Crear en Salamanca se complace en publicar la reseña que el poeta Manuel Quiroga Clérigo ha escrito sobre ‘El Viajero Inhóspito’ (Ediciones Vitrubio, Madrid, 2014), último poemario de Sergio Macías (Gorbea, Chile, 1938), vinculado con Salamanca desde que participó en el III Encuentro de Poetas Iberoamericanos, celebrado el año 2000 y en homenaje a Claudio Rodríguez. Macías es Premio “Gabriela Mistral” (1971), Premio “Pablo Neruda” (1984), Premio “Ciudad de Tetuán” (1986) y Premio “América V Centenario” (1991), entre otros. Ha sido, durante 20 años y hasta su jubilación, asesor cultural de la Emba¬jada de Chile en España. Obra poética: Las manos del leñador (1969), La sangre en el bosque (1974), En el tiempo de las cosas (1977), Mecklemburgo, canción de un desterrado (1978), Nos busca la esperanza (1979), El jardinero del viento (1980), Memoria del exilio (1985), Crónicas de un latinoamericano sobre Bagdad y otros lugares encantados (1988), Noche de nadie (1988), El libro del tiempo (1988), Tetuán en los sueños de un andino (1989), La región de los últimos prodigios (1992), El manuscrito de los sueños (1994), El paraíso oculto (2000), El hechizo de Ibn Zay-dún (2001), Ziryab. El mágico cantor de Oriente (2010), Cantos para Altazor (2012) y El Viajero Inhóspito (2014).
El poeta amanece con su dolor de siglos. Vive como habitante de inquietas esperanzas con la luz del silencio y todos sus temores, prescindiendo de dudas que llegan de la nada. Por eso se estremece ante antiguos temores, inventa claridades lejos de la penumbra. A veces el poeta, peregrino sin pausa, se convierte en histeria de sorprendidos vuelos; camina sin saberlo al fin del horizonte y, tras bellos recodos de lluvia y mejorana, encuentra el arco iris perverso e ignorado.
Hoy los tiempos avanzan hacia espacios vacíos, pero siempre hay poetas que nos legan su historia. Poetas incesantes orgullosos de serlo, tal vez enriquecidos por una ira suave que sigue reclamando libertad y milagros. Son seres transparentes de conciencia alterada por la verdad del sueño, sabios iluminados con conciencia de ave, infinitos guardianes de las sombras de otoño, intensos defensores del dulzor de los lagos y todas sus orillas. Pero también resultan ser nuevos adivinos, los pacientes infantes de un mañana sin nubes, itinerantes pieles de algún instante lúcido. De repente regresan de abigarradas sombras y arrojan de su lado las huellas perniciosas de la melancolía; en sus cuartillas limpias inventan primaveras, nidos de miel, ocasos. Así que cuando abres sus libros de horizonte aparece de pronto la voz de mundos nuevos. Sergio Macías, chileno, reinventado en España ha escrito un libro pleno de saberes y ausencias, inquieto y reflexivo. Es “El viajero inhóspito”, elegante resumen del dolor silenciado.
En un digno prefacio Justo Jorge Padrón dice que este es un “Libro impecable y seguro” y su autor “un poeta de genuina pureza”. Caminar por sus versos y escuchar sus paisajes es toda una experiencia para el lector intrépido, el entero universo cobra valor de baile, de esa danza infinita que es cualquier existencia. Siendo este libro, como recuerda Padrón, “un largo poema de 720 versos, dividido en 90 fragmentos de 8 versos”, nos fijamos en el siguiente: “LA TIERRA tenía cataclismos de avaricia y los humildes lloraban sus desahucios y los/ jubilados en las plazas no tenían ni para darles migas a las palomas y/arrastraban sus dolores de enfermos y los mendigos con sus llagas gemían/por monedas y se veían desolados los cementerios y los cadáveres/ condenados a soportar las sombras y los poetas trataban de ver la claridad/en los laberintos de la niebla y se retractaban los políticos de sus promesas y/morían de amor los amantes. Y, él, que deseaba ser como el hombre de/antes dijo convencido de su verdad: -¡En el sur está mi identidad y el gozo!”.
No tan inhóspito, aunque a veces desolado, el poeta continúa su viaje por los mundos ignorados, los hace suyos, los llena de cometas, los modifica a su antojo, los vivifica: “AMABA LA PALABRA/ porque le sentía el sonido del rocío. De los volcanes. De las tempestades./ La veía en el color del otoño. O en las ansias de florecer como la primavera./ Se mimetizaba de viajera en el transitar por las ciudades./Representaba la existencia que es débil y fuerte como un junco./Manaba de su corazón llena de virtudes y de horrores que refleja la guerra./ Era como la paz que cuelga de los árboles o de un horizonte de sol./Como la tristeza de un exiliado. Simplemente había que dar vida al idioma. /Comunicar los dolores o la dicha de anochecer con la caricia amada”. La pasión del autor se reviste de vitales consignas, de ilusionadas promesas, de blancos manantiales en que la vida se hace profunda, amplia, intensa.
