SIETE GACETILLAS DE JESÚS FONSECA. FOTOGRAFÍAS DE JOSÉ AMADOR MARTÍN

 

1 El poeta y periodista Jesús Fonseca Escartín

El poeta y periodista Jesús Fonseca Escartín

Crear en Salamanca tiene el privilegio de publicar siete de las más de 130  gacetillas o reflexiones que Jesús Fonseca ha acopiado en su libro ‘Gacetillas humanísticas”, editado por Verbum (Madrid) en coedición con Trilce (Salamanca). Son artículos intemporales, publicados previamente en siete periódicos de Castilla y León. El mismo se presentó en la sala de la Palabra el pasado 1 de abril. Jesús Fonseca Escartín nace en la Villa altoaragonesa de Canfranc. Su quehacer profesional está dedicado a la poesía, la entrevista, la crónica y el columnismo. Ha sido corresponsal de prensa, radio y televisión, así como enviado especial en numerosos países de Europa, África, Asia y América. Director de Información Nacional de la Agencia EFE y de Televisión Española. De su obra literaria destacan, junto a obras de carácter periodístico como Irreverentes gacetillas, Conversaciones en Silos o Castilla y León desde el cielo, los poemarios Tiempo de otro tiempo, Largo intento, Palabras al alba, El día continúa, Poemas vestidos de viaje, Paixão portuguesa y Con palabras de carne. Ha participado, junto a poetas de España, Iberoamérica y otros países, en obras colectivas como Os rumbos do vento, El paisaje prometido, Corazón de cinco esquinas, El color de la vida y Vendimia oriental.

 

 

 

2 Pilar Fernández Labrador, Jesús Fonseca y Alfredo Pérez Alencart (Foto José Amador Martín)

Pilar Fernández Labrador, Jesús Fonseca y Alfredo Pérez Alencart

EL SILENCIO DE LOS BUENOS

23 de octubre de 2009

 

Que nadie diga que no se puede hacer nada. Que nadie guarde silencio. Es tiempo de plantar cara. Están pasando cosas intolerables a nuestro alrededor y no podemos continuar cómodamente instalados en la felicidad doméstica. Así es el asunto. Pero el problema no es la maldad de los malos, sino el silencio de los “buenos”, satisfechos e inoperantes siempre. El consentir con la barbarie de una mayoría silenciosa. El buenismo es la peor de las pandemias, en tiempos como estos de crisis económica, política y social. De descenso humano. Hay que hacerse sentir en todo momento y circunstancia, cuando se trata, por ejemplo, de la defensa de la vida. ¡Cada criatura humana es nuestra esperanza! Hay que no dejar pasar una —y se están dejando pasar muchas— en lo que a la defensa de los derechos de los trabajadores se refiere. ¿Cómo se puede todavía hablar de abaratar el despido, mientras quienes lo proponen disfrutan de contratos blindados? Eso, por no hablar de la obscenidad de los banqueros y sus multimillonarios sueldos; que clama al cielo. Que nadie guarde silencio ante los comportamientos siniestros y criminales de políticos ineptos y corruptos hasta la náusea. No podemos ser meras comparsas de esta progresiva trapacería y brutalidad. Que nadie diga que no puede hacer nada, a la hora de defender la dignidad de las personas o el buen uso del dinero público, porque no es verdad. O a la explotación de los inmigrantes, que siguen practicando en España impunemente empresarios sin escrúpulos, como si esas personas no compartieran nuestro propio destino. No podemos seguir postergando nuestra reacción, una y otra vez, frente a tan insoportables abusos. Hay que decir no. Somos muchos los que no estamos dispuestos a renunciar a un camino guiado por principios y valores. Por la justicia, en primer lugar. Cada día salen a la luz comportamientos en los que la mentira es la norma. Que nadie que pueda hablar siga callado. Que nadie que pueda hacer algo deje de hacerlo. La democracia es cosa bien distinta. Estamos hartos de escuchar siempre a los mismos decir las mismas cosas, mientras nuestra convivencia hace aguas. Esto se acabará sólo cuando cada uno, cuando todos a una, digamos no. Y ha llegado el momento de plantar cara. Así es el asunto.

