‘PUERTO DE LOS RECUERDOS’ Y OTROS POEMAS AMAZÓNICOS Y/O FAMILIARES DE A. P. ALENCART

 

 

Turistas mirando la ciudad desde el Obelisco de Puerto Maldonado (foto de Pavel Martiarena)

 

 

‘Crear en Salamanca’ tiene el auténtico privilegio de publicar una muestra poética de reconocido poeta peruano-salmantino Alfredo Pérez Alencart quien, con motivo de la celebración del 119 aniversario de la creación de Puerto Maldonado, su ciudad de nacimiento enclavada en la Amazonía peruana, ha querido dejar conocer una sección de su celebrado poemario ‘Madre selva’, publicado en 2002. Esta sección, ‘Puerto de los recuerdos’, nunca se había reproducido en revistas o periódicos. Además, nos ha permitido publicar en exclusiva seis poemas que él excluyo de la edición de 2002, y que hasta hoy permanecían inéditos. También se incluyen algunos poemas más de otras secciones de ‘Madre selva’, así como una muestra de poemas familiares albergados en su libro ‘Memorial de Tierraverde’, publicado en Lima por Lancom, el año 2014. Vayan para él nuestras gratitudes. Y también al destacado poeta Juan Antonio González Iglesias, catedrático de Filología Latina en la Universidad de Salamanca, por las palabras suyas que ponemos como pórtico de esta muestra.

 

 

Alfredo Pérez Alencart ante el puente que une las dos orillas del río Madre de Dios, en su Puerto Maldonado natal

(2014, foto de jacqueline Alencar)

 

COMENTARIO DE JUAN ANTONIO GONZÁLEZ IGLESIAS

 

Hay veces en que Alfredo Pérez Alencart pronuncia la palabra Amazonía. Así, con ese acento que de pronto nos recuerda que él viene de allí. Lo hace audible. Digo Amazonía para decir América. La gran aportación de Alfredo Pérez Alencart a nuestras letras es que él comunica con su poesía su conquista mayor: que todo sea uno. Su vida americana y su vida española, su mundo amazónico y su mundo europeo, sus versos torrenciales y su precisión ética. Alfredo Pérez Alencart es, por encima de todo, un poeta único que ya ha publicado unos cuantos libros definitivos y emocionantes. Ha dicho lo que nadie sino él podría decir. Su lenguaje contiene realidad, literatura, dos mundos que son solo uno, familia, amigos, trascendencia que no hiere, sino que cura. En su poesía es donde da su fruto todo, en la ternura general con que despliega sus líneas dentro de cada poema. Lleva bien la sobredosis de amor que corresponde a un poeta. La comparte sencillamente, sin alboroto. La pone en la existencia de los demás.

 

Crepúsculo en Puerto Maldonado (foto de Pavel Martiarena)

 

 

 

PUERTO DE LOS RECUERDOS

 

                                      

Abrir los labios, elogiar

el croquis exaltado de la ciudad,

la esencia de lo humano que no desmaya.

Ésa la pasión principal de quien cruza la calle

en el preciso instante del crepúsculo implacable.

 

Pero hay que regresar

 para escuchar a las chicharras

cantando sobre los árboles de la vida.

.

A.P. ALENCART

 

 

 

Alfredo P. Alencart con su madre Rosa, en la calle León Velarde, de Puerto Maldonado (1964)

 

I

 

 

CIERRO los ojos y aparezco en las calles donde maduré la infancia. He buscado dúctiles lianas con las cuales trenzar afectos de otros tiempos junto a paisajes para mí definitivos. Feliz resulta conmemorar aquel alimento del corazón, volver a ser el infante con marcas de besos en las mejillas, escuchando lenguajes de ternura albergados en ardientes juramentos, siempre arropado en la querencia química y física del amor de madre.

 

Plaza de Armas de Puerto Maldonado (foto de Pavel Martiarena)

II

 

VOY aspirando aromas de mundos primeros, sin olvidar incendios de agosto y húmedas ventoleras de diciembre cuya vastedad me ofrecen unánimes nostalgias. Voy agrupando rostros y firmamentos tras el espejo de los años. Todo parece igual, pero me sé transfigurado, otro en su pasión, otro que vuelve para reelaborar instantes de una etapa sagrada de la que ignoro cuánto se ha perdido. El alma conmovida se instala en el centro de la Plaza donde se anotan adioses y esperas.

