Las ciudades ocupan un espacio y un tiempo. Podemos considerarlas un objeto. La ciudad responde a sus plazas y calles, sus monumentos, y su actividad. Sin embargo, si bien la suma de estos elementos en su estructura social conforman la ciudad, no es un desatino reconocer que queda un espacio sin nombrar, un hueco en el cuerpo de su ser. Una ciudad no solo responde a la materialidad de la que hablo, sino que al tiempo consiste en lo que cada persona ha hecho de ella. En ese sentido, podemos decir que cada persona crea su propia ciudad. Cada uno la amasa con la materia de sus circunstancias y sus sueños. Cada individuo la ha vivido de una forma única y, por lo tanto, una misma ciudad será a la vez la ciudad de cada persona. cada uno puede ponerle su propio nombre.
Para mi Salamanca es mi ciudad Interior. Mi libro hace de la luz el punto de fuga de mi mirada. La luz es la meta. La luz es la verdad, y la vida de la ciudad. La luz y las sombras constituyen los elementos singulares de Salamanca.
No obstante, sería injusto encasillar las fotografías de este libro en la frialdad de la perfección formal. Los límites de la imagen no encuentran un recipiente que los contenga. La lente trasciende las fronteras de la limitación espacial y abre sus alas para volar con los dos mil y un pájaros de las tardes la ciudad. Atraviesa la región más transparente y rompe la tela del encuentro. Se hace necesario entrar en el misterio de las tinieblas, donde se percibe el rumor más primitivo de la creación, donde permanecen intactas las huellas del hombre a la orilla del mar. Estos territorios son los territorios de la imaginación de cada uno
En este sentido Fotografiar es hacer una indagación que abarca todo nuestro ser, no sólo nuestra parte racional o intelectiva sino también la sensibilidad y la percepción más sutiles. Una incitación a la reflexión a partir del mundo sensible: tanto de los fenómenos de la naturaleza como de las creaciones del hombre. La reflexión parte pues lo que tenemos más a mano, de lo tangible, perceptible con nuestros sentidos. Una reflexión, ésta, que pide tener la mente y los sentidos bien despiertos, atentos y abiertos. Como si ambos –mente y sentidos– tuvieran algo así como unos sensores capaces de captar la Realidad en su absoluta profundidad, captar aquello que la Realidad está diciendo a cada instante. Para ello hay que saber callar la mente y escuchar el lenguaje silencioso de la Realidad. Hay que afinar nuestros sentidos y silenciar nuestra mente.
Desde este punto de vista, quizás también hay que aprender a mirar la realidad como símbolo de una realidad menos evidente a primera vista, como un símbolo que nos libere de los conceptos y nos permita captar lo más inefable y misterioso. Como un símbolo que apunte a lo que no se puede describir con palabras. Esta reflexión sobre las cosas como símbolo de una realidad absoluta nos llevaría más a la comprensión, casi podríamos decir a la contemplación, que a la interpretación de la Realidad.
Tal como es esa personalidad que nos hemos forjado es como interpretamos la realidad. nuestra propia forma de sentir nos sitúa en un ámbito de permeabilidad a la Realidad, nos unifica con ésta, nos hace partícipes de ella. En la contemplación la inteligencia funciona sin la interferencia de nuestros patrones e interpretaciones mentales generados por nuestros pensamientos a partir del deseo y el temor. Por tanto, la contemplación puede permitir que la realidad aparezca tal como es, sin nuestras interferencias, como algo absolutamente nuevo e independiente de nosotros, esto es, independiente de las limitaciones en que la enmarcamos.
Fotografiar es pues un acto del sentimiento, transmitir las sensaciones que la realidad nos transmite, sólo así fotografiar se convierte en una expresión artística y en objeto de nuestra indagación de nuestro ser. Fotografiar es entonces un acto de creación.
Estas consideraciones son las que yo he intentado plasmar en el Libro Salamanca, Ciudad Interior (Instantes de luz)
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