Felipe Lázaro en Salamanca, durante el homenaje internacional a Gastón Baquero
(1993, fotografía de Jacqueline Alencar)
Crear en Salamanca tiene la satisfacción de publicar uno de los relatos incluidos en el libro ‘Invisibles Triángulos de muerte. Con Cuba en la memoria’ (Betania, 2018), del poeta cubano Felipe Lázaro (Güines, 1948), que reside como exiliado político en España. En este libro, su primera incursión en la narrativa, Lázaro reúne catorce relatos que transcurren en su ciudad natal (Güines), donde rememora su infancia en los convulsos finales de la década de los 50 y en los dos vertiginosos primeros años de la Revolución cubana, a principios de los 60. Memoria y ficción se aúnan en este libro para conformar un conjunto de cuentos que plasman una viva remembranza de una Cuba ida, pasada, que contrasta con las ruinas actuales -de toda la Isla- y que, en definitiva, confirma el innegable fracaso del régimen del 59. Recuerdos y creación que se unen en este puñado de narraciones y confeccionan el mosaico de una cuentística de la nostalgia y de la niñez. Como bien señala su autor en las “Palabras iniciales” de esta entrega: “En estos textos hay una variada mezcla de realidad (autobiografía) y de ficción, de personales reales con otros totalmente inventados, pero el tiempo y la atmósfera son los esa época: los años que van desde 1958 a 1960, salvo los últimos dos relatos que imagino y sitúo muchos años más tarde. En todo caso, este es un libro sin pretensiones literarias. Más bien, son textos testimoniales, de denuncia, que a lo sumo encierran una gran dosis de nostalgia, de recuerdos juveniles, donde la memoria y la autoficción se aúnan para conformar este retablo de relatos”.
¡SE FUERON Y LO PERDIERON TODO!
(Monólogo de un sindicalista)
A los trabajadores del almacén, bodega y panadería
La Reina, en el Güines prerrevolucionario
Recordando al amigo Antonio López Cruz, “Chigüe”
Las revoluciones quieren hacer por decreto que
en un instante se precipite el progreso, y nazca el
hombre nuevo y surja por encanto la ciudad soñada
Gastón Baquero
–¡Es curioso! Antes del 59, los opositores políticos cubanos se exiliaban pero no perdían sus propiedades ni sus derechos como ciudadanos. Incluso, cuando la Isla era colonia española, algunos independentistas fueron deportados a España, enviados a las prisiones peninsulares, pero ni estos ni los que residían como exiliados en Estados Unidos o en otros países, jamás perdieron sus propiedades en Cuba. ¡Claro, entonces, no todo el mundo tenía propiedades! Pero, como bien sabes, muchos de los grandes terratenientes cubanos lucharon contra España desde 1868, y a estos se sumaron muchos abogados, médicos y estudiantes universitarios que terminaron sus estudios en el extranjero. Lo mismo pasó cuando el Machadato: hubo miles de cubanos exiliados en Estados Unidos o en España, en Francia o en Venezuela, la mayoría profesionales que jamás perdieron sus propiedades, porque cuando el dictador Machado huyó y triunfó la Revolución del 33, estos opositores, militantes de las organizaciones revolucionarias ABC, el Directorio Universitario Estudiantil o el Ala Izquierda Radical, regresaron a Cuba sin problemas y con sus bienes –pocos o muchos– a salvo. Igualmente sucedió con Batista. Después del Golpe de Estado del 52 se exiliaron un montón de profesionales en Miami y en Nueva York, en Madrid o en París, hasta en Caracas y Ciudad México, pero ninguno perdió algún bien que tenía en Cuba, fuese una casa, una máquina, su biblioteca, etcétera. Todos regresaron tras la huida de Batista y el triunfo de la Revolución del 59. ¿Qué por qué te comento todo esto? Porque, precisamente, después del 59 –desde su inicio–, todos los opositores al nuevo régimen castrista que abandonaban Cuba perdían absolutamente todos sus bienes (hasta sus pertenencias más personales) que eran incautados por el Estado. Esta ha sido una constante (de robo estatal) en estas seis décadas de castrismo, hasta hace muy poco, que ya se puede salir del país sin perder tu casa u otros bienes pequeños. Pero desde los años 60 a dos mil algo, todo el que abandonaba Cuba perdía lo que tenía, hasta los animales afectivos (perros, gatos, pajaritos…).
