El poeta peruano Alfredo Herrera
Crear en Salamanca tiene la satisfacción de publicar siete poemas Alfredo Herrera Flores (Puno, Perú, 1965), estudió literatura y periodismo y tiene estudios de maestría en literatura latinoamericana, mención estudios culturales, y de comunicación para el desarrollo. Ha obtenido el Premio Copé de Oro de la VII Bienal de Poesía, en 1995, en 2016 fue finalista del premio internacional de poesía “Pilar Fernández Labrador”, de Sevilla, España. Ha publicado, entre otros, los libros de poesía “Elogio de la nostalgia” (prólogo de Pablo Guevara, Lluvia editores, 1995), “Montaña de jade” (ediciones Copé, 1996; Hijos de la lluvia, 2021), “Mares” (Lago sagrado editores, 2002), “El laberinto” (2008), “Coca” (2009), “Mare nostrum” (Universidad Nacional del Altiplano, 2013), “Mar de la intensidad” (Cascahuesos editores, 2014), “Falsedad bellísima” (Cascahuesos – cartonera editores, 2015), “Causas naturales” (prólogo de Marco Martos, La Travesía editores, 2019), “Acerca de la palabra imán” (Hijos de la lluvia, 2020). Ajeno a los circuitos comerciales de la literatura, es, sin embargo, uno de los autores contemporáneos más interesantes e influyentes de la literatura peruana.
De: “Montaña de jade” (Ediciones Copé, 1996)
OCTUBRE
Se desnuda la calandria,
cierra los ojos,
se desnuda,
se cubre la idea, feliz,
el espacio de su existencia
y el recuerdo en su pico,
flor y campos azules,
y acusada de intención
la calandria desnuda
emprende vuelo
sobre la verde
Montaña Yangming.
Nadie pregunta.
INMÓVIL FRENTE AL MAR
…y se enfrentó, imperturbable,
al destino severo de sus días y
contempla, hasta hoy, desde la extraña aurora
cómo nace un silencio que por la tarde
muere como un recuerdo
—miradas, despedidas— y renace más tarde en medio
de una canción, no espera que sea su propia sombra,
la que pronuncie las últimas
palabras a las que ha sido condenada
con esta partida…
De: “Causas naturales” (La Travesía, 2019)
LA CASA
Somos la mañana con su tarde
y su inevitable noche.
Somos el día que nos da
en esta casa o en la otra.
Somos las cuatro o cinco paredes
que nos acogen esta noche,
ojalá mañana.
La casa que nos cobija somos
con sus clavos y sus sorprendidos
huecos en las paredes
¡y hasta la vereda de enfrente nos pertenece!
Somos la casa y la ciudad
aunque no tengamos ciudad ni casa,
no sepamos a dónde ir ni
a dónde volver: si a la ciudad o a la casa.
En esta casa somos más que nosotros tres:
somos la casa y su mesa y la leche
y el gatopardo en el jardín,
somos los tres tomados de la mano
acomodando un jarrón y
mirando por la ventana.
UNA ESTRELLA
Una estrella de terciopelo habita mi corazón,
arde, desborda melancolía,
reina y guerrea todo el tiempo,
a media luz y a sol tendido,
durante la oscuridad y en el silencio,
susurra en sueños canciones y viejas historias,
recuerda fantasmas y demonios, ángeles y oscuros caballeros.
Estrella celeste de pandereta y sombrero
que convive en armonía con la tarde,
vuelve aunque no se vaya,
adivina el rostro de quien
se acerca a mi corazón como el agua
que todo lo refleja en la calma.
Una estrella enterrada
en mi corazón no deja de latir,
a pesar de haber sobrevivido
al más crudo de los inviernos y a la más
clara de las primaveras.
De: “Acerca de la palabra imán” (Hijos de la lluvia, 2020)
ACERCA DE LA PALABRA IMÁN
Uso muchas veces las palabras soledad, nostalgia,
noche, mar, serenidad; las repito
y dibujo en cada línea que mi corazón me dicta
cuando la soledad me sumerge en la nostalgia.
Diría alguien que soy un hombre triste,
sombrío, inmerso en una rara serenidad,
como si todo el tiempo mirara al mar,
y tendría razón.
Otro alguien diría que soy un hombre feliz,
que disfruto esta calma que me da el tiempo y
los recuerdos de los que vivo, y tendría razón.
Pero nadie sabe que, digo en silencio, como una letanía,
la palabra imán, que la repito en un tono sin sentido,
que la uso todo el tiempo
para alejar aquellas otras que me hacen
un hombre triste y feliz.
PARA DEVORAR A LA VÍCTIMA
No es extraño que mi bostezo alimente
las flores de terciopelo que cada mañana brotan
de tu espalda.
Cada vez que el sol toca el agua estancada
en mi jardín se produce un temblor de tierra
y tú abres los ojos.
Solamente espero un cielo abierto,
azul al extremo, de manera que pueda
observar el paso de caballitos de mar,
entonces tocaré tus manos con la confianza de un ciego.
Imito muchas veces al día
el canto de ciertas aves que llegan a tu puerta.
Aunque sigas dormida a mi lado,
las aves despistadas no saben que cada noche
dejas tu ventana en un macetero azul
para que libremente pueda besar tus hombros de humo.
Diversas formas ensayo para no abandonar tu presencia,
me aferro a tu sombra, tu aroma de mujer solitaria,
al color de tus ojos, y solo he conseguido
que mi cuerpo mude de color cada madrugada.
Abiertas las ventanas para dejar salir la oscuridad, abiertas las puertas
para que las flores asomen, todo dispuesto para devorar a la víctima,
la chimenea adornada, aunque no sepamos para qué sirve.
De: “Mare Nostrum” (Universidad del Altiplano, 2013)
ORACIÓN
A solas, con la puntualidad de un relámpago, hablo,
digo estrella cuando veo una estrella y digo blanco cuando
me rodea el silencio y digo tu nombre cuando la noche cae.
Miedo a vivir, de pronto, en este inoportuno momento en que
tengo el privilegio de escribir con dirección inútil. Feliz.
Y miro, con mirada ciega, las escalas que van de tarde a noche,
colores con que se despide el día, instante en que la vida
aparece en la distancia, contemplada desde la otra orilla.
Espacio deshabitado, jornada inservible, pedazo de tiempo y
vida que desolado permanece, que advierte un tiempo nuevo,
más lejos aún que la mirada. Estirar, entonces, la mano,
como quien intenta coger el caramelo escondido,
y tocar el espacio furioso de un aire que nos embruja, nos maldice.
La calma de la música. La fatiga del llanto. El delirante rumor
de la noche. Nuestros insignificantes cuerpos extenuados en la orilla.
Nuestros ojos desvalidos. Fatigados. Nadie puede contra la distancia,
es solo el pavor, el pánico, la fuerza insólita que todo lo destruye,
la calma de la música, la fatiga del llanto. Un delirante rumor.
A solas, sobreviviente, digo estrella cuando la noche cae
y digo blanco cuando me rodea una estrella
y digo tu nombre cuando veo el silencio. Puntual como un relámpago.
Los poetas Alfredo Herrera y Alfredo Pérez Alencart
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