SOBRE “EL ENTIERO DE GENARÍN”, DE JULIO LLAMAZARES. COMENTARIO DE MANUEL QUIROGA CLÉRIGO

 

 

 

El poeta y narrador Julio Llamazares

 

 

Crear en Salamanca se complace en publicar este comentario de nuestro colaborador Manuel Quiroga Clérigo en torno a la novela de Julio Llamazares “El entierro de Genarín. Evangelio apócrifo del último heterodoxo español” (Ediciones Endymion, 1981).

 

 

 

GENARÍN EN LA MURALLA

 

 

Fue Julio Llamazares, el escritor sin pueblo, nacido en 1955 en Vegamián cuyas calles, esquinas y fachadas desaparecieron bajo las aguas turbias de un pantano quien, con la sutileza del poeta y la inteligencia del viajero, “descubrió” o puso de manifiesto una terrible historia, como tantas, siempre desconocidas. Es la muerte en loor de abandono de un tan Jenaro Blanco Blanco, de unos  sesenta años, que en un momento de abundancia etílica en su cuerpo de perdedor consuetudinario falleció instantáneamente cuando orinaba plácidamente protegido por las sombras de la Muralla de León.

 

¿Quién o qué produjo tan cruel catástrofe en la noche del Jueves Santo del año 1929?. Fue solo la desgracia. El flamante camión de la limpieza pública no detectó aquel bulto, el de un pellejero encerrado en las sombras. Se trataba de una especie de camioneta bautizaba como “La Bonifacia” que el concejal Bonifacio Rodríguez había adquirido para la extinción de incendios. Este artefacto aún funciona y ahora tiene la noble misión de regar la arena, que los taurinos llaman albero, del coso de León donde, pese a su escaso valor cultural y demostrando que la crueldad persiste en el mundo, se siguen celebrando corridas toros con el pomposo apelativo de “fiesta nacional”.

 

Jenaro Blanco, conocido como Genarín, era un pellejero, es decir, una especie de autónomo de la época que se dedicaba a un oficio de pobres como es la compra ambulante de pieles de conejo una vez que los leoneses de clase alta se hubiera manducado el sabroso contenido. Una vez terminada su jornada laboral, que no sabemos si estaba controlada por alguna autoridad, se supone que Genarín recalaba en el Húmedo y  se iba calentito a su casa que no sería ningún palacete de la época.

 

Y ahí fue como el chófer del camión o camioneta conducido por José María Sáenz perdió los frenos o no fueron éstos accionados a tiempo y dio con el pellejero en tierra. Algunas personas trataron de ayudar al herido pero fue inútil pues, con fractura de cráneo, Genarín, al parecer murió en el acto.

 

 

 

Poco después, y ya en Nueva York, tuvo lugar el crack de 1929, pero eso es otra historia. Sí hay una parecida a la Genarín y, ésta tuvo lugar, en Barcelona tres años antes, o sea el 10 de junio en 1926 con idéntico resultado. Antonio Gaudí que, contaba 73 años, y había sido socialista utópico pasó a demostrar un inusitado fervor religioso. Y aquel día acudía presuroso a confesarse a la Iglesia de San Felipe Neri cuando le atropelló un tranvía. Como no llevaba documentación y, se supone, vestía ropa humilde de trabajo, nadie quiso acercarse a auxiliarle por creer que era un simple mendigo. Tuvo que ser un Guardia Civil quien obligara a un conductor a llevar al herido al hospital donde falleció 60 horas después del accidente. No olvidemos que Gaudí recomendado por su mentor y mecenas Eugeni Güell a Juan Homs y Botines, dedicado a la compra-venta de valores, cuando Homs decidió construir una casa o palacio para su negocio en la Plaza de San Marcelo de León y, así, Gaudí comenzó a trabajar en el edificio Botín mientras lo hacía en el Palacio Episcopal de Astorga (1889-1893) y continuaba con las obras de la Sagrada Familia, que le habían sido encomendadas en 1883. De épocas cercanas o poco después datan singulares edificios como el Parque y Casa Güell, la Casa Batlló o la Casa Milá.

 

Resumiendo, en aquellos casos sin virus criminales, sendos accidentes causaron la muerte de un pellejero, un pobre hombre, y un ilustre arquitecto igualándoles en tan trágico tránsito.

