Lilliam Moro leyendo en el Teatro Liceo de Salamanca
Crear en Salamanca tiene el privilegio de publicar el prólogo que, para el poemario Contracorriente, escribió Carmen Ruiz Barrionuevo, catedrática de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Salamanca especialmente reconocida a nivel internacional. El poemario resultó ganador de la IV edición del Premio Internacional de Poesía ‘Pilar Fernández Labrador’ que anualmente convoca la Asociación de Mujeres en Igualdad, con la colaboración de la Sociedad de Estudios Literarios y Humanísticos de Salamanca (Selih) y la Diputación Provincial de Salamanca. El jurado del mismo estuvo integrado por António Salvado, Pilar Fernández Labrador, Carmen Ruiz Barrionuevo, Jesús Fonseca, Alfredo Pérez Alencart, Carlos Aganzo, José María Muñoz Quirós, Julián Barrera Prieto e Inmaculada Guadalupe Salas.
‘Contrarriente’ ha sido editado por la Diputación de Salamanca y hace el número 43 de su colección Lengua y Literatura. La pintura que ilustra la portada es del notable pintor Miguel Elías. Destacar que el libro contiene un anexo con la traducción del poema ‘En memoria de ellos’ a quince idiomas: inglés (Stuart Park), árabe (Abdul Hadi Sadoun), griego (María Koutentaki), húngaro (Mercedes Kutasy), Islandés (Hólmfríður Garðarsdóttirla, con la colaboración de Linda Vilhjálmsdóttir), estonio (Helina Aulis), croata (Zeljka Lovrencic), rumano (Carmen Bulzan), bengalí (Mainak Adak), indonesio (Yohanes Manhitu), quechua (Noemí Vizcardo Rozas), italiano (Stefania Di Leo), alemán (Nely Iglesias y Beate Igler), portugués (Victor Oliveira Mateus), búlgaro (Violeta Boncheva).
LA TRADUCCIÓN AL PORTUGUÉS FUE HECHA POR EL POETA BRASILEÑO LEONAM CUNHA.
REPORTAJE FOTOGRÁFICO DE JACQUELINE ALENCAR
TIEMPO Y MEMORIA EN LA POESÍA DE LILLIAM MORO
La obra poética de Lilliam Moro (La Habana, 1946) está escindida en dos espacios y tiempos vitales, por un lado sus años en Cuba, de la que salió en 1970, y por otro su trayectoria en España durante casi cuarenta años, estancia que prolonga en Estados Unidos donde actualmente reside. La crítica suele considerar como su primer libro La cara de la guerra aparecido en Madrid en 1972, y sin embargo sus comienzos poéticos habían tenido lugar en su país natal en la década de los años 60, como lo atestigua también su Obra poética casi completa (1963-2013) que vio la luz en Miami en 2013. En concreto, son los textos incluidos en esta última compilación bajo los títulos de Las traspasadas voces (1963), Las imágenes rotas (1963-1964) y Palabras son palabras (1964-1965) los que se incorporan por primera vez a su obra alcanzando la dimensión de un rescate pues, como la misma poeta indica fueron “Manos amigas [las que] en Cuba habían guardado muchos de los primeros poemas que ahora puedo incluir en esta recopilación” (1)
Moro los considera parte de su prehistoria poética pero con una significación especial porque formaron parte de “aquel corpus generacional que se llamó Ediciones El Puente” donde realizó sus primeros “tanteos poéticos en busca de una expresión definida” (253). Y en efecto, fue en esa época cuando el poeta José Mario, que había puesto en marcha Ediciones El Puente seleccionó algunos de sus poemas para incluirlos en la antología Segunda novísima de poesía cubana que debería haber aparecido en 1965, pero que, por intolerancias políticas y culturales del momento, no llegó a ver la luz (2). Afortunadamente ha sido rescatada por Jesús J. Barquet y publicada en 2011 (3). Fue el espacio de El Puente, un proyecto cultural independiente surgido en esos años en la isla, en el que se concitaron algunos de los nombres que despuntarían pronto en el entorno cubano, como Ana María Simo, Belkis Cuza Malé, Nancy Morejón, Reinaldo García Ramos y Lina de Feria, entre otros. Todos ellos y también la poeta que presentamos, entonces estudiante, sufrieron de una manera u otra vivencias traumáticas que en varios casos acabaron en la exclusión o el exilio. Y respecto a la poeta Lilliam Moro, José Mario, al comentar sus primeras obras destacó la fuerza de su voz y su íntimo desgarramiento siempre en pugna por la comunicación con el lector. Pero El Puente fue clausurado por el control oficial y asimismo fue fallida también la aparición de un libro de Lilliam Moro titulado El extranjero, que fue premiado en un concurso estudiantil, con lo que tan solo algunos de sus poemas fueron viendo la luz en revistas de su país, hasta 1972, en que, ya en España, publica su primera compilación, La cara de la guerra, integrado por poemas que en su mayoría habían sido compuestos después de su salida de Cuba.
