Juan José Rodinás
Crear en Salamanca tiene el privilegio de publicar el prólogo escrito por la reconocida académica Carmen Ruiz Barrionuevo para el libro ‘Un hombre lento’, del ecuatoriano Juan José Rodinás, que acaba de ser editado por la Diputación de Salamanca al haber resultado Accésit del Premio Internacional de Poesía ‘Pilar Fernández Labrador’. Rodinás (Ambato, 1979) estudió literatura y periodismo en Quito ehizo cursos de traducción en Madrid. Ha publicado Los rastros (2006), Viaje a la mansedumbre (2009), Barrido de campo (2010), Código de barras (2011), Cromosoma (2010; 2011), Estereozen (2012; 2015), Anhedonia (2013), Kurdistán (2017) y Cuaderno de Yorkshire (2018). Además, ha reunido su trabajo en antologías personales como Los páramos inversos (2014), 9 grados de turbulencia interior (2014) y Koan Underwater (traducción al inglés de Ilana Dann Luna, Phoenix, 2018). Ha obtenido reconocimientos como el Premio Internacional de Poesía Joven la Garúa 2007, el Premio Festival de la Lira 2013, el Premio Margarita Hierro 2017, el Premio Jorge Carrera Andrade 2018, el Premio Casa de las Américas 2019 y un accésit del Premio Internacional de poesía Gastón Baquero 2018. Actualmente, es candidato doctoral en la Universidad de Leeds.
Libro publicado por la Diputación de Salamanca, con pintura de portada de Miguel Elías
POÉTICA DE LA AUTOFICCIÓN
EN ‘UN HOMBRE LENTO’ DE JUAN JOSÉ RODINÁS
La trayectoria poética de Juan José Rodinás (Ambato, Ecuador, 1979) se ha ido significando con una serie de entregas que han visto la luz a partir de Los rastros en 2006. Entre este título y el que ahora presentamos, Un hombre lento, transcurren con continuidad ocho libros que nos han acercado su singular visión del mundo abierta a la perplejidad y a la constante pregunta acerca de los desafíos de la realidad.
La lentitud como filosofía de vida define este poemario que tiene como finalidad la observación, desde su mismo centro poético, del mundo externo. Respondiendo a una entrevista aclaraba: “Creo que sin ese espíritu de detención, lentitud y contemplación la poesía simplemente se vuelve una narración y se convierte en otra cosa. Pierde especificidad. Esa mirada contemplativa, esa introspección sobre ciertos elementos de la realidad es el ingrediente que hace de la poesía eso y no otra cosa”. Y más adelante resumía que, frente al culto a la velocidad, que campea en nuestro mundo, “lo propio de la palabra literaria, en particular de la palabra poética, es la lentitud”[1].
Las cuatro partes de Un hombre lento se suceden como emanación de este pensamiento que el autor no desea encuadrar en temporalidad alguna, aunque responden con claridad a esa idea central. Da comienzo con “La ley del más débil”, le siguen: “El corazón de un hombre lento”, “Los juguetes que me cuesta mover afuera de mi mente” y finaliza con “Fragmentos para un libro imposible”. Es decir, que las dos primeras partes exploran la realidad desde esa perspectiva del sujeto poético, luego trata de articular esa conexión con la realidad misma, para finalizar en la cuarta parte en el intento de materialización de una poética de la escritura. Convocadas por interés de indagar y explicar el mundo se anotan las preguntas que casi siempre aparecen como insinuantes provocaciones tras los títulos de cada poema. Y es que, como palabra surgida de un monólogo interior consigo mismo, se despliegan en su verso la ensoñación y la incongruencia que solo habitan en la mente, con lo que la verbalización resulta dificultosa, si no imposible.
