Remigio Ricardo Pavón con Testamento del pez (foto de Fernando Almanza)
Crear en Salamanca tiene a bien publicar 4 textos del notable poeta cubano Gastón Baquero, los cuales -junto a otros 15 textos- fueron seleccionados por Remigio Ricardo Pavón (Banes, Cuba, 1954), licenciado en Filología, poeta, crítico de arte y literatura. Miembro de la UNEAC. Licenciado en Filología por la Universidad de Oriente. Sus trabajos han parecido en publicaciones periódicas como Revista Letras Cubanas, Diéresis, Ámbito, Quehacer, La Luz, La Campana y en espacios digitales. Ha publicado los libros ‘Desnuda vocación de la palabra’ (Entrevistas, 2009), ‘Fatuas entropías’ (2010) y‘Las horas insalubres’ (2016). También es coautor del libro ‘Gastón Baquero: un recuerdo familiar’ (1995). Sus poesías se encuentran en las antologías ‘Cercana lejanía’ (2013), Poderosos pianos amarillos (2013) y ‘Palabras del inocente (2014). En ocasión del Centenario del gran escritor cubano Gastón Baquero, seleccionó y prologó el libro ‘Una señal menuda sobre el pecho del astro’, primer volumen de ensayos de Baquero publicado en Cuba después de 1948. En 1997 fue ganador del Premio Nacional de Periodismo Cultural en Radio, convocado por la Unión de Periodistas de Cuba y la UNEAC.
«Testamento del pez» fue presentado por Remigio Ricardo Pavón el 25 de marzo de 2017, en la Sala «Electra Arenal» de la Feria del Libro de Holguín. Se trata de un libro hecho artesanalmente, papel manufacturado e ilustrado con xilografías originales para el libro del artista de la plástica José Emilio Leyva Azze. La edición corrió a cargo de la Casa Editora Cuadernos Papiro, de Holguín. La selección (19 poemas) y el prólogo es mérito de Remigio Ricardo Pavón.
El XVII Encuentro de Poetas Iberoamericanos celebró el centenario de Baquero dedicándole el homenaje y la antología Palabras del Inocente.
Portada del libro publicado en Holguín, con portada hecha por José Emilio Leyva Azze
TESTAMENTO DEL PEZ
Yo te amo, ciudad,
aunque sólo escucho de ti el lejano rumor,
aunque soy en tu olvido una isla invisible,
porque resuenas y tiemblas y me olvidas,
yo te amo, ciudad.
Yo te amo, ciudad,
cuando la lluvia nace súbita en tu cabeza
amenazando disolverte el rostro numeroso,
cuando hasta el silente cristal en que resido
las estrellas arrojan su esperanza,
cuando sé que padeces,
cuando tu risa espectral se deshace en mis oídos,
cuando mi piel te arde en la memoria,
cuando recuerdas, niegas, resucitas, pereces,
yo te amo, ciudad.
Yo te amo, ciudad,
cuando desciendes lívida y extática
en el sepulcro breve de la noche,
cuando alzas los párpados fugaces
ante el fervor castísimo,
cuando dejas que el sol se precipite
como un río de abejas silenciosas,
como un rostro inocente de manzana,
como un niño que dice acepto y pone su mejilla.
Yo te amo, ciudad,
porque te veo lejos de la muerte,
porque la muerte pasa y tú la miras
con tus ojos de pez, con tu radiante
rostro de un pez que se presiente libre;
porque la muerte llega y tú la sientes
cómo mueve sus manos invisibles,
cómo arrebata y pide, cómo muerde
y tú la miras, la oyes sin moverte, la desdeñas,
vistes la muerte de ropajes pétreos,
la vistes de ciudad, la desfiguras
dándole el rostro múltiple que tienes,
vistiéndola de iglesia, de plaza o cementerio,
haciéndola quedarse inmóvil bajo el río,
haciéndola sentirse un puente milenario,
volviéndola de piedra, volviéndola de noche,
volviéndola ciudad enamorada, y la desdeñas,
la vences, la reclinas,
como si fuese un perro disecado,
o el bastón de un difunto,
o las palabras muertas por un difunto.
