El poeta costarricense Alfonso Chase
Crear en Salamanca tiene la evidente satisfacción de publicar una mínima muestra del notable escritor Alfonso Chase (Cartago, Costa Rica, 1944), uno de los más notables poetas latinoamericanos de hoy. Y lo hacemos a modo de homenaje y admiración, en vida, como deberían ser todos los reconocimientos. Chase trabajó en Universidad Nacional (Heredia, Costa Rica), en cuya fundación participó activamente, y se jubiló como profesor catedrático en el 2006. Además, ha sido profesor en universidades de Estados Unidos, México, Cuba, Venezuela y Guatemala. También ha ejercido como miembro del jurado de los principales premios literarios del continente americano. Sus poemas y relatos han sido traducidos al inglés, francés, alemán, portugués, polaco, ucraniano, croata, ruso y griego moderno, entre otros, e incluidos en numerosas antologías. Ha recibido, entre otros, los siguientes galardones: Premio Nacional de Cultura (1999); Premio Nacional Aquileo J. Echeverría en las ramas de poesía (1967 y 1995); cuento (1975); novela (1968 y 1995); ensayo (1997); Premio García Monge de Periodismo Cultural (1986) y Premio Carmen Lyra de Literatura Juvenil (1978). Ha publicado más de treinta obras en los géneros de poesía, cuento, novela y ensayo, y ha incursionado en el campo de las artes visuales, con exposiciones dentro del país y fuera de este. Sus libros en poesía son, entre otros: Los reinos de mi mundo (1966), Árbol del tiempo (1967), Cuerpos (1972), El libro de la patria (1975), Los pies sobre la tierra (1978), El tigre luminoso (1983), Entre el ojo y la noche (1991) y Jardines de asfalto (1995).
Libro publicado en España
YO AVIZORO
Yo avizoro un mundo alzándose
sobre el poder de su propia importancia.
Una nueva tierra y un nuevo cielo
aquí, entre nosotros,
y no en lejanos mundos accesibles
sólo por la necedad telemática.
Yo chateo con Dios a toda hora.
Es decir: hablo conmigo mismo sin necesidad
de redes espectrales controladas por el Maligno.
Vivo mi propio Apocalipsis todas las mañanas
al leer las noticias en los diarios.
Entreveo la marca de la Bestia en las sonrisas
y sobre la frente de bellos modelos indigestos.
Yo exijo un mundo construido
sin cielo y sin infierno. Un espacio
libre para la mujer y para el hombre.
Aquí, en la tierra, cercano de mi mano
y propicio al fuego de mis labios.
Un reino cuerpo, manos, cerebro, mente
y semen, unidos en el abrazo de los espermatozoides
y los óvulos. El reino de la carne para la carne.
Un reino neurona para la inteligencia.
Un espacio de luz, radical y glorioso,
por sobre la oscuridad de estos días nefastos.
MANERAS DE LA CARNE
El objeto desea, el sujeto seduce.
La palabra no sirve ya para decir
lo que antiguamente estaba detenido
en el vasto horizonte.
La vulgaridad enseña sus dientes
sin metáforas y todo repite
un canto en monosílabas.
Escribir no es solo ordenar las palabras.
El poema seduce, el objeto desea.
Ambos se enfilan hacia la imagen viva
del entierro del Conde de Orgaz.
Sobre la negra lasitud, el Greco
nos muestra la extraña palidez
de sus criaturas. Eso podría ser
la imagen más delicada de un infierno.
¡Que un efecto óptico me acerque
y me separe de ti! Pero estás allí:
levísimo, como sale el vampiro de la cripta
para beber la sangre de mi cuello.
El objeto habla como la noche.
El sujeto se entrega, a ras de sol,
el último destello del crepúsculo.
REPLICA
Envejecer es tarea desagradable, no lo niego.
Rodeado de objetos comunes, vajillas plásticas,
cornamentas colgando en el vestíbulo,
trajes tenuemente coloreados por el tiempo
y un reloj reluciente, señalando el paso.
Envejecer puede ser oficio digno
cuando se tiene cerca la mano de la muerte
y se aprende a ser su amigo y nunca el adversario.
Es importante amar para saber envejecer.
En singular, o en plural, la vida adquiere
un tono diferente.
Se vive para morir, abierta la sonrisa.
Como si la muerte fuera una mariposa
y el seguir erguido, entre la muchedumbre,
el dulce oficio de saberse eterno
bajo el rocío de la mañana.
OSA
Alguien dijo que el mundo moriría por fuego.
Yo pienso que por agua. Ahogado
en riesgos que supone
el resultado de la combustión.
O que su muerte sea una sutil manera
del aire, evaporando entre las miradas asombradas
de un calamar gigante. El vapor del agua
tejía arabescos plateados
sobre la piel hirsuta de los animales
y un cono de fuego, inexplicable,
reflejaba al sol
sobre la tibia agua de los atardeceres.
El fino plancton, hecho líquido,
mostraba la eficiencia del agua
sobre el poder del fuego.
La atmósfera no muestra nada evidente
de lo que pienso y escribo. Pero la razón,
antigua como el mundo, tiene fijado
para el agua un destino que ni siquiera
ella lo sabe. Aire, tierra, fuego.
Son apenas la máscara del líquido
que nos ahogará de súbito.
Chase entrevistado en la televisión de su país
HE SIDO LO QUE PUDE SER
He sido lo que pude ser.
Yo, el diluido.
El ectoplasma miedoso de un fantasma
que logra percibirse en el espejo.
Pensé que ya nada habría de ocurrir.
Ni siquiera encontrarte. Percibirte
entre las brumas del parque,
no en las extrañas neblinas, sino en la opaca luz
de algo que allí ya había ocurrido.
Los fantasmas no logran encontrarse nunca.
Solo pueden ser vistos
por los ojos de alguien
que espera a una estrella de mar.
Voy a ocultarme en el silencio.
Para que me abandones.
A mí, el diluido
en la basura solitaria de algún parque.
Tus zapatos, grises y rojos,
guardan todavía el calor de mis pies,
evanescentes.
2011, Parque Central
UNA GOTA DE SANGRE
Una gota de sangre, hoy,
puede contener
el límite de todo el universo.
Una bofetada, en su rumor metálico,
no podría nunca domar el dulce abismo de unos ojos
y el golpe, magistral sobre los tímpanos,
no nos priva de oír el sonido
de esos caballos, recorriendo firmes el desierto
sobre sus cascos serenos.
La lluvia, anhelada e imposible,
dilata cualquier celda,
creada para contenernos.
Una lágrima expulsada,
hacia el adentro del llanto,
es más poderosa que las bombas cayendo
sobre ciudades inertes.
La esperanza está definida en los cuerpos
saltando en miles de átomos vengadores,
en ese ser en la muerte
que es igual a Ser para la resurrección.
TA NEA GRAMMATA
Las páginas, amarillentas,
reúnen la luz del sol, esparcida
por la desolada biblioteca.
Alguien las tuvo entre sus manos
hace unos instantes. Una persona
posó sus ojos sobre las líneas
de un poema que no sé qué significa.
Zumbona sílaba que nace entre palabras
y busca descifrar
esa música invisible
que todo lo convierte en mármol.
Aquí, la luz es blanca y cae, vertical,
sobre la madera antigua.
Nada puede interpretar
lo que soy, ahora, mientras
paso mi mano por las hojas.
No sabiendo lo que expresan estos signos
interpreto que lo dicen todo.
Mi piel, hecha luz, refleja el tono
amarillo y oro del afuera,
convertido ya en cóncava gruta
artesonada de cielo.
Atenas, 2009
Alfonso Chase
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