“La ley del más débil” anuncia una propuesta de recomponer el mundo, la realidad próxima o imaginada desde una perspectiva espacio temporal. A ello responden los primeros poemas, y en primer lugar, el que abre el libro, “Biografía para Freddy Mercury dentro de un cuadro de Caspar David Friedrich”, a cuya intención responde la pregunta que inscribe en correlato: “¿Por qué no existe un punto del espacio-tiempo / donde el espacio es tiempo y viceversa?”. En los versos que vienen a continuación se materializa una convergencia que aspira a establecer un lazo de unión entre el sujeto poético, el músico de rock Freddy Mercury y la figura de Caspar David Friedrich, pintor alemán de comienzos del siglo XIX, famoso por sus paisajes alegóricos. Los hechos y las cosas se reordenan en el poema mediante las necesarias coordenadas de tiempo y espacio, y el micrófono de Manchester es “un aguijón de niebla” que evoca el disco escuchado en la adolescencia ambientado a la vez en los paisajes del pintor romántico alemán. Como se puede observar, el marco del poema y sus referencias son contextos del mundo inglés en el que Rodinás ha vivido durante los últimos años. Así recompuesto el escenario,ese sujeto poético podrá revivir esos momentos y esa música, logrando las fusiones del mundo personal con la ambientación del último conciertode Freddy Mercury en Londres (“—el concierto en Hyde Park, 77, pequeña tienda del verano–”), sus canciones, sus gestos, su actitud adivinada: “Los ojos de Mercury son Chevrolets descapotables”, o “Freddie no dijo, pero pudo decir: /solo amo lo que sabe bailar”; o evoca su extravagante indumentaria,la peluca rosa, “Llevas un arlequín de malla (negro, blanco) inspirado en un traje de Nijinsky”. Frente a esas visiones, se emprende una introspección desde el punto de vista del sujeto que llega a ser concebida como guía de su especial viaje al infierno: “(Mi realidad, Orfeo Mercury, / es el infierno lluvioso de una calle quiteña)”. Ese contraste construye la temporalidad de los dos lugares, los chicos que escuchan y bailan con su música, frente a la cual el sujeto poético adivina y traspone ambas fragilidades, “te encuentras solo, Freddie” entre la multitud, hasta concluir en imágenes que avizoran su final, transcrito entre paréntesis, como un susurro doliente: “(el resplandor del hueso / y el silencio de unos casetes abandonados)”. Situado en el comienzo del libro, ese poema marca la línea que dominará en el resto de los versos, sirviendo de metáfora en la que el yo poético proyecta su propia imagen del pasado y del presente, para representar su conflicto de esforzada introspección.
De acuerdo con esta actitud, la propia ficcionalización poética se acentúa en “Biografía de un hombre: circa 1979”, en el que la pregunta humorística abunda en paliar el exceso de exposición del yo: “Por qué el trovador no corta su cabellera con más frecuencia”. Escanciado en números, la anáfora del comienzo de cada estrofa, “El poeta de cabello lacio”, refuerza la referencia a sí mismo entre el deseo y la ironía, como cuando dice: “El poeta de cabello lacio se sueña como un grano de polen que se mueve en cámara lentísima entre álamos y rascacielos”. Poema paralelístico, espejeante e incisivo, continúa la intencionalidad exploratoria del pasado y del presente marcando la propuesta del deseo y la frustración subsiguiente con la misma actitud detenida. Pero la realidad consiste fundamentalmente en objetos que el sujeto contempla, esa actitud puede ser deseada para sí mismo. En “Estudio para convertirse en objeto”, todo apunta hacia la sorpresa que le manifiesta la realidad a la que se dirige y el deseo de clarificar su propia existencia porque se es consciente de que, en el fondo, las cosas tienen una esencia distinta, viven en una mayor perennidad que el ser humano, y ello justifica las preguntas sobre sí mismo dirigiéndose a la realidad a la que agradece su postura, “Yo te invito a mirarme como el objeto extraño / en la peor fotografía de tu vida” e insiste: “Este poema es un ensayo para averiguar sobre mí / al interior de un bar sin nombre”. Vemos como la exploración autoficcional continúa en estos versos con el mismo detenimiento y contemplación, para al fin observarse incapaz y limitado.