Es este un libro emblemático de estos años en el que, fracturada la producción realizada con anterioridad, la poeta parece reiniciar su andadura con nuevas aportaciones y así en sus versos se acumulan otras vivencias de un entorno extraño que habrá de hacer suyo. No es casual que abra el poemario, a modo de emblema, un poema visual, “Piscis”, de cuyas letras, insertas en cuadrados se originan a su vez otras palabras: Pez, Intuición, Soledad, Cansancio, Infinito, Sueño (167), en cuyos significados condensa las sensaciones contradictorias del desarraigo. De ello da muestra también el primer poema del libro, “Vayamos a la orilla del mar: ven”, en el que aúna la memoria del pasado (“el pasado es un eco tumultuoso y sagrado”) y el presente histórico, eco todavía de la Revolución del 68, implícito en la frase “hagamos el amor y no la guerra”, una consigna antimilitarista que surgió entre los opositores a la Guerra de Vietnam, y que estimula el presente personal marcado por la distancia y los ecos familiares (“las cartas de una chica, / las manos de mamá llenas de arrugas” que llegan de la isla, esa isla que se siente “tatuada sobre el pecho” 171). Si, a la vista de estos poemas, hay que destacar algunas tendencias de su poesía, lo más llamativo es el tono reflexivo en el que se mezcla el presente y el pasado, incorporando en ocasiones toques autorreferenciales, como en “Oír a Bach”, “Las falsas imágenes”, “Ocurren cosas”, sin olvidar los elementos metapoéticos, “Cuando termino de leer un libro”, el humor sarcástico en un poema como “Expediente”, o también “Allí la cara de la guerra estableciendo la agonía” que ofrece la clave de la intencionalidad del título. A esta temática se une otra de sus constantes, el gusto por los homenajes, “Homenaje a Lezama”, “Recordando a Quevedo”, “T. S. Eliot”, y con más frecuencia los poemas que traen la memoria del pasado cubano, con el dolor no paliado por la distancia: “Acerca de Iván, que renunció a la salida del país”, “La abuela”, magnífico poema que apareció en Unión en 1966, y “Alicia en el país de las maravillas”, correlato de las vivencias habaneras.
Alfredo Pérez Alencart, Lilliam Moro, Pilar Fernández Labrador y Carmen Ruiz Barrionuevo
A ellos se añaden otros varios como “Los muertos hablan de Trinidad”, “Recordando a la isla”: “Recordar a la Isla es vivir en Europa / es dormir en pensiones alquiladas / es tener mucho miedo / mucha prisa, / mucha distancia encima” (225), en cuyo caso el espacio atraído hacia el presente refuerza la sensación de soledad y abandono. Termina el libro con un poema breve, “Hacer el amor” de carácter metapoético que sitúa a la palabra en un espacio de salvación. En esencia es evidente que la temática de este libro abunda en la revitalización del espacio vivido, de los familiares y amigos abandonados e imposibles de recuperar, por lo que constituye en definitiva una poesía de exilio y memoria, efectos con los que modula su decir marcando un espacio que nace ligado al recuento y la temporalidad.
Poemas del 42, aparecido diecisiete años después, también en Madrid, en 1989, significa un paso en consolidación de su palabra. Carlos Espinosa Domínguez en el prólogo a su Obra poética casi completa destaca: “El despojamiento a que ha sido sometida la escritura es total. En los textos se han suprimido las citas y las remisiones al mundo exterior, la anécdota, cualquier asomo de complacencia con el lector” (12) y añade que “constituye ya una obra de madurez literaria y biográfica, en la cual resuena la autenticidad por encima del mero afán de novedad” (13). Poemas del 42, título elegido, tal vez, porque en esa fecha ha cumplido 42 años, guarda ya una disposición alejada de ese primer libro en el que las percepciones se agolpaban con cierta desprevenida sorpresa. Así en su primera parte “Intentos de sobrevivencia” asoman los aspectos dolorosos del exilio con una mayor eficacia, lejos de la dispersión del precedente. La lucha diaria, el desgaste de la vida, “serás dios, serás fuego, / pero siempre quemándote, quemándote” (128), versos con los que Moro universaliza su decir usando un sujeto poético masculino que refuerza la potencialidad de su verso. Si “Enormes muñecos de paja” representa esos proyectos fantasiosos que tan difíciles son de realizar, “Los forasteros del espíritu” es un duro poema acerca de cuantos oprimen el espíritu: “Te estrenas de soldado, y en tu pica / alzas el corazón del semejante” (131). O se percibe la protesta social de “En Etiopía” y la más cercana como “En un sucio rincón hay un bulto”, poema acerca de la pobreza en la gran ciudad, para finalizar con una denuncia espeluznante de lo arbitrario del poder en “Al amanecer lo sacaron al patio”. Aunque el libro presenta una segunda parte amorosa, de amor y desamor, expresada en varios poemas como “Creíamos tener todas las respuestas” y “Cuando acaricio tu cabello a tientas”, la compilación termina con el contundente “Auto de fe”: “Que no vean que te mueres de miedo,/ que no sepan que no tenías para casos así / ningún poema preparado” (152), donde vuelve a asentar el correlato de Cuba y la represión social que concluye con el castigo del olvido.
