Rizolete Fernandes, con su libro
Crear en Salamanca, con motivo del Día Internacional de la Mujer, tiene la satisfacción de publicar el prólogo de Jacqueline Alencar en torno a un libro de Rizolete Fernandes que da voz a veinte mujer de todos los tiempos, algunas de ellas muy olvidadas. La escritora brasileña Rizolete Fernandes (Caraúbas, Río Grande do Norte, 1949), estuvo dos veces en Salamanca, invitada a los Encuentros de Poetas Iberoamericanos de 2013 y 2015.. En esta nueva obra, que se suma a sus anteriores poemarios Lunas Desnudas (2006), Canciones de Abril (2010) y Viento de la Tarde (Sarau das Letras / Trilce Ediciones, 2013), Fernandes trata sobre veinte mujeres: Safo, Christine de Pisan, Teresa de Avila, Teresa Margarida, Nisia Floresta, Maria Firmina dos Reis, Emily Dickinson, Chiquinha Gonzaga, Auta de Souza, Magdalena Antunes, Gabriela Mistral, Cora Coralina, Laura Brandão, Bertha Luz, Cecília Meirelles, Nise da Silveira, Frida Kahlo, Simone de Beauvoir, Maria Sylvia y Dona Militana. Tecelãs -Tejedoras es un libro bilingüe, portugués-español, con prólogo y traducción de Jacqueline Alencar. Además de sus 288 páginas, tiene un texto de solapa firmado por la profesora Conceição Flores. Ha sido editado bajo los sellos de Sarau das Letras (Brasil) y Trilce ediciones (España). Sarau das Letras, es una destacada editorial que tiene su sede en la ciudad de Mossoró (Estado de Rio Grande do Norte) y está dirigida por el poeta y narrador Clauder Arcanjo.
TEJEDORAS QUE ALLANAN EL CAMINO
Abrir el libro Tejedoras de Rizolete Fernandes es como reencontrarse con uno de esos poemas épicos de Homero o de Virgilio, que en forma de cuerpo en verso nos relatan las más insólitas historias, aquellas que informan de las epopeyas de muchas mujeres desde los más remotos tiempos de la historia humana, con sus logros y avatares acaecidos en el transcurso de sus días.
En este siglo XXI en el que vivimos una era cibernética sin precedentes, donde los medios de comunicación nos impiden estar al margen de cualquier noticia, sí o sí tenemos que continuar hablando y escribiendo sobre la desigual paridad entre hombres y mujeres. Y no es que no hayamos alcanzado ya ciertos logros, como lo confirman algunas estadísticas de organizaciones fiables, entre ellas las Naciones Unidas. Aun así, esta naciente obra sobre mujeres nos alerta que es prioritario continuar en la labor por esta causa.
La poeta Rizolete Fernandes se convierte en adalid de estas mujeres, como habiendo recibido autorización desde otras dimensiones, para gritar, gritar bien fuerte… por la causa de los que no tienen voz, como nos enseña Proverbios. En tal sentido, nuestra poeta clama por aquellas que, en algunos casos, poca o ninguna repercusión tuvieron en la época que les tocó vivir. Es la gran tejedora que toma la antorcha en ese relevo a través de los siglos. De su clamor, que sale de las entrañas hecho ya palabras que se van entrelazando las unas con las otras, brota un cesto con forma de libro; cesto que alberga a veinte mujeres valientes, tejedoras de acciones y palabras que nos cuentan, por medio de ella, su historia. Historia de otros tiempos, pasado que hoy se vuelve presente y futuro.
Son mujeres que lograron romper barreras impuestas y salir de los modelos cotidianos para cruzar incluso fronteras, como lo hicieron algunas oriundas de Brasil, Chile o México, que las llevarían a Europa o Norteamérica donde absorbieron aires modernistas que traerían a su tierra natal; o, en otros casos, desde París cruzar el charco y llegar a Brasil en un igual intercambio para que, por lo menos, se sintiera una suave brisa que augurara mejores horizontes en décadas venideras. Se atrevieron a penetrar en un mundo reservado únicamente a los hombres, como la política, la investigación, la pintura, la literatura, la crítica, la música, la prensa, los sindicatos, o la organización de eventos culturales. Rompiendo así con los tabúes, desafiando todos los patrones de comportamiento, que eran corsés destinados a impedir la creatividad natural de la mujer, su pleno ejercicio de autonomía y disfrute de la dignidad que, como ser, se le había concedido desde la génesis de todos los tiempos.