Lápida del poeta Philip Larkin
Idéntica actitud meditativa podemos apreciar en “El privilegio de no venir en caja” donde la ensoñación que sostiene la realidad le da una confusa consistencia, el sujeto no puede ser objeto y al fin se armoniza en una lucha inútil entre los dos espacios, el inglés y el ecuatoriano, ambos de distinta consistencia. Es aquí donde se define como perteneciente a un mundo onírico que se justifica como surrealista, y plantea con contundencia su divisa: “Soy lento, pero la lentitud es mi paisaje”. Marcado por el allí y el aquí, el desequilibrio espacial entre Ecuador e Inglaterra, la naturaleza separa y define los dos espacios. Asomará entonces el desequilibrio y el sentimiento de ser “un esqueleto rodeado por signos de pregunta”. En efecto, la poesía de Rodinás consiste en una constante reflexión, en una pertinaz indagación que despierta dudas continuas y no alcanza ninguna cierta conclusión. Como se puede observar, en estos poemas del comienzo ya tenemos los temas fundamentales.
Lo que podemos llamar el archivo de su poesía está formado por las vivencias musicales de los jóvenes contemporáneos y también por sus lecturas de escritores y artistas que en muchos casos responden a su vida en Inglaterra. Un cantante pop y un pintor del XIX ambientan el primer poema, pero en “Tras la futura muerte de Charles Simic” introduce a este poeta serbio-estadounidense que recibió el Premio Pulitzer de Poesía por El mundo no se acaba en 1990. En un marco teatral, porque también la metáfora del mundo como teatro es pertinente aquí, el comediante reta al público con unas preguntas en las que habla de su existencia futura como energía u oscuridad. El poema se convierte en una reflexión sobre el tiempo y la pertinencia de los seres en el mundo e incluso plantea que su propia existencia pudo ser “un error de lenguaje /, o una enfermedad violenta y silenciosa”, porque “cualquier alegría en los ojos tiene fecha de vencimiento”. De este modo los versos devienen en una reflexión de tema metafísico que preguntan por esencias sumidas en la venganza del tiempo.
Creo entender la segunda parte del libro, “El corazón de un hombre lento”, como una serie de ejercicios poéticos que se organizan en variaciones del mismo título: “Extraña forma de componer música inaudible”. En ellos, preguntas, obsesiones e introspecciones inciden en el objetivo de explicarse a sí mismo en la página en blanco en relación con su realidad más cercana, con lo que el asedio a esos lugares y pertenencias se convierte en una labor en extremo dificultosa al intentar verbalizarla, “Soy un círculo que voy rodeando con piedras”. Para concluir que “Yo, que no sé decir, que fracaso al decir, he dicho todo”. O como en el segundo poema, “Extraña forma de componer música inaudible II”, esa realidad cercana se estrecha hasta concebirse como un niño que enfrenta el mundo con preguntas sorprendentes y que, en su asedio, concluye y acepta su propia insignificancia, por lo que se resigna a ofrecer “una carta / que no tendrá mi nombre verdadero, / pero sí mis huesos y mis sueños”. La tercera variación “Extraña forma de componer música inaudible” vuelve sobre sí mismo, llegando a conceder que “Aquí todo retrocede al punto donde todo retrocede / todavía más. Los relojes giran al revés. Los autos / van por la izquierda. La vida por la derecha”. Es poema alusivo a ese presente inglés en el que constata la contradicción temporal en la que vive, “Inglaterra es un eje averiado del tiempo y el espacio. / Quito, un café y un pan al filo de la mesa”. Como en los anteriores, se completa con otras imágenes que buscan explicar esa realidad que en su mente llega a fundir el mundo inglés y el mundo ecuatoriano, por eso: “Un cóndor planea sobre el palacio de Buckingham”. La plasmación poética, la propia contextura como autor, el espacio y tiempo entreverados se potencian en estos ejercicios.
