Retrato dibujado por Miguel Elías
Reinaldo García Ramos (Cienfuegos, 1944). Licenciado en Lengua y Literatura Francesas por la Universidad de La Habana. Exiliado en Estados Unidos desde 1980, donde trabajó para la agencia The Associated Press; en 2001 se jubiló de su cargo de traductor de Naciones Unidas. Sus libros de poesía son: Acta (1962), El buen peligro (1987), Caverna fiel (1993), En la llanura (2001), Únicas ofrendas, cinco poemas (2004), Obra del fugitivo (2006, XI Premio Internacional de Poesía ‘Luys Santamarina-Ciudad de Cieza, otorgado en la Universidad de Murcia) y El ánimo animal (2008). Sus poemas han sido traducidos a varios idiomas, entre ellos el inglés, el francés y el húngaro, y se han incluido en numerosas antologías, entre ellas Poesía cubana de la revolución, selección de Ernesto Cardenal (México, 1976); La isla en su tinta, selección de Francisco Morán (Madrid, 2000); Las palabras son islas, panorama de la poesía cubana, siglo XX, selección de Jorge Luis Arcos (La Habana, 1999); Poesía cubana del siglo XX, selección de Jesús J. Barquet y Norberto Codina (México, 2002) y Antología de la poesía cubana, selección de Ángel Esteban y Álvaro Salvador (Madrid, 2002).
NO BAJO EL HIELO
a la memoria de Don Miguel de Unamuno
¿Tendré en el destierro entierro?
M. de U.
Aterrizando en La Guardia a las dos de la tarde
un lejano febrero,
contemplé desde lo alto la tierra congelada,
su aspecto rígido cubierto por la nieve y el hielo
y las ramas sin hojas de los árboles,
como huesos negros de manos casi muertas
que clamaban sin voz.
Y pensé en él.
Cuánta razón tenías, Maestro,
en pedirnos cualquier paraje cálido con sol,
un sol eterno y verdadero,
para que tus cenizas no sintieran
esta crispación, este afilado aire
que nos paraliza
y nos expulsa de la fe,
esta otra bofetada encima de la muerte.
Nueva York, 2003
(Inédito)
CUARTO DE HOTEL, MIAMI BEACH
Nada de lo que tú has sabido está ya aquí.
En estas paredes no se aclara
el otro destino de los impacientes.
Una a una descienden sobre estas alfombras y papeles
las etapas iguales
de la pavorosa luz eléctrica, en silencio.
Se alejan los ruidos de los autos, allá abajo;
los recibes
como si alguien que no existe estuviese espantando
una colonia de crustáceos en la arena.
Mordiscos, patas, carapachos
triturados al sol;
ojos que saltan y que miran.
Nada de lo que abarcan estas lámparas
conocerá por fin esa acogida,
se marcará en el suelo sin las ensoñaciones;
aquí todos sabrán que no se dicen todavía
las palabras de la deflagración,
que hoy no se disponen
los festejos ni el asombro.
EL SILENCIO
Luego tendrás, aunque no quieras, que callar;
te quedarás en tu silencio.
No será fácil al principio:
durante un largo trecho seguirás hablando
y ordenando palabras, pero nadie
vendrá a buscar tu voz, a comprenderla;
tus reclamos serán un ilusorio aviso.
Tu conversación la sostendrás
con un cuerpo radiante, pero imaginario,
y a ese inventado espectro darás ahora tus envíos,
le hablarás de rostros que asaltaron tus sueños,
le mostrarás tu exaltación, tu espanto.
Ante esa imagen apresada te detendrás a toda hora;
la cuidarás con devoción, le entregarás
tus confesiones con cualquier pretexto.
Describirás serenos viajes,
ofrecimientos presentidos,
y todo estará ocurriendo en tu silencio.
Como el visitante entusiasmado
que contempla en un país desierto
la confusa prueba del tesoro que esperaba salvar,
pero que ya no existe,
deambularás por tus caminos armoniosos,
y mandarás mensajes mudos al vacío.
EL EMIGRANTE
Cuando llegue el momento,
aunque sea tarde y te apresuren y te griten,
pon en el armario oscuro los recuerdos,
ciérralo despacio, como puedas,
y trata de dejarlo para siempre
en el rincón más limpio de la casa.
Deja dentro esos rostros que se agitan y lanzan
sus entrañables advertencias;
no te lleves a ninguna parte esos claros mensajes,
esos cielos absolutamente desquiciantes.
Clausura ese paisaje pavoroso,
y déjate llevar sin sobresaltos
hacia las tibias grutas sumergidas,
hacia el gran remolino en que se acercan
las señales abiertas, el lenguaje de sombras.
En tus bolsillos llevarás, de todos modos,
ambiguos talismanes, objetos proverbiales que vendrán
a iluminar el inmenso exorcismo:
barajas incompletas,
pañuelos, abalorios,
secretos códigos, insignias,
emblemas de cartón,
la imagen única del ave
serena y disecada,
dibujos coloreados de los trajes
que se esfumaron en el extraño sueño…
alguna cosa más, pero ligera;
témele al exceso de equipaje.
EL MENSAJE
La respuesta no estaba dibujada
sobre la cal de la pared, sino encerrada en ella,
a salvo de la luz,
de la erosión, del frío.
No se podía leer;
nadie había visto nunca sus palabras o signos.
Pero en la piedra había quedado una señal.
En la callada superficie se abría paso una grieta,
como un antiguo río,
y esa sinuosa línea conducía
al sitio exacto en que el mensaje descansaba.
Para saber lo que el secreto nos decía
era preciso derribar la casa.
septiembre 13, 2012
que sean días óptimos esos del encuento en Salamanca.