 

 

 

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MORAL FRENTE A CODICIA

23 de febrero de 2010

Nadie debe tener osados pensamientos. No se puede pensar, por poner un ejemplo, que una sociedad amoral es menos feliz. O que sin ética no hay manera de llegar a la verdad, disfrutar con la vida y hacer el bien. Que la ética y la moral son un antídoto contra la codicia, contra la avaricia. Las opiniones firmes incomodan. Es lo que hay. Se prefiere la ambigüedad. Los márgenes imprecisos. Parece mentira que haya que defender a toda hora, por ejemplo, que la vida humana es un valor absoluto, tanto personal como social. Pues hay que hacerlo constantemente, precisamente porque tanto la ética como la moral han pasado a ser las grandes olvidadas. Como también parecería que no hubiera que dar la cara —por el riesgo de que te la partan— para sostener algo tan elemental como que la muerte es la última acción humana, el acto final de toda persona. Y el derecho que tiene el que se va de ser el protagonista de sus últimas horas. Que se puede y se debe apoyar y ayudar, pero no decidir por él o ella. Pues hay también que defenderlo. Si dices que la única forma de morir dignamente es cuando se conservan la razón y la voluntad, para así poder escribir la última página de la vida con entera libertad, te miran raro. No se lo que nos está pasando, pero cada día andamos más desorientados. Con el quehacer humano sometido a un auténtico mercadeo. ¡En qué extraviadas sendas andaremos que somos cada uno quienes determinamos lo que es bueno y lo que no! Como si el interés particular o el capricho puro y duro fueran el principio conductor del vivir. Es lo que hay. Asusta observar esta alegre liquidación de todas nuestras categorías y esquemas mentales. Es como si no quisiéramos saber por qué estamos en el mundo y en la Historia. Asunto este irremediablemente conflictivo. Y cuando intentas dar una vuelta de tuerca a estos condicionantes de la naturaleza humana y el goce de ésta, aparece siempre la servidumbre de los mal llamados derechos individuales y su manipulación. El placer y nuestra conveniencia, también, como principio y fin de la condición humana, al margen de la bondad o maldad del acto humano. Como si las cosas no fueran lo que en verdad son, más allá de lo que interesa que sean.

 

 

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LO QUE NO QUEREMOS OÍR

15 de abril de 2011

Hablaré de lo que no gusta: de la vuelta de tuerca que necesitamos darle a tantas y tantas cosas, si queremos salir adelante. Sería estupendo que tomaran buena nota los políticos de cualquier partido de lo mucho que importa que se atrevan a decir lo que casi nadie desea oír. Por ejemplo, que estamos ante una de las peores crisis. No se trata de catastrofismo alguno. De lo que se trata es de tomarle el pulso a los negocios. De encontrar, con la ayuda de todos soluciones, por más que duela. Nuestra realidad no está para ensoñaciones. Es fácil decir —porque da votos—, que se van a mantener e incrementar todas las prestaciones sociales. Pero lo difícil es que el desbarajuste en el que estamos lo haga posible. ¡Pues digámoslo! Digamos que seguimos sin ser capaces de contener el gasto público, que se dispara y dispara de día en día. Avergüenza el derroche de la administración central, de la autonómica y de más de una municipal. Podemos esconder la cabeza como el avestruz. Pero los números son muy tozudos y más vale que cojamos el toro por los cuernos. Comprendo que sea molestísimo recordar estas cosas. Lo hago como quien, al igual que tantas y tantos, no aspiramos a ocupar el espacio político, pero sí a vivir y dejar vivir. A participar en la cosa pública con nuestras convicciones. Estaría bien que alguno de los que se presenta como candidato a unas elecciones, admita en público que los trabajadores sin cualificar son —y van a seguir siéndolo— los grandes perdedores de esta hora de España. Que por eso es tan importante la educación. La calidad en todo. Que las personas más preparadas están en mucha mejor situación para afrontar lo que se nos viene encima que las que no. Hay que hablar de esfuerzo, de sacrificio, de privación. Algo así como lo que hizo Churchill desde el balcón de Buckingham Palace, al término de la Segunda Guerra Mundial, cuando convocó a los ingleses a un gran empeño colectivo de superación, ya que no tenía otra cosa para ofrecerles que trabajos y penalidades para levantar la patria. ¡Que alguien ofrezca soluciones definitivas y no parches, por favor! Propuestas concretas, cambios para realizar de una vez y con contundencia, cueste lo que cueste. Lo dicho: que nos digan lo que no deseamos oír, cueste lo que cueste.