Yo te amo, ciudad,
porque la muerte nunca te abandona,
porque te sigue el perro de la muerte
y te dejas lamer desde los pies al rostro,
porque la muerte es quien te hace el sueño,
te inventa lo nocturno en sus entrañas,
hace callar los ruidos fingiendo que dormitas,
y tú la vez crecer en tus entrañas,
pasearse en tus jardines con sus ojos color de amapola,
con su boca amorosa, su luz de estrella en los labios,
la escuchas cómo roe y cómo lame,
cómo de pronto te arrebata un hijo,
te arrebata una flor, te destruye un jardín,
y te golpea los ojos y la miras
sacando tu sonrisa indiferente,
dejándola que sueñe con su imperio,
soñándose tu nombre y tu destino,
Pero eres tú, ciudad, color del mundo,
tú eres quien haces que la muerte exista;
la muerte está en tus manos prisionera,
es tus casas de piedra, es tus calles, tu cielo.
Gastón Baquero retratado por Miguel Elías
Yo soy un pez, un eco de la muerte,
en mi cuerpo la muerte se aproxima
hacia los seres tiernos resonando,
y ahora la siento en mí incorporada,
ante tus ojos, ante tu olvido, ciudad, estoy muriendo,
me estoy volviendo un pez de forma indestructible,
me estoy quedando a solas con mi alma,
siento cómo la muerte me mira fijamente,
cómo ha iniciado un viaje extraño por mi alma,
cómo habita mi estancia más callada,
mientras descansas, ciudad, mientras olvidas.
Yo no quiero morir, ciudad, yo soy tu sombra,
yo soy quien vela el trazo de tu sueño,
quien conduce la luz hasta tus puertas,
quien vela tu dormir, quien te despierta;
yo soy un pez, he sido niño y nube,
por tus calles, ciudad, yo fui geranio,
bajo algún cielo fui la dulce lluvia,
luego la nieve pura, limpia lana, sonrisa de mujer,
sombrero, fruta, estrépito, silencio,
la aurora, lo nocturno, lo imposible,
el fruto que madura, el brillo de una espada,
yo soy un pez, ángel he sido,
cielo, paraíso, escala, estruendo,
el salterio, la flauta, la guitarra,
la carne, el esqueleto, la esperanza,
el tambor y la tumba.
Yo te amo, ciudad,
cuando persistes,
cuando la muerte tiene que sentarse
como un gigante ebrio a contemplarte,
porque alzas sin paz en cada instante
todo lo que destruye con sus ojos,
porque si un niño muere lo eternizas,
si un ruiseñor perece tú resuenas,
y siempre estás, ciudad, ensimismada,
creándote la eterna semejanza,
desdeñando la muerte,
cortándole el aliento con tu risa,
poniéndola de espalda contra un muro,
inventándote el mar, los cielos, los sonidos,
oponiendo a la muerte tu estructura
de impalpable tejido y de esperanza.
Quisiera ser mañana entre tus calles
una sombra cualquiera, un objeto, una estrella,
navegarte la dura superficie dejando el mar,
dejarlo con su espejo de formas moribundas,
donde nada recuerda tu existencia,
y perderme hacia ti, ciudad amada,
quedándome en tus manos recogido,
eterno pez, ojos eternos,
sintiéndote pasar por mi mirada
y perderme algún día dándome en nube y llanto,
contemplando, ciudad, desde tu cielo único y humilde
tu sombra gigantesca laborando,
en sueño y en vigilia,
en otoño, en invierno,
en medio de la verde primavera,
en la extensión radiante del verano,
en la patria sonora de los frutos,
en las luces del sol, en las sombras viajeras por los muros,
laborando febril contra la muerte,
venciéndola, ciudad, renaciendo, ciudad, en cada instante,
en tus peces de oro, tus hijos, tus estrellas.
Qué pasa, qué está pasando…
Qué pasa, qué está pasando siempre debajo del jardín
que las rosas acuden sin descanso.
Qué está pasando siempre bajo ese oscuro espejo
donde nada se oculta ni disuelve.
Qué pasa, qué está pasando siempre debajo de la sombra
que las rosas perecen y renacen.
Que nunca se desmiente su figura,
que son eternas sombras, idénticos recuerdos.
Qué está pasando siempre bajo la tierra oscura
donde la luz levanta rubias alas
y se despliega límpida y sonora.
Qué está pasando siempre bajo el cuerpo secreto de la rosa
que no puede negarse al cielo temporal de los jardines,
que no puede evitar el ser la rosa, precisa voluntad, sueño visible.