 

Frutas en el mercado (foto de Pavel Martiarena)

III

 

Y hasta la luz del día filtra el temblor de mis latidos o el mandato de la sangre pidiendo llenar ausencias y cubrir de turbada emoción a corporeidades transparentes. Sentir la lluvia para asomarse al reino interminable de la infancia, dejar gotas de agua resbalar por el curtido rostro hasta volverse magma anegando la calle Loreto, el jirón Cuzco, la avenida Dos de Mayo; ojos y lágrimas reconociendo el mapa de abrazos celosamente almacenados en el arcón de la memoria.

 

José Alfredo Pérez Alencar, A. P. Alencart y Jacqueline Alencar, llegando a Maldonado

IV

 

 

LA costumbre de vivir del recuerdo enseña que el amor tiene un reducto donde algo sucede si el lugar se nombra. He vuelto con esta tarde amarilla que me asoma a lo pasado, con el horizonte caldeado por el antiguo anhelo de poner los pies en la tierra primera. Desde la fábula nombro al puerto de los recuerdos y digo “¡Abracadabra!”. Entonces se van abriendo las diáfanas ventanas de la infancia: las calles polvorientas se inundan de luz, los mosquitos zumban en el aire calimoso, la plaza se adecenta y huele a mango y tamarindo.

 

A. P. Alencart con sus hermanos Salomón y Carlos Domingo

V

 

ME siento un extrañado expuesto a inocencias, merodeando otra vez cálidos espacios irrecuperables, atornillando sonidos y voces modeladas en el vacío. Aun la mirada tiene hambre de habitar terrenos baldíos,

de encontrarse con otros ojos, con otras manos que nunca se marcharon, con madrugadas prestas a ofrecer sus inextinguibles poderes. La mirada reconoce lo que es nuevo y lo que falta, pero en este regreso va perdiendo el equilibrio.

 

Miguel Grandiller, Rafael Salhuana y A. P. Alencart (foto de Jacqueline Alencar)

VI

 

EL azar describe rutas semejantes a la tristeza. Así gotea la memoria en procura de ciertos rincones conservados como estampas intangibles. Difícil resulta contener su persistencia: la devoción a la fisonomía de la ciudad se afianza como un tatuaje indeleble para el resto de los días que duremos. A qué negarlo. Adoro el amplio cielo y las sencillas casas de mi Puerto. Así pronuncio su nombre y le susurro, como un niño convertido en hombre: “He vuelto… He vuelto… He vuelto…”

 

Alfredo Pérez Alencart en el Parque Grau, con el río Madre de Dios al fondo

VII

 

AL borde del barranco, en la cima del parque Grau, doblo saludos mientras observo -a la sombra de palmeras y al silbo del viento que no descansa- la copulación de dos ríos caudalosos. El crepúsculo dibuja cárdenas manifestaciones en el horizonte, mientras la arena de la playa calienta huevos de charapas con temperaturas que van caldeando nuevas vidas. También la muerte se hincha en las aguas y de tanto en tanto hurga en las orillas.

 

Desfile (foto de Pavel Martiarena)

VIII

 

EL himno patrio se canta con la mano en el pecho, firmes las autoridades, firme el séquito que inventa su origen porque se ha vivido de hipocresías brillando entre los dientes, de infinitas promesas, de peculados imaginables. Escucho su canto mendaz mientras contemplo una multitud de niños descalzos, acostumbrados al hambre impuesta por mercenarios, por ganapanes que han empobrecido la realidad del puerto feliz de mis recuerdos.

 

Alfredo con su padre, Alfredo Pérez Troncoso (Puerto Maldonado, 1981)

IX

 

ES hora de saludos aliados, de oraciones por momentos que se perdieron, ya fusionados al vaivén del desamparo que golpea desde su deriva de adentro. El templo sirve para deletrear los trajines, las bruñidas experiencias de la vida, el fuego que no quema pues se mezcla con el pan y la palabra. Todavía hay empeño por acercarnos a ese otro mundo donde se cambian los sentidos.