Como se puede observar, el tema recurrente en su poesía es el tema cubano, tan presente que se hace visible en todo el espacio de su siguiente libro el Cuaderno de La Habana de 2005. Es un tributo a su origen y recoge en sus dos partes, la evocación de la ciudad en su presente de belleza y abandono. Un poema como “La Habana” traza el homenaje con justeza, “Te vuelves múltiple y diversa / en las piedras estoicas de las columnas y los muros” para terminar: “Quiero decir amor pero digo La Habana, / su metáfora” (83). En el mismo apartado caben los homenajes a los grandes cubanos como, “José Lezama Lima” o “Ernesto Lecuona”, usando en este último caso un acertado ritmo de seguidilla; y a sus lugares emblemáticos, como “El cementerio de Colón” o “Tarde en el malecón”. Ello no impide el presente doloroso de “Despedida”, la alusión a los desplazados, “El balsero” o “El recién llegado” donde dice: “Yo te estaré esperando / para inventar La Habana que llevamos / como un lío de amor dentro del pecho” (95). Complementaria de esta primera es la segunda parte, pues se trata de un gesto de la memoria a través de las imágenes de un “Álbum de fotos” que abre la relación congelando el tiempo: “La foto es simplemente / la instantánea ideal, / un testimonio de buena voluntad, / una muerte de plástico” (“Una sonrisa, por favor” 99). Es así como emergen de la memoria desde el exilio, los integrantes de la familia, “La tía Eloísa”, “La abuela”, “con una cena escueta y un padre severísimo” (102), “La madre”, poema muy emotivo por el rescate de dichos y costumbres: “porque nunca estuvimos más cerca / que en esa foto”; o “Bárbara, la hermana pequeña” (104). Para desembocar en los poemas finales que potencian lo metapoético hasta el impactante final de “Fe de erratas” donde directamente aborda el dolor sin retoricismos.
A esta coherente trayectoria todavía hay que añadir otra compilación más reciente que se incorpora en su Obra poética casi completa, y es Tabla de salvación (2006-2013), libro anterior a la que ahora presentamos. Su primera parte se plantea como una “Declaración de intenciones”, y en ella los referentes metapoéticos se acumulan en varios poemas, como en “Arte poética”, donde persiste la conciencia de una búsqueda, la del verso único inencontrable (23); “Al paciente lector” que marca la intencionalidad del oficio; o el muy contundente “Contra la Historia”, que asedia la falsedad de la palabra retórica, grandilocuente y magnífica. Asimismo también continúan los homenajes, entre los cuales podemos destacar el emotivo “El poeta muerto”. A todo ello se añade una temática no tratada anteriormente que resulta subsidiaria de sus versos reflexivos, y que recoge con el título de “Ávila en el corazón”. De tal modo se acumulan poemas surgidos de este espacio abulense en el que vivió en España, “A propósito de un verso de San Juan de la Cruz”, “Recordando a Joseph Conrad”, “Las palabras se las lleva el viento”, “La tarde y el caos”, “Noche en el andén”. Cierra el conjunto con un significativo “Epílogo” que incluye dos poemas, “Oración para empezar el día” y “Tu nombre”. Ambos manifiestan las claves de vida y obra en una apertura a la confianza y la esperanza.
Paura Rodríguez Leytón, Pilar Fernández Labrador, António Salvado y Lilliam Moro
El poemario que ahora se publica se integra y se explica perfectamente en la misma trayectoria, pues Contracorriente, hace referencia a una actitud a la que le ha llevado su vivir marcado por el exilio. Estos versos son poesía y son vida realizada contra corriente, contra los que han bloqueado su ligazón vital. Las tres partes en que se divide, bien entrelazadas, hacen alusión a su biografía en tanto origen y a su destino vocacional en la escritura. Por eso el título de la primera parte “Por imperativo categórico”, alude al mandato, a la vocación y al destino. Los poemas de esta parte tienen referentes metapoéticos pues aluden al propio oficio, a la provocación que significa la página en blanco, pero también a la dificultad de la palabra, “y las letras crepitan, se hacen humo / que se pierde en el aire / para que no se encuentren las palabras” (“El don de la palabra”). Este diálogo con su propio hacer se manifiesta en poemas como “El monje copista”: “Grito pero nada se escucha./ Me voy perfeccionando en el silencio”, y se crece con un desdoblamiento temporal, una idea que también incluye “Poema para mí” con el subtítulo “Al volver del otro lado, octubre 2013” en el que se desarrolla la fragilidad de la vida, y en “La más fermosa” donde se incide en la necesidad de buscarse en el interior, detrás del físico ya fracturado por la temporalidad, y “Una vez que te hallas descubierto / abrázate como si fueras la madre de ti misma, / el amante soñado desde la juventud, / el dios que siempre te ve hermosa. // Y rompe los espejos”.