Incluso, en los duros años 70, el que deseaba abandonar Cuba tenía primero que trabajar obligado un par de años en la agricultura –para entonces ya estatalizada– y así poder conseguir el permiso de salida. Es decir, no solo robaron a todos los ciudadanos cubanos, tuviesen grandes o pequeñas propiedades, sino que utilizaron una mano de obra esclava durante años. Mira, al inicio del 59, nada más huir Batista, comenzaron a irse solo los batistianos: no solo sus allegados o los militantes de su partido, sino funcionarios, militares y policías del anterior régimen. Después comenzaron a salir los nuevos opositores a la Revolución, a los cuales no les quedaba otra opción que el exilio. Por eso, a inicios de los 60, según la Revolución se radicalizaba, comenzaron a irse muchos activistas cristianos (católicos y protestantes) en su mayoría estudiantes universitarios o de secundaria. También optaron por el destierro una buena cantidad de profesionales: abogados, médicos, dentistas y muchos de los grandes comerciantes. Todos dejaban sus casas, sus consultas, sus negocios y hasta las oficinas intactas, que más tarde –poco a poco– fueron confiscadas por el Estado cubano. Aquí en Güines, desde 1959, la mayoría de las familias –de entonces– lo abandonaron y lo perdieron todo. Mira a mi primo Ramón, profesor de Secundaria, escritor y poeta, Doctor en Pedagogía y en Filosofía y Letras por la Universidad de La Habana, fundador de revistas literarias. Él ya era Catedrático en el Instituto Nº 1 de La Habana, tras ganar una reñida Oposición y se había comprado su casita, muy moderna y linda, en el Nuevo Vedado habanero, y lo dejó todo: la casa, su máquina, sus muebles, su biblioteca (¡cómo lloraba por su biblioteca!) y salió en 1960 y, como ya sabes, falleció en Puerto Rico en 1966; sus hijas siguen en Miami y jamás han vuelto a Cuba.
Casos como este hay miles: médicos o dentistas que dejaban sus casas y sus consultas intactas, abogados y notarios que dejaban sus bufetes o sus propiedades, maestras que perdieron sus casitas, campesinos que perdieron sus tierras… Ese es un caso, cercano, familiar, pero hay cientos de miles de familias cubanas que lo perdieron todo. Cientos de miles de cubanos que confirman el abuso y el robo a mano armada que han supuesto todos estos años de Revolución. No obstante, lo que aquí pasó es lo se ha llegado a denominar como “la Revolución del callo”. O sea, cuando en el 59 se exiliaron y perdieron sus bienes los batistianos, casi nadie protestó. Luego en los 60, cuando abandonan Cuba los grandes comerciantes, los terratenientes, es decir los más ricos, aunque también salieron muchos estudiantes y profesionales de clase media (piensa que de seis mil médicos que había en Cuba, tres mil se fueron en esos años iniciales), nadie protestó. Es decir, que cuando confiscaron bienes a los grandes comerciantes, los medianos o pequeños creyeron que la cuestión no iba con ellos, incluso alguno se habrá alegrado, hasta que en el año 68 les tocó su turno y todo el comercio interior (todavía en manos privadas) fue confiscado en la demoledora y destructiva Ofensiva Revolucionaria, pasando a manos del Estado cubano el ciento por ciento de todo el comercio de la Isla. ¡Ya en esa fecha no quedó nadie para protestar! Lo que me recuerda un conocido poema del poeta alemán Bertold Brecht. Pero, fíjate, el exilio cubano –en estas seis décadas– se configura como una de las constantes más características de la Revolución y uno de sus mayores crímenes. El régimen castrista, impuesto por las armas en 1959, siempre ha utilizado el abandono del país a su favor. Su consigna se puede decir que siempre ha sido: “A enemigo que huye, puente de plata”. En eso han sido muy maquiavélicos, siempre usaron la salida del país como una olla a presión; aunque, en realidad, se han convertido en los más grandes criminales que ha dado toda la Historia de Cuba.