 

Foto de Pavel Martiarena

 

X

 

LA maleza invade las tumbas del viejo cementerio e impone su presencia implacable sobre el hueserío restante de mis ancestros. Vivo recordándolos en el árbol incesante de la progenie. Les susurro algunas confidencias, saludo a la vasta colonia japonesa y me planto ante el poeta abatido por vivir creyendo: «Javiercito -le digo- ¿por qué insistes en hacer brillar tu vida? ¿Hasta cuándo la libertad será ajusticiada? ¿Es tuyo el trino que ahora practica este blanco pajarillo?».

 

A. P. Alencart con su sobrino y ahijado Lucho Vinelli Mendoza, nieto de Albina y sobrino de Alberto

XI

 

PRESIENTO su dimensión y sus respuestas de ingenua lucidez. Pero me alejo, buscando otros muertos más recientes instalados en cierto flanco del nuevo camposanto. Allí se encienden dos velas por Albina y Alberto, familia que me falta en este silencio escandaloso de la vida. Blasfemo. Lloro como debe llorar un hombre. Blasfemo. Los vislumbro en órbitas de ángeles, múltiples sus grandes corazones, desmedidos en su tierna llama. Ya con ellos, no me pierdo en el oscuro camino de regreso.

 

Alfredo y Rosa, padres del poeta, en pleno baile

XII

 

LA música baña mi corazón. Los cuerpos se estiran o se juntan en la sala de fiestas. ¡Esta alegría! Pongo mis pies en el Yacaro y el canto sube y nadie descansa con la sobredosis de ritmos.¡Esta alegría! Unas cervezas a la luz de la luna más luna del mundo. Queda tiempo. Meto la mano al bolsillo y pido otra botella que atempere lo que está ardiendo. ¡Esta alegría! Una balada va midiendo la intensidad de mi energía.

 

 

 

 

Jacqueline y Alfredo en 1983

XIII

 

 

ENFRENTE de mí el perfil ardiente, la joven que llegó del país vecino para cambiarme la existencia, para quitarme el sueño y dejar huellas de su tacto. Un día tocaron a la puerta. Era ella, vaticinando amor con su cuerpo inmaculado. ¿Dónde estabas, centro de lealtad donde me cobijo? Mi sangre pedía plebiscitos. Paciencia sugerían sus grandes ojos. Ya no amanezco sólo

 

A. P. Alencar en el puerto de su ciudad

XIV

 

 

RECUERDO el puerto con tesón, aquellas canoas que llegaban y partían: madereros, agricultores, mitayeros, pescadores, castañeros, los que ganaban, los que perdían… En mis ojos se reproducen naufragios, bolsas enjebadas, sacos de yute repletos de naranjas, carnosas yucas y racimos de plátanos por doquier. Oía el lenguaje del agua en las lunas llenas. La grúa del puerto sigue izando mis asombros.

 

 

Puente sobre el río Madre de Dios (foto de Pavel Martiarena)

XV

 

FURIBUNDA tarde rugiente arrastra nuestros gozos cuando apenas el barro va secando. Oh Dios, qué poco se detiene esta Maligna, qué pronto deja el sol de ser imperio. ¿Acaso hay sentido a este eterno duelo que fatiga, que resbala hasta mi profundo llanto? Una melodía de violines como dulce alimento para su alma le daría. Las alas de un pájaro fantástico para su infinita errancia le daría. El bosque y sus esencias para fecundar quimeras le daría. Eso y todo lo que tengo le daría si las aguas del río lo trajeran de nuevo a esta playa. Ay Señor, no hay forma de olvidar su ausencia cuando el río alumbra el túnel de mis penas y me callo y me oculto en el recuerdo.

 

(Alberto Vinelli en la memoria)

 

Letrero de Puerto Maldonado (foto de Pavel Martiarena)

 

XVI

 

ERES conmigo, ciudad que sobresale al polvo. Lo humano abunda en tu reseca piel de julio. Amanso la garganta y me muestro como un duende al que todos entienden y tratan con amor. Eres conmigo, ciudad sin centuria, puerto fluvial que me siente en sus entrañas. De todos modos, este hombre trae sobre las espaldas el registro de aprendizajes y desengaños junto a la libre juventud florecida bajo el cielo de estos barrios.