Siguiendo esta línea de incremento del tono reflexivo, poemas como “El equilibrista” plantean una concepción del mundo: “Nadie sospecha / que somos los equilibristas / sobre la cuerda finísima del caos / en un circo de espectadores ciegos, /y que a veces estrenamos función / con ausencia de público,/ sin equilibrio incluso, /sin la cuerda”. O el poema que finaliza la sección, “La función debe continuar”, que instituye la visión del mundo como teatro, pero no es el gran teatro del mundo, sino algo más modesto, porque el público ya pagó la entrada de una película muda que finaliza en el estremecido final: “Cruje la oscuridad / y tienes miedo”. También el titulado “El individuo milenario” que se refiere a los salvadores de la patria, a aquellos de los que tanto se burló Virgilio Piñera y que Moro aísla y censura, “el que parece ser mi semejante / y hasta come, sonríe, procrea como yo, / pero retumban sus pisadas dentro de mi pequeño corazón / porque quiere salvarme”. Esos salvadores de discurso demagógico y totalitario oprimen hasta producir en el espíritu un estado de sitio que no es ajeno a la situación de su país. Ello se prolonga en “Los náufragos” sobre los balseros que salen de Cuba y atraviesan el mar hasta Florida. Es un poema de sencilla contundencia que se concentra en las sucesivas anáforas que hacen referencia a la tierra prometida, a la muerte de diversas formas, en el agua, quemados o ahogados, las tormentas, los guardacostas… en general todos “Los que tuvieron la suerte de llegar pero sintieron que no valió la pena”.
La segunda parte “Homenajes” realiza abiertamente una serie de poemas en los que dominan los referentes cubanos con algunas excepciones significativas: “Aung San Suu Kyi”, la política birmana nacida en 1945, resistente a las dictaduras de su país y Premio Nóbel de la Paz; frágil figura que representa la exigencia de libertad. Y “Hermano Rubén”, dedicado a Rubén Darío en el que realiza un tributo al poeta que renovó la poesía hispánica, a la vez que evoca el recuerdo del poema dedicado a su compañera Francisca Sánchez. Pero los recuerdos a cubanos son los dominantes en mayor sentido, pues “En memoria de ellos” constituye un homenaje a los poetas insobornables, a los que desprecian las certezas, los aguafiestas, una palabra que usó Heberto Padilla; a los que producen mundos imposibles, a los que huyen de los premios que los compran y se arriesgan a ser olvidados. Varios poemas individualizan las vidas y las obras de autores como “Reinaldo Arenas” con el expresivo epígrafe de su carta de despedida, “Cuba será libre. Yo ya lo soy”; “Gastón Baquero y su rosa de Villalba”, un merecido recuerdo de un poeta que vivió también su exilio en Madrid, homenajeándole con unos versos de su famoso poema “Discurso de la rosa en Villalba”. El exilio asoma en el desconcierto, en la diferencia de costumbres y en la conciencia de que “todo a partir de ahora será inédito / excepto el pasaporte / y el acento que nunca perderemos”. Otros poemas que el lector irá descubriendo homenajean a “Lydia Cabrera y sus piedras mágicas”, a Reinaldo García Ramos, compañero de generación en “Amigo”, una palabra que conjura el olvido, término que está muy ligado a estos versos. Sin duda la palabra olvido es crucial en esta poesía que nace del margen, del exilio. La patria es algo que significa reconocimiento, intimidad, en cambio el exilio es la diáspora, la dispersión, el olvido.
Justamente este concepto incide claramente en la tercera parte, “Un poco de melancolía”, pues aglutina aquí poemas que se relacionan con el exilio, desde “Madrid, 1970”, evocación de las sensaciones liberadoras y gratificantes del futuro que se abre, aunque en contraste hoy “hace hoy cuarenta y cinco años y ocho meses /de aquel presentimiento de futuro. / (Lo que vino después es otra historia)”; a los poemas relacionados con la residencia en Ávila, o a la más cercana de Miami, donde el tono reflexivo se desarrolla en algunos ajustes de cuentas que propicia el paso del tiempo como en “Conversando con Carlos”. Son en general poemas que presentan el recuento de una vida, la aceptación de la temporalidad y su sorpresa, por eso lugares y nombres se acumulan rescatando momentos y personajes varios, “París o Nueva York”, “La noche de la sidra”, “Para siempre”, “La silla”, “Prohibido por ley”, todos evocan las pérdidas materiales que han quedado dispersas, ante lo cual lo viable es el camino que lleva al verso, a la palabra, al hallazgo, a lo que no pudo escribir en el pasado. Finaliza el libro con una referencia a su vida actual, “Miami Street”, en el que se acumula la sensación de la pérdida de la identidad, de vivir en una “tierra de nadie habitada por todos”, por gente de muchos idiomas que busca desesperadamente su legalidad y así cumplir los sueños. La sensación de ciudad sin asidero y sin personalidad, donde todo es barato, todo es sucio, y a la que no tienen más remedio que llegar quienes no pueden volver a su lugar de origen; donde se encuentran “muchas caras pero sin ningún rostro” que bloquean la identidad.
En definitiva, Contracorriente de Lilliam Moro es un libro que manifiesta una honda coherencia con su escritura precedente, ya dilatada, y una fidelidad a su poética, a sus reflexiones y a sus ideas.
Carmen Ruiz Barrionuevo
Universidad de Salamanca
NOTAS
1 Lilliam Moro, Obra poética casi completa (1963-2013), Miami, Editorial Silueta, 2013, p. 253. Citamos por esta obra entre paréntesis en el texto.