Piensa en las oleadas masivas de exiliados cubanos: desde los batistianos en el 59, la burguesía en los 60, la salida por el puerto de Camarioca (1965), los vuelos de la Libertad, los miles de cubanos que viajaron a España (a finales de los 60 e inicio de los 70) para saltar a Estados Unidos hasta la estampida de 125.000 cubanos por el puerto del Mariel (1980), la crisis de los balseros en los 90, los treinta mil que llegaron a la Base de Guantánamo, los miles que aún siguen huyendo en las dos décadas que van del 2000 y algo… Y así hasta nuestros días, el exilio jamás ha cesado. Cuba se ha desangrado –y se desangra– desde el 59. Desde el triunfo de la Revolución, nadie ha podido vender nada e irse: si se iba, lo perdía todo. En 1960, para viajar, ¡solo podías sacar diez dólares! Después ni eso, además de tu ropa personal y poca.
Hay escritores que no pudieron sacar libros de su autoría o les fueron intervenidos en la Aduana cubana, como le sucedió al poeta Lorenzo García Vega, que llegó a Madrid desolado porque le incautaron varios títulos que él había publicado en Cuba. ¡Otro abuso! Luego, con las primeras intervenciones de negocios, al principio la gente pensaba que se lo iban a quitar a los legítimos dueños para que lo administráramos los trabajadores. Pero nada más alejado de la realidad. Tan pronto el Estado confiscaba una empresa privada, inmediatamente nombraba a un nuevo administrador estatal, que en aquellos años 60 eran con toda seguridad militantes del entonces partido comunista cubano, que se llamaba Partido Socialista Popular (PSP). Incluso, este nuevo administrador venía de otra provincia e imponía una nueva disciplina laboral y administrativa muy diferente a la del anterior dueño, que era más cercana y familiar. Recuerdo que en la Compañía de víveres La Reina, donde yo trabajaba, lo primero que hizo el administrador estatal fue suspender todas las prerrogativas que mantenía el legítimo propietario, como adquirir comestibles fiados y pagarlos al fin de mes. ¡Suspendió hasta la caja con víveres que se regalaba por Navidades a todos los empleados! Esto y el trato despectivo con ínfulas de gran capataz, lograron que odiáramos a muerte a aquel interventor. Fue cuando nos dimos cuenta de que el Estado era el nuevo dueño y ¡un dueño peor! No sabes cómo echamos de menos al anterior dueño…
Yo había sido dirigente sindical en Güines, del Sindicato de los Dependientes, es decir, representaba a los empleados del comercio privado. Después del triunfo revolucionario fui miliciano y fui uno de los empleados que pidió la intervención estatal de La Reina a finales del 61 o principios del 62. ¡Ya no me acuerdo bien, han pasado tantos años! Y esto, a pesar de que su dueño se había ido en el 60. Durante esos años seguimos trabajando como empresa privada, incluso las dos criadas (cocinera y limpiadora) acudían todos los días a trabajar en la casa del dueño que estaba arriba del negocio. Esto siguió así hasta que el Estado confiscó todo: negocio y casas. Digo casas pues originalmente eran tres casas que su dueño unió por dentro y la inscribió como una casa en el Registro de la Propiedad, años antes del triunfo de la Revolución. Después intervinieron y, más que quitarle el negocio al dueño, que se había ido para el exilio, en realidad, nos lo quitaron a nosotros. ¿Por qué no nos dejaron organizarnos como una cooperativa o trabajar el negocio en autogestión? Nada de eso, se impuso la estatización: el capitalismo de Estado. Lo primero que hicieron fue destruir el gran mostrador de caoba que caracterizaba la bodega. ¡Demencial! Después se llevaron los camiones para La Habana y, al final, cerraron la bodega, incluso el almacén se usaba para guardar algún que otro tareco, pero en realidad ha estado años inutilizado. Solo se salvó la panadería que siempre ha funcionado, aunque –créame– jamás han vuelto a producir un pan y unas galletas como las de La Reina. ¡Hasta de La Habana venían a comprar!
