El poeta Fernando Denis
Crear en Salamanca tiene el privilegio de publicar esta muestra de poemas de Fernando Denis (Ciénaga, Magdalena, Colombia, 1968). A lo largo de los últimos veinte años ha urdido una obra inquietante, que parece hechizada por el tiempo. La cadencia y sonoridad de sus textos tienen un sabor antiguo, impregnados de mucha pintura, algunas veces de versátiles monólogos femeninos, de voces que se levantan del polvo para bautizar el lenguaje nuevamente. Es creador y director de la colección Zenócrate de literatura hispanoamericana. Ha escrito los libros de poemas La criatura invisible en los crepúsculos de William Turner (1997), Ven a estas arenas amarillas (2004), El vino rojo de las sílabas (2007), La geometría del agua (2009), La mujer que sueña en las murallas (2013), Diálogos con la escultura secreta. Antología personal (2013), Los mosaicos de Babilonia (2015). El Instituto Literario de Veracruz y la Secretaría de Cultura del Estado de Guerrero editaron en México su libro ‘Alguien enciende las lámparas de octubre’ (2018). Luego publicó Las diatribas de un color imposible (2020) y Los alfabetos del durmiente (2021).
Sobre su poesía ha escrito Fernando Tatis Guerra: “…La música, los colores y las palabras buscan a Denis, y él va tras ellas. A lomo de caballo va su sed tras el alfabeto de las aves, y el poeta vaticina que el hambre del ser humano no está en su cuerpo, sino en su palabra. Como un profeta bíblico, descubre a Dios entre las hojas de los árboles, y la sed en el color de las arenas del desierto. Su música es la belleza atroz de un bosque en llamas”.
RELÁMPAGO
Si pudiera explicarte mi sueño, darte ese oro
enterrado en mi alma y en la noche,
brillarías tanto o mucho más que la luna llena,
cegarías el mundo con tus alhajas y tus anillos.
MARIONETA
Hoy vengo vestida de luz, vestida para fastidiar a las sombras.
El esplendor que me cubre es una canción que brilla,
el canto azul de una imagen que susurra en los bosques.
Vengo de lejos, de una noche antigua, de una lejanía que no alcanza
a vislumbrar los ojos. Mi lugar está en la luz, en el rayo,
en las palabras del fuego.
En estas palabras que brillan.
Lentamente fui bajando de las colinas
contando mariposas y cometas, contando diamantes
en mis bolsillos.
Con el vestido manchado de esplendor veía descender
los enardecidos crepúsculos, allí donde el Magdalena
vierte sus jardines
y es asediado por infinitas auroras, por incansables primaveras
que iluminan su mente.
Un árbol fue mi casa cuando nací, el frondoso roble
donde un envejecido laúd lastimaba las horas.
Mi cuerpo de madera brilla, se estremece bajo los cielos
ingrávidos de los trópicos.
Yo estaba sola en la orilla; arriba, en el techo del mundo,
pájaros agoreros de la sombra, los murciélagos
con chillidos infernales batían sus alas enormes.
Con prisa de liebre hasta el cementerio y me escondí.
Aquí, entre tumbas, entre las letras grabadas en el mármol,
la noche se sumerge en sus aguas, en sus pozos de piedra,
la noche que entra en mis ojos como un ángel de vidrio.
Sé que estoy sola en el centro de la tierra, que mi cabeza
está sonrojada de olvidos, que no recuerdo el tiempo,
que mi nombre es todos los nombres y es ninguno.
Sé que ayer estaba aquí, erguida como una estatua de bronce
cantando bajo los entristecidos sauces.
Lloro y mis lágrimas son perlas sobre la negra tinta.
Estoy sola como el silencio y como la música.
Mi soledad es infinita.
Aunque no obtendré una moneda en el sombrero
sigo actuando bajo el insaciable teatro del mundo.
Y erguida bajo el cielo magnánimo y sin metáforas aún
le arranco viejas canciones a mi laúd, viejas plegarias.
Como dádiva quiero darles mi sonrisa de árbol,
quiero que todos ustedes, los muertos,
sientan un poco de orgullo en sus tumbas.
LA DAMA DE SAL
La flor del pez se oscurece.
En el reloj de agua duerme la cóncava luz
que mueve sus agujas de hielo.
La espada se disuelve,
su nombre convertido en una ola
ya es también hierro enfadado bajo
la luna de agua.
Y mientras el mar teje su museo,
su colección de auroras
y de noches,
la dama de sal se yergue, ingrávida,
y permanece inmóvil junto al abismo insondable
con su leyenda:
“Yo soy el mar. Y el agua va y viene con mis recuerdos”.
EL ESTANQUE DEL AHOGADO
¿Ves a esta hora las lámparas en el barro,
las piedras blancas erigiendo leones en la sombra,
las aguas esculpiendo montañas azules llenas de pavos
reales y de astros, el cielo con sus rojas heridas descendiendo
sobre tantas rosas, sobre tantos oros enfermos,
y el viento que agita el bosque desnudo, tortuoso,
y muerde los almendros,
y barre una casa de viejo color amarillo?