 

 

 

 

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PERDÓN

22 de junio de 2012

El paso de los años suele provocar, casi siempre, un ablandamiento del corazón. Algo que sucede no tanto por virtud, como por imperativo del tiempo. Más sabe el diablo por viejo que por diablo. Los años enseñan, para empezar, que nadie es perfecto. Más todavía: que muy pocos están llamados a serlo. Son cosas que se aprenden sólo con el conocimiento de nosotros mismos; verdades conquistadas a base de esfuerzo. Algún amable lector se preguntará —y con razón— a qué viene, a estas alturas del paseo, dedicar una gacetilla al perdón con la prima de riesgo por las nubes y la sombra del rescate más al acecho que nunca. Para empezar, porque alguien tiene que hablar de estas cosas y no más de lo mismo. El amable lector me lo agradecerá, estoy seguro. Las páginas de los periódicos hablan estos días de la necesidad de perdonar. De lo negativo que es para una sociedad que la dureza se adueñe de los corazones. Y es verdad. El paso del tiempo nos coloca ante nuestra propia verdad. Lo que pasa es que somos todos y cada uno de nosotros los que hemos fallado. En realidad, si somos sinceros, podemos llegar a la conclusión de que casi nunca hemos hecho nada del todo bien. Que nunca hemos sido verdaderamente perfectos pero que tampoco pasa nada por ello. Tenemos mucho que perdonar, pero igualmente mucho por lo que ser perdonados. Somos quienes somos y lo mismo sucede con el resto, es verdad. Por eso es sólo el perdón que concedemos lo que nos otorga el derecho a perdonarnos a nosotros mismos. No se puede estar siempre «arañando en el corazón, escarbando en él, consumiéndolo, abrasándolo» asegura Chittister. Hay que hacer borrón y cuenta nueva. Nada hay tan sanador. Sí: el perdón recompone el vivir. Con seguridad la prueba de que somos felices en el fondo. La mejor evidencia de hasta qué punto nos conocemos. La medida de lo divino, que es siempre lo más humano que hay en nosotros.

 

 

 

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DECIR NO CUANDO ES NO

24 de octubre de 2014

Todos deseamos llegar a viejos, y todos negamos que hayamos llegado. Convengamos en que la vejez no vende. La eterna moda es la juventud. Lo dice, con su probada agudeza, el barbirrojo y cojo Don Francisco de Quevedo, al que nunca leeremos suficientemente. Sucede que sólo vemos bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos. Y eso lo saben mejor que nadie los ancianos, que miran con los ojos de la experiencia y, por eso, son tan cuerdos. Cuando se es joven se aprende y, cuando se es mayor, se entiende. Cuántas veces hemos escuchado que, con la edad, uno se libra del deseo de hacer las cosas como los demás; o que, con su sola presencia, las personas mayores son testigos de valores permanentes. Pero… ¿acaso interesan esos valores? Parecería que más bien poco. Las convicciones molestan, en esta sociedad de diseño. La clave la da García Márquez: «Lo más importante que aprendí a hacer después de los cuarenta años, fue a decir no cuando era no». ¡Menuda temeridad! Los años enseñan demasiado y eso no interesa. Es más cómoda la ignorancia. Y, además, ¿acaso no es la juventud la que aúpa el vivir…? ¡Qué se puede esperar de los viejos…! Las batallitas del abuelo y poco más. Eso nos venden. Pues no. ¡Error, inmenso error! Me pregunto si no estará ahí la clave de tanta devastación. Los mayores saben mejor que nadie que, a la larga, lo único que es bueno para cualquiera de nosotros es lo que es bueno para todos aquí y ahora. Se equivocan quienes proclaman, a voz en grito, que la juventud es el bien supremo. Que sólo de ella depende el porvenir. El caso es que se acepta, sí, que las personas mayores son un caudal de sabiduría. Pero sólo de boquilla. Somos muy cínicos en esto, como en tantas otras cosas. Lo de la sapiencia desaprovechada de los ancianos, es más un tópico que algo de lo que estemos convencidos y hagamos uso. Premisas falsas. A la hora de la verdad, a las abuelas y a los abuelos, apenas se las escucha, no sea que digan no cuando es no.