Además se hacían unas empanadas gallegas y se asaban unos lechones y guanajos de película. Con los años pasados, yo solo me pregunto, ¿para qué sirvió aquella confiscación si años después la bodega y el almacén permanecen cerrados y la panadería dista muchísimo de brindar un pan y unas galletas que gusten, que tengan calidad? ¿Para qué sirvió ese robo? A nosotros, los trabajadores, no nos benefició. Seguimos ganando lo mismo en lo que han dado por llamar “socialismo” que durante el capitalismo. En Cuba, se congelaron los salarios desde los 60 con la novedad de que si en el capitalismo no nos llegaba para finalizar el mes, con el seudosocialismo es peor, porque no hay qué comprar, no hay en qué gastarlo. Por suerte, más que el racionamiento, lo que mejor ha funcionado en este país es el mercado negro (que es puro capitalismo encubierto) y no digamos el trueque, el robo al Estado, el resolver cotidiano como sea. Más bien, pasamos a trabajar –con el mismo salario– para un despótico administrador estatal y un nuevo dueño: el Estado, que al final cerró la bodega y el almacén. Casi los treinta empleados, salvo los de la panadería, nos quedamos en la calle, tuvimos que conseguir otros trabajos o algunos irse del país. Hasta las dos criadas se quedaron sin empleo, una de ellas, la más vieja, la pobre, murió al poco tiempo y fue uno de los más grandes entierros que yo recuerde en Güines, fue hasta el gato. Quizás, al asistir al cementerio, la gente recordaba a la familia para quien había trabajado casi toda su vida y que ahora estaba en el extranjero. ¿El saldo? Que casi todos los oficinistas, entre ellos, el contable y los dependientes de la bodega se fueron de Cuba, optaron por el exilio. Incluso, hasta algún camionero o cargador de sacos se fueron del país.
Lo que conforma un buen retrato de la realidad cubana con la Revolución: no solo el dueño y su familia se fueron de Cuba y lo perdieron todo, sino que –con los años– también se fueron exiliando casi todos los trabajadores, que se supone que hubiesen sido los más beneficiados y resultaron tan perjudicados –o más– que el dueño y su familia. ¿Que si me arrepiento de haber pedido la intervención estatal de La Reina? Pues, si te soy sincero, en ese momento creía que era lo mejor, pues el dueño se había ido de Cuba y me creí esa gran mentira de que la empresa sería del pueblo, de que nosotros –los trabajadores– seríamos los dueños de nuestro medio de producción y hasta pensábamos que las posibles ganancias serían para nosotros. Pero la cruda realidad fue que el nuevo dueño pasó a ser el Estado y más que ganancias, cerró el negocio, nos quedamos en la calle y lo más grave es que perdimos todos los derechos laborales que los trabajadores cubanos habíamos conquistado con muchísimo sacrificio y luchas sindicales desde la Revolución del 33 y con la gran legislación laboral de los gobiernos auténticos, con los presidentes Grau y Prío Socarrás, en los años cuarenta. Así, que hoy día, sí puedo decirte que me he arrepentido de haber apoyado esa intervención, ese intento fallido de instaurar el socialismo en Cuba, no solo porque nos perjudicó a los trabajadores, sino por el dueño, al que conocí, respetaba y admiraba. Era un hombre hecho a sí mismo, muy duro, pero muy inteligente, que trabajó toda su vida como un mulo. Llegó a Cuba, como emigrante, con trece años. O sea, era casi un niño que dejó su aldea asturiana para radicarse en el Güines de 1910. Nada más llegó comenzó a trabajar en una bodega que ya era de sus dos hermanos mayores y otros primos asturianos. El primer año como “aprendiz”: no ganaba sueldo, solo la comida, ropa y dormía en la trastienda. Cuando al año comenzó a ganar un sueldo, no lo cobraba, lo reinvertía en el negocio y así se hizo enseguida socio capitalista de la bodega “familiar”. Con veinticinco años se estableció por su cuenta con una pequeña bodega en Leguina, el barrio más pobre de Güines y fue invirtiendo, comprando casitas, solares. Hasta que en 1935 construyó el edificio de La Reina en su lugar actual y se convirtió en uno de los comerciantes más prósperos de Güines, como minorista (bodega) y mayorista (almacén), además de la panadería.