La autora empieza con la culta Safo, allá por Grecia, para culminar con una poeta romancera de su Nordeste natal, analfabeta por imposición, pero tocada también por las musas que no saben de raza, colores, posición social, ideologías… Todas nacieron con el regalo de la palabra que se expresa en colores o en garabatos que emocionan, pues fueron bendecidas con ese don divino que hace del hombre y la mujer un manantial de donde brotan palabras que, entretejidas unas con otras, van esparciéndose por el universo hasta alumbrarlo por completo.
Frida Kahlo
La poeta nordestina nos va mostrando a mujeres que fueron capaces de dejar un legado para sus descendientes, aun a costa de no tener el placer de disfrutarlo. Ellas van unidas por el cordón umbilical de la valentía, la dignidad y una fe insobornable en su valor y en lo trascendente. Lucharon por una educación como instrumento de independencia y para que fuesen reconocidas, no por el sexo al que pertenecen, sino por su capacidad para contribuir en cada estamento de la sociedad. Y por erradicar las costumbres que les concedían poca capacidad en la toma de decisiones; normas morales y jurídicas que las sometían a la obediencia aun en casos que atentaban contra su dignidad.
Destaco en estas mujeres el hecho de que la escritura -expresada en versos, cantigas, novelas o artículos de prensa- era para ellas “el aire que necesitaban para poder respirar”, escritura a través de la cual podían expresar sus anhelos, problemas, temores… Era su arma para desafiar todas las arbitrariedades, incluso a costa de perder las regalías que podían obtener en muchos ámbitos.
Fernandes rescata a la poeta Safo (Grecia, entre 630 y 612 a.C.), quien ha sido reducida a una simple cortesana, habiéndonos olvidado de su escuela para mujeres y de su logrado puesto entre los mejores poetas de su tiempo. Nos olvidamos de su exilio. Pero la poeta lega un testamento abierto en este siglo XXI, dejando constancia del eterno recomenzar de las cosas. Nos deja esa génesis educadora en esa especie de Liceo o Instituto Femenino, con una «exquisita altura espiritual”, como dice el humanista Alfonso Ortega Carmona, «que constituye una poderosa muestra de la emancipación de la mujer en Lesbos, sin paralelo en la Atenas clásica». Y agrega Ortega: «En este centro de formación humana de la mujer surgen, asimismo, gracias a Safo, vibraciones nuevas para la poesía, más cordial e íntima que en Arquíloco…». Safo, a quien Platón creyó justo incorporarla al apolíneo coro de las diosas del arte: Safo, la décima Musa. Una mujer y maestra que fue cantora y descubridora de la belleza femenina en la literatura europea, cosa que la cultura griega, eminentemente masculina, no dio poetas que cantaran a la mujer helénica. Quizá por su renovación de la poesía fue malentendida y deformada su figura, y no se la pudo comprender en la Atenas democrática donde la mujer vive en retirado silencio. Y en torno a ella se creó una leyenda negativa, según afirma Ortega.
