Ana Ilce Gómez leyendo en el Salón de Recepciones del Ayuntamiento de Salamanca (2005 Foto de Jacqueline Alencar)
Crear en Salamanca, publica con especial emoción, esta selección antológica que, de la poesía de Ana Ilce Gómez, hizo Alfredo Pérez Alencart para la antología “Cumbre Poética Iberoamericana”, publicada para el VIII Encuentro de Poetas Iberoamericanos, celebrado el mes de octubre de 2005.
Ana Ilce Gómez (Masaya, 28 de octubre de 1945 – Masaya, 1 de noviembre de 2017), era licenciada en Periodismo (Managua) con Maestría en Organización y Administración de Bibliotecas Universitarias (Barcelona). Ejerció ambas profesiones en medios de comunicación escritos y radiales de su país y como Directora de la Biblioteca del Banco Central de Nicaragua. En 1989 le fue otorgada la Orden de la Independencia Cultural “Rubén Darío”, destinada a artistas e intelectuales de Nicaragua. Su obra poética, breve, se resume en dos libros: Las Ceremonias del Silencio (1975. Segunda edición de 1989) y Poemas de lo Humano Cotidiano (2004), libro por el que obtuvo el Premio Nacional de Poesía “Mariana Sansón”. Pablo Antonio Cuadra dijo sobre ella: «Abajo, en la tierra, Ana Ilce es la hilandera del amor. Arriba, en el taller de la noche, la tejedora de mitos». En 2006 fue incorporada, como Miembro de número, a la Academia Nicaragüense de la Lengua.
Las fotos fueron tomadas en Salamanca, durante su estancia para participar en el Encuentro de Poetas Iberoamericanos.
POEMAS DE ANA ILCE GÓMEZ
SELECCIONADOS POR A. P. ALENCART
(Masaya, 28 de octubre de 1945 – Masaya, 1 de noviembre de 2017)
FURIOSOS PAJAROS
Estos son los furiosos pájaros
del deseo.
Ellos son negros.
Ellos se mueven sin hacerles
una señal determinada.
Un día los vi venir con sigilo,
con sorna,
con prisa en sus oscuras patas.
Ahora los veo pasar
–¡Negros y eternos pájaros!–
reconociéndome y
saludándome.
RELOJ DE ARENA
Medir el tiempo es el quehacer
de los que no han amado.
Yo olvidé la arena que caía
grano a grano.
Así cumplí con el amor.
Si se me llega la hora no sabré
si es mi llegada
o mi partida,
sólo sé que sin treguas en la vida
pagué lo que el dios de fuego
me cobró.
Manuscrito de Ana Ilce
PERMANENCIA
Me he desangrado en el trabajo
de dar permanencia a la palabra,
piedra pulida que yo he lanzado
a lo profundo de las aguas
para que algún día el pescador
solitario lance su red
y entre los peces muertos
la descubra
y la lleve a su orilla
y la haga suya para siempre.
YO HE MILITADO
Yo he militado no sin gloria
en las lides del amor
y mi obra no podrán destruirla
ni las lluvias persistentes
ni la perenne marcha del tiempo.
Porque mi arte no fue inútil
ni siquiera contigo,
contigo que jurabas no conocerme
pero que un día llenaste
la ciudad entera con mi nombre.
Ana Ilce Gómez y A. P. Alencart, en Salamanca (2005,
TEATRO
Flota tu cabello suelto de infeliz ahogada
mujer sola, mujer pospuesta
como postre a la mesa.
La trama sigue andando
se marchan todos.
Mujer ahogada en agonías
mujer feliz en una que otra escena:
este teatro te conduce a la miseria.
OTRO PRIMER DÍA DE LA CREACIÓN
He sentido el sabor y la densidad
de un poema
rozándome como un ala
o como el fru fru de un vestido
de alguien que pasa a nuestro lado
dejando un halo de presencias.
Un sabor a fruta madura
que se desmorona en la boca.
Algo que se puede tocar
con la yema furtiva de los dedos,
y se puede escuchar viniendo
de muy lejos
como un torrente apenas percibido
en sus comienzos.
Es eso que se puede oler en el aire detenido
y que se puede ver ¿por qué no?
quizás como vio Dios en los inicios
de la creación
la primera mañana que salía de
sus manos.
Jacqueline Alencar (Bolivia), César López (Cuba), A. P. Alencart (Perú-España), Ana María Rodas (Guatemala), Antonio Colinas (España) y Ana Ilce Gómez (Nicaragua)
INSCRIPCIÓN A LA ORILLA DEL CAMINO
Oh pálido viajante,
tú que haces alto a mitad del camino
acércate a mi tumba.