Fotografía de Robin Thom
Ya en el 59 se compró otro gran almacén en la entrada del pueblo, al lado de una fábrica de conservas, por la calle Habana, para guardar los camiones de La Reina y almacenar más víveres. También era dueño de dos fincas rústicas: una, más pequeña en las afueras del pueblo, yendo para la playa del Rosario, que se la llevaba un guajiro llamado Isleñito con su mujer y un montón de hijitos, y producía papa, viandas y muchas frutas, y otra más grande, que se dedicaba a la caña de azúcar, que la atendía un administrador en la provincia, cerca de La Habana. Pero era un hombre que no hacía ostentación, vivía requetebién, pero sin lujos. Yo sé que tenía dinero fuera de Cuba, pues siempre le enviaba cheques a un hermano en Madrid, pero lo que perdió aquí fue muchísimo más. En el 78 me enteré que falleció en Puerto Rico y se decían muchas cosas: que si había abierto una gran panadería en San Juan, que si invertía en Bienes y Raíces, que si era prestamista, incluso llegué a oír que le fue mal económicamente en el exilio. Pero, oiga, ¿cómo le va a haber ido mal, si lo que me consta es que jamás trabajó en el exilio, durante dieciocho años (desde 1960 al 78) con tres hijos que tenía? El hombre a lo que se dedicó fue a vivir de su dinerito, como si se hubiese jubilado. Él abandonó Cuba con 63 años. Era joven, pero para comenzar de nuevo quizás ya era mayor. Lo que sí me consta es que tenía ahorros fuera de Cuba: en España, Canadá y, sobre todo, en Estados Unidos. Él viajaba mucho a Miami y en 1952 estuvo meses de vacaciones por España y se compró el prado Maganes en su aldea natal de Valleciello, en Cangas del Narcea. O sea, él siempre enviaba dinero fuera, mientras pudo. ¡En eso fue previsor! A partir de enero del 59 no pudo sacar ni un quilo más. Por todo esto que te comento, quienes trabajamos para el “Tío” –que era como le llamábamos–, añoramos La Reina de aquellos años 50 y principios de los 60 hasta que el Estado cubano confiscó todo. Era un tremendo negocio con una vitalidad y pujanza comercial de primera línea, con cinco camiones: una rastra, un camión con frenos de aire y tres más normales. Todos Dodge y Ford. También había una furgoneta para el reparto, una máquina que utilizaba un comisionista para visitar a clientes en otros pueblos de la provincia, pues había otro comisionista que trabajaba Güines en bicicleta. En la panadería había dos carromatos con caballos (uno blanco y otro carmelita) que repartían el pan por todo el pueblo, sobre todo a pequeñas bodegas.
Luego estaba el ambiente de trabajo, magnífico, como cuando se celebraban las Navidades con cantidad de productos españoles: turrones, sidra, etcétera. Y se adornaba todo el establecimiento. Hasta las fiestas que se organizaban cuando algunos de los hijos del dueño cumplía años o para celebrar alguna fiesta patria. ¡Tremendas comilonas! Como éramos casi treinta los trabajadores se asaba un par de lechones grandes y se acompañaban con abundantes frijoles negros y arroz blanco, con mucha yuca y ensalada de lechuga, tomate y cebolla cortada finita con rabanitos. Eso sí, mucha cerveza fría, preferentemente Hatuey, Polar o Tropical que se ponían a enfriar en unos enormes latones llenos de pedazos grandes de hielo. ¡Banquetes como estos no se volvieron a ver jamás en Güines! Bueno, miento. Sí, con posterioridad, hubo un caso muy curioso. Estábamos en plena crisis de los cohetes en 1962 y el nuevo Alcalde (comunista del PSP) organizó un banquete similar para celebrar los quince de su hijita. Solo que a la abundante comida criolla añadió un gran cake, dulces y una piñata. Todo se celebró en el salón a la entrada de la panadería La Reina –que ya había sido confiscada y pertenecía al Estado– con la asistencia de muchos invitados, amiguitos de la quinceañera, pero también con la asistencia de algún gerifalte de la nueva ola revolucionaria que conmovía al país. Pero lo más importante de esta anécdota fue que esta fiesta creó tanto malestar en el pueblo que jamás se atrevieron a organizar algo similar.