2 Reinaldo García Ramos en el prólogo a sus Poemas del 42, titulado “Poesía entre cielo y destino” repasa esos años que marcaron la trayectoria de ese grupo de poetas cubanos (115-121).
3 Jesús J. Barquet, Ediciones El Puente en La Habana de los años 60, Chihuahua, Ediciones del Azar, 2011.
Lilliam Moro Recibiendo el Premio de manos de Pilar Fernández Labrador y el cuadro de Miguel Elías
TEMPO E MEMÓRIA NA POESIA
DE LILLIAM MORO
A obra poética de Lilliam Moro (La Habana, 1946) está dividida em dois espaços e tempos vitais. Por um lado, seus anos em Cuba, de onde saiu em 1970, e, por outro, sua trajetória na Espanha por quase quarenta anos, período que se expande nos Estados Unidos, onde reside atualmente. A crítica costuma considerar “A cara da guerra” como seu primeiro livro, publicado em Madri, em 1972, ainda que suas incursões poéticas primeiras tenham sido na década de 60, em sua terra natal, como atesta sua Obra poética quase completa (1963-2013), que veio à luz em Miami, em 2013. Na verdade, são os textos incluídos nesta última compilação, intitulados As vozes traspassadas (1963), As imagens despedaçadas (1963-1964) e Palavras são palavras (1964-1965), que pela primeira vez se incorporam à sua obra, alcançando a dimensão de um resgaste, uma vez que, como a própria poeta indica, foram “Mãos amigas [as que], em Cuba, guardaram muitos dos primeiros poemas que agora posso incluir nesta recompilação” (1).
Moro considera-os como parte de sua pré-história poética, porém reconhece neles uma significância especial porque formaram “aquele amontoado geracional chamado Edições A Ponte”, onde realizou suas primeiras “averiguações poéticas em busca de uma expressão definida” (253). E, efetivamente, foi nessa época que o poeta José Mario, que havia posto em marcha as Edições A Ponte, selecionou alguns de seus poemas para incluir na antologia Segunda novíssima de poesia cubana, que deveria ser publicada em 1965, mas que, por intolerâncias políticas e culturais do momento, não chegou a ver a luz (2). Felizmente foi resgatada por Jesús J. Barquet e publicada em 2011 (3). Foi no espaço de A Ponte, um projeto cultural independente surgido nesses anos na ilha, que se inflamaram alguns dos poetas que tão logo despontariam nos arredores cubanos, como Ana María Simo, Belkis Cuza Malé, Nancy Morejón, Reinaldo García Ramos e Lina de Feria, entre outros. Todos eles e também a poeta a que apresentamos, à época estudante, sofreram de uma maneira outras vivências traumáticas que, em vários casos, terminaram com exílio ou asilo político. E a respeito da poeta Lilliam Moro, José Mario, ao comentar suas primeiras obras, destacou, ao comentar seus versos, a força de sua voz e de sua íntima desfaçatez sempre disputando a comunicação com o leitor. Mas A Ponte foi censurada pelo controle oficial e, por isso, foi também abortada a publicação de um livro de Lilliam Moro, cujo título era O estrangeiro, que foi premiado em um concurso estudantil; de sorte que apenas alguns desses poemas foram publicados, em revistas de seu país, até 1972, quando, já na Espanha, publica sua primeira compilação, A cara da guerra, integrada por poemas que, em sua maioria, foram escritos depois de a poeta deixar Cuba.
Este é um livro emblemático desses anos em que, fragmentada a produção anteriormente realizada, a poeta parece reiniciar seu percurso com novas contribuições e, assim, em seus versos se acumulam outras vivências de um estranho entorno que teve de convertê-lo em seu. Não é comum que um poema visual, “Piscis (Peixes)”, de modo simbólico, abra uma reunião de poemas; um poema cujas letras, inseridas em quadrados, originam por sua vez outras palavras: Peixe, Intuição, Solidão, Cansaço, Infinito, Sonho (167), cujos significados condensam as sensações contraditórias da expatriação. Nesse sentido também o primeiro poema do livro, “Vamos ao litoral: vem”, no qual se combinam a memória do passado (“o passado é um eco tumultuoso e sagrado”) e o momento histórico, ainda um eco da Revolução de 68, implícito na frase “façamos amor e não guerra”, um lema antimilitarista que surgiu entre os opositores à Guerra do Vietnã, e que estimula o momento pessoal, marcado pela distância e pelos ecos familiares (“as cartas de uma menina,/ as mãos de mamãe cheias de rugas”, que chegam da ilha, essa ilha que se sente “tatuada sobre o peito” 171). Sim, observando esses poemas, há-se de destacar algumas tendências de sua poesia, e o que mais chama atenção é o tom reflexivo no qual se misturam presente e passado, incorporando-se às vezes toques autorreferentes, como em “Ouvir Bach”, “As falsas imagens”, “Acontecem coisas”, sem esquecer-se dos elementos meta-poéticos, “Quando termino de ler um livro”, o humor sarcástico em um poema como “Expediente”, ou também “A cara da guerra ali, estabelecendo a agonia”, que oferece a chave da intenção do título. A esta temática, une-se outra constante sua, o gosto por homenagens, “Homenagem a Lezama”, “Relembrando Quevedo”, “T. S. Eliot”, e com mais frequência os poemas que trazem a memória do passado cubano, com a dor que não foi atenuada pela distância: “Sobre Iván, que renunciou a sair do país”, “A avó”, magnífico poema que aparece em União, em 1966, e “Alice no país das maravilhas”, relativo às vivências em Havana.