Christine de Pisan
Y siguiendo ese hilo conductor de osadía, cual una Penélope luchando contra los vientos de la desesperanza, de las aguas…, en el siglo XIV, brota una Christine de Pisan (Italia, Venecia, 1364 – Francia, Poissy, 1430), quien antes que cortesana es la brillante escritora que podrá mantenerse con el producto de su pluma, además de influenciar con sus libros a políticos y príncipes, a la par que opina sobre religión y moral, atreviéndose a criticar la misoginia existente en la literatura y otras costumbres nocivas para las mujeres. Se permite soñar, en su libro Ciudad de las damas, con un mundo donde hombres y mujeres juntos construyen una sociedad ideal, como aquel en el que en los inicios de los tiempos soñara el Creador de Todo. Ideal que algunas consiguieron al lado de sus valiosos compañeros y admiradores de su vida y obra, como Octavio Brandão, Mário Magalhães, Heitor, Jean-Paul Sartre, Carl Jung, André Breton, Raimundo Correia, Juan de Yepes, Olavo Bilac, Drumond de Andrade, Cosme Lemos, Miguel…
Esos hilos del alma que utilizan las tejedoras se han ido alargando y haciéndose más intrépidos en ese relevo constante, para no perderse en el caos que se va formando entre los halos de injusticias y sinrazones. Quizás la avidez de Pisan por la lectura, como milagro de la genética literaria, se apoderó de Teresa de Ávila (España, Ávila, 1515 – Alba de Tormes, 1582), aquí en la ancha Castilla. Y las estrategias de la francesa se irradiaron en la andariega para así poder sortear las censuras de la Inquisición y salvarse de sus garras. También aprendiendo a aferrarse a Dios en una comunión tan íntima para atreverse, osadamente, a enfrentar las fuerzas contrarias e intentar otra manera de difundir la verdad que hace libre.
Si bien Teresa tuvo que andar de puntillas en su tiempo, su legado pudo irradiarse más tarde, y lo constatamos en la vida de tres tejedoras incluidas en este libro: Laura Brandão, Teresa Margarida y Auta de Souza. Brandão (Brasil, RJ, 1891 – Rusia, Ufá, 1942) dudaba si habría venido a ocupar el espacio dejado por la abulense Teresa de Jesús o la helénica Safo: «No sé a quién suplí en esta vida: / No sé si fue a mi ilustre antecesora / Santa Teresa de Jesús o si fue a Safo…». Y supo hacer honor a este privilegio pues con creces tomó el relevo en las reformas de Teresa por traer nuevos tiempos a su época, como el luchar por la democracia, los derechos de la mujer, la libertad, mejores condiciones para los trabajadores, incluidas las mujeres. A pesar de las adversidades y exilios funda medios donde poder comunicar y exigir reformas para afianzar la dignidad del ser humano. Cree en la unidad y la fraternidad, quizá deseando imitar a nuestra Teresa, quien tenía un compromiso firme con el otro. Laura Brandão ejerce con creces la función de salvadora de los más indefensos. No pudo materializar del todo sus ideales, al ser llamada a cumplir otra misión más allá del horizonte, pero dejó ese legado que cada mujer debe dejar para las que le siguen, tejiendo una cadena de beneficios para sus descendientes.
Teresa de Ávila, por Miguel Elías
Como señala Joan D. Chittister, «Cuando una mujer es consciente de cómo está tejido el mundo a su alrededor, está obligada a decir su parte de verdad en beneficio de toda mujer que nazca en el futuro. Así, gracias a ella, sus vidas podrán ser mejores que la de ella misma. En caso contrario, pierde su papel como la otra imagen de Dios, y el mundo ignorará a la mujer en el futuro como lo hizo en el pasado…». Y tiene razón. Si las mujeres observan lo que se cuece en algunos ámbitos respecto a su situación, no tienen otra alternativa que la de comprometerse a revertirla. Deben asumir los riesgos necesarios para garantizar un futuro mejor a todas las que de ellas dependen. Así lo demuestra la huella de Brandão en su amiga y coterránea Nise da Silveira (Brasil, Maceió, AL, 1905 – RJ, 1999), con las mismas ideas progresistas e igual compromiso. Provista también de una sensibilidad hacia los marginados, fusionando para ello el arte con la psiquiatría, dándole la cuota de humanidad que los hombres le habían hurtado. Lo dice con una normalidad que asombra: «Desde temprano me interesé por el lado marginal, tanto que mi gran héroe era Zumbi de Palmares. Creo que fue por eso que fue fácil para mí adaptarme a los locos». Importante aporte para su país y más allá de las fronteras del mismo. Fue reconocida, pero aun espera que su legado no se pierda. ¿Esta situación nos parece familiar?
