Son las flores. Son las flores. Son las flores.
Las que estaban dispuestas y nacidas,
las que estaban hablando de la vida.
Las que estaban dichosas en los besos,
en la compra, en la paella, en la luz, en la comida,
en la palabra dada, en la que se adivina.
Son las flores. Son las flores.
El nardo, la amapola, el pensamiento,
la margarita, el lirio, son ellas
las que pararon la ruina.
Las que dejaron sólo la campana rota
y las piedras encima.
Las flores que llevaron a su jardín y aroma
un racimo de uvas que eran vidas,
y se llevaron su ropa y sus miradas.
Fue la tierra que tosió
y las flores a su amparo bendecidas.
Son las flores que lloran, las flores que miran,
las flores que hoy tienen colores de mina.
Las flores que tiñen de olores la vida,
las flores que anidan en los soportales
olieron a muerte, lágrimas y males.
Pero sólo ellas empuñan el trigo,
sólo ellas rozan las estrellas, abaten lo oscuro.
Sólo ellas abrazan el alba y enseñan futuro.
Son las flores. Son las flores. Son las flores.
(Lorca, 11 de mayo)
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