 

 

 

 

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CON EL NOMBRE DE JESÚS EN LA BOCA

20 de febrero de 2015

Se llamaba Yusef, José en árabe, el padre de Jesús de Nazareth. El joven egipcio, es el primero que aparece desfilando, maniatado y con el mono naranja, en uno de los vídeos más atroces que hemos visto nunca. Detrás, su verdugo. Un muyahidín, que quiere decir ‘guerrero santo’ Viste de negro, con la cara cubierta, y muestra la hoja del cuchillo con el que se dispone a degollar a su víctima. Cosa que hace —el vídeo muestra la decapitación entera— y que resulta insoportable de contemplar. Con Yusef, caminan los otros protagonistas de esta  decapitación masiva. Pero ¿quiénes son esos 21 desdichados? Pues gente muy humilde: campesinos que labran los campos de trigo y alfalfa de sus aldeas sin asfaltar; trabajadores; inmigrantes, en busca de holgura para sus vidas, deseosos de poder enviar algo a los suyos, en Egipto. No me los puedo quitar de la cabeza. La mayor parte de ellos, tenían poco más de veinte años. Son cristianos coptos, delito por el que han sido decapitados. Yusef, como quien todo de Dios lo espera, murió con el nombre de Cristo en la boca. En la grabación, se percibe cómo silabea el nombre de El Galileo: «¡Oh, Jesús!», exclama, ya de rodillas. Es todo tan indeciblemente atroz, que no hay palabras. Parecería que ni los hijos de las tinieblas son capaces de semejante barbarie. Me pregunto si tanto tormento será verdad. Pues sí. Tanto padecimiento, tanta crueldad, amable lector, es verdad. Y está sucediendo aquí al lado. A la vuelta de la esquina. Los están matando por confesar su fe. Son otros Cristos. Son los crucificados, los despojados de hoy. El corazón palpitante de la Cristiandad. ¿Quién si no? Su delito: vivir en el Amor, en la inagotable libertad de los hijos de Dios. Los 21 mártires asesinados en Libia representan, en medio de esta quiebra moral nuestra y desprecio de lo sobrenatural, un toque de atención muy serio. Nos muestran el rostro humano de un Dios de paz al que Occidente se obstina en dar la espalda, mientras otros van hasta el extremo y dan su vida por el Hijo de Dios vivo.

 

 

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VIVIR CON MENOS

28 de abril de 2010

Padecemos una crisis económica. Pero no sólo. También ecológica: aumento de la contaminación, cambio climático, desertificación. Sufrimos, también, un bache social: mujeres y hombres desorientados, familias rotas, escuelas que no educan para la vida, precariedad profesional. Políticos que van a lo suyo. Soportamos, igualmente, una pérdida de valores con poca solidez y referencias confusas. Pero todas estas crisis tienen algo en común: una humanidad que no respeta la vida. Que pisotea la naturaleza y desprecia a los propios seres humanos. Un insaciable afán devorador. La alerta ha sido lanzada, aunque pocos hagan caso: en un mundo con recursos limitados no podemos seguir derrocando a diestro y siniestro y crecer sin límite, porque no estamos aquí para vivir sin más ni más. La solución ya la sabemos: reducir el consumo, pasar con menos. Vivir con sobriedad. Incluso trabajar menos para compartir y estar más con la familia, con los seres queridos. Hacer realidad cosas como lo de usar la bici y el transporte público, en lugar del coche. Hablar cara a cara, en lugar de hacerlo por el móvil. Apagar la tele o el ordenador, de vez en cuando, para conversar o abrir un libro. No son solfas. Son gestos que pueden hacer que las cosas cambien para que, frente a la deshumanización que provoca la sociedad del hartazgo, surjan, cada vez más, personas capaces de demostrar que se puede vivir mejor teniendo menos. Todo un reto. La verdadera revolución: cambiar el modelo.

 

 

 

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