Mira, toca la desmoronada corona
de mi júbilo. Y recuerda
que aquí duermo yo.
Yo que un hermoso día triunfé
en el amor y que esta triste tarde
no puedo sobrevivir al olvido.
ELLA
La que escribe no soy yo, sino la otra.
Esa que viene del pasado
asediada y urdida
por sus fieles demonios
y sus lívidos ángeles.
No soy yo sino ella la que canta
la que elige el azar y la clarividencia
ella la que dicta las palabras y deshila
los símbolos
la que gira en la rueca y desmenuza el hilo.
Ella contiene las palabras
yo cumplo su destino.
Santiago Sylvester (Argentina), Reinaldo Valinho (Brasil), Ana Ilce Gómez y A. P. Alencart (Foto de Jacqueline Alencar)
ÁNGEL DEL RETORNO
El ángel del principio
insaciable
me roza el oído con sus alas
me dice los secretos de la mujer que fui,
de la que seré
antes de que el círculo se acabe
tras incontables vidas transformada.
Al pie de la cama teje
la tela de mis días
y lee con paciencia el libro de mis horas
recordándome – ángel inevitable
del retorno –
que en inicios y giros sin medida
he de volver a ser estrella de mar,
fémur de lejana pantera,
mansa y delicada célula
en el más pequeño
círculo
del tiempo.
ÁNGEL DE EXPULSIÓN
Llorando me expulsó del paraíso.
En la tarde herrumbrosa peinó mis cabellos
me cubrió con su manto
y puso sandalias en mis pies.
De la mano me llevó a las puertas
del paraíso
y me dio un largo abrazo.
Y ya al final, de manera repentina
y con un brillo de fuego en la mirada
se me acercó al oído
y me preguntó
casi me suplicó que le dijera
qué sabor tenía
la manzana.
CARTA
Recuerda amado cuando nos conocimos
bajo la gran sombra del Palazzo Corvais, frente
al gris remolino de la vida del Corso; recuérdalo.
Recuerda cuando música, pantera, amante, dueña del amor,
yo clavaba mi ojo en el tuyo
y no había pie entre nosotros de distancia.
Recuerda las idas y las venidas, las vueltas y revueltas,
y el amor subiendo y bajando. Y nada más
(cuando yo era para ti,
como aquella lejana dulce muchacha de Brest).
Recuerda de todo esto. De todo eso que se quedó
aquella mañana en la cruel terminal de Reggio,
la dulce marejada que nos llevaba,
la que nos traía,
el agua mansa,
el Líbrame Dios.
CALLE DE VERANO
La tarde seca arañando los tejados.
Dos niños que brincan
en medio del remolino de polvo anaranjado.
Una sombra como de anciana que pasa
dejando un viento de tristeza.
El tiempo transcurre.
El alma que se pone del color de la tierra.
La tarde que se encorva como un arco
por donde pasan los niños
tomados de las manos de sus madres.
La lluvia que nos cae.
Sólo la cal del aire que blanquea las sienes.
Sólo el fuego que penetra en la sangre y que tiñe
de amarillo los ojos.
Sólo la vida como un animal muerto
tendido bajo el cielo.
Y el sol secando al aire las médulas cárdenas del tiempo.
Y el viento lúgubre, estepario.
Y los pasos pesados.
Y los niños ya viejos regresando bajo
el arco de la tarde.
Y las piedras.
Ana Ilce Gómez (foto de Jacqueline Alencar)
EL OTRO DIA ESTÁ AQUÍ
Nadie diría que hemos envejecido.
(Nadie sabe cuánto tiempo ha pasado).
Él, todavía tiene cabellos oscuros
en las sienes, aquellos cabellos largos café negro
que como cortinas le caían en la frente.
Es joven. No parece un hombre de 50 años,
ni yo una mujer de 45. Ayer
por la calle alguien me preguntó
por nuestros hijos. No los tenemos.
Sólo tuvimos un precioso jardín con la estatua
del Dalai-Lama en el centro
y una fuente en la que él y yo nos
asomábamos, con el agua clara formando pequeños
remolinos que giraban
hasta hacernos perder la cabeza. Por allí
pasaban el verano y el invierno. El polvo que
venía del norte diciendo cosas tristes
y luego los charcos que se secaban, recordándome
sus años y los míos.