 

A. P. Alencart en casa de sus padres, Rosa y Alfredo, antes de viajar a España (1985)

XVII

 

AQUÍ Alfredo Pérez Alencart pedía una naranja y recibía misterios; pedía besos de doncellas y recibía el esplendor de los ocasos, lácteas iridiscencias, solemnes visiones. Hijo agradecido de la tierra ancestral que signaba su vida, Alfredo pertenecía a la corteza virgen de los cedros, al color del huayruro y a la velocidad de las libélulas. Aquí surcaba ríos y convidaba bocanadas de dulce amor rebalsado de su corazón.

Alfredo con Rosa, su madre (Puerto Maldonado, 1964)

XVIII

 

 

¿QUE en dónde sucedió? ¿Que cuándo se rompió la brújula y la voz aventurera del capitán Sumar? Dejemos a la crónica la densidad de esos detalles, el drenaje de tristeza que su desaparición pone encima. Más yo lo vi luego de su muerte, tras la ventana de la casa de Aposento, contemplando el respaldar del sillón rescatado de su avioneta destrozada. Le vi el rostro, pero tuve temor de pronunciar su nombre, ofrecerle el saludo merecido. Parecía no querer ascender de nuevo hasta liberar su imagen y colocarla entre su ausencia y mis ojos que tienden a convocar lo ya perdido.

 

Foto de Pavel Martiarena

XIX

 

ADVIENE el deseo, su vértigo azul, la comunión de cuerpos en movimiento. Y no se sosiega esa predisposición que todo lo abarca, que empuja y deja testimonios de marejadas, de murmullos, de escarceos bajo las estrellas. Ciudad de pasiones iniciales, de noches de entrega y aprendizaje en lechos y matorrales llenos del olor de la guayaba. Un día el mundo tuvo esas sonrisas. Unas flores tuvieron un mundo de promesas. Así se activó el líquido lenguaje del deseo.

 

 

 

POEMAS EXENTOS DE ‘MADRE SELVA’, INÉDITOS HASTA HOY

 

A. P. Alencart con algunos amigos de su promoción y su hermano Carlos Domingo

XX

 

 

Una noche se abrió la puerta de la habitación y vi que mi padre nos miraba con la ternura de un hombre que acababa de esquivar a la muerte. Había vuelto desde las lejanas tierras de Huaypethue con la cabeza envuelta con vendas ya ensangrentadas. Cogió en un brazo a su hija pequeña, mientras me explicaba que la rama de un grueso árbol le había caído encima. Quise llorar abiertamente, como hacía mi madre, pero sólo escuché y dejé fluir las lágrimas en silencio, al igual que mi padre. ¡Tantos recuerdos disputando por pronunciarse cuando convoco la imagen de la vieja casa! Existen filtros que inflan de emoción el hallazgo de la infancia y vuelven a poner en pie la casa de las primeras emociones en un espiral radiante que alivia la orfandad de lo perdido. Exhumo la morada con la memoria llena de Tierraverde. Luego busco su abrigo, la piel de las estaciones que todavía palpitan en la atmósfera sepia de lo entrevisto.

 

 

Salomón, Miluska, Alfredo padre y Alfredo hijo (foto de Jacqueline Alencar)

XXII

 

«SIÉNTATE en el pupitre de La Escuelita. Atiende la lección del profesor, su alimento futuro». Vengo y voy por la avenida León Velarde, el nervio vivo de la ciudad allá afuera. Pero el aula retiene la esencia infinita del ser, la mano levantada, el abecedario escrito en la pizarra. «Siéntate para escapar del triste horizonte de la página en blanco o del trabajo inseguro». Pronunciaré respetos repetibles por mi escuela.

 

Rolando Kross, Alfredo Pérez Alencart y Vicente Martínez Sahuarico, amigos desde la Escuelita

 

 

Tarjeta enviada a España por doña Consuelo Pickman de Ríos, profesora de La Escuelita

 

 

XXIII

 

SUENA el timbre de entrada al Colegio Nacional Guillermo Billinghurst.  Ganas de llegar a alguna parte, de acudir a algún destino, de fortalecer el corazón de la amistad y el entendimiento. El profesor Ayma no da tregua a mis compinches, sin comprender todavía la razón de los afectos. Como acontece con los elegidos, pocas promociones como aquella derrochó impulsos creadores y gratitudes puestas en marcha. Años más tarde, el exdirector se levanta para el brindis, recuerda al profesor Educo y nos funde en sus abrazos.

