Carlos Alberto Rodriguez en un arroyo de Quezaltepeque, El Salvador
“Crear en Salamanca” tiene la satisfacción de publicar textos y grabados inéditos de Carlos Alberto Rodríguez (Nueva Granada, Usulután, El Salvador, 1984). Desde 1987 vive en Quezaltepeque, en cuya alcaldía (Departamento de Cultura) trabajó el año 2010. Escribe poesía y narrativa, manteniendo inédita la mayor parte de su creación literaria, mientras sigue escribiendo y realizando sus prácticas de dibujo y grabado.
Perfil de Salamanca. Foto de José Amador Martín
Rodríguez quedó entre los15 finalistas de la VII edición del prestigioso Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador, por su libro ‘Sangre abajo’. Recordar que al premio se presentaron 1017 trabajos procedentes de 26 países. Los poemas aquí publicados no forman parte de dicho libro. Agradecemos al poeta salvadoreño por habernos enviados estos textos inéditos, toda vez que hace muy pocos días acaba de enterarse que había quedado entre los finalistas, pues vive en una zona rural donde no existe servicio de internet. Un amigo suyo leyó la noticia y pudo comunicarse con él.
Foto de José Amador Martín
PRIMERA OLA
1
No recuerdo el mar,
lo tengo entre mis manos,
pero recuerdo el golpe,
la primera ola.
“Primero es el trueno
luego sus partos de luz”
Mi tormenta se retuerce sobre el mar;
nace de mí
de la herida de obsidiana.
Oh doliente vereda
que a mis pies viene a quebrarse.
Foto de José Amador Martín
2
Crestas de arena
al valle de espuma
¿Tienes una piedra bajo el mar?
¿Tienes un árbol frente al mar?
Masivo es el misterio
y fuerte la gravedad que lo oprime.
Sin tiempo frente al mar,
sin tiempo.
El ojo saldrá de su órbita
formando las nuevas estrellas.
Crestas de arena al valle de espuma.
3
Salobres escalones.
Detalles del mar.
Grito escalonado.
Eso es nuestra pirámide.
Pirámide que viene del dolor más profundo.
¡Cuántas danzantes auroras
hoy son cenizas que danzan!
Grande es el dolor
y florece firme a la cumbre
huellas de goce indecible.
Triste niño de las estrellas,
muéstrame los anclajes
sin el barro indiferente del ocaso.
Foto de José Amador Martín
4
Este pájaro (mi pájaro)
me acompaña de la mano con mi jaula.
Cuatro rumbos veo,
y ahí, donde vive nadie,
muy solo me escucho
y truena
lo que ardiendo de mí
se precipita.
Cuatro rumbos
donde arden nuestras altas escalas
al parir su fuego las raíces.
Fuego primitivo dilatando mi lastre
me lleva por agua fósil
de la cúspide al basamento.
5
Arden los equilibrios
con parpadeos distantes.
Escamas internas del pez.
Extraño colibrí
lento,
transparente,
lleno de luciérnagas.
A una ola de la supernova.
CAE LA SEMILLA
1
Cae la semilla, cae,
y el hombre cae con ella
en la montaña del sapo
donde el misterio se agrieta.
Salta de repente un niño
que corre tras de la ceiba.
Sale el jaguar a su encuentro
y el sueño le runrunea.
Sueña con luna de harina,
variedad de sementera,
monte blanco y amarillo,
conejo de masa negra,
con lo celeste del ave,
lo eterno de la culebra
y el hombre haciéndose humano
entre el amor de las piedras.
Suaves voces a la aurora
con su envoltorio de niebla
se escapan de los maizales
y las esmeraldas muestran.
Foto de José Amador Martín
Maizales de río largo
que no respeta la cuenca.
Voces de fuego y ceniza
tocando las cosas nuevas.
Cae la semilla, cae,
y el hombre cae con ella.
En la montaña del sapo
hay un venado que espera.
Este venado es de viento
y por lo oculto me lleva
en un despliegue muy fino
de las estaciones bellas.
Me hace ver entre sus ojos
toda esta noche de pena
donde multiplica el hombre
nudos de cosas horrendas.
Noche cuajada en el centro
de la serenada esfera.