Los hilos de la fe entrelazados por Cepeda en la época de las reformas, servirán para inspirar y afianzar la fe de la poeta Auta de Souza (Brasil, RN, 1876-1901), desde muy temprano acuciada por la desventura. Sus lecturas serán un refugio para mitigar su agonía, acercándola con lo divino: «Arrodillada, oh mi Dios, y unidas las dos manos, / Puestos los ojos en la Cruz, imploro tu gracia… / ¡Escóndeme, Jesús! De las tinieblas que revolotean / En la tristeza y el horror de las noches mal dormidas».
¿Podemos imaginar la situación de las mujeres de este siglo XXI si otras no hubiesen luchado por su educación, posibilidad de votar y ser votada, tener un trabajo y salario en igualdad de condiciones que los hombres…? Aun así queda mucho por recorrer, pero fue la indignación de mujeres, como las que nos recuerda y da voz Rizolete Fernandes, por quienes, al indignarse y actuar contra la injusticia, hoy se vislumbra una luz mayor al final del túnel. Baste recordar a Teresa de Ávila cuando inicia su cruzada por reformar la vida religiosa, o a Rosa Park negándose a ceder su asiento en un autobús segregado.
No obstante lo anterior, todavía no somos capaces de reconocer la valía de la lucha de las mujeres que nos anteceden. ¿Necesitamos más evidencia de la fuerza de éstas? Incluso antes que Laura, allá por 1711, en el mismo Brasil nacía Teresa Margarida (Brasil, SP, 1711 – Portugal, Lisboa, 1793), que llevaba el mismo nombre que la otra de Ávila, aquí en la Península Ibérica y vecina de Portugal, donde terminaría sus días. El nombre, elegido por su madre, devota de Teresa de Cepeda, le auguraba desde el nacimiento un peregrinaje obstaculizado por las normas impuestas por su condición femenina. Tal vez resonaran en sus oídos las jocundas palabras de Teresa de Alba de Tormes diciéndole: Nada te turbe, / nada te espante, /todo se pasa, / Dios no se muda, / la paciencia / todo lo alcanza. / Quien a Dios tiene / nada le falta. / Solo Dios basta. Versos que repiten en este siglo la portuguesa Maria Adelaide Salvado Neto y la salmantina Verónica Amat, para mantener viva la llama.
Teresa Margarida, sin capacidad de influencia alguna en nada que atañese a su presente o a su futuro, en su día a día sufre las consecuencias de tomar sus propias decisiones, tal vez inspirada por los aires de reforma en otras latitudes. Supo utilizar el arma potente de la pluma y tejió palabras certeras haciendo que, en nuestro tiempo, se abra un pequeño espacio para la literatura femenina. Como la otra Teresa del siglo XVI, va tejiendo una forma de alcanzar el beneplácito del Santo Oficio para poder publicar sus Máximas de virtud y hermosura, con una heroína valiente y virtuosa como personaje principal, pero que solo póstumamente se le hará justicia y será reconocida como la primera novela realizada en lengua portuguesa en Brasil y Portugal, escrita por una mujer. Al final, por medio de otra mujer, que recibió de ella la antorcha, se le reconoce su carácter pionero en la literatura brasileña. Y desde esa misma península Ibérica, en los albores de un nuevo siglo, otras podemos hacer nuestro su grito libertario: «No hay riqueza en la vida humana que se iguale a la libertad;/ Ni hay también cosa más peligrosa si no la saben mediar».
Hoy, ellas son un referente para la conquista de nuevas epopeyas, las vemos como pioneras en la forja de un Nuevo Mundo. Con toda esta nube de testigos, ¿cómo si no podrían surgir nombres como Simone de Beauvoir o Frida Kahlo, provistas de una armadura para soportar los embates contemporáneos? Hoy podemos leer que «la obra de Simone de Beauvoir contribuye a tener herramientas teóricas para cuestionar la desigualdad de género y propiciar una sociedad más justa a todos los niveles». Había llegado al mundo sacudida por los mismos aires que, en el continente americano, habían dejado a su paso a otra inconformista con su destino como lo fuera la educadora y poeta Maria Sylvia (Brasil, RN, 1908 – 1987). Ambas demostraron el intercambio entre lo Nuevo y lo Viejo. Una que pareciera tocada por el ímpetu de la selva y, la otra, por el apacible halo de una musa griega. Pero una musa cuya «imaginación o inspiración trabaja como si fuese sobre mármol blanco». Buscando solo el placer invisible: «Solitaria me siento pero atenta a / las lecciones que me enseña la sana verdad / busco un mundo límpido y sin vanidad / ni la ambición que alienta los corazones».
