El poeta dominicano Mateo Morrison
Crear en Salamanca tiene la satisfacción de publicar algunos poemas de Mateo Morrison (Santo Domingo, República Dominicana, 1946), poeta, abogado y ensayista, galardonado con el Premio Nacional de Literatura en 2010. En 1970 fundó el reconocido Taller Literario César Vallejo. También ha sido director del Departamento de Cultura de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, viceministro de Cultura del gobierno dominicano y director, durante dos décadas, del suplemento literario “Aquí”. Ha sido invitado a numerosos festivales poéticos internacionales.
Los textos aquí presentados han sido seleccionados por el poeta A. P. Alencart, de su poemario ‘Terreno de Eros’ (Editorial Búho, Santo Domingo, 2017).
Portada de ‘Terreno de Eros’
TERRENO DE EROS
Líquidas formas del gozo
3
Las olas exhibidas en vidrieras nublaron sus posibles ardores frente al asteroide que las trajo. Que les crezcan los segundos, los minutos y las horas. Sigo esperando por los días, las semanas, los meses, los años. No puedo retener sus signos. Se anuncian movimientos lentos, miradas a velocidad temprana, labios que destilan oquedades.
6
Y si el goce se transforma en pared y la pared deviene en cama. Tomo mis manos ahuecadas y las coloco en el centro del placer. Déjenme buscar mi propia caverna para morir en ustedes “bañado de gemidos”.
8
Revelaciones del misterio. Pretendo adivinar expresiones en sus cortinas, movimientos naturales con que se inician en el acto de fingir. Circunstancias donde se puede encontrar la extrañeza de una posible espera. Cuántos escondrijos se necesitan para que reaparezcan como sombras agrias ante mí. Aún las espero para exponer la profundidad de sus heridas en mis pupilas envejecidas.
18
Mientras degustan sus frutas; pulpa de diosas, excéntricas, agresivas, buscan sus filosas navajas para escindir un limón y nublar mi vista, en este momento con vocación de eternidad.
20
Sea la poesía una mina sacada de la magia de un lago, pero que al menos, pretenda ser real. Que se pose, en la manera de concebir la noche. Sus desnudeces serían un segundo sueño, que parece cierto, aunque el tercero se produzca al despertar, lleno de humedad.
24
No es posible tocarlas, el azogue es la ilusión de un espejo que miente. Están libres de manos arrugadas, huesos que la vida ha chamuscado: fruición de triunfadoras en esta disputa, derritiendo en el traspatio, mis miradas.
25
Exhibieron sus cuerpos. Hendiduras musitando vocales. Verdaderos andamios, deleite visual en sonoras cascadas.
26
Cosquilleos les rodean la cintura: melaza en sus miradas, piernas reduciendo la distancia. Se hospedan al final, como siempre, en la estratósfera.
28
Inclinado, atravieso vitrales para buscar sus plumas. Sé que volaron como garzas lejos de mí. Morderán sus peras y manzanas preferidas. Percibo sus olores y el frutal contorneo de sus cuerpos. Mis pasos, lentos, permitirán que se alejen, con semillas en sus pies, para sembrar distancias. Me imagino que ya, alguna, es madre. Sus pezones ardientes, supongo ahora se deslizan amamantando nubes.
30
Simultáneamente, arriban a la estación enmochiladas; se abrazan como si fueran un solo cuerpo, en la rapidez de la ciudad, que no da tregua. No saben que abandono cada uno de mis gestos. Este recorrido me hizo suponer que el sexo juvenil, puede llegar hasta quienes en asilos, escapan de una vejez sin barrotes.
35
Cuando caminan, no pueden adivinar si es diástole o sístole, transmigrando la tensión. A lo mejor, son las dos que intercambian medidas que desconozco: 12/8, 13/10, 18/9. Sigan su rítmico caminar como ciguas palmeras que suben, inundando de erotismo el entorno. Me tomaré la presión, después. Aceleren el paso; las voy seguir hasta encontrar la forma en que los hilos del gozo-placer-disfrute, resuelvan la resurrección, después de morir ahogado de latidos.