 

 

Compañeros de la Promoción 78 Eduardo Rodríguez Torres

XXV

 

LA abuela fue fruto de implorantes migraciones. Cuando fumaba, no había nada que decir. Cuando cosía, los vestidos de las damas distinguidas derramaban nicotina y alabanzas sinfín. Cuando tosía, su asma relataba ingratas travesías. Cuando era hora de comer, seguro que no comía. Cuando tenía que viajar, los dioses nativos y foráneos se escondían ante la ira de señora tan indócil. Con los ojos, desde su tristeza, me acariciaba, me acariciaba, me…

 

Nietos cánibales preparando su plato preferido, ‘Abuela a la parrilla’

 

XXVI

 

ENTONCES se compró Ten Paciencia. Un día brillante mi padre me llevó de su mano y me enseñó a soñar lo que el soñaba: una chacra ubérrima y pastos creciendo con la lluvia, toros y vacas aromando el aire con su estiércol, y frutales y aves de corral y tardes sorbiendo jugos de papaya o cantos de pájaros alegres. Doy constancia del magno esfuerzo levantado desde el sueño de un hombre.

 

Alfredo Pérez Troncoso en Ten Paciencia (foto de Jacqueline Alencar)

XXIV

 

¡QUÉ diáfana resuena la palabra «Padre» cuando la expresa un hijo que debe tanto amor! Mis labios vocean la viva llama de saberlo siempre mío, corriendo, corriendo tras los toros, circulando de sol a sol, íntimamente cercano en sus lágrimas y en sus profundas alegrías. Una mirada como una sentencia, una sentencia como un abrazo. Y el mejor ejemplo por sobre todas las cosas. Así es mi padre y así le canto ahora que puede escucharme, cerca de un inmenso castaño. Me extravío en unos dominios que siempre serán más ínfimos que su pródigo corazón palpitando a la intemperie. Miro al cielo y la explosión del sol predispone el rayo de mi mensaje. Inquiero a la memoria y ésta brinca desde el ruido mañanero de la infancia. Mi padre de todos los días careció del suyo desde niño. Por ello lo traigo conmigo al lugar donde vaya. Por ello reproduzco el nacimiento de ese amor en todos los tentáculos de mi poesía.

 

 

Alfredo, Alfredo y José Alfredo (Maldonado, Julio de 2014. Foto de Jacqueline Alencar)

BRINDIS

 

 

Salud, incansable constructor de pérgolas.

He decidido, mientras amaina la lluvia,

hacerme fuerte en este farallón de almenas

que me arrancan un suspiro

cuando la mirada flota al vaivén de las palmeras.

 

Salud, origen de mi vida.

He decidido que el sol se eclipse,

que no se entrometa por un instante.

Así juntos podremos imaginarnos la realidad,

¡la unánime realidad que encierran las visiones!

 

Salud, trabajador de cinco décadas inequívocas.

He decidido fraccionar mis ausencias:

un abrazo redondo por allá, una epístola por aquí;

una lección sobre maderas nobles por allá,

un respiro de la palabra creciente por aquí.

 

Salud, fervoroso creyente del sudor del día a día.

He decidido bajarte caricias de luna llena,

la lumbre de un beso que alimente tus fatigas

y la donación perpetua del resto de libertad

que sigo llevando en mi mochila.

 

Alfredo Pérez Alencart y Alfredo Pérez Troncoso, con Salomón detrás (foto de Jacqueline Alencar)

 

 

MADRE

 

Las bendiciones más hermosas surgen

de los labios de una madre.

 

Un día ya remoto dije “Madre”

y sentí la vena del origen.

 

Desde hombre sigo sintiendo su aliento

cual lienzo que se yergue

para que pueda fijar mi historia,

para que pueda decir “te quiero”,

para inundar los ojos

con el rostro de la mujer que venero.

 

Se acude a la madre cuando la noche se cierra

y crecen sombras que se acomodan

en medio del dolor.

 

Igual que antes, cuando niños,

la piel de los recuerdos despliega sus espejos

y nos transforma en seres indefensos.

 

Es cuando el caudal de encomios

pide un sitial privilegiado para el amor sagrado.

 

¡Deja, océano, que me llegue al menos

la música de sus labios!

Jacqueline Alencar, Alfredo Pérez Troncoso y Rosa Alencart

 

PETICIONES DE LUZ AL UNIVERSO

 

 

Que la oscuridad no empañe la emoción más cristalina.