Marcelo Gatica, Paura Rodríguez Leytón, Cristina Vale, Lilliam Moro y Joao Artur Pinto
A eles se juntam outros vários, como “Os mortos falam de Trinidad”, “Recordando a ilha”: “Recordar a Ilha é viver na Europa / é dormir em pensões alugadas / é ter muito medo / muita pressa, / e, ademais, muita distância” (225), onde o espaço atraído ao presente reforça a sensação de solidão e abandono. O livro termina com um poema breve, “Fazer o amor”, de caráter metalinguístico que situa a palavra em um espaço de salvação. Na essência, é evidente que a temática deste livro se abunda na revitalização do espaço vivido, dos familiares e amigos abandonados e que agora é impossível recuperá-los, de forma que se constitui definitivamente uma poesia de exílio e memória, efeitos com os quais modula sua fala, marcando um espaço que nasce ligado ao registro e à temporalidade.
Poemas de 42, publicado dezessete anos depois, também em Madri, em 1989, significa um passo para a consolidação de sua palavra poética. Carlos Espinosa Domínguez, no prólogo à sua Obra poética quase completa, destaca: “A privação a que foi submetida esta escrita é total. Dos textos foram suprimidas as citações e remissões ao mundo exterior, as anedotas, ou qualquer indício de complacência com o leitor” (12) e acrescenta que “já se constitui uma obra de madureza literária e biográfica, na qual ressoa mais a autenticidade do que o mero afã de novidade” (13). Poemas de 42, título escolhido talvez porque nesta data havia completado 42 anos, já guarda uma disposição apartada desse primeiro livro no qual as percepções se digladiavam com certa surpresa desprevenida. Assim, em sua primeira parte, “Tentativas de sobrevivência”, assomam-se os aspectos dolorosos do exílio com uma eficácia maior, longe da dispersão anterior. A luta diária, o desgaste da vida, “serás deus, serás fogo, / mas sempre a queimar-te, queimar-te” (128), versos com os quais Moro universaliza sua fala usando um sujeito poético masculino que reforça a potência de seus versos. Se “Enormes bonecos de palha” representa esses projetos fantasiosos que são tão difíceis de realizar, “Os forasteiros do espírito” é um duro poema acerca de tudo que oprime o espírito: “Começas como soldado, e em sua lança / alças o coração do semelhante” (131). Ou se percebe a crítica social de “Na Etiópia” e, ainda mais diretamente, em “Há um vulto num canto sujo”, poema sobre a pobreza na cidade grande, para finalizar com uma denúncia aterradora da arbitrariedade do poder em “Ao amanhecer o meteram no pátio”. Ainda que o livro apresente uma segunda parte amorosa, de amor e desamor, expressa em vários poemas, como “Acreditávamos ter todas as respostas” e “Quando sem tino acaricio teu cabelo”, a compilação termina com o contundente “Auto de fé”: “Que não vejam que você morre de medo,/ que não saibam que você não tinha para casos assim / nenhum poema preparado” (152), onde volta a trabalhar sobre o relato de Cuba e sobre a repressão social que se encerra com o castigo do esquecimento.
Como se pode observar, o tema recorrente em sua poesia é o tema cubano, tão presente que se faz visível durante todo seu livro seguinte, o “Caderno de Havana”, de 2005. É um tributo à sua origem e é organizado em duas partes, a evocação da cidade em seu momento de beleza e de abandono. Um poema como “Havana” traça uma homenagem com muita justeza, “Tu te convertes múltipla e diversa / nas pedras estoicas das colunas e dos muros”, para terminar: “Quero dizer amor mas digo Havana, / sua metáfora” (83). Na mesma seção se encontram homenagens a grandes cubanos, como “José Lezama Lima” ou “Ernesto Lecuona”, usando neste último caso um acertado ritmo de seguidilha (4); e também a seus lugares emblemáticos, como “O cemitério de Colón” ou “Tarde no calçadão”. Isso não impede o doloroso momento de “Despedida”, uma alusão aos desterrados, “O balseiro” ou “O recém-chegado”, onde diz: “Eu estarei te esperando / para inventar a Havana que levamos / como uma bagunça de amor dentro do peito” (95). Complementária dessa primeira parte é a segunda, pois se trata de um gesto da memória através das imagens de um “Álbum de fotos” que abre a relação, congelando o tempo: “A foto é simplesmente / a imagem ideal, / um testemunho da boa vontade, / uma morte de plástico” (“Um sorriso, por favor” 99). É assim como surgem da memória desde o exílio os integrantes da família, “A tia Eloísa”, “A avó”, “com um jantar de poucas palavras e um pai muito severo” (102), “A mãe”, poema muito emotivo justamente pelo resgate de aforismos e costumes: “porque nunca estivemos mais próximas / do que nesta foto”; ou “Bárbara, a irmã caçula” (104). Para desembocar nos poemas finais, que potencializam a metalinguagem, até o impactante final de “Fé de erros”, onde diretamente aborda a dor, sem nenhuma retórica.