37
En los brocales se divisan pupilas libidinosas y oscuras. Las muchachas caminan ignorando que pronto, a lo mejor, les tocarán sus senos, profanarán sus sexos en turbio destellar, los malvados se organizan en diversos puentes vecinos, con iguales propósitos y la misma injusta impunidad.
LA PARCELA ERÓTICA DE MATEO MORRISON
Con la publicación de Terreno de Eros. Líquidas formas del gozo, en el año 2017, Morrison ha dado un nuevo giro hacia una escritura más exuberante y simbólica. En este nuevo libro, el autor despliega una escritura deseante, vinculada al cuerpo. Pasión y placer más allá de la ausencia de vida consumiendo la huella de la existencia humana. Pasión del lenguaje y, a la vez, lenguaje de la pasión.
La concepción erótica de Morrison se debate entre dos extremos; uno, proveniente de su intelectualización del verso, el hombre como ente verbal; el otro, que proviene de la sensualidad innata del poeta, el hombre como ser erótico. En la oposición de los dos polos se produce la extraordinaria riqueza de pensamiento y la complejidad y pluralidad de su erotismo. Deseo por el placer y, a la vez, deseo por la poesía. Subrayo algo que me parece esencial: en la escritura de Morrison no hay un erotismo sino que cohabitan diferentes erotismos: el masculino, el alquímico, el lingüístico, el corporal y otros que quizás se me escapen en la celeridad de estos apuntes.
En materia de sexualidad y erotismo ocurre que entran a jugar un sinnúmero de factores,
desde el peso a veces imperceptible pero omnisciente de la tradición judeo-cristiana de Occidente, nuestros propios códigos morales, la familia, la cultura y la educación, hasta nuestras experiencias personales, o sea, las respuestas que el medio ha brindado a cada cual en este terreno.
Abarcar todo esto con la palabra intensa, concisa y exacta es casi imposible, pero es lo que hace la poesía. Es lo que ha hecho Catulo, también Petrarca, Propercio, y también Neruda y Paz. El poema de amor procura entrar en el lugar donde cada uno guarda sus infiernos, donde el sexo forma parte de un envenenamiento que conduce a las aparatosas pérdidas de la senectud.
Ontológicamente hablando, y mucho más de toda referencia a la sexualidad, en estos poemas, hay un deseo del otro. O, más bien, existe un deseo de sí mismo por sí mismo a través del otro; en otras palabras: lo Mismo se concibe, se busca y se moldea solamente en la mediación de lo Otro. Y es que, en efecto, la alteridad —aunque sea la del objeto simple— se presenta, en estos versos, como existencia independiente y como exterioridad radical del sujeto. De entrada, es aquello por lo cual la libertad del yo se experimenta como limitada. En la confrontación con el objeto, en Terreno de Eros. Líquidas formas del gozo, el yo hace consigo mismo la prueba de la carencia; en otras palabras, se revela a sí mismo como carencia de deseos, como aquello por lo cual se origina y se despliega el deseo sobre un fondo de “deficiencia” y en términos que a veces evocan un desgarramiento, como en estos versos: “Abisales manías (…). Debilitado (…), mi erótica pulsión envenenada (…), no hay una estrella que dé lumbre a esta herida”.
En Morrison, el proceso del deseo encuentra el objeto-otro como obstáculo a la libertad que debe ser superada, en otras palabras, dialécticamente negada, puesto que la supresión de la alteridad deviene constitutiva de la identidad. También por eso, la explicitación del deseo y la destrucción dialéctica del otro son procesos entendidos por Morrison como verdaderamente correlativos: Así, la consciencia del sí está segura de sí misma solamente por la supresión de ese Otro que se presenta a ella como vida independiente; ella es deseo. Sin embargo, en tanto que la figura de lo Otro tome la forma del simple viviente, su resistencia a la libertad no tiene más que la forma “pasiva” de la naturaleza inmediata. En ella, el Yo no podría encontrar más que una satisfacción puntual e ilusoria, pues lo que quiere es hacer la prueba de su libertad en toda la extensión de su poder. Es por tanto ineluctable que el momento negativo del deseo, en estos versos, se dirija no hacia el objeto simple, sino hacia el objeto-otro en tanto que libertad. Sólo el encuentro con la libertad-otra puede asegurar al Yo el momento decisivo de su prueba. Lo que hace decir a Morrison: “Aceleren el paso; las voy a seguir hasta encontrar la forma en que los hilos del gozo-placer-disfrute resuelvan mi resurrección (…)”.