Telaraña de estas cosas
que hace vibrar la vergüenza.
Hombres que gritan vanguardia
forjando las herramientas
unos para hacer esclavos
otros para hacer la guerra.
Sentidos al macrocosmos.
¿Dónde se pondrá la huella
del objeto primitivo
para expandir la tragedia?
Da su estruendo lo pequeño,
¿habrá lengua que lo entienda?
Porque el límite es la curva
después florecen las vueltas.
En la montaña del sapo
donde el misterio se agrieta
se alza la milpa, y el hombre
se humaniza entre las piedras.
Basalto de nuestra hondura
con las tan lejanas fechas.
Caparazón de la historia
con su espíritu en la cueva.
Mis ojos arrinconados
siguen la luz de una flecha
que lenta bebe con polvos
las aguas que me reflejan.
Esta montaña la imponen
sus rumores de colmena
y los jardines abuelos
que al caer hacen la entrega.
2
Si mi montaña extiende su cultivo
desde la cueva orgánica que exhala
el delicioso estado de lo vivo,
es mi maíz la cumbre de la escala.
Cae al fogón el ojo sensitivo,
se desvanece el árbol con el ala
y mi montaña luz de lo expresivo
con sinfonía al ser, todo lo inhala.
Pasa después lo cierto que es misterio.
Un sueño que dormido se transforma.
Libertad de mover el cautiverio.
Y al ritmo del maizal seguir la norma
que lo verde que juega se hace serio
y en el valle sin fin busca la forma.
Foto de José Amador Martín
3
Este maíz eternamente joven,
esta ceiba en mi pecho para siempre,
este jiote guardando lo caído,
y este jaguar amante de los peces.
Me sepultan con polen de misterio,
con su niño de polvo por mi frente.
Todo este amor que apresan mis costillas
es un florido amate porque duele.
Mi enamorada ceiba es el dominio
del oscuro remanso y de la fiebre.
Todas mis esperanzas desmedidas
se hacen garzas al viento que las mueve.
La libertad amasa su tormenta,
donde rompen las olas se detiene.
Dan su lecho la arena con la espuma,
y este joven amor su mesa breve.
Este maíz con ceiba dominante,
esta ceiba con jiote desde siempre,
este jiote vestido de jaguar
y este jaguar amante de los peces.
Arden con voz de golpe acompasado
que anuncia su semilla de rebelde.
Un rebelde a la luz del equilibrio
y un mar de telarañas al poniente.
Cabe el devorador en este pecho
con su miga de sol hasta en la muerte,
cabe el encuentro aquel con el venado,
cabe todo este viento de insurgente,
cabe toda la luz de aquellos ojos
con la materia oscura de su vientre
y esta montaña en parto de maizales
con amores de abuela eternamente.
Este devorador su fuego abreva
ahí donde mi río se retuerce
y este encuentro que fue tan silencioso
precipita su fuego en la corriente.
Joven amor que empuña la ceniza.
Joven amor que muere siempre verde,
¿a dónde van los restos del silencio
que nace de este mundo sin paredes?
4
En esta cueva todo se me aleja.
Hasta la llama en mí que tanto quiero.
Huele a hielo, ¿será que ya me muero
y el viento de la vida lo festeja?
Reafirmo la montaña con la abeja
que en la dulce trinchera pierde el fuero.
Cantando ante la noche busco artero
abrigo entre las valvas de una almeja.
Cuenta tiempo la sangre con su modo,
los vaivenes del mar, la arena vaga,
los primeros amantes en el lodo.
Carlos Alberto Rodriguez en León, Nicaragua
5
Gira el maíz, cantor de poesía,
estacionando siempre con la idea.
Singular explosión de la alegría
cuando la abeja vuela, rompe y crea.
Miro en el niño aquel que poseía
en la mirada gris la herida fea
de una repunta cruel que destruía
con hojalata y pólvora la aldea.
Queda el montón de cuerpos que han perdido
lo mismo que entregaron en el ara
aquellos que desnudan lo escondido
al desgarrar la piel que nos separa.
Deja de ser mi amor desconocido
y en los giros del ser, su esencia rara.
Foto de José Amador Martín
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