A. P. Alencart, Pilar Fernández Labrador, Julián Barrera e Inmaculada G. Salas, con los libros ganadores de la IV edición
A esta coerente trajetória, ademais, tem-se que juntar outra compilação mais recente, incorporada à sua Obra poética quase completa, que é Tábua de salvação (2006-2013), livro anterior ao que agora apresentamos. Sua primeira parte se apresenta como uma “Declaração de intenções”, e nela as alusões meta-poéticas se acumulam em vários poemas, como em “Arte poética”, onde persiste a consciência de uma busca, a do verso único que não se pode encontrar (23); “Ao paciente leitor”, que marca a intencionalidade do ofício; ou o muito contundente “Contra a história”, que põe em xeque a falsidade da palavra retórica, grandiloquente e magnífica. Dessa forma também seguem as homenagens, entre as quais podemos destacar o emotivo poema “O poeta morto”. A tudo isso se acresce uma temática nunca antes tratada que resulta subsidiária de seus versos reflexivos, e que vai com o título de “Ávila no coração”. De tal modo se acumulam poemas surgidos deste espaço, isto é, de Ávila, onde viveu na Espanha: “A propósito de um verso de San Juan de la Cruz”, “Recordando Joseph Conrad”, “As palavras, o vento as leva”, “A tarde e o caos”, “Noite na plataforma”. Encerra-se o conjunto com um significativo “Epílogo”, que inclui dois poemas, “Oração para começar o dia” e “Teu nome”. Ambos expressam as chaves da vida e da obra, em uma abertura para a confiança e a esperança.
O livro de poemas que agora é publicado se integra e se explica perfeitamente nessa mesma trajetória, pois Contracorrente faz referência a uma atitude com a qual a poeta conduziu sua vivência marcada pelo exílio. Estes versos são poesia e são vida conduzida contra a corrente, contra aqueles que bloquearam sua ligação vital. As três partes nas quais se divide, bem entrelaçadas, fazem alusão à sua biografia, tanto quanto à sua origem quanto a seu destino de vocação para a escrita. Por isso, o título da primeira parte, “Por imperativo categórico”, alude ao encargo, à vocação e ao destino. Os poemas dessa parte inicial têm referências meta-poéticas, uma vez que aludem ao próprio ofício da escrita, à provocação que significa a página em branco, mas também à dificuldade da palavra, “e as letras crepitam, fazem-se fumaça / que se perde no ar / para que não se possam encontrar as palavras” (“O dom da palavra”). Este diálogo com seu próprio fazer poético se manifesta em poemas como “O monge copista”: “Grito, mas não se ouve nada. / Me aperfeiçoo no silêncio”, e se desenvolve como um desdobramento temporal, uma ideia que também é trabalhada em “Poema para mim” com o subtítulo “Ao voltar do outro lado, outubro 2013”, no qual se pauta a fragilidade da vida. E, em “A mais bonita”, adentra na necessidade de procurar-se em seu próprio interior, além do físico já fraturado pelo tempo, e “Uma vez que te tenhas descoberto / abraça-te, como se fosses a mãe de ti mesma, / o amante sonhado desde a juventude, / o deus que sempre te vê bonita. // E rompe os espelhos”.
Otro momento de la lectura de Lilliam Moro
Seguindo esta linha de desenvolvimento do tom reflexivo, poemas como “O equilibrista” introduzem uma concepção do mundo: “Ninguém suspeita / que somos os equilibristas / sobre a finíssima corda do caos / em um circo de espectadores cegos, / e que, às vezes, apresentamos nosso espetáculo / sem público, / até mesmo sem equilíbrio, / e sem a corda”. Ou o poema que finaliza a seção, “O show deve continuar”, que institui a visão de mundo como teatro, mas não é o grande teatro do mundo, senão algo mais modesto, porque o público já pagou a entrada de um filme mudo que finaliza no estremecimento final: “A escuridão chia / e tu tens medo”. Também o intitulado “O indivíduo milenar”, que se refere aos salvadores da pátria, a aqueles de quem Virgilio Piñera zombou tanto e que Moro isola e censura, “o que parece ser meu semelhante / e até come, sorri, procria como eu, / mas retumbam suas pegadas dentro do meu pequeno coração / porque quer salvar-me”. Esses salvadores de discurso demagógico e totalitário oprimem até que consigam produzir no espírito um estado de sítio que não é alheio à situação de seu país. Isso se prolonga ainda em “Os náufragos”, que aborda sobre os balseiros que saem de Cuba e atravessam o mar até a Flórida. É um poema de uma simples contundência, que se concentra nas sucessivas anáforas que fazem referência à terra prometida, à morte de diversas formas, na água, afogados ou queimados, as tempestades, a guarda costeira… em suma, todos “Os que tiveram a sorte de chegar, mas sentiram que não valeu a pena”.