Estamos, por tanto, ante la lectura de un libro fundamentalmente intimista que se plantea interrogantes y cuestionamientos frente a la preeminencia del mundo. La contemplación de las cosas, los objetos y su llamada, el juego lingüístico nacido de la perplejidad redundan en la sorpresa de las imágenes, la reducción al absurdo o la descomposición de la frase. Lo autoficcional y lo meditativo se imponen en versos cuestionadores de sí mismo y del mundo, de su conducta y de su ejercicio literario. A ello hay que añadir cierto humor, y el juego culturalista impuesto en un presente vencido por la nostalgia, fisura por donde se filtra en algunos momentos el recuerdo del pasado.
Al definirse el poeta como un niño, una personalidad que también gustó asumir el cubano José Lezama Lima, sus instrumentos son juguetes, por eso “Los juguetes que me cuesta mover afuera de mi mente”. Seis poemas conforman este apartado y abarcan distintos ámbitos, el mundo de la realidad, los medios de comunicación, la creatividad, entre otros. La relación del yo con la realidad aparece en “Belleza triste del Dasypus Novemcinctus” en el que, tras el nombre científico del armadillo, asoma una realidad ficticia establecida a través de los medios de comunicación, como sucede en cualquier hombre de la ciudad, porque “La vida de un hombre son los sueños / que tuve alguna vez y ya no pesan”. Ese animal que representa la intuida hermosura del mundo le esclarece su posición: “Soy el humano que cuida / armadillos inexistentes sobre un desierto mexicano”. // “La televisión hizo de mí un hombre solo / que sueña en armadillos muertos”. La imagen anterior del poeta como niño vuelve a aparecer en “La curiosa fealdad de los objetos que toco”, donde el niño, silencioso, pequeño y grande a la vez, no entiende un idioma mecánico, sino que es el creador del lenguaje vivo. Así, semejante al poeta, surge la creatividad en la infancia con sus potentes imágenes ficcionalizadas. Pero lo que en realidad incrementan estos poemas es la relación de las cosas con el lenguaje, esa misteriosa imbricación. Y se constata cómo los medios copan la realidad del mundo, cómo la falsean.
Manchester
“Balada tonta para George A. Romero”, director americano de cine de terror, le lleva a reflexionar sobre las amenazas que sufre la vida, la violencia y la deriva del lenguaje en relación con la realidad: “la vida es un cuerpo / -armado de lenguaje” con la constante evasión de las cosas importantes que se traducen en “Lápidas circunstanciales / Lápidas que el vacío -que el sol vacío / y la llovizna- no se tarde en borrar”. La insinuación metaliteraria se impone en la reflexión sobre la permanencia del lenguaje. Y también en el poema titulado “Tras los insultos de pequeñísimo señor siniestro” que plantea el diálogo con la realidad, una realidad de la que espera la visita, porque eso es su poesía, un acecho a la realidad. Pero esta le insulta llamándolo hombre simple, y entiende que si una estrella lo alumbra no es una estrella, es un punto negro en el cielo, siempre en un contexto inglés. Cierto humor aparece aquí, como en otros versos, pues la seriedad de sus elucubraciones solo se mantiene con esa imagen devaluada de sí mismo.
Sigue siendo la línea metaliteraria la que se afianza en “Un homenaje a Cancerbero” así como en la última parte. Estímulos importantes se muestran en las distintas visiones de la realidad en el poema “Biografía de un personaje secundario en una película de Sorrentino”, a lo que alude la pregunta “¿Qué diría un espectador ecuatoriano sobre La juventud, circa 2015?”. El juego con distintas respuestas, sobre las que gravita la incomunicación se resuelve en lenguaje: “Inexplicablemente, todas las lágrimas que pueda derramar / pertenecen a un hombre ahogado entre pocas palabras. // Y esas palabras no se conocen entre sí”. Todo ello sustenta la idea de que estamos ante una obra imposible de elaborar sin padecer esa diáspora que le ha hecho vivir fuera de su país. El mundo inglés resulta fundamental en la deslocalización de los temas que incrementan la introducción de la cultura popular y las lecturas de un hombre sumergido en las percepciones del mundo actual, el cine, la literatura y hasta las anodinas costumbres sociales.
