La poeta nicaragüense Yelba Clarisa Berríos Molieri
Crear en Salamanca se complace en publicar algunos poemas de Yelba Clarissa Berríos Molieri (Nicaragua, 1957), poeta y abogada graduada por la Tulane University, de New Orleans. Sus libros publicados son: Mi vida en treinta lunas, 2011; Del cristal, 2014; Al acero, 2014, y Desde un tiempo futuro próximo pasado, 2015, todos albergados en la Biblioteca del Congreso de EE.UU. Ha representado a Nicaragua en el Festival Internacional de Poesía de La Antigua (Guatemala) y ha participado en el Festival Internacional de Poesía de Granada (Nicaragua). Poemas y escritos suyos se han publicado en diversos periódicos y revistas de América Latina. También en varias antologías, como Atlas de Poesía de la América Hispana, con poemas traducidos al portugués; Poesía nicaragüense femenina del Siglo XXI; Las cartas sobre la mesa; Voces de oro leonesas o Poesía leonesa femenina de los últimos doscientos años, entre otras.
Fotografía de José Amador Martín
I
Retumbos en los párpados
que no sucumben
a la melodía tenaz del trueno.
Ese mundo inexplicable
de los sueños
donde sobre las mudas piedras
los dedos descosen el alfabeto
condecorando con esplendores
en los territorios oníricos
la escrita y hablada palabra.
Donde las canciones
nos bailan en el pecho
y nos cantan y que
entre latido y latido
desnudan vaticinan
y responden.
Son el epílogo pretérito
mas no es canción es sinfonía
son las voces traicioneras
de nuestros propios deseos.
El cielo de los sueños
es otro cielo que encarna
sus algodonosas nubes
en nuestros ojos
que no pueden nombrar
el infinito a nuestros pies
mientras soñamos.
Siempre intuimos el costado
donde el alma anochece
y ahí estamos
de brazos amputados
frente al fuego
porque a un alma a oscuras
no se puede llegar
desde flama ninguna.
Acá tan solo existe
un esqueleto friolento
de nieve endurecida
cuya canción es
la rama rozada
y el quejido
acechante del viento.
Habrá de ser inútil encontrar
la ruta de los sueños
sobre las densas correntadas
del follaje en los días ociosos.
Soñar es el descanso
temporero de la vida
de la paciencia alucinada a tope
soñar es descansar de vivir
cuando la vida nos pesa 
mas nunca nos pasa de largo.
Todo me ha inducido a creer
que los sueños sueños son
sueños de vivir despiertos 
en la hora exacta
en que dormimos
y podemos recordar
aromas susurros voces
rostros y telón abierto.
Vivientes sí
mas a veces conversando
con quienes ya han partido
y que en la vida despierta
presentimos
o tan precariamente
vislumbramos.
Sueño sin esforzarme
para poseer
una creadora imaginación
sé también que
en el universo onírico
todo se escribe
en estilo surrealista
en la experimental escritura
automática
residente del planeta Tierra.
Donde me tengo que conformar
con todo lo cotejable
bendito sean los soñadores
despiertos
donde el vendaval
no opaca la belleza
ni disminuye
la osadía metafórica.
Los lenguajes que nos suman
bajo el verdor de una llanura
y nos ahoga la lluvia
tal montoncito
de hojas llorientes
flageladas por el torrencial
y siempre levantaremos
bandera ante el retorno
de un tiempo incumplido
en esta vida o en la muerte.
El corazón late como innúmeras
tropelías de corceles
brilloteando con la negra
imponencia de la noche.
He visto sus cascos de estaño
cabalgar sobre la llamarada
de la sangre confesando
sus rojos
con un latido asediado
apenas si un breve sonido.
En los sueños
siempre me baña
un río de estrellas brillando
con un himno de victoria
frente a las visiones
que despiertos
mas que siempre
de tanta oscuridad
se nos mueren
Fotografía de José Amador Martín
II
Los reencuentros
casi siempre acontecen
anegados de luz de luna
de fogata de vela
o mixtura de sudores.