Nise da Silveira
Todas estas mujeres son un ejemplo para sus congéneres actuales, sea en el ámbito de la literatura, la filosofía, la política, la espiritualidad, la enseñanza. De la utilización de la escritura para mostrar la situación de la educación femenina en una determinada época, como lo hizo Magdalena Antunes (Brasil, Ceará-Mirim, RN, 1880 – Natal, RN, 1959) a través de su libro de memorias Oiteiro, donde también narra sobre los ínfimos derechos de los que podían gozar las mujeres y su papel en la sociedad. A pesar de conseguir un satisfactorio reconocimiento, deja patente el papel secundario que tenía la mujer, incluso llegándose a considerarla como un ser frágil, sumiso y destinado a procrear y circular solo a través de la esfera doméstica. Magdalena nos retrata una sociedad patriarcal donde el hombre tenía la responsabilidad sobre todas las áreas de la vida de las mujeres, incluso la de su educación, restringida solo a unas pocas, entre ellas Magdalena. Esto podría ser el germen de una mayor apertura en la lucha por conseguir la equidad entre los géneros. Con su vida, y a pesar de su aceptación de las reglas impuestas, sutilmente va generando una mayor apertura a través de la escritura.
Como dice Liliane Taise Tavares, «La historia de las mujeres es una historia en construcción y son esas narrativas, como la de Magdalena Antunes, que nos permiten conocer mejor el pasado y facilitar la escritura de una historia en la que las mujeres también participen». Su obra es pionera en el campo del derecho de las mujeres. Rio Grande do Norte es el Estado donde las mujeres votaron y fueron votadas por vez primera en Brasil.
Gabriela Mistral
Observando desde la distancia, podemos pensar que incluso las páginas de la historia se niegan a reconocer el carácter pionero de estas mujeres en distintos campos como el científico, en el caso de Bertha Lutz (Brasil, RJ, 1894 – 1976), a quien no se le reconoce todavía su valiosa labor museística, incluso extendida en ámbitos internacionales, ni su participación en la reunión de la OIT, en la que se aprobaron los principios de igual salario para hombres y mujeres. O su papel protagonista en la conquista del derecho al voto de la mujer. O el rol de la Mistral (Chile, Vicuña, 1889 – EE. UU., 1957) en la investigación y práctica por una educación para todos, pues de ella depende el desarrollo personal de los seres y de los países. Asombra que se la mencione solo para resaltar asuntos personales íntimos y se olvide su amplia contribución en el diseño de políticas y estrategias para alcanzar un desarrollo sostenible para el hombre del campo en Chile. Y su intenso clamor por los niños desamparados, preocupándose por ellos incluso desde el más allá. ¿Acaso alguien recuerda su paso por México o Brasil? Por qué no resaltar su fe sustentada por la Palabra, quizá el fundamento principal en su quehacer a favor del hombre.
Lo dejó escrito: “Libro mío, libro en cualquier tiempo y en cualquier hora, bueno y amigo para mi corazón, fuerte, poderoso compañero. Tú me has enseñado la fuerte belleza y el sencillo candor, la verdad sencilla y terrible en breves cantos. Mis mejores compañeros no han sido gentes de mi tiempo, han sido los que tú me diste: David, Ruth, Job, Raquel y María …. Aventando los tiempos viniste a mí, y yo anegando las épocas soy con vosotros, soy vuestra como uno de los que labraron, padecieron y vivieron vuestro tiempo y vuestra luz. ¿Cuántas veces me habéis confortado? Tantas como estuve con la cara en la tierra. ¿Cuándo acudí a ti en vano, libro de los hombres, único libro de los hombres? … No me dejes. Siempre seré demasiado niña para que me parezcas ingenua; siempre me bastarás hasta colmar mi vaso hambriento de Dios».