Alencart, Sambra y Felipe Lázaro, en la Casa de las Conchas
Toda Cuba podía saltar por los aires, por la crisis de los cohetes, y estos señores celebraban banquetes con toda impunidad. Fue el período de mayor sovietización de Cuba (no solo por la instalación de los cohetes, sino por la presencia de miles de soldados y técnicos soviéticos y la copia burda de ese modelo) que propició mucho descontento nacional. En ese mismo año, en una noche de agosto del 62, fusilaron en la Fortaleza habanera de La Cabaña a cuatrocientos oficiales y suboficiales del Ejército Rebelde porque organizaban un complot contra el régimen castrista. También –ese año– se estrenó el racionamiento y la escasez comenzó a ser algo cotidiano. Nada, lo de ese Alcalde comunista fue cosa de nuevos ricos, de la nueva clase. Parafraseando una clásica cita de Marx, sobre la política, te diré que la Revolución cubana fue “el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”. ¡Este es un buen resumen! ¡Claro, que esto no lo dijo Carlos, sino Groucho! ¡Y pensar que todavía dura la cartilla de racionamiento! Han pasado cincuenta y cinco años desde el 62 y en Cuba no hay socialismo ni un carajo. ¡Ni siquiera dictadura del proletariado! Más bien, ¡Dictadura sobre el proletariado! Ahora los nuevos ricos, aquí en Cuba, son los jefes militares y los dirigentes del Partido único que no sé de dónde han sacado el dinero porque de su sueldo, imposible, así que no queda otra cosa que pensar que lo han robado, que lo han obtenido mediante la corrupción, robando al Estado, robándole al pueblo…
Aquí, cuando la Revolución se radicalizó –a finales del año 60– lo que se copió fue el modelo soviético. Aquí no se construyó el socialismo, sino el más puro y duro estalinismo. La gran paradoja es que, en 1960, en la URSS se venían haciendo reformas económicas, desde el 53, para liberalizar la economía, eliminar el centralismo, el colectivismo y desinflar al Estado soviético. En Cuba, el socialismo que se construyó fue igual a estatismo, se eliminó todo el comercio privado y toda la propiedad privada. En esto ayudaron mucho los viejos comunistas del PSP que era el partido más estalinista de toda América Latina. Claro, como resultado, el totalitarismo arruinó la economía cubana (destruyeron el comercio privado y el sector estatal nunca ha funcionado). Lo más grave es que destruyeron un país, pero, también ese estalinismo-castrismo fue lo único que les ayudó a preservar el poder todas estas décadas… Mira, la gran paradoja que encierran estas décadas de castrismo es que los trabajadores cubanos son mucho más explotados por el actual capitalismo de Estado (bajo el eufemismo del socialismo) que por el capitalismo privado que aún existía en 1960. En resumen: Esta transformación social radical, que eliminó y expropió a la burguesía nacional y a propiedades extranjeras, se puede contabilizar como un doble robo: primero, robaron a los propietarios cubanos (grandes, medianos y pequeños) y luego a los trabajadores de este país, a todos, porque les han estado –y siguen– robando, apropiándose de sus plusvalías y hasta de sus salarios, congelados desde 1960. Mira, con el capitalismo privado, los trabajadores cubanos teníamos derechos y conquistas laborales y, al menos, un salario, más o menos digno, pero, sobre todo, había qué comprar: existían muchos y variados productos, y muchísimas mercancías de óptima calidad. Pero para mí ya es muy tarde, yo ya estoy jubilado, cobrando hoy lo estipulado en los años 60: ¡Una reverenda porquería! Yo ya estoy cansado de tanta desilusión: Este pueblo se merecía otro destino, otro final, por sus sacrificios, por sus ideas, por su lucha de estos años. Yo ya estoy muy viejo como para viajar, si no, me iba de este país de mierda. ¡Cojones!
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