La última parte “Fragmentos para un libro imposible”, desde su mismo título, incrementa, por un lado, la dirección metaliteraria, consciente de que la poesía es lenguaje, aunque siempre parte de una facultad contemplativa, por eso resalta que “al hombre lento le gusta detenerse a mirar”. Es visible que se potencia el espacio inglés que significa una ruptura con su pasado. Ante ese proyecto, el fracaso que se presiente está expresado en las antibaladas, “Antibalada sobre una fotografía en Manchester Victoria, febrero de 2017”, “Antibalada sobre varios colibríes en un hostal de Mindo”, “Antibalada donde todos seguimos la voluntad de los trenes”. El mundo inglés alcanza mayor visibilidad en estos poemas consciente de la ruptura de su mundo precedente. En el primero la pregunta (“¿Para qué sirve tenerlo todo si no es para perderlo definitivamente?”) adelanta la percepción de que, en cuanto seres vivos, llevamos la destrucción y el llanto en nosotros, “Humillo a lo que cree en mí para que nada me pertenezca”. Por eso surgirá un interés por el despojamiento frente a lo cual se yergue el problema del lenguaje: “Yo escribo para destruir mi lenguaje” y “Una laptop abierta cuida palabras que morirán mañana”. La negación del país de origen es una constante en crecimiento, aunque se acentúan los recuerdos. “Antibalada sobre varios colibríes en un hostal de Mindo” acentúa la percepción de resistencia, (¿Por qué cada instante es un posible apocalipsis?) e insiste en una serie de conceptos fundamentales, como la lentitud y la fragilidad frente al mundo, “Hoy me digo: ‘en lo lento, ser lento; en lo frágil, ser más frágil’; y “Hoy, miércoles de agosto, me opongo a cualquier rapidez”. Ello se concierta con el planteamiento de la claridad del instrumento del lenguaje, porque “me gustaría escribir en un idioma claro”. Pero su mente se resiste: “Mi casa es un alfabeto descarriado que concede a las cosas su jaula más oscura”. Así el sujeto poético habita entre las cosas, es perecedero como ellas “Pienso en las cosas que podrían destruirme, que son todas las cosas; / y en los seres que podrían dañarme, que son todos los seres”. Aunque finaliza con algunas convicciones frente a esa realidad del colibrí: “como si al fin obtuviera, mi lentitud, su respeto, / como si la muerte / cambiara de premisa: ‘ante lo rápido, ser lento; ante lo lento, ser una piedra que habla en un teatro / construido con cajas de zapatos’.