Que el deseo y la dulzura se reflejen hoy y siempre,

mientras la noche detente la posesión de los enigmas

y la vida siga siendo un efímero imperio

de dones y atavíos.

 

Blanca luz pido para la luz blanca de Maldonado,

la de pequeño rostro e inmenso corazón

orientado siempre en dirección al amor.

Démosle todo el cariño de nuestra ausencia inevitable,

el espacio feliz, la vibración del pulso no agotado

y abundante metralla para horadar

su murallón de sombras.

 

Que sus ojos guarden mis sueños.

Que sus sueños sean los míos.

Que Alcides Cárdenas se anude a su mirada.

Que las nietas -relucientes eslabones- jamás la olviden.

Que los hermanos le sigan llevando el olor de la guayaba.

Que las hermanas sean lluvias siderales, células predilectas.

Que los hijos se replieguen en el vientre de la añoranza.

Que cuñadas y cuñados la visiten en horario estelar.

Que los sobrinos vayan mostrando sus plumajes invictos.

Que yerno y nuera busquen la caricia de sus suaves manos.

Que María Benita finalmente quede satisfecha.

Que la raíz del tiempo sobrevuele todavía…

 

Y hablando del Tiempo…

Recuerdo que cuando niño, verla significaba florecer,

escuchar su voz, un cántico de fábulas exquisitas.

Ahora intuyo lágrimas por el asedio de penumbras.

Pero nada marchite o desvanezca el brillo de su historia

ni la cálida eficacia de su dulce aliento.

 

Que le acerquen -en mi nombre- los colores ocultos,

la música que anida mansamente en las caracolas

y una ración generosa del aire elemental de La Pastora.

Abracen -por favor- a mi delicado talismán

y observen si perfila una sonrisa cómplice,

seducida ya por el fervor de esta mínima ofrenda.

 

Por ella hoy me inclino y beso el suelo de España.

 

por Cudy Pérez de Cárdenas

 

Cudy Pérez Troncoso, tía del poeta (foto de Jacqueline Alencar)

 

ODA PARA UNA SEGUNDA MADRE

 

Cada amor acapara un temblor distinto,

relámpagos propagándose en el corazón

fecundado con intensidades de la sangre

y constancias del afecto.

 

Vislumbro esas manos que me tuvieron en acogida

y es más próximo el concepto de lo humano,

el reflejo sucesivo del amor tangible

en la nítida presencia de una madre otra

protegiendo mi camino.

 

Heme aquí volviendo la mirada en el Tiempo,

para así verme como otro hijo

adscrito a su bondad.

 

Rasgo este ancho paréntesis y dibujo con pulso firme

el retrato de una dama de cabellos de oro,

de la segunda madre que está grabada

en mis pupilas.

 

Había olvidado volver a decir Gracias,

pero en este limpio día primaveral

un pronunciado influjo materno

invoca que vocee sus méritos duraderos.

 

Sé que ella me escuchará enseguida.

 

(Nidia Pérez de Delgado)

 

Nidia Pérez Troncoso, tía del poeta (foto de Jacqueline Alencar)

 

 

José Alfredo y Alfredo (foto de Jacqueline Alencar)

 

 

DÍPTICO PARA EL HIJO

 

(Notomi, atsi naketyo ivatanankitsine

Hijo, yo primeramente iré)

 

 

I

 

Mañana,

en otro tiempo

cuando yo no esté,

 

sentirás

mi Tierraverde

como tuya,

 

e irás a ella

como quien vuelve

a su propia

casa.

 

Tal alianza

surgió pairani,

tiempo atrás.

 

 

II

 

Y aunque en los almanaques siga borrosa la fecha de mi viaje, en tu fuerza estaré yo, próximo a un júbilo sin límites.

 

Estaré para ti en la despertante claridad de todas partes.

 

Y también estaré contigo cuando otra vez anochezca.

 

 

Jacqueline Alencar y Alfredo Pérez Alencart celebrando las Bodas de oro de Alfredo y Rosa

 

 

DÍPTICO PARA LA ESPOSA

 

I

(Esposa de mi atardecer)

 

 

¡Pasión principal, como ninguna, dermis

con dermis, señal del destierro procurado

amándonos veintitantos agostos, ventura

y aventura en lo tierno, inquebrantable!

 

¡Besémonos largo, esposa de mi atardecer!

