Marina Aoiz Monreal (Tafalla, 1955) es periodista, poeta, gemóloga y orfebre. Ha publicado los poemarios La risa de Gea (1986); Tierra secreta (1991); Admisural (1998); Fragmentos de obsidiana (2001); El libro de las limosnas (2003); Edelphus (2003); Hueso de los vientos (2005); Don de la luz (2006); Donde ahora estoy en pie frente a mi tiempo (2007); Hojas rojas, (2009; Códigos del instante (2009); El pupitre asirio (2011); Islas invernales (2011); Génesis (2011); la antología bilingüe Mirar el río/ Ibaiari begira (2015); y Embalaje (2017). Parte de su obra poética está recogida en una treintena de antologías y otras publicaciones colectivas. Algunos textos de la obra poética y narrativa están traducidos al euskara, inglés, alemán, portugués, árabe y náhuatl. Su obra ha resultado premiada en Aragón, Asturias, Andalucía, Extremadura, Castilla, León, Euskadi y Navarra.
LLAVE DE ORO
(Para A. B.)
¿Quién quiere una caja de silencios?
Puedes guardar en ella los Lieder de Schubert,
o un poema de Emily Dickinson,
aquella mariposa blanca
que ardió en la luz de una vela.
Puedes guardar la metamorfosis de Hiria
y así tu caja ya no es de cartón o de madera
sino un estanque de aguas claras.
Narciso sí desea el embalaje de silencios
para regresar despacio a su húmeda crisálida.
Recibe esta caja de mis manos
para albergar el alma secreta de un tesoro.
Ese que late en rojizos temblorosos
y revela la silueta de una mujer de niebla,
mujer evanescente con una fresa en los labios.
Toma esta pluma, corazón de pájaro.
Todas las migraciones y los azules pálpitos.
Toda la ternura cambiante de las nubes,
te ofrezco en este etéreo silencio. Mira,
ejerce tu vocación de fauno y recógeme dentro.
Hay algo misterioso en este objeto.
Se puede percibir en su destello
cuando la luz lo atraviesa como aguijón vespertino
y una nueva luz refracta
en el recinto de nuestro asilo de pureza.
¿Quién anhela una caja de experiencias?
Atesorar en ella la primera sonrisa
de una criatura dorada, bailarina del aire.
Fugaz libélula que confiada se posa
sobre el pulido guijarro. ¡Cómo no amarla!
Deja volar la vibración de esa sortija
que tus manos orfebres trabajaron.
Obsequio de belleza de oro y esmeralda.
Herencia de otros días propicios al ensueño
y al valor de los gestos cotidianos.
Secretas almas protegen los elementos.
Caminos que conducen hasta el río de aguas bravas,
donde tu barca espera navegar hacia la dicha
de un deslumbramiento. Escucha la música
de arpa. Un Lied. Un poema. Una dulce gota de agua.
En esta acuarela me refugio. En su enigma
me detengo complacida y tiemblo como una chiquilla
que descubre el misterio de la vida en los colores,
en la tensión del aire y el ritmo de la lluvia.
¿Quién quiere una caja de silencios y palabras?
¿Quién desea un estuche de silencios?
Sirve para albergar semillas de ternura compasiva
pequeñas hormigas guardianas de los graneros del alma.
Quien ama el silencio, quien ama la soledad de la escarcha
abre y cierra delicadamente la caja rosada de la aurora.
Espíritu en la materia, el brillo de la piedra alquímica.
Fósil de amor en el desierto de dunas onduladas.
Sol escondido. Cuarzo en el interior de la tierra.
Lágrimas de emoción. Música Gnawa. Abrazo cósmico
ante el testigo de barro. Llave de oro. Clarividencia.
(Del libro Embalaje, 2018)
ENTRE POETAS
Ariadna Efron y su madre,
la poeta Marina Tsvetáieva,
me acompañan esta tarde.
La niña tiene un ramo de erikas
en su mano derecha
y Marina se agarra a una rama.
Doña Censura es una bruja perversa.
Ariadna vive en un armario.
Marina tiene manos fuertes,
activas, laboriosas. Sabe escuchar.
Las tres Marinas soportan
bien el calor, pero no el frío.
La abuela María
sólo añora la música y el sol.
Marina piensa:
“Si encuentra una cornalina
y me la da, me casaré con Serioya”.
Se casa con él pero después lo pierde
entre traviesas de ferrocarril.
Escribe El alba de los raíles.
Leemos los Cuentos de Perrault
ilustrados por Doré mientras
la cajita de música de la abuela suena.