Rodinás
Mayor presencia del espacio inglés aparece en “Antibalada donde todos seguimos la voluntad de los trenes” que está situada entre Manchester y Leeds. Puebla el mundo de imágenes visualizadas y recordadas, como un cuervo, el cementerio y el fantasma del poeta Philip Larkin, aunque la realidad más viva está representada por el árbol, “Entonces, un árbol le habla a un poeta extranjero / (quizás solo a un hombre extranjero, / porque los árboles son santos y no distinguen eso) / y le explica cómo vuelan los gansos en otoño”. El fracaso de la plasmación en la página se combina con la soledad como imposición: “Si hubiese sabido que la soledad era esto, / habría deseado que los trenes siguieran / y que este libro no tuviera mi nombre y mi fotografía / en cada una de sus páginas”. De modo similar las vivencias en Inglaterra se van incrementando en “Algo está vivo en el corazón de la poesía inglesa” pues significa el afianzamiento y la aceptación de la nueva realidad: “Hoy arrojo los esqueletos de mi infancia en el caño del lavabo. / Hoy aprendí a ser débil (toda mi realidad es extranjera)”. Aunque se mantiene el enfrentamiento con el escenario en que vive sigue meditando sobre la búsqueda del lenguaje: “¿Por qué mi lengua es fría? Porque busco /que mis palabras pesen lo mismo que mi nombre. / Así que lo mejor que hago es vestir palabras viejas / con los frívolos trajes de mi tiempo”. El poema constituye una poética que plantea su poesía como cercana a la vida que vive, sin el misterio del dandy o del poeta maldito: “Yo apenas soy un partisano de las pasiones pequeñas. / En mí, el mal no sirve. No creo en los poetas malditos: / creo en las manos que curan la pata de un perro herido / y sienten allí el corazón del universo, en alguien / que sonríe, que toma un vodka frío, muy frío y duerme”. Como vemos, el carácter reflexivo y metaliterario se incrementa, como lo patentiza también “Ideas que se me ocurren después de lavar algunos platos” que transcurre en un retorno al pasado “de las cosas minúsculas”, pero que pueden constituir recuerdos crueles como cuando recuerda los años infantiles: “Allí, en toda mi meditación (y en las muñecas mordidas / y en los caballitos miniatura corriendo en las escalas junto al televisor).” Presente y pasado chocan en el pensamiento.
Finaliza con “Blues usado para una estrategia de defensa” que culmina la reflexión metapoética con una pregunta clave: “(¿Por qué escribir es un ejercicio inútil de resistencia contra todos?)”. La meditación se impone como en su caso los espacios ingleses con la decepción de la propia vida: “En realidad no soy feliz”, y “En realidad, / yo me había imaginado la realidad como cajas vacías cubiertas de papel regalo”. Pero Quito emerge como espacio definido como páramos y espejos. La lucha interior se inclina por la afirmación de que “no soy mi lengua”, ante la que ganará el espacio extranjero: “Aquí, ciudad de Quito, galería de páramos y espejos, no soy mi lengua: / escribo para huir de la gente, / para escribir grafitis sobre los muros de mi propia persona/ y, de algún modo, decorar el vacío. Yo escribo para mí”. La poética se refuerza. Los sintagmas anafóricos “No soy” que se expanden en una serie de conceptos que abarcan a su persona y a su entorno apoyan una poética que aspira a la ruptura geográfica, porque “yo recorro varias calles del mundo” y “me apiado de mis límites”, dentro de una reflexión en la que no hay ostentación ni prepotencia alguna. La polarización norte sur se resuelve en una percepción de sus limitaciones y sus afectos: “En realidad, soy un tipo corriente. / La única luz que tengo la dispensa una lámpara de noche sobre las pestañas de Gabriela / y algunas cosas semejantes al llanto, y que no son el llanto”. Se concluye de este modo en lo que puede ser una deslocalización poética, porque “Ningún sitio es mi casa. / Soy el peso de las cosas que nunca tocaré”, obligado por la soledad y el exilio. Reflexiones todas que se emiten mientras prepara la cena, arroz con pescado, con la conciencia de que mañana volverá la rutina, pero “Hoy cuido un viejo televisor y ciertas flores”. El final del poema es la conciencia de una libertad que se ejerce dentro de ciertos presentimientos que lo condenan a aceptar la deshumanización del mundo: “Tengo miedo a las alas de los aviones que nacen del lugar donde mi corazón estaba, / cosechaba su realidad, bombeaba sangre por dentro de las cosas, / se perdía, perdía”. Esa pérdida implica un final abierto que destruye cualquier certeza.
Carmen Ruiz Barrionuevo
[1]El Comercio 15 de febrero de 2019, https://www.elcomercio.com/tendencias/entrevista-juan-jose-rodinas-poesia.html.
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