El poeta Justo Jorge Padrón
Crear en Salamanca se complace en publicar la presentación que del poeta canario Justo Jorge Padrón (Las Palmas de Gran Canaria, 1943) hizo el poeta chileno Sergio Macías (Gorbea, Chile, 1938), vinculado con Salamanca desde que participó en el III Encuentro de Poetas Iberoamericanos, celebrado el año 2000 y en homenaje a Claudio Rodríguez. Macías es Premio “Gabriela Mistral” (1971), Premio “Pablo Neruda” (1984), Premio “Ciudad de Tetuán” (1986) y Premio “América V Centenario” (1991), entre otros. Ha sido, durante 20 años y hasta su jubilación, asesor cultural de la Emba¬jada de Chile en España. Obra poética: Las manos del leñador (1969), La sangre en el bosque (1974), En el tiempo de las cosas (1977), Mecklemburgo, canción de un desterrado (1978), Nos busca la esperanza (1979), El jardinero del viento (1980), Memoria del exilio (1985), Crónicas de un latinoamericano sobre Bagdad y otros lugares encantados (1988), Noche de nadie (1988), El libro del tiempo (1988), Tetuán en los sueños de un andino (1989), La región de los últimos prodigios (1992), El manuscrito de los sueños (1994), El paraíso oculto (2000), El hechizo de Ibn Zay-dún (2001), Ziryab. El mágico cantor de Oriente (2010), Cantos para Altazor (2012) y El Viajero Inhóspito (2014).
PRESENTACIÓN DE JUSTO JORGE PADRÓN
(Tertulia de Rafael Montesinos, Sesión 1723, nov. 2016)
Después de un largo tiempo he vuelto a participar en la antigua y afamada Tertulia Hispanoamericana de Madrid, cuyo fundador Rafael Montesinos, importante poeta y ensayista, me entregó su amistad y solidaridad cuando llegué hace muchos años a España. Este respaldo cultural fue un hecho emocionante e imborrable, pues tuve, además de un aliciente, la oportunidad de intervenir varias veces con destacados poetas españoles e hispanoamericanos de gran notoriedad. Desde entonces he escrito una apreciable cantidad de libros, algunos de ellos fueron presentados en la tribuna literaria de Rafael y de su inseparable Marisa, quienes avivaban la llama del sentimiento poético. Ahora tengo el honor, junta a ella y a su hijo que continúan con esta valiosa labor, en presentar a un notable poeta español: Justo Jorge Padrón.
Es una tarea difícil de afrontar con un autor que tiene una abundante obra y que está traducido a más de cincuenta idiomas. Pero, tampoco podemos obviarlo, porque al leer la poesía española, especialmente, de la generación del setenta nos topamos necesariamente con él, como si fuese una enorme montaña con flores desmesuradas que no son sino sus resplandecientes versos. Atreviéndome a entrar en su mundo poético afirmo que es un vate con lenguaje pulcro, dotado de rigurosidad, aunque a veces intensifica en lo discursivo, pero no en la sugerencia, ni en un pensamiento totalizador cuando entra en la esencia del ser con una reflexión ontológica.
El poeta que tiene demasiados años de oficio no desperdicia el verbo, tanto para expresar su interioridad colmada de amor, sensualidad, delirios, dolor, incertidumbre, muerte, como para realzar los elementos de la naturaleza con los cuales teje la percepción que tiene del universo. La intensidad que da al poema es el resultado de sus avideces creativas, de sus impresiones que le suministran tema, incluso, para sus fabulaciones. Exclama en uno de sus poemas la razón de un estado de desesperación: “cuya angustia es mi herencia de hombre solo”. Las imágenes a veces las envuelve en lo cósmico y, otras, en la maraña de la realidad. Muchos poemas descansan en la memoria para hacer frente a un pasado que enaltece y dramatiza, convirtiéndose, además, en poeta épico como cuando canta a su tierra en Hespérida.
Su enorme devoción lírica radica en descubrir lo esencial del hombre frente a la vida. Entonces, su poesía toma una fuerza espiritual que asombra y hasta apesadumbra, por ejemplo, con el tema de la muerte o con el destino. Ese misterio del ser ante también un universo desconocido nos deja una inspiración llena de incógnitas. El poema se hace penetrante y, a su vez, vigente para el lector que busca respuesta a su propia interioridad. El sujeto emisor no se despersonaliza, sino al contrario se hunde en la realidad para proyectar el dolor o recomponer la frustrada existencia:
YUNQUE
Soy la rebelde saña de mis versos
y el tiempo sojuzgado que me queda.
Casi la corrosiva costumbre de callar,
de aceptar el desprecio de mi propia amargura,
como si nada fuera, ni pudiera esgrimir
el temple de este oficio que malgasto.
Soy para mí la esquirla, la emboscada,
la cólera irredenta que sorbe su rencor,
la espesura voraz de los remordimientos
en la orilla del llanto, la impiedad que remonta
la cumbre del castigo vejado por la burla.