Y un dulcísimo
silencio de discurso
opulento
con un rumor de fondo
que peina el mismo aire.
Se escuchan los gemidos
de las fuentes
todo está tibio
los cuerpos parecen
oleajes desentumecidos.
Las voces anudadas
casi desprendidas
de los cuerpos
en un repertorio
brusco lamento nube
melodía lenta continua
ausencias que se reemplazan
por el cantar del rocío
viajando la noche.
Hasta que los interrogue
en silencio
la compartida luz
deja de ser intocable
el tenue sabor
de la melancolía.
En la eternidad
de una noche
no se percata
de la muchedumbre
de lámparas
que ocultan los espejos.
El tacto en la oscuridad
se robustece
la noche se ha crecido
por la fuerza
de dos ríos breves.
Y una arena incontenible
y un oleaje desatado
en espacios agitados
e inmensamente breves.
El diámetro de la noche
se extiende desde una boca
hasta la misma
contenida en otra boca.
Comienza a balbucir luces
la madrugada
aguas rebotantes
en la fuente encelada
que refleja lo apastelado
de las nubes
que se van tejiendo
muy despacio.
El reencuentro es siempre
poderosamente blanco
aseado y pulcro
y santo
como fuego enajenado
y deseo ardido
y sollozos placerosos
siguen siendo albos
dos almas alígeras
de pureza inextinguible.
Ojos fulgentes
como oro puro
cuyas miradas se extienden
hasta dorar espumas
dos espíritus
dos carnes
como dos olas ciclónicas
en el corazón
de la noche que es el mar
y relumbrar las láminas
de arena como soles.
Se han reparado las abolladuras
de las armaduras
por el orgullo hendidas
por dunas pedradas lejanas
cuando el desierto
monologaba insolaciones.
Dos seres cara a cara
cuerpo a cuerpo
navajeando
con sus filos hambrientos
el imperio del relámpago
en cualquier estación.
Fotografía de José Amador Martín
III
Procuro recordar
lo que mis ojos
tan masivamente conocen.
Algo así
como los tonos ardientes
y clandestinos
que se escondían
por la manía de ser prohibidos.
Pero era manía tan sólo eso.
Aglutinarse en torno a la pupila
un color un aroma
una acción un nombre
ah el ojo vé y paladea aromas.
Nunca encuentro
ese ansiado equilibrio
porque recordar
lo tradicional precedente
fue igual de duro
hasta que todo terminó
en los litorales del olvido.
Se irrumpen
mis escenarios presentes
vaya sacrificio.
Los anteriores fueron
los precursores
de mi vida valiente.
Los sepulté
en una herida de la tierra
en pelo sin sillas de montar
ni ataúdes briosos.
Siempre hay un mal recuerdo
que te hace creer
que eres un ser de rupturas.
Reordenar la vida
va más allá de la autopunición
ese binomio culpa muerte
quizá más nos salve
una crítica dialógica
con quien te acusa.
Sí a mí me acusan
los malos recuerdos
me llevan casi al silicio.
Más ya experimenté
la grandiosidad
del mar de olvido
del nuevo ahora que es
la considerable aceptación
de que lo único que liberta
es dejar atrás los ribetes
conventuales.
En esta imaginativa creatividad
cada sílaba catártica me salva.
Hoy calzaré los correajes
de las sandalias del silencio.
No pisaré callando
gritaré mi música
mi pandereta mi alabanza
besaré mis dedos
con el plumín
ensangrentado de tinta
para caligrafiar liberaciones.
Un mediodía perfecto
es una vida viviendo
no se atarugó la memoria
de las luces pacatas
de mis ayeres.
Hoy me he tragado el sol
y estoy toda preñada de luz
y novísimos yoes
superlativamente libertos
como todo el blanco posible
viajando del ojo a la memoria
y de ésta
a la imposible añadidura
del destello total
de todas
las liberaciones aprendidas
por cabeza y espíritu propios.
