Alfredo Pérez Alencart con una antología sobre la Navidad (Foto de José Amador)
Carlos Bonilla Avendaño (Heredia, Costa Rica, 1954). Estudió Teología y Derecho, y trabajó con comunidades campesinas y con migrantes nicaragüenses, en un acompañamiento legal, organizativo y pastoral. Posteriormente fue diplomático, representando a su país en Nicaragua, hasta su reciente jubilación. Sus poemarios publicados son: ‘Alguien grita mi nombre y yo me escondo’ (1996), ‘Puerta de los ciegos’ (2000), ‘Tren sin retorno’ (2001), Campanas bajo el mar (2019) y ‘Como el beso de un ángel’ (2019), el cual fue finalista del Premio Rey David de Poesía Iberoamericana’, presentado dentro de las actividades del XXII Encuentro de Poetas Iberoamericanos, celebrado en Salamanca el pasado mes de octubre. Poemas suyos se encuentran en varias antologías latinoamericanas.
Alfredo Pérez Alencart con una antología sobre la Navida
Portada de Encumbra tu corazón
RECONSTRUYENDO ASOMBROS: UNA LECTURA
DE “ENCUMBRA TU CORAZÓN”, EN CLAVE DE FE CRISTIANA
“Encumbra tu corazón”, frase tan cercana al “Sursum corda” de la Misa latina, es el título de un breve poemario de Alfredo Pérez Alencart, ciudadano de tres mundos: su natal y americanísimo Perú, su académica y dorada Salamanca, en donde ama, escribe, enseña y provoca encuentros fraterno/sororiales, y esa otra dimensión “en la que somos, nos movemos y existimos”, ese mundo que su Amado Galileo denominó “Reino de Dios, que ya está en medio de ustedes”, el cual:
“…también es Voz,
y es fruta viva
y es tallo
que a diario la gente descubre
creciendo ante sus ojos.” (La poesía alcanza)
No podía yo acercarme a la poesía de Alfredo sin mencionar estos tres mundos, en los que se asienta y de los que se nutre su Poesía, esa Poesía que está presente “desde el Principio”, en el Génesis de todos los mundos, como Palabra que se hace Espíritu y Materia y nos convierte en co-creadores, en seres productores de belleza y de amor aún desde la contradicción y el conflicto, desde la nostalgia y la esperanza, desde el Eros y el Logos y -por ende- “hechos a Su imagen y semejanza”.
Con lo anterior esbozo el horizonte sobre el cual el poeta Pérez Alencart nos hace encumbrar el corazón. Veinte poemas cortos y de palabras simples y hondas, como las palabras del Evangelio, como las palabras con las que “conversan mozas / con su decir común, claro y contundente / como el milagro de existir / comunicándonos.” (Decir común)
Estamos pues, ante un poemario intenso y profundo que nos revela la sabiduría de un poeta que tiene clara conciencia de estar, como Dante, “en medio del camino de la vida”, en esa edad en la que se “huye de huracanes y contiendas”, se recobra la inocencia “y se reconstruye el asombro”; esa edad en la que se vive desapegado de “los arrabales de la fama” y lejos de “los velocísimos ruidos” del mundo. Ese espacio vital -más que cronológico- cuando son los parientes y amigos quienes “se encarnan en abrazos / instantes que flamean / eternos.” (Descabalgado ya).
Esta honda vivencia de la propia vulnerabilidad no ciega al poeta ante la pobreza y la injusticia. Tampoco lo vuelve ciego la experiencia de la ingratitud sufrida en carne propia o ajena: “La gratitud / de los labios suele mermar deprisa / y las súplicas dejan paso a las ingratitudes.” (¿Dónde están los otros?). Al contrario, luego de la decepción y el aparente pesimismo ante la ingratitud de “los otros nueve” (leprosos) que no regresaron a agradecer la sanación, el poeta -en “Cartel” y en “Mirada que ruega”- vuelve inmediatamente la mirada al otro, a la otra, para responder a la pregunta fundamental del Dios de Jesús: “¿Dónde está tu hermano?”. Y esa mirada se transforma en Gracia para el poeta, quien abre su corazón, y lo encumbra hacia la solidaridad.
Pintura de Miguel Elías
En este caleidoscopio de nostalgias y de esperas, Pérez Alencart nos regala cuatro bellísimos poemas impregnados de un sutil erotismo (“Semilla”, “Asombro”, “Perfume” y posiblemente “Sed”) cuyo eje, fuente y razón de ser es un quinto poema: “Amada”, dedicado a su Jacqueline de siempre. Un poema con alusiones al texto evangélico y reminiscencias de la poesía hebrea, con el que celebra un amor que se vive en recíprocas entrega y libertad:
“Yo lavaré tus pies
mientras unges mi pecho
en la tienda que levantamos lejos.” (Amada)
Como un eco recordé el Cantar de los Cantares y las palabras de Ruth: “Donde quieras que vayas, yo iré. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios…” (Libro de Ruth, Cap.1, v.16)
Hay un poema: “Acto de fe”, que es una especie de piedra angular del poemario en la medida en que ilumina todos los mundos del poeta, las tensiones y contradicciones entre espíritu y materia, entre el Logos y el Pathos, entre el cuerpo y su constante deterioro, entre la nostalgia y la esperanza. No es un acto de fe en una doctrina. Más bien, hay un reclamo implícito a lo que quienes nos decimos cristianos hemos hecho con el mensaje de Jesús: “Volvamos a empezar”, dice el poeta. Volvamos a empezar por que hay que renovarlo todo, porque lo que hemos construido no funciona ya más.
Por ello, este “Acto de fe” va dirigido a aquel que dijo “He aquí que hago nuevas todas las cosas”:
“Tras la niebla
espera el herido que
sana
con la longevidad
de su profecía.”
Pintura de Miguel Elías
Herido Sanador que espera “tras la niebla” de la Noche Oscura de la fe y tras la oscurana de los males del mundo: el Poeta con mayúscula, el Amado Galileo de Alfredo, sobre el cual se sustenta la Esperanza: “Volvamos a empezar”.
Finalmente, cuando Pérez Alencart nos dice:
“Soy y seré el que pase
por el ojo de la aguja
con las pupilas siempre alucinadas.” (Soy, seré…),
nos está susurrando que todo es Gracia -incluido, y de modo especial- el quehacer poético.
Por la alucinación y el encumbramiento del corazón que me han provocado estos veinte poemas de Alfredo Pérez Alencart,
“yo soy
quien ahora repite
el acto agradecido
del leproso extranjero”.
San Isidro de Heredia, Costa Rica
30 de agosto del 2020
Carlos Bonilla leyendo en el Teatro Liceo de Salamanca (Foto de José Amador Martín
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