 

Tras la muerte de Genarín, y esto es lo que relata Llamazares en su libro “El entierro de Genarín. Evangelio apócrifo del último heterodoxo español” (Ediciones Endymion, 1º edición 1981), una serie de amigos, capitaneados por el poeta y mecánico-dentista Francisco Pérez Herrero, crearon una especie de asociación o grupo que habrían de convertirse en los Cuatro Evangelistas de Nuestro Padre Genarín, muerto al que, siguiendo las actuaciones de la propia iglesia católica, endosaron una serie de hechos portentosos a fin de dignificar a la figura del pellejero y dando lugar al llamado “Evangelio apócrifo del último heterodoxo español”. Así fue como el citado Pérez Herrero, Luis Rico, aristócrata y dandy, Nicolás Pérez “Porreto”, árbitro de fútbol y el taxista Eulogio  “El Gafas, iniciaron el recorrido para una adoración que todavía existe en la capital del antiguo Reino de León llegando a considerar a Genarín el santo preferido de meretrices, poetas y usuarios a destajo de los establecimientos de El Húmedo, ahora cerrados por orden gubernativa a causa del virus mencionado, siendo también el patrón de los enfermos del riñón por sus afición de levantar el codo junto al mismísimo San Froilán, patrón de las ciudades de León y Lugo, sin ir más cerca. Todo ello  propicia “cada noche de Jueves Santo -según detalla Llamazares- una recogida procesión de orujo y poesía, hasta el cubo tercero de una vieja carretera para rendir homenaje al amante de todos los vicios que allí murió atropellado por el primer camión de la limpieza que compró el ayuntamiento”, paralelo espectáculo que se opone o litigia con el fanatismo un tanto inútil de las procesiones sacras de Semana Santa con sus pendones morados, saetas en balcones, señoras con mantilla, penitentes con sayones y capirones y nazarenos con cadenas y hasta espinas, todo ello aderezado con la presencia de munícipes, autoridades, obispos, beatas y costaleros con botella de anís del Mono.

 

 

 

Jenaro  Blanco, el pellejero, vivía en el Puente Castro lugar situado a la izquierda del Río Torío donde existía una importante colonia de judíos que las órdenes de expulsión dictadas por Isabel y Fernando, beneficiados por la Santa Sede con el título de Reyes Católicos, expulsaron en 1492 en los turbulentos momentos del nacimiento de España como nación cuando Cristóbal Colón se aprestaba a descubrir América, que no estaba escondida ni mucho menos, y terminaban de una santa vez, nunca mejor dicho, la Conquista de Granada comprando a Boabdil sus últimas pertenencias, según los Capitulaciones de Santa Fe, tal como cuenta Antonio Enrique en “Boabdil. Príncipe del día y de la noche” (Editorial Dauro 2016). Puente Castro, tras el ataque combinado de las huestes de Alfonso VIII de Castilla y Pedro I de Aragón, quedó destruido; quienes no perecieron fueron hechos esclavos y el lugar quedó casi deshabitado y una pequeña porción de judíos se mantuvo a duras penas en el barrio de Santa Ana, hasta comienzos del siglo XV en que, según el historiador Justiniano Rodríguez, se desarrolló un interesante comercio con diferentes artesanos, orfebres y curtidores de cueros finos además de poseer prados y tener cultivo de viñedos y molinos. Otro historiador, Abraham Zacut, habla de la existencia de importantes documentos del llamado Castro Iudeorum guardados celosamente por sus habitantes. Después de la expulsión los RR CC firmaron un Decreto de 14 de septiembre de 1495 por el cual la Sinagoga se convertía en la Ermita de Santo Cristo como la Mezquita de Córdoba se convertía en un lugar de culto cristiano, ahora inscrito en el Registro de la Propiedad de Córdoba a nombre del Obispado.

 

La poeta sefardita Margalit Matitiahu, en Salamanca (foto de Jacqueline Alencar)

 

 

Los antepasados de la poeta sefardí Margalit Matitiahu fueron unos de los expulsados de Puente Castro, incluso su madre se llamaba Matilde León. Llevamos a Margalit a León, de paso hacia Cantabria, pues yo la había conocido en el Congreso Mundial de Poetas de Estambul en 1991 y luego habíamos viajado al de Monterrey en México en 1992 y al de Haifa en 1993. Posteriormente publicamos una entrevista, contando su historia, en la revista El Filandón del Diario de León, tras comentarlo con Alfonso García, y a partir de ahí la Concejalía de Cultura y algunos grupos literarios agasajaron a la israelí, a quien ya Camilo José Cela había despedido diciéndola “Nos vemos, española”. Un monolito y unos versos de Margalit Matitiahu se encuentran al orillas del río y frente al puente en homenaje a aquellos expulsados de su tierra. La mayoría pasaron a Portugal y fueron recorriendo Europa hasta que los padres de la poeta se conocieron en Salónica, Grecia. Su madre y su tía se contaron entre las pioneras que llegaron a Jaffa, Palestina, a comienzos de 1930, poco después se les unió Jack, el padre de Margalit, aunque su apellido lo adquirió al casarse con su esposo que había llegado de Egipto.