Fotografía de José Amador Martín
IV
Ahí me he encontrado
múltiples todavías
en mi muralla
en reconstrucción
con manos de fuerza decadente
tal constelación geométrica
toda apagada de vértices.
Baba de mundo personal
humidificando mi escombrera
porque todos nos tornamos
de vez en vez
escombros de nosotros mismos
tal márgenes desecadas
del océano particular
entretanto
las playas del pensamiento
gestan guijarros.
Mas espero mi tiempo propicio
de seguro arriba
en mis sesos espesos.
Puede que la mejor palabra dicha
encalle contra mis dientes
como siempre perseguiré
con mis dedos vibrátiles
los nombres de las cosas
rayueleando y sorteando
la tufalera de la nada.
Arribará
el nunca rarefacto viento
a mi esternón todo difundido
de plasma del color transparente
del ópalo de las ensoñaciones
en el dorado reborde
de los chapiteles energúmenos
donde se ha ido escalonando
el universo gradual
que es anterior
a la primera creación
es decir esa
de donde emergieron
los ángeles caídos
que se allegaron a las mujeres
de donde surgieron los atlantes.
Y las nubes en iracundia diluvial
ahogaron hasta las hormigas.
La inserción de la paloma
y el olivo en mi paisaje cotidiano
es el vaho celestial y tibiecito
que me impulsa
a seguir persiguiendo
los nombres de las cosas.
Fotografía de José Amador Martín
V
Algunas caídas son invencibles
osamentas de rieles por ejemplo
amén de qué caigan a
velocidades infinitas.
Se hace una música
que nunca se ofusca ni reta
y aunque no mate
no se puede olvidar
que el dolor causado
es una severa limitación
inolvidable.
No importa la sólida condición
del ser cayente o la condición
del objeto ni el entrecortado
inicio de la caída.
Caen algunas cosas suaves
tal voluptuosos ropajes
que caderas no ciñeron
o el cuerpo que hizo caer sus
ojos jadeantes cayó en un pozo
esa caída dejó a un hombre
ahogado por su lascivia ya
estaba tuerto.
Un entresoñado ferrocarril se
destartala entre volutas
de macrocéfalo humo
quería derribar a nado la carrera
de la noche.
Y la noche sabe correr su carrera
sin despertar el alba pues
conoce los intransgredibles
límites de cada cual y ahí no
muere nadie.
La incompletud de los valles de
pieles estrujadas acechadas por
las pintas del guepardo
provocan que el animal albino
caiga sobre bruces rebotantes
pues la velocidad al escapar del
inminente peligro anula e
invisibliza su muerte.
La meada de un escarabajo
sobre el güisqui sedante se
diluye en el hielo de la almohada
y nada sufre dije nada no nadie.
Quien cae con ojos vendados
en las colosales franjas de las
aguas amantísimas
muere por la nunca destreza en
activar lógica ahogada.
No es que la tesitura del cayente
nunca haya sido iluminada
por un ratito de luz
es la noche sin final del seso
lobotomizado.
Chabacano mas cabal cada
siempre las caídas insensatas
abren herida en la ciénaga.
Los yertos chorros no lavan
sombras ahí es salvífico
el río de la memoria.
Si la Luna se abaja del gusano de
seda de nácar que la borda no es
caída es milenario ciclo de albas
menstruaciones y por un mes se
resquebraja el rojo.
Los traqueteadores de los
amaneceres trajeados de
solitariedad y de chiflidos bobos
se tornan los aurigas de los
sinsentidos sobre la caparazón
lentísimamente dura de las horas
y se descuartizan las manecillas
del reloj del Sol.
Mas la caída que salva es la que
nos deja contar el sopapo
traduciendo nuestros
intraducibles legajos
los asaltantes de las memorias
las embaucan y en vez de
bendecir las tantas veces
autoinfligidas cortaduras
encendiendo una vela
apaciguan dolamas.
Fotografía de José Amador Martín
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