Soy, para qué negarme lo evidente,
el yunque que destella los golpes del metal. (Resplandor del odio)
Esta concepción dramática con sentido telúrico la expresa también en el poema Vendrá la muerte y poseerá la lluvia, dedicado al buen poeta estadounidense e hispano Louis Bourne: Cae la negra lluvia hurtándonos el sol y su memoria / con un rodar de piedras y susurros de ruina. / Lluvia espuria, sonámbula, agua exterminadora… Y como una sentencia devastadora en El túnel de la muerte con más ojos, dedicado al insigne vate peruano, Carlos German Belli: Extraña posesión de la noche que extiende /un túnel de ojos dentro de mis ojos. / Implacable y certera la muerte una vez más / en cada ojo asoma, despliega una llamada subrepticia / penetrando en mi sangre con ceguera de abismo.” (La visita del mar). Curiosamente ambos han participado en la Tertulia de nuestro inapreciable Rafael Montesinos.
En la poesía del poeta canario nos encontramos con un rico quehacer creativo, pero con un fatalismo existencial que los humanos no podemos negar. El abismo del ser, la oscuridad. Una conmoción trágica de la soledad que se revuelve en su alma. Este desamparo de lo humano lo persigue y necesita exteriorizarlo, como ya lo hizo más profundamente en su obra tan divulgada y comentada: Los círculos del infierno, donde el Yo es canto de angustia ante el tiempo que todo lo devora. La desesperación de sobrevivir en este caos. En este infierno en que se transforma la humanidad por una metamorfosis bíblica. Una maldición de la que el hombre no puede escapar.
Justo Jorge Padrón aparte de usar generalmente versos con sílabas métricas, no se limita con el contenido. Sorprende con una poesía osada, así exprese nostalgia, recuerdos, sensualidad, muerte o amor. Posee una voz propia, no obstante alimentarse de la lectura de grandes poetas. Algunos críticos encuentran determinadas influencias, a veces muy disímiles, pero él no se deja llevar por ellas, no lo condicionan. Tiene claro el rumbo a seguir. Y ello, distingue al poeta que sabe utilizar el verso para sumergirnos en las incógnitas del ser, en los misterios de la materia, del firmamento. Aún más, de la búsqueda de la identidad en el entorno universal a través de una expresión intensa, producto de sus propias ansiedades.
En el amor se produce una irradiación cambiante con versos que lo sumergen en el romanticismo. También sin llegar a ser barroco, a veces, se apega sensualmente a la realidad, y logra ser directo en medio de imágenes astrales y aromas de la naturaleza: Algo brilló en los astros, se reflejó en tu cuerpo, / y allí, resplandecientes y ebrios por la gran luna, / libres, con la fragancia silvestre de los mirtos, / fui viviendo tu piel, atravesé los límites / de aquel humedecido reino que me anhelaba / bajo la inmensidad terrestre de la noche.” (Escrito en el agua”).
Me permito aseverar que entre su numerosa obra egregia los Círculos del infierno y Soliloquio del Rehén dejan una huella en la historia literaria de España. Soliloquio…es un gran texto lleno de intensidad de principio a fin, de revelación de lo onírico, de la agonía del ser ante el tiempo, de la palabra bajo la luz del Paraíso, del poema que se implica con delirios en el esplendor, en la tristeza, en la duda y en el desamparo de nuestro existir. Lo comprobamos en el poema Corazón sediento dedicado al notable poeta Rafael Soler: “Tiembla en mi corazón un dolido sentir, / pues la vida no ha sido lo que hubiera anhelado…. / No es paz lo que presiento, acaso es agonía.” Y más contundente es cuando canta: “Ya soy el invisible, el inaudible, / el impulso de un sueño atormentado, / el que buscó el destino en su camino incierto. / Ni ojos ni recompensa me darán esta bruma / interminable y fría, diferente, grandiosa, / de poseer el verbo, mi vida inexpugnable.” En todo caso, pensamos que el conjunto de su obra es merecedora del Premio Cervantes, tanto por el contenido, la calidad, el tratamiento de las composiciones, la expresión audaz y la hondura a través de un lenguaje trascendente, pero puntual para enfrentar la dicha y desdicha del ser humano. Merece de España, como lo ha tenido en su tierra de Canarias, un mayor reconocimiento por su alta categoría lírica.