Hoy, quizá un trofeo de caza vale más para él
que un beso mío. Yo me he retirado de aquel
dulce paisaje de la vida. He olvidado la
suave cortina de sus cabellos cayéndole en la frente,
y por al antiguo jardín miro pasar las densas
polvaredas –es el oro-, me digo.
Y luego los charcos que se secan –es la edad-.
¡Ah! pero yo fui una chica de 20 años que
plácidamente soportaba el amor y el tiempo.
Ana Ilce, Adeleide, Soraya, Julieta, Jacqueline, María José…
ESA MUJER QUE PASA
¿Quién es esta mujer que pasa,
esta sombra,
esta noche?
¿Quién conoce su nombre?
¿Quién la nombra
del otro lado de la nada
para nada?
¿Quién es esta mujer que pasa
y no deja nada de sí?
Sólo su paso rueda en la noche.
Sólo su voz.
HE CONOCIDO
He conocido el cansancio sin límites,
el amor sin límites,
los extremos de la soledad y del delirio,
pero también he conocido, ¡ay!
el horror de la palabra que no cesa
y que no me deja vivir
ni morir.
Salvado, Sylvester, Ana Ilce Gómez , Alencart, Shimose, Frayle, Pompeyo del Valle y Efraín Bratolomé (foto de Jacqueline Alencar)
DESTINO
He de hacer en este mundo lo que está
destinado para mí:
cantar
abrazar a mis hijos
pulir alguna piedra para hacerla
valedera
borrar si quiero lo que está destinado
para mí.
Ana Ilce Gómez, Pompeyo del Valle, A. P. Alencart, Luis Frayle Delgado y Pedro Shimose. Atrás, Eugenio Montejo y César López (foto de Jacqueline Alencar)
EL POEMA ES
El poema es una puerta por donde se
cuelan
adioses aguaceros testamentos
de amor rencores tiernos.
El poema puede ser un abismo
Un racimo de espadas
Una medusa amenazante en el fondo
De su mar.
Sólo hay que saber cuándo adueñarse
de esa luz
O quedar ciegos para siempre.
Antología salmantina donde se incluyó mujeres con guitarra’
MUJERES CON GUITARRA
Hay muchas mujeres lapidadas a lo largo
de la historia.
Su vida fue de jaurías y de toros rabiosos
de sangre alzada
de mordeduras largas.
Mujeres que le devolvieron al mundo
la embestida,
que se inmolaron o tuvieron que matar
para seguir viviendo,
esas que en la hora más oscura
roturaron el campo con sus uñas
para que vos y yo pasemos.
Hondas mujeres
que quizás una lenta madrugada
marcharon al fuego o a la horca
por cosas tales como desordenar
el orden público
por inventar una nueva manera de descifrar
la vida
por tener voz
o por infieles
o ateas.
Ellas ya no están. Sus cabezas reposan
sobre un siglo o dos. Sus ojos
ya no existen.
Pero de ellas perdura una hebra sutil
un hilo ciego que sin saberlo
nos hace crecer y despertarnos en la noche
con unas ganas inmensas de vivir
de derribar todos los muros
de desafiar todas las hogueras
así como de amar y de pulsar
todas
toditas las guitarras de la tierra.
Sylvester, Bartolomé, Zamarreño, Noguerol, Fernández Labrador, Ana Ilce Gómez, Alencart y Shimose (foto de J. Alencar)
DESÁTAME
Poesía,
sujétame las riendas
bébeme de una sola vez
atrápame porque me puedo ir
y no tendré para contarte más nada
Abrázame como si fuera la primera
o la última vez
y prueba conmigo todos los venenos
del cielo y de la tierra
Estréchame contra la pared y dime
si has visto brillo más infinito
que el de mis ojos.
Regrésame de nuevo
Súbeme al paraíso
Desnúdame en tu infierno
Átame
Desátame.
Ana Ilce Gómez en el Ayuntamiento de Salamanca (foto de Jacqueline Alencar)
ENCUENTRO
Esta tarde me he encontrado con la muerte
caminando como si nada.
Nos cruzamos miradas puntiagudas
que llagaban el alma.
Ella altanera, yo humildosa
le mostré mis rodillas canceradas
mi sombra coja
mi vestido de novia ya vestido.
Ella sonrió y me dijo
que ese era el aguinaldo de mi tuerce,
que el de ella ya vendría.
Ana Ilce Gómez (Nicaragua), Pompeyo del valle (Honduras) y Alfredo Pérez Alencart Alencart (Perú-España)
Dedicatoria a A. P. Alencart
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