Gabriela Mistral había ocupado el puesto que allá en Papary y más tarde en Bonsecours había sido ejercido por Nisia Floresta (Brasil, Papary-RN, 1810- Francia, Bonsecours, 1885), quien dejó escrito en su testamento literario: Mientras que por el viejo y nuevo mundo va resonando / el grito – emancipación de la mujer -, nuestra débil / voz se levanta en la capital del Imperio de Santa / Cruz, clamando: ¡educad a las mujeres!». Dejaba claro su clamor por los derechos de las mujeres y su lucha contra la injusticia de los hombres.
Como se observa, Rizolete Fernandes no olvida el anclaje con lo divino de algunas de estas mujeres. Y nos presenta a una Emily Dickinson (EE. UU., Amherst 1830 – 1886) que, según sabemos, había cosido con hilo sus versos, aquellos encontrados por su hermana Lavinia Dickinson formando pequeños cuadernillos donde, hilvanando palabras, puede traspasar la barrera de la timidez y recrear un mundo propio, que lleva plasmadas esas maravillas de la creación contenidas en la Naturaleza; y lo hará con una profundidad tal que se harán perdurables. Leyendo sus poemas notamos el desencanto por la demora de su Dios en arreglar el mundo, pero también nos muestran que quiere dejar constancia, en los bolsillos de su delantal, de la mano del Creador en el maravilloso contenido de su jardín.
Emily Dickinson
Emily no se preocupó por degustar de la gloria del éxito terrenal, pues había percibido que a su lado tenía unas tejedoras que comenzarían a entrelazar los hilos cuando llegara su tiempo. Sabía de la trascendencia y de la paciente espera. Se denota en este fragmento de un texto suyo: «… Mis esplendores son una Exhibición, / pero su inacabado Espectáculo / entretendrá a los siglos cuando yo, / pasados ya muchos años, / sea una Isla de Hierba olvidada / que sólo conocen los escarabajos».
¿Podríamos sospechar que sabía que solo estaba de paso por este mundo? Tal vez, pero sí que sabía que había alguien poderoso detrás de todo. El único que podía asegurarle que el testimonio dado a través de sus palabras quedaría estampado para siempre. ¿Cómo si no, un tal Paulo de Tarso Correia de Melo, de Rio Grande do Norte, Brasil, se convertiría en un seguidor de sus versos?
Mientras Emily se esconde asustada de lo que la rodea, otra mujer con la piel del café y conciencia educadora, salta al ruedo con su escritura como escudo y espada para unirse a la cruzada contra la esclavitud. Maria Firmina dos Reis (Brasil, Maranhão, 1825 – 1917) se vale de otra mujer, Úrsula, para retratar a la sociedad de su época, denunciando la tragedia de la esclavitud. Los aires de libertad de 1888 la inspiran para hilar versos que cantarán a la libertad: «¡Salve Patria del Progreso! / ¡Salve! ¡Salve Dios la Igualdad! / ¡Salve! ¡Salve el Sol que hoy brilló, / Difundiendo la Libertad // Que se rompió en la cadena / De la nefasta esclavitud! / ¡Aquellos que antes oprimías, / Hoy los tendrás como hermano!».
Que esta muestra, tan amorosamente tejida por Rizolete Fernandes, sirva para interesar al lector a ir descubriendo a las tejedoras restantes, entre ellas Cecília Meireles, Cora Coralina, Chiquinha Gonzaga, Dona Militana…, quienes forman parte de este colorido abanico de mujeres contagiando su fortaleza, compromiso y entrega para con el ser humano de su tiempo y del nuestro. Ellas garantizan que nuestro trabajo de hoy no sea en vano, a pesar de tener que usar otros nombres. «El tiempo y sus atrevimientos respetan/ a las heroínas que jamás saben temerlos», grita Teresa Margarida. «La mente, a esa nadie la pudo esclavizar, responde Maria Firmina dos Reis.
En nombre de estas veinte tejedoras digo: ¡Gracias, Rizolete Fernandes, poeta de ese Nordeste que se indigna y protesta ante la injusticia!
Jacqueline Alencar
A orillas del Tormes, en Salamanca, abril de 2017
Jacqueline Alencar, autora del prólogo y de la traducción al castellano del libro Tejedoras
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