A segunda parte, “Homenagens”, apresenta abertamente uma série de poemas nos quais abundam as referências cubanas, com algumas significativas exceções: “Aung San Suu Kyi”, a política da Birmânia, nascida em 1945, que resistiu às ditaduras de seu país e foi ganhadora do Prêmio Nobel da Paz; frágil figura que representa a exigência da liberdade. E “Irmão Rubén”, dedicado a Rubén Darío, no qual realiza um tributo ao poeta que renovou a poesia hispânica, ao mesmo tempo que evoca a lembrança do poema dedicado à sua companheira Francisca Sánchez. Mas as recordações de personalidades cubanas são recorrentes, geralmente, em um sentido ambíguo: pois “Em memória deles” constitui uma homenagem aos poetas insubornáveis, aos que desprezam as certezas, aos estraga-prazeres, num termo usado por Heberto Padilla, aos que produzem mundos impossíveis, aos que se esquivam de prêmios que os corrompem e se arriscam a cair no esquecimento. Vários poemas individualizam as vidas e as obras de autores como “Reinaldo Arenas”, com a expressiva epígrafe de sua carta de despedida, “Cuba será livre. Eu já sou”; “Gastón Baquero e sua rosa de Villalba”, uma merecida lembrança a um poeta que viveu também seu exílio em Madri, homenageando-o com uns versos de seu famoso poema “Discurso da rosa em Villalba”. O exílio desponta na confusão, na diferença de costumes e na consciência de que “tudo a partir de agora será inédito / exceto o passaporte / e o sotaque que nunca perderemos”. Outros poemas que o leitor irá descobrir homenageiam “Lydia Cabrera e suas pedras mágicas”, Reinaldo García Ramos, companheiro de geração, em “Amigo”, uma palavra que desperta o esquecimento, termo que está muito ligado a estes versos. Sem dúvida a palavra esquecimento é crucial para esta poesia que nasce da margem, do exílio. A pátria é algo que significa reconhecimento, intimidade, enquanto o exílio é a diáspora, a
Justamente este conceito incide claramente na terceira parte, “Um pouco de melancolia”, pois aglutinam-se aqui poemas que se relacionam com o exílio, desde “Madri, 1970”, evocação das sensações libertadoras e gratificantes do futuro que se desabotoa, mas, em contraste, “e hoje faz quarenta e cinco anos e oito meses / daquele pressentimento de futuro. / (O que veio depois é outra história)”; até os poemas relacionados com a residência em Ávila, ou em Miami, onde o tom reflexivo se desenvolve em alguns ajustes de contas que propicia o passar do tempo, como em “Conversando com Carlos”. São, em geral, poemas que apresentam o recontar de uma vida, a aceitação da temporalidade e sua surpresa, por isso, lugares e nomes se acumulam, resgatando momentos e personagens vários, “Paris ou Nova Iorque”, “A noite da sidra”, “Para sempre”, “A cadeira”, “Proibido por lei”; todos evocam as perdas materiais que se tornaram dispersas. Perante tudo isso, viável é o caminho que leva ao verso, à palavra, à descoberta, ao que se pôde escrever no passado. O livro finaliza com uma referência à sua vida atual, “Miami Street”, onde se amontoa a sensação de perda da identidade, de viver em uma “terra de ninguém habitada por todos”, por gente de muitos idiomas que busca desesperadamente sua legalidade no país para, assim, poder cumprir seus sonhos. A sensação de cidade sem saída e sem personalidade, onde tudo é barato, tudo é sujo, e contra a qual não há mais remédio senão resistir, já que aqueles que foram não podem mais voltar aos seus lugares de origem; onde se encontram “muitas caras mas sem rosto algum”, que ocultam a identidade.
Definitivamente, Contracorrente de Lilliam Moro é um livro que manifesta uma profunda coerência com seus escritos precedentes, já vastos, e uma fidelidade à sua poética, às suas reflexões e às suas ideias.
Carmen Ruiz Barrionuevo
Universidade de Salamanca
NOTAS
1 Lilliam Moro, Obra poética quase completa (1963-2013), Miami, Editorial Silueta, 2013, p. 253. Citamos esta obra entre parênteses no texto.
2 Reinaldo García Ramos no prólogo a seus Poemas de 42, intitulado “Poesia entre céu e destino”, perpassa esses anos que marcaram a trajetória desse grupo de poetas cubanos (115-121).
3 Jesús J. Barquet, Edições A Ponte na Havana dos anos 60, Chihuahua, Ediciones del Azar, 2011.
4A seguidilha, em se tratando de poesia, é uma estrofe de quatro versos, ou seja, uma quadra, muito comum na poesia espanhola, onde – normalmente – o primeiro e o terceiro versos têm sete sílabas poéticas, e o segundo e o quarto versos têm cinco. Têm-se, todavia, variações quanto ao modo de rimar, e também quanto à quantidade de sílabas poéticas, isso porque a seguidilha ganhou diferentes formatos e tipos ao longo da história (seguidilha composta, seguidilha cigana, seguidilha real, etc.) (N. do T.)
Traducción de Leonam Cunha
Carmen Ruiz Barrionuevo y la poeta y catedrática colombiana Luz Mary Giraldo
Deja un comentario
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.