Rafael Cadenas retratado por José Amador Martín
Crear en Salamanca tiene la satisfacción de publicar, por vez primera, el texto que Juan Pablo Gómez Cova leyera en el Aula Magna de la Facultad de Filología, durante la jornada de homenaje a Rafael Cadenas. Gómez Cova es escritor, profesor e investigador literario venezolano (Barinas, 1978). Licenciado en Letras por la Universidad Central de Venezuela, UCV(2002). Magister en Filología Hispánica por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de España (2004) y Magister en Literatura Comparada por la UCV (2009). Actualmente es doctorando de Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Salamanca. Ha sido profesor de la Escuela de Letras de la UCV durante doce años. Ha publicado numerosos artículos en revistas especializadas.
Antonio López Ortega, Carmen Ruiz Barrionuevo y Juan Pablo Gómez Cova, en el Aula Magna de Filología
RAFAEL CADENAS CON EL CEÑO FRUNCIDO
Juan de Mairena, insigne discípulo de Abel Martín, solía enfatizar la diferencia entre el poeta y el mero señorito que compone versos. El poeta es aquel que supone una propia metafísica y además debe tener la capacidad de exponerla en claros conceptos. Otra propuesta reiterada en Mairena era la oposición entre lógica y lírica, puesto que el fin natural de todo arte, decía, era la intemporalidad y la trascendencia, y mejor si puede hacerlo a través del propio tiempo, alejándose del artificioso deleite lógico para entregarse a la espontaneidad lírica de lo temporal.
Por eso se llamaba a sí mismo, jactanciosamente, el poeta del tiempo. Toda esta chanza aparente revela la extraordinaria capacidad de Antonio Machado para exponer divertidamente su propia metafísica, despojada de toda pomposidad. Machado creó a Abel Martín que fue maestro de Juan de Mairena que a su vez imaginó a Meneses que a su vez inventó una máquina de trovar, de la que provenían las Coplas mecánicas de Mairena. El sentido del humor congraciando la más alta capacidad reflexiva en torno a su oficio: la palabra. Y todo para intentar –hay que subrayar intentar- comprender la obra divina: la pura nada; y desde la más áspera, es decir verdadera, humildad. Los vínculos entre esta actitud de Antonio Machado y Rafael Cadenas son notables y consistentes. Cadenas, el poeta, el ensayista, el docente, el sujeto –iluso sería distinguirlos- tiene un empeño perseverante por vigilar y señalar los excesos del yo, entendido como inflación del ego que desatiende la vida.
Otra imagen de Rafael Cadenas (foto de José Amador Martín)
El tono y la actitud del hombre desesperado ante la inmunidad de los que no pueden ser sacudidos, como diría él mismo, son persistentes en toda su obra. Pero con el tiempo, ese tono y esa actitud se fueron perfilando de un modo tal que abandonaron la tajante unilateralidad del que señala fronteras para incorporarlos al trasiego de las dificultades del vivir. Recuerdo cuando una vez le comenté a un compañero de clases de la Escuela de Letras de la UCV que tenía la impresión de que Cadenas era un poeta tan congruente y sólido en toda su trayectoria que carecía de máscaras; mi compañero me respondió algo así como: “te equivocas, su máscara es tan buena que no pasa por máscara”.
María Fernanda Palacios decía que Cadenas está empeñado en subrayar cada vez más atinadamente los escándalos del yo, mientras Rojas Guardia insiste en ver la obra/vida de Cadenas como la de un hombre que ha hecho un riguroso voto de pobreza, en favor de una expresión auténtica, más allá de postulados poéticos. Nadie que haya leído de veras a Cadenas podría no sentir un poco de vergüenza por las jactancias de la academia, por la prepotencia engalanada de los que se sienten poetas elegidos, por los meditados artificios de la lengua desgastada, por la pompa farandulera del enjambre literario, por los grupos y movimientos artísticos dedicados al postureo. En fin, no se trata de señalarlos con estruendo como cómplices del caos, sino de advertir dolorosamente el abandono de su verdadera labor: servir de auténticos contrastes.
Michel, Antonio López Ortega, Carmen Ruiz Barrionuevo, Juan Pablo Gómez Cova, Mª. Ángeles Pérez López y Francisca Noguerol
La obra de Cadenas es un desgarro y toma forma como un desesperado llamado de atención: la modernidad y todo lo que ha venido después han olvidado eso inefable que da sustento al vivir. Es un trabajo arduo expresar este desbarajuste y la primera urgencia sería emprender una sosegada denuncia contra todo lo que amenaza la lengua y la cultura, que a su vez, radica en el recelo hacia el pensamiento, en el deterioro de la educación a nivel global y, sobre todo, en la voracidad de lo utilitario, esto es, de todo lo que tiene una funcionalidad y una rentabilidad inmediatas. Ante este espectáculo de desolación, se yerguen atónitos el silencio y la nada –en su sentido más profundo- cargados de una expresividad cada vez más necesaria. El poeta nos dice: “en la poesía se ha de sentir el sabor de eso que, siendo lo más presente, no conocemos”.
Fui alumno de Cadenas en el año 1996, en un inolvidable Taller de Lectura y Expresión Oral y Escrita en el salón de alemán de la mítica Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela. A través de estruendosos silenciosos, dejaba colar casi artesanalmente frases, versos, fragmentos, comentarios, textos, ensayos que terminaban hilándose para darnos un sustrato sobre el que asentarnos. Cuentos de Borges, textos de Huxley, aforismos de Machado, ensayos de Alfonso Reyes, versos de San Juan de la Cruz.
Rafael Cadenas en uno de los soportales de la Plaza Mayor de Salamanca (foto de Jacqueline Alencar)
Una vez se quedó repitiendo con voz tenue: “un no sé qué que quedan balbuciendo” como si descubriese por primera vez la sonoridad de ese verso, atónito, y terminaba diciendo, con el ceño fruncido, “increíble”. Pero sobre todo, una sutileza en el verbo, en la corrección, en el quehacer docente, una especie de enaltecimiento por su oficio que nos llegaba de forma tan diáfana y a la vez tan sólida, que nos conducía a un plácido y sereno descubrimiento de nosotros mismos. Una vez optó por insistir en un célebre aforismo de Machado que reza: “Entre el vivir y el soñar hay una tercera cosa. Adivínala”. Cadenas la decía con la mirada perdida hacia el vacío y con el ceño fruncido. Dejaba que hubiese durante unos cuantos minutos un silencio tan intenso que algunos no sabíamos si debíamos responder, si debíamos descubrir el acertijo. Afortunadamente, el instinto que había sido estimulado en nosotros durante esas clases hizo que nadie cometiera la insensatez de pretender dar respuesta; nos quedamos todos, también, con el ceño fruncido durante un tiempo indeterminado, mirando al vacío, en silencio, como dando pie a una misteriosa revelación que parecía inminente y recordando la frase de Abel Martín: “las formas del cero”.
Esos gestos formaron a grupos de personas, no demasiadas, que tuvimos la suerte temprana de encontrarnos con una especie de guía sereno que tenía el misterioso don y la sabia entereza de no ofrecernos salvación alguna, pero que nos legaba una reverencia sagrada por el auténtico sentido de cada palabra, mientras aprendíamos genuinamente, y sin darnos cuenta, a fruncir el ceño. Otros lo llamarían simplemente “ofrecerle camino a la vocación”.
Juan Pablo Gómez Cova
octubre 17, 2017
Excelente escrito de JUAN PABLO GÓMEZ , de muy exquisita lectura .
Felicitaciones