A Marina le atraen las gitanas
por el amor a la libertad
y la precariedad de su existencia.
Mi madre es muy extraña.
Mi madre no se parece en nada a una madre.
A veces anda como si estuviera perdida.
Mi madre es triste, rápida;
le gusta la Poesía y la Música. Escribe versos.
Como mendigas nos sentamos
en la escalinata de la iglesia.
Ariadna encuentra
un trébol de cuatro hojas para Marina.
Ella lo guarda entre las páginas de una libreta
y lo convierte en invitado del cielo
de cuatro pétalos. Nos placen los amuletos
y los tapices de Flandes tejidos por las arañas.
A las 17:17 h. del último día de marzo
la revolución bolchevique se esconde
en los cuadernos de rara belleza. Velo negro.
(Del libro Embalaje, 2018)
BAJO EL CIELO ROJO
Cuando mi nombre era otro
aprendí a tallar cristales para conjurar el vacío.
Facetas geométricas reflejaban los dedos del pianista del viento.
Polillas por el teclado del tiempo, distraían con su gris revoloteo
una tristeza con dientes de perro. No saber salir del bosque
hacia el frío con aquellos ropajes vegetales
y un fardo de pequeños diablos revoltosos, me humillaba.
No distinguía
entre las palabras del mediodía y el rastro de los violines.
Con esos aires desvalidos tampoco podía caminar
por las anchas avenidas, ni cruzar los umbrales del neón.
Yo nací escondida bajo un pedazo de ladrillo. Me asomé al día
pero nunca abandoné la placenta del bosque.
Me criaron las palabras de humus y hojarasca. Con la luz
de las esporas tracé surcos hacia los besos. En el claro.
Toda mi vida transcurría en el claro cercada de ojos.
La mansedumbre y el rocío fueron mis alimentos. Por las fisuras
de la tierra me asomé a sus labios y dormí embriagada.
Los cuervos depositaron fresas en mi boca adivinando mi muerte.
La hepática adornó mis sienes. Y al fin llegó el día de la partida.
Salí al mundo pequeña, con el cristal de cuarzo rutilado al cuello.
En un vertedero encontré un nombre abandonado;
compasiva, lo recogí y lo coloqué entre mis pechos.
Soy hierba de nuevo. Cerca de los caballos,
percibo el fuego de un tiempo sonámbulo.
Bajo el cielo rojo crezco casi a ciegas y olvido.
(Del libro Donde ahora estoy en pie frente a mi tiempo, 2007)
MAR DE CALÉNDULAS
Alerta. Se ha despertado el mundo
conmovido por las llamas de una ciudad en ruinas.
Ardían los libros a millares en un extraño fervor de lobos.
El festival de las estrellas heridas a balazos
terminó de forma súbita. Demasiado vino
en las calabazas de los peregrinos.
Cada vigilante
interpretó su papel en la comparsa:
percusores de la brisa
sabuesos de la arena
soñadores con la cabeza enterrada en la ceniza
comediantes del fuego
repartidores de apasionados besos
fabricantes de monedas azuladas…
…hasta que el día estiró sus largos brazos
y preparó un exquisito desayuno de sueños líquidos.
Las páginas ardientes fueron madera musical entre las fauces
de los lobeznos. Vigilantes vestidos de azafrán
repartieron un surtido de galletas entre los niños vencidos.
Vi abrirse un mar de caléndulas entre los adoquines
y el resto del día, lo pasé zurciendo estrellas
con una hebra de sombra metalizada.
La ciudad planchó sus arrugas
y todos comenzaron de nuevo las tareas
como si no hubiera ocurrido nada.
(Del libro Donde ahora estoy en pie frente a mi tiempo, 2007)
No sé escribir, mi alma no sabe otra cosa que estar viva*.
Me rompo en fragmentos de obsidiana cada noche,
en diminutas esquirlas atravieso la oscuridad. Yo no sé nada.
Escucho la respiración de mi alma, acompasada a la música
de un astro muy lejano donde habitan criaturas perdidas
que tampoco saben nada, solo vivir entre las llamas.
Tienen rostro y boca de volcán, extremidades parecidas
a alas de halcón y pensamientos que caminan muy despacio.
Voy junto a ellas desconociendo toda escritura. Respiramos
al unísono porque somos una bandada, un cardumen de vida.
No sabemos escribir, ni para qué sirve el dinero, nada sabemos.
Nuestros corazones laten al ritmo de una música extraña.
*