 

Julio Llamazares, a quien tuvimos ocasión de entrevistar a raíz de la publicación de su libro “Tras-Os-Montes” (Delibros, Junio de 1998), recoge, en el libro sobre Genarín, poemas, emociones, recuerdos, afectos, circunstancias que se unen “con la larga tradición de rituales y ceremonias mágicas con que el pueblo hay combatido siempre los rigores religiosos y que tiene algunas de sus manifestaciones más notables en las Lupercarias y Saturnales romanas, en la Cuaresme prenanti que tan gozosamente nos narra Rabelais, en las innumerables copias de la Coena Cypriani o fiestas de locos, nacidas de la risa popular y las celebraciones paganas medievales y, sobre todo en el Entierro de la Sardina que cierra cada uno las jornadas de Carnestolendas”. Así, el libro también contiene sencillos documentos, estampas ciudadanas, versos y romances que, con el orujo y la algarada festiva, sirven para homenajear a este santo apócrifo de unos devotos seguramente envueltos en las delicias de las tabernas y el jolgorio de la fiesta permanente.

 

Se añade a este comentario un poema, tal como se cita, “En recuerdo de Genarín, ¡oh abandonado!”.

 

 

 

 

 

EN LOS DÍAS DE ALARMA

 

                   En recuerdo de Genarín, ¡oh abandonado!

 

¡Ay, Genarín, de nuevo/vuelven las vacas flacas,

las horas de la angustia,/la vida sin milagros!.

Estos jardines mustios,/los cuervos que avizoran,

las ambulancias negras,/los féretros brillantes,

nubarrones sin luna,/los bosques irredentos,

los ministros llorando,/la oscurecida tarde

nos hablan de la muerte,/los universos raros,

los pájaros sin vuelo,/las calles desoladas

son parte de estos días/de la oscura pandemia

llegada de algún sitio/de ciénagas, venenos.

Seguimos encerrados/en húmedos desvanes

donde aún permanecen/esas fotos felices,

infantiles recuerdos/de los siglos de plata,

los años de la siega,/la ternura nocturna,

el vino refrescante/de los bares abiertos,

los labios musitando/versos de enamorados.

¡Ay, Genarín; ay, mundo/globalizado y triste

ya somos genarines/de agonía imperfecta,

los nulos estrategas/de esperanzas caducas!.

¿Volverán nuevamente/los paseos ociosos,

antiguas compañías/viviendo en los abrazos,

los amantes de cobre/al calor de los parques?.

¡Qué envidia aquellos siglos/de vagabundos nobles,

de viajeros escuetos/por catedrales blancas,

niños alborotados/en las playas de agosto,

mascotas incesantes/comiéndose las rosas,

paisajes inocentes/donde los mirlos cantan!.

La polución, la prisa,/la suciedad, la histeria

crearon horizontes/para agonías crueles;

no creíamos siquiera/que algo se rompiera,

que nobles pellejeros/sucumbieran de noche.

Queríamos entonces/atrapar arco iris,

morder las nubes blancas,/merendar con los ángeles,

edificar palacios/para banquetes blancos,

es decir, la locura/de la gente sin nada.

Y siempre andaban cerca/los cuatro evangelistas,

el orujo y el queso,/los búhos sin alero,

las dormidas murallas,/algún alcohol que cura,

ese candil que alumbra,/los miedosos gorriones,

el Jueves Santo limpio/sin obispos ni caspa,

la luna que ennoblece/a los borrachos castos.

Te tocó una epidemia,/de incomprensión, de hambre,

esa torpe avalancha/de tormenta y de muerte:

no fue “La Bonifacia”/quien te llevó a la morgue,

había luciferes/viviendo en sus mansiones,

políticos azules/siendo dueños de todo.

Llegará, siempre llega/el verano de espumas,

y algunos genarines/tendrán  su recompensa:

el laurel que se ofrece/a poetas y héroes,

la toga de doctores/de la vida en secreto,

el agradecimiento/de quienes te conocen,

el pilar soleado/en la antigua muralla.

¡Ay, Genarín, ay vida/arrancada a la vida,

Baudelaire contagiado/de sonetos de arsénico,

ese Dante Alighieri/de una tan cruel Comedia,

Pasolini sufriendo/una brutal masacre,

las bacterias del odio/derrumbando las torres,

la barca de Caronte/remontando el Bernesga!.

Genarín, te decimos:/espéranos que pronto

volveremos a orillas/de Botines y el Húmedo:

está la primavera/tan sólo prorrogada.                                                          (61)                               

 

Manuel Quiroga Clérigo

 

Manuel Quiroga Clérigo

 

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