Veintitrés relatos integran ‘El cofre del expedicionario’, el nuevo libro de la escritora salmantina Ana S. Díaz de Collantes que ha sido ha salido de imprenta bajo el sello de Desván Editorial. La obra será presentada hoy, miércoles 26 de noviembre, en la Sala de la palabra del Teatro Liceo.
Ilustraciones: Carmen S. Díaz de Collantes
En dicho acto intervendrán, además de la autora, Pilar Fernández Labrador, el editor Alberto Blanco Rubio, la narradora Gloria de Castro y el escritor Alfredo Pérez Alencart, profesor de la Universidad de Salamanca También se proyectará un video sobre uno de los relatos, realizado por José Amador Martín, sobre imágenes de Rosa Gómez y José A. Martín y voz del rapsoda José María Sánchez Terrones.
Ana S. Díaz de Collantes, licenciada en Filología por la Universidad de Salamanca, ha sido profesora de lengua y literatura española en centros académicos de Estados Unidos, Europa y Asía. Entre sus libros publicados están ‘Faltaba África’ (Relatos, 2005) y La Espuela y el Halda (Poesía, 2011).
TEMÁTICA DE LOS RELATOS
“El lector es libre de interpretar “El Cofre…” como un libro de cuentos más, es decir, entendiendo cada historia de un modo independiente. Y ahí quedaría el asunto. Pero también podría ir un poco más allá comprendiéndolo como un Todo, un Cofre o Cajón de Sastre cuya tapa se abre descubriendo en su interior los primeros ‘Bártulos’ en la página uno y concluye echando el cierre al ‘Último sello’…
Hallará historias sobre alguna suerte de pasión perdida o la paradoja de la muerte; las que refieren diferentes reminiscencias del arte, como la música, el cine o la escultura. Otras, ponderan el asombro de ensoñaciones lejanas, son las ‘Travesías’ viajeras alrededor del mundo. Kazajstán, Malí, Tailandia, Venezuela, Noruega o Gran Bretaña, son algunas de las que ocupan estas páginas. Y finalmente, las semblanzas que nos conducirán, en una criptografía interior, a la inmersión en el desconcertante ‘Mundo del Subconsciente’, antes del fin.
El fin. Un final que se alcanza tras un Regreso, el retorno de una estancia en Asia Central. Eurasia, es curioso, el punto de partida donde asimismo, todo comienza, el lugar donde la acción arranca en el relato uno. ¿Coincidencia o Destino? Singular, cuando menos. Y, si lo pienso en realidad, parece que al final, todo esto, el libro en sí y la Vida misma, no es sino el concepto de una Aventura; el descubrimiento de un Cofre-Mochila que el Expedicionario destinatario de la Vida va conjeturando, cargando, a lo de su historia de vivencias, en definitiva, de insignificantes piecitas sueltas.
KARIBU
Manuel de la Liberación presentía que iría al infierno.
Una corriente helada enyesaba el cielo de gris y la luz frágil del invierno se ovillaba entre sus ojos mientras caminaba; avanzaba a duras penas enlutado por el aire. Fumarolas desde el suelo enceraban sus costados. Avanzaba, derrotado y hundido, melena cana de león al viento, vencido pero aún mástil en un lugar donde la vida (tal como la entendemos) huyó exhausta.
Debía retornar a lo más sencillo, allanar el olvido inhumando recuerdos, asolar de la memoria todo aquello si quería descansar. Pero ahora era el frío, no podía concentrarse, braceaba contra la borrasca que enjalbegaba su cara y secularizaba cada fibra de su cuerpo bajo un jersey de lana enflaquecido por el tiempo.
Apenas veía bajo la escarcha ardiente. Entre el soborno de las tinieblas distinguió una oquedad (o le pareció), halló la escotadura infausta de una gruta eremita. Olía a humedad; de hielo, la piedra negra refulgía tras la luna. Se coló por el tajo y se acomodó (se desplomó) como pudo. Estiró sus piernas de tronco sobre la tierra enfebrecida por el barro. Al menos, allí no había relámpagos de viento que enfangaran los pulmones. Recostó la nuca sobre la roca mordaz y, se permitió un suspiro porfiado. Afuera, se acoraba un huracán bucanero sobre lo que debía ser el mundo. Lo que debía ser, mas no estaba seguro. El orbe carió su forma ¿hacía mucho? No recordaba cuál fue el momento en que la vida dejó de serlo y se envileció (malogró) entre las manos desoladas del vacío.
Se permitió un ceño involuntario, tenue. ¿En qué manera extravió la ruta, cuándo el mundo cobró pericia en perder su forma?
Un segundo, dos, respira en corto; un segundo, dos, cierra los ojos; un segundo, dos, suspira apretando con el pecho. Inclina la frente en lo oscuro, y mira sus manos caudales, el dorso molido trabado en vello, las gira, las palmas de caucho.
El silencio cavernario hace brecha sobre el pelo troglodita y se instala sin tocarlo. La presión del pecho aumenta. Arrecifes de cautela restañan su mente. Pero no, es simplemente que le cuesta trabajo recordar. La certidumbre de su miseria moral afianza su creencia, “voy a ir al infierno”, piensa. Debía encadenar la culpa. Mas se para, se consiente aún un instante. (Roe el huracán tripudo afuera, fatiga los cimientos de la entrada única y envilece la luz exhausta. La negrura se ensortija.)
Un relámpago rector ciclopea por sus ojos enmendando la memoria. “Nunca es suficiente, nunca es suficiente…”, el vejamen en madera y corcho mordisquea el aire residente en los pulmones, “nunca es suficiente…” morada cardenal de un dolor monolito.
De pronto, la morbidez de la batida, el montaraz perdido.
El montaraz perdido, “nunca es suficiente, el montaraz perdido… “nunca es suficiente”… el montaraz… perdido ,,, “nunca…” el mont … perdi … el … per… … …
Transcurre levítico el Tiempo.
Al pronto, una delicada aspereza, abrupta e ¿indulgente? Diviniza clemente el
anuncio del día.
Manuel de la Liberación, desmochado, endereza la vista ante el cetro del alba consintiendo en su caricia. Presiente, conviene en que es un trueque transitorio, ¿una tregua?
Se incorpora manumiso, contrahecho y berrejo. Mas se para.
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