El juego verdadero no es un juego: Amar,

Dios mío, es una incesante prueba cabal,

defuera hasta la vertiente de lo que no sé.

 

¿De miel el tránsito? Garra del entallado

puedo sin descanso, atentos a lo que fluye

debajo de esta piedra, ¡ah, linda mitad mía,

esposa de mi atardecer, fresca flor viva!

 

Embaracémonos de presentimientos: Creer

en el sueño y no en el circo; en el espíritu

capaz y no en feas estatuas… ¡Herejías así

de estío a estío, con el pulso real todavía!

 

¿Qué nos sigue sino el unigénito y la luz

primera? El hijo, sí, derivado de sangres

que por la Amazonía se asentaron. La luz,

sí, barajando sus haces, convidándonoslos.

 

¡Todo nos ampara, esposa de mi atardecer!

 

Jacqueline Alencar, José Alfredo Pérez Alencar y Rosa Alencart

 

II

(Mi amor es más grande que un beso)

 

 

Mi amor es más grande que un beso

pues cierto es que se prolonga

sin dejar morir nuestra querencia

en la mohosa luz de la rutina.

 

Cada quien busca algo distinto

cuando deliciosamente ama

esposado a un solo corazón,

dicha mayor, perdurable conocer

probando el temblor definitivo.

 

Mi amor es raíz multiplicada

sobre tu piel y tu esperanza.

Mi amor sabe de tus largos sueños

y cumple las promesas del anuncio.

 

Cada noche el vuelo, tacto mudo.

Cada día convicto de quererte.

Cada instante tú, exacta criatura.

Cada ayer trenzando lo porvenir.

Mi amor es más grande que un beso.

 

 

Jacqueline con sus tías Betita y Alexia Alencar

 

HERMANOS

 

Hermanos míos:

hoy exploro mis recuerdos

y una caravana de instantes

engrandecen el breve tiempo

que pasamos juntos.

 

Late el as de corazones

en este juego que es la vida,

flecha que pasa

demasiado pronto.

 

Laten todos los abrazos

que les he ido dando

en tantos reencuentros

y despedidas.

 

Hermanos míos:

mi amor se desdobla

en voz alta, y quita

importancia a lejanías

o al calibre de los años

afincados en distintas orillas.

 

Laten los instantes,

ya mezclados en la sangre

de Alfredo y Rosa

que llevamos.

 Los hermanos Pérez Alencart, con sus padres Alfredo y Rosa, celebrando sus bodas de Oro (foto Estudio Coral)

 

AITANA

 

 

Aitana,

hija de Salomón,

mañana cosecharás

aquello

que sembraron

los pioneros.

 

Mientras,

mi emoción te sigue,

vivaz princesa,

 

por esta selva de

relámpagos

donde muestras el rostro

más reciente

de otra generación.

 

Tú haces realidad

nuestra mejor

Alegría.

 

Aitana, sobrina del poeta (foto de Jacqueline Alencar)

 

MADRE

 

 

Madre mía

de los pasos primeros,

de aquellos días

guardados dentro.

 

Me nutre tu amor,

caliente todavía.

 

Alfredo y Rosa, despidiéndose en el aeropuerto de Maldonado, 2008 (foto de Jacqueline Alencar)

 

COMENTARIO DE ANTONIO CLAROS

 

‘Madre selva’: he salido de su lectura gratamente sorprendido. Hermosos poemas, algunos de largo aliento, como “Soliloquio ante el río Amarumayo”, que me ha gustado mucho. Todos los poemas que conforman el libro tienen su hermosura, la riqueza de su armónico lenguaje. Lenguaje que se da en imágenes de una memoria poética: un escribir espontáneo, pero también metafórico. Y no sólo eres ese buen “catador de esencias cotidianas”, sino de las que están más allá, las del sueño de la infancia. Poesía de mirada limpia, sincera, jubilosa, dulcemente orquestal, en acción de gracias. Te felicito muy sinceramente… (Carta de 2003).

 

 (Poeta peruano: Trujillo, 1939 –   Almendralejo, España, 2006)

 

 

Pescadores por el Río Madre de Dios (foto de Pavel Martiarena)

 

Alfredo Pérez Alencart por el río Madre de Dios (1981)

Portada de Madre Selva

Portada de Memorial de Tierraverde

 

 

 

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