En una entrevista que hicimos en 1996 a Gonzalo Rojas, el poeta del Torreón del Renegado de Chillán (Chile) nos decía: “Lo que más falta me hacía en los exilios, ese plazo asqueroso que tuvimos que vivir durante diecisiete años (por el golpe de Pinochet), no eran los volcanes hermosos de mi adorada patria, no los ríos caudalosos, no la hermosa cultura paisajística, sino ese hablar, ese decir entre mutilado y equívoco, que es el idioma español entre nosotros (los chilenos)”.
Y tal vez de lo mismo habla Sergio Macías, también nacido en la Araucaria, por ejemplo en el poema que abre con una cita del habitante de Isla Negra, Pablo Neruda, “Hablo de cosas que existen, Dios me libre/ de inventar cosas cuando estoy cantando!”: “HABLO de los arco iris por donde pasa el ser humano,/con toda su carga de pesadumbre y pestilencia./Hablo del amor que gime de ternura en el alma/y de la pasión que arde por el fuego de la sangre./Hablo de lo inabarcable que es el olvido, el silencio./De nuestra soledad que galopa en la gruta de los huesos./ De lo fugaz del tiempo. De la humildad de la muerte. / Y de los campanarios que enmudecen con mi verbo la vita brevis”. Y es la palabra, como linimento para curar la ignorancia, el elemento que utilizan los poetas para entablar diálogos, transmitir su amor o afecto a los seres cercanos, descubrir la belleza de sus lugares queridos o, simplemente, expresar su necesidad de apreciar la vida frente a tantas penurias como el tiempo y los seres desalmados tratan de arrinconar a sus hermanos de raza, los seres humanos, sean mujeres, hombres o monarcas en disolución.
Gabriela Mistral compatriota de Sergio Macías, en su precioso poemario titulado “Dolor”, en gloriosa edición de Torremozas (Madrid 2001), escribe “Si te vas y mueres lejos,/ tendrás la mano ahuecada/ diez años bajo la tierra/para recibir mis lágrimas…” , versos que, de delicadamente, podrían emparentarse con el último poema de Macías: “EL VIAJERO INHÓSPITO soy yo con olor a piel, a sexo, a desierto, a abedules y manzanos./A náufrago en un mar sin olas ni cantos que embelesen. Huyo de/la paz de los cementerios, prefiero la de los arcos iris y de los otoños. / Amada, me asombro más mordiendo las cerezas de tus besos que las caídas/de los astros al vacío. Sólo la memoria nos da la fortuna de conocer nuestros/demonios y misterios. Todo renace con el verbo que sobrevivió al diluvio. /Delirante como el océano del amor y de la muerte que enfrento cada día. /La poesía es la esencia del alma. Transparencia de la sangre y los sueños…”.
Y es que viajar por el mundo de los paisajes amados o por los jardines de la iniquidad, siempre, suscitan ideas explosivas al poeta, a los poetas, pues eso es parte de su inspiración, de su servidumbre ante la existencia, ante los demás seres que pueblan los territorios repletos de luz o los abismos de la mentira. Sergio Macías en ese poemario lúcido y trascendente parece querer dejar el testimonio, no solo, de su aventura terrena, sino también, de sus ilusiones más cercanas, más recordadas, más memorizadas. Y lo hace con la pasión del orfebre que se empeña en tallar una obra de arte. Los suyos son versos rotundos, clamorosos, libres. Volvemos a mencionar a aquella Lucila Godoy Alcayaga, que fue para la poesía Gabriela Mistral, y ese rincón pletórico de humedad, de humidad, que es la escuelita en que reunía a las mujeres del Valle del Elqui, cerca de Vicuña, y junto al rito de aguas clarísimas y heladas, pues viene presuroso de la precordillera andina, iba creando los estímulos necesarios para viajar por la vida, para lograr emancipaciones femeninas y vivencias humanas, tan escasas en tiempo de opresión y violencia.
Sergio Macías analiza el mundo que ha recorrido como viajero, no indiferente, y nos da la prueba de fuego de superar alguna iniquidad y de haber conservado toda su capacidad de ser-para-el amor que dirían los filósofos clásicos, lejos del clásico y merecido odio a quienes son capaces de usurpar comodidades, conciencias e ilusión al dictado de un credo político o de un mandato bursátil. La poesía para Macías es una tabla de salvación y en ella nos embarca.
Majadahonda, 1º de Enero de 2015.
Deja un comentario
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.