Una obra absolutamente distinta es Fulgor de Macedonia, publicada recientemente por ediciones de Vitrubio. En un cuidadoso y sobrio texto realza una tierra que lo ha dominado por sus virtudes. Razones tiene. Primero, porque de allí es su amada, a quien le dedica el poemario y unos efusivos versos. Segundo, porque la naturaleza ha sido y es generosa como sus gentes. Algo que testifico porque tuve la oportunidad de conocer aquel territorio en el Encuentro Internacional de Poesía en Struga (1975), cuando el poeta, ensayista y político Léopold Sédar Senghor recibió la Corona de Oro. En esa ocasión viajé en coche por entre sus enormes y fértiles montañas que me impresionaron. Pues bien, Justo Jorge Padrón que visita cada año ese país, y que obtuvo en 1990 la Corona de Oro (siendo el tercer poeta de lengua española que lo consigue después de Pablo Neruda en 1972 y Rafael Alberti en 1978), no ha dejado jamás de estar subyugado por su belleza. Es así que en su primer poema manifiesta que la creación de Macedonia es parte de la iniciación de la tierra a través de un don divino. Tanto que “Dios se sintió asombrado porque ya no creía / en sus propios milagros”. Y en su poesía Casa de Skopje el autor afirma que se vincula con Macedonia no sólo por la religión sino por una entrega de afecto al pueblo, a su música y dolida historia. En los otros textos se adentra en sus hogares, aromas, paisajes como los de Ohrid, Struga, Skopje. Todo es un encantamiento, incluso el llamado del almuecín y los fieles mahometanos leyendo el Corán. Pero, lo que más le conmueve son las campanadas que oye de su pueblo cristiano con sus cánticos, ver el río Várdar y el ánimo de los ciudadanos, a pesar de las batallas que libraron por la libertad y la paz. Como bien dice la contraportada, esta hermosa obra está escrita con “maestría verbal y el dominio de la imagen y la metáfora visionaria”.
Creo que Justo Jorge Padrón tiene plena autoridad para describir aquella tierra de personas valientes y de grandes intelectuales, a quienes merecidamente dedica parte de sus cantos. El poeta ha acumulado este contenido a través de muchos años, dándose cuenta del sufrimiento y de la alegría de un pueblo que anhelaba la independencia. Lo más sagrado: la libertad. Por eso, su análisis y descripción que ha realizado en el propio terreno son auténticos y positivos. En esa nación funde su verbo apasionado tanto en el amor por su amada, como en el apego que siente por los macedonios.
Muchos bardos han dedicado homenajes líricos a países que han visitado o vividos en ellos, pero en este poemario encontramos una fusión singular de la belleza y del amor a la naturaleza. No se trata de un recurso que a menudo utilizan los poetas por sus viajes, sino que el autor manifiesta vehementemente su entusiasmo a un paisaje sorprendente y a una historia vetusta, ambas valiosas y que extasían. Este es el valor lírico del poeta. Su trascendencia está en que sabe trasmitir al lector la esencia de un país que admira, que lo ha palpado y que observa cómo proyecta su futuro en el mundo.
Hay poemas como La máscara de Trebenishta en que la muerte, por ejemplo, aparece fantasmagóricamente como una leyenda, por la costumbre de los macedonios de “deificar sus muertos hacia lo inescrutable”, o como El caballo de Troya en Macedonia, donde arremete contra la tiranía y la traición, fruto de falsas promesas para dominar al pueblo. El libro se divide en varios apartados. En uno de ellos rinde homenaje a los creadores de la poesía, titulándolo: La luz de los poetas. Son poemas largos, potentes, plenos de nostalgia, de reconocimiento, de esperanza, solidarios con el enorme quehacer y contribución que han realizado estos grandes autores con su pueblo. Jorge Padrón se hermana con ellos en la palabra rotunda, clara, fulgurante como el cielo de Macedonia, que de vez en cuando deja caer sus lágrimas por un tiempo herido, pero que ahora es pujante y luminoso como sus primaveras.
Y para terminar entre los muchos recuerdos y distinciones resaltan los que tienen que ver íntimamente con su vida. Me refiero a los de su hija Lara: “pues tan sólo en nosotros permaneces/ como el amor intacto de los primeros años/ y sigues en el alma deslumbrante, / como el soplo solar que alienta en nuestra vida.” A Kleo, su amada: “el más íntimo edén de la ternura/ donde la avara muerte no se atreve a soñar.” Pero el poeta no puede concluir sino con un poema laudatorio a la tierra que lo envuelve con su hermosura, valentía y hechizos:
“Soy el hombre que te ama, Macedonia.
No nací en tu tierra de doradas praderas
donde el álamo tiembla como espiga
y la alondra abandona sobre el viento
su canto lastimero. Yo te elijo entre todas
las palabras por ser la más amada,
por la emoción que pones en mi sangre,
por tu alma estremecida, por tu verdad, tu fuego.”
Debemos manifestar que, además, el autor ha estado muy unido al mundo hispano, a varios de sus países, especialmente a Chile donde le han publicado una voluminosa antología de su obra: Huésped del enigma, nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad de Valparaíso, elegido integrante del jurado del prestigioso Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, a quien el autor conoció personalmente y le hizo una interesante entrevista en París. Y este mismo año presentó en el salón de honor de la Pontificia Universidad Católica la primera Antología Poética Hispano Chilena del siglo XX, en dos tomos. También se ha hermanado con Perú, recibiendo el título de Académico por la Academia Peruana de la Lengua, y en donde le han publicado acuciosos estudios y comentarios críticos. Sin embargo, su estrecho vínculo con el país de su amada le ha hecho escribir una bella obra, fruto de la experiencia y del encantamiento que le ha producido Macedonia. La ha visitado por más de treinta años. Su contenido es un encuentro de amor, de inspiración por su paisaje y de compromiso con su valiosa historia.
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