Entre la soledad y la comunión del acto sexual, Morrison se inclina por esta última: comunión con el mundo, con los otros; vías hacia la diferencia y la otredad que es necesario respetar a la vez que se ama o desea. Los signos eróticos de Morrison son luciérnagas que orientan al extraviado caminante nocturno por el tiempo. Morrison es del criterio de que al hombre actual le quedan muy pocos caminos para escapar de la reducción a que lo ha sometido la civilización moderna. Uno de esos senderos es el amor y el fascinante mundo erótico, la perpetuación del instante, la búsqueda del mundo infinito en que las sombras se confunden con la luz y la luz penetra en el más allá que todo llevamos dentro.
Como ha dicho Morrison: “Esas faldas cargadas de colores que impiden ver la plenitud de sus pubis, se eternizan en las horas. Ahora estalla la cuota de éter que las cubre: estaciones en que se desplaza mi vida, hemisferios en que se divide mi universo (sol, luna, estrella, mar, río, faldas, blusas, pantis, lentes, medias, aretes)”.
Estos poemas de amor necesitan más profunda misión de vida, y la culpa. Entender el misterioso castigo de Onán. Entender porque la vacuidad posterior al orgasmo debe llevarse con palabras que conduzcan hacia el simbolismo de lo erótico y de la desesperación. Para escribir estos poemas de amor-erótico debe comprenderse el sentimiento que lleva a esforzarse en la continuación angustiosa de una cotidianeidad feroz hecha de refugio y miedo. Todo puede pertenecer a un poema de amor: la intimidad del cuerpo, la dependencia que el desamparo tiene de estas pequeñas zonas calientes y erógenas del amor—“el lugar del excremento” de Yeats–, la fuerza de la posesión que no quiere compartir estas zonas con nadie, y las roturas de todos esos insoportables equilibrios.
Oigamos lo que dice el poeta: “El asombro de la inesperada presencia (…)”…transfigura mis deseos, en posesión febril. “A través de las telas, yo adivino sus tibios temblores…Terrero de eros”, pues ellas (…) “siempre dejan un sabor a cosa que no pudo ser, y esto me estalla en todo el cuerpo”.
Es muy difícil decir lo que significa la presencia del cuerpo femenino, en nuestro poeta. Por lo menos esto: es ahí donde se representa, y muy especialmente a sí mismo, donde se escapa en la elipse de las formas y del movimiento, en la danza, donde escapa a su inercia, en el gesto, donde se desata, en el aura de la mirada, donde se convierte en alusión y ausencia; en suma, donde se ofrece como seducción: “Husmeo sus sentidos entre mareas (…)”. “Oteo sus intenciones y me refugio en teclas de música fúnebre como los telarones sin ofertas creíbles”.
Estos poemas llevan a menudo a algún paraíso personal perdido y sin ningún tipo de pretensiones. La trascendencia aparece cuando, en el preciso momento que leemos estos versos (y, sobre todo, si le añadimos su dulce y sencilla música), ponemos en movimiento significados que las palabras “no sabían” que tenían. Entonces las amamos, y las palabras amadas ya no son las mismas, han perdido su objetividad. No hay optimismo ni pesimismo en estos poemas.
Todos ellos van a favor de la vida, incluso los que han sido escritos a partir de la muerte o en torno a ella. Pero no hay que olvidar que estos poemas enmascaran alguna crueldad desde el momento que están dispuestos a revelar algún tipo de dolor, imaginación y deseo.
Plinio Chahín
Santo Domingo,
14 de enero del año 2017
Plinio Chahín, poeta y escritor dominicano
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