lo más hermoso de su entorno, no la soledad de la noche.
Tenemos, pues, otros 21 cortos poemas para recordar los jardines, los huertos, la alegría. Así lo define nuestra poeta salmantina: “Canto, fragancia,/ nenúfar sobre tibio terciopelo,/ y el pensamiento en lo sublime./ Se ven sonrisas/ en el estanque”. Esperamos que duren.

 

                                                                             

-III-

 

La muerte de un hijo debe ser algo terrible. Pepa Miranda lo ha sufrido y, además, en raras circunstancias. En la presentación de su libro “Ahora, con otro tiempo”  (Vitruvio, 2018) trata de recordar el dolor y revivir la esencia de aquella compañía. Con ello, además, intenta consolarse íntimamente ya que, al parecer, la justicia ni ha resuelto los motivos de una muerte atroz ni ha prodigado ese necesario consuelo que precisa una madre. En el breve preámbulo escribe la autora: “Han sido más de diez años los que he necesitado para que mis lágrimas se quedaran dentro de mí, sin dar señales”. Y, efectivamente, las señales aparecen en este libro íntimo, vehemente, repleto de datos y caricias, de abrazos brindados al cielo de la soledad y la ausencia. Los versos de “Las aguas encuentran su cauce” cita a “La mentira sentada en el banquillo” y salen a relucir personas indignas, jueces innombrables, marionetas de un mundo a la deriva, violencias escondidas, brutalidades cercanas. “¡Quién nos rige, con leyes arbitrarias!”, exclama la dolorida y burlada madre.

 

Pepa Miranda con Emilio Porta y José Félix Olalla

 

De “Hasta flotan pétalos” nos quedamos con algunas estrofas vehementes: “Pensamientos entre luces eres tú./ Dulces uvas para tu boca inocente./ Un regalo en mis adentros./ Veo siemprevivas y te veo a ti”. Es el resumen de un pasado de dicha, casi imperturbable, el recuerdo anegado por la distancia. El poeta zamorano Jesús Hilario Tundidor en su poema “Enterramiento”, dedicado “A mi hijo Alberto, donde escuche”: “En la memoria perdiéndonos/ yo no estoy cuando tu llegas./ La ventana abierta”. Es el soterrado dolor de todas las negaciones, de esas ventanas abiertas por las que apenas entran un trozo de día la figura del niño jugando en el jardín o el aliento del escolar volviendo de sus tareas. Pepa Miranda escribe en ese magnífico tercer y largo poema: “En la quietud de La Esencia” (“…te visualizo en un huerto con árboles frutales./ Con tu túnica transparente./ Y azules sandalias…”), al tiempo que acumula desgarrados recuerdos, la histeria de tanta soledad acumulada, la pervivencia de una añoranza imposible: “No me quedaban palabras,/ rezaba con el pensamiento”.

 

Otras poetas a quienes el pasado arrebató a sus hijos o hijas, como Araceli Sagüillo (“…apenas queda un sitio donde plantar tu nombre”) nuestra amiga María Luisa Mora Alameda (“No vas a volver a llorar más”) o simples madres, como la mía, privadas de hijos como rosas que viven o han vivido en esa escasez de alegría, en esa beligerancia continua con la existencia pues si es ley de vida que la muerte nos arrebate la sonrisa y que nuestros hijos y nietos puedan asistir a tan tremendo suceso es completamente injusto que los padres vean como la eternidad se cierne sobre sus criaturas sin poder mover un dedo para retener la preciosa existencia a que estaban acostumbrados. Pepa Miranda nos deja unas palabras sencillas y arrebatadores en “Hoy”: “Sigue mi empeño de componer el puzle siniestro. Me dispongo a remangarme cada día. Han implantado rutas interminables, adyacentes y yo quiero estar presente. No me canso”.

 

Pepa Miranda (foto de J. Carrión)

 

“Viaje con anotaciones” se compone de tres partes.  En la primera fase  se abre el idilio con la palabra con varios versos rotundos: “Retorno, Amor, no me faltes que aún es tiempo/de mirar la luna en noches claras/ bajo el pinar que cobijó nuestra última vez./ En la despedida”. Tras un recorrido por lo cotidiano (“Ya se despide la tarde/entre peñas…”), no exento de fatiga (“Se alzaron los corazones contra el odio”, aparece cierta conformidad ante la posibilidad de hallar un refugio en los cauces de la memoria, a veces teñida de oración y otras simplemente de solitaria ternura: “Libre de los confines, el mandato./¡Oh, sol!”. La fase segundo acoge versos libres, limpios diáfanos como los de “Tomaré de compañero al viento/en completa placidez” o la constancia de “Acoge el poema mi canción desesperada”, con algún guiño al Neruda de la intimidad desasosegada. Casi al final aclara la fémina vehemente: “Nunca ha de extinguirse el poema/que nació al fuego de una tarde”. La tercera fase, breve aunque detenida en las emociones, con cierta tendencia en los transparentes poemas a convertirse en haikus de factura propia: “Percibo tu voz/ siento el gong/ de la lluvia/ en mi umbral./ Melodía azul”…Y ese incandescente final, como una vuelta, un reencuentro con lo material y lo cercano, sin dar tregua al dolorido olvido: “Son las pequeñas cosas/ las que esconden sentido./(…) Hace un lazo/. Darle la mano a un niño./ Saludar con una sonrisa./ Son las pequeñas cosas”.

 

El poeta y ensayista Manuel Quiroga Clérigo

 

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