Qué pasa, qué está pasando siempre sobre mi corazón
que me siento doliéndole a la sombra,
estorbándole al aire su perfil y su espacio.
Y nunca accedo a destruir mi nombre,
y no aprendo a olvidarme, y a morir lentamente sin deseos,
como la rosa límpida y sonora que nace de lo oscuro.
Que se inclina hacia el seno impasible de la tierra
confiando en que la luz la está esperando, creándose la luz,
eternamente fija y libertada bajo el cuerpo secreto de la rosa.
Pintura de Luis Cabrera Hernández sobre poema de Baquero
BREVE VIAJE NOCTURNO
Según la leyenda africana, el alma
del durmiente va a la luna.
Mi madre no sabe que por la noche,
cuando ella mira mi cuerpo dormido
y sonríe feliz sintiéndome a su lado,
mi alma sale de mí, se va de viaje
guiada por elefantes blanquirrojos,
y toda la tierra queda abandonada,
y ya no pertenezco a la prisión del mundo,
pues llego hasta la luna, desciendo
en sus verdes ríos y en sus bosques de oro,
y pastoreo rebaños de tiernos elefantes,
y cabalgo los dóciles leopardos de la luna,
y me divierto en el teatro de los astros
contemplando a Júpiter danzar, reír a Hyleo.
Y mi madre no sabe que al otro día,
cuando toca en mi hombro y dulcemente llama,
yo no vengo del sueño: yo he regresado
pocos instantes antes, después de haber sido
el más feliz de los niños, y el viajero
que despaciosamente entra y sale del cielo,
cuando la madre llama y obedece el alma.
[1962]
Foto 5
ALBORADA
Despiertas atónito de despertar.
Pasó de largo un día más la muerte,
¿sigue viva la vida?
Mira: todo está bien: el universo en orden, ya salió el sol,
caliente por la piel y helado por el alma,
pero es el sol, el enemigo de la oscuridad
y del pensar lo triste;
el sol está de parte de la vida, como dada
a la muerte apareció la luna.
Echa a andar otra vez su cansado teatro la mañana:
el gallo jactansioso, el panadero, la madre
infatigable colándonos café. En fin,
los trastos del maquillaje cotidiano
para entrar en la escena del buenos días,
qué tal está usted, cómo le van las cosas.
Nada. No tiembles. Todo va bien. Tenemos
un día más de vacaciones fuera
del cementerio. ¡Viva, viva la vida!
A ver: vamos a ver: los zapatos, el pantalón,
la camisa, el reloj con el tiempo aprisionado.
Nada. La mañana pregona que no existe la nada.
Sal con el pie derecho a saborear el día.
¡Vive y nada más! Este día es tan bello,
que nos olvidamos de que tenemos huesos.
Retrato de Baquero pintado por el pintor francés Sylvain Malet (1994)
EL RÍO
A José Olivio Jiménez
Viví sesenta años a la orilla de un río
que sólo era visible para los nacidos allí.
Las gentes que pasaban hacia la feria del oeste,
nos miraban con asombro, porque no comprendían
de dónde sacábamos la humedad de las ropas
y aquellos peces de color de naranja,
que de continuo extraíamos del agua invisible para ellos.
Un día alguien se hundió en el río, y no reapareció.
Los transeúntes, interrumpiendo su viaje hacia la feria,
preguntaban por dónde se había ido, cuándo volvería,
qué misterio era aquel de los peces de color de fuego amarillo.
Los nacidos allí guardábamos silencio. Sonreíamos tenuamente,
pero ni una palabra se nos escapaba, ni un signo dábamos en prenda.
Porque el silencio es el lenguaje de nuestra tribu,
y no queríamos perder el río invisible, a cuya orilla,
éramos dueños del mundo y maestros del misterio.
Noticia del homenaje salmantino a Baquero (XVII Encuentro de Poetas Iberoamericanos)
“¿Y nació la luz para iluminar la figuración, la sola imaginería, bien que gloriosa, de las combinaciones y permutaciones que el globo del ojo juega a contraluz con la realidad, o ha nacido la luz para destacar convenientemente el relieve y contorno de la realidad que se ofrece, ya en sí combinada y estructurada y compleja, a la mirada?”
GASTÓN BAQUERO
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