¿Ves los jardines vigilados por murciélagos,
entre las verjas oxidadas, entre los matorrales,
una cabeza de mármol en las manos de una niña,
un fuego antiguo en sus ojos azules donde arden las islas,
los desmesurados valles rojos que custodian halcones,
y lunas, y un cielo atrapado en dos arcos?
El alba se vuelve un abandonado granero en llamas,
un sueño del paisaje, y después un zafiro.
Detrás de las arenas movedizas, detrás del mar y el trueno,
la tela resplandece, brillan los violines de plata junto
a la tumba, caen otros colores destrozados por el día
y manchan un bello crepúsculo de Virgilio.
Mira esta música, este derrotado cuerpo, este rumor nocturno
que busca tu mano de nieve, y sueña que corres
tras el increíble otoño que sangra millones de estrellas
en el fondo del estanque donde, estáticos, tus ojos me miran.
LA CRIATURA INVISIBLE EN LOS CREPÙSCULOS
DE WILLIAM TURNER
¿No ves mi rostro enredado entre hilos de crepúsculos
haciendo estremecer los valles y las montañas?
El camino es la rueda del otoño atascada entre las nueces,
fuego de alas a orillas del tiempo.
Ya se acerca el cielo a la primera nota de las cuerdas,
ya el río es un ave dorada entre los juncos.
En el sueño del mundo hay astros que se despiertan,
y yo sobre el mar veo los buques incendiados,
castillos y murallas en ruinas sobre la hierba
donde antes estuvo el hombre
antes de sentir el destello de mis ojos azules.
Turner sabe lo que dijo el relámpago antes que la luz cegara la tarde.
Mis manos han rendido los colores de tus dos polos,
las almas que en el mar se ahogaron embellecieron este crepúsculo
y han llevado mi música por las arenas
hasta las bocas de los acantilados.
Acerca tu cuerpo, claro como un fruto bajo la lluvia,
y deja que tus labios se vuelvan de oro, ostenta este sol
que hiere los párpados del otoño,
besa esta eternidad que bebe con sus labios
todas las orillas del mundo.
No dejes que vuelvan a apagarse las antorchas,
que siempre haya un ciervo encendido en los espejos,
una pupila radiante del color de los pájaros
en las islas de Homero.
Ya casi es de noche en los rostros amargos de las estatuas,
y bajo las pasiones mortales tu nombre arde
y se cierne sobre el mar como el musgo sobre la roca
y salpica el ceniciento corazón de la primera estrella.
DÉDALUS
A todas las cosas que me oyen
yo soy Stephen el agobiante,
el soñoliento,
traje escarlata, raído, sin metáforas
años hace que escucho al que está ahí
abajo:
ojos de águila, músico y guardabosques
desde allí sueña con el mar envejecido,
canoso,
barba blanca salpicada de espuma,
el mar canta como una bruja en los bosques
donde su voz envenena los oídos
del viajero
algunas veces, ebrio
garabatea en la pared una leyenda,
observa la escalera de caracol, la torre,
le silva al pez rojo que pasa en el aire,
en cambio yo aquí arriba
declino
hacia todas las cosas,
desdibujo mi máscara, la incesante lucidez
que cubre mi rostro,
busco el talismán de una palabra,
anoche me encerré en la noche
y desperté sudando frío
soñé que tenía cabeza de pájaro
después me agarraron en la rama
soy Dédalus, el que tendrá tumba
para ser leída como un libro de viajes
veo anillos, corredores que giran
en la neblina de cobre
hasta mi cuarto de Dublín
amanece en un poema de Dante Gabriel Rossetti
se oye el cántaro bajo el cielo
se escucha un gorjeo.
SIRENA
De una tela de John William Waterhouse
En las madrugadas interminables de los bosques
que enmarañan esta ciénaga,
yo soy la sirena, hija indomable de estas aguas
y de la infinita belleza de los peces que cubren de plata
los torbellinos y las cascadas.
A esta hora me baño en la orilla donde encienden mis ojos
las piedras preciosas,
y mi canto enternece las lunas rojas del trópico
y los lobos olfatean mis escamas.
Otra imagen de Fernando Denis.
UNICORNIO
Hay un mar detenido junto a la página gris
de San Juan de la Cruz,
hay un color violeta trenzando dos fuegos,
anudando los sueños del domador
de serpientes,
hay una herida en el recuerdo del pájaro carpintero,
en la madera de sus violines,
hay un espejo en el fondo de un arroyo,
hay un sable ensangrentado, un jinete de bronce que llora
y una lágrima en la piel de un caballo,
hay una risa en un sótano,
hay un negro caracol que baja las escaleras
de caracol de un templo,
hay un ejército de salamandras esperando a los romanos
junto a la hoguera,
hay un cielo de octubre sobre una lluvia de marzo,
hay un cántaro en la noche lleno de rojas cigarras.
Y detrás de estas imágenes te veo a ti desenredando
tus cabellos del cuerno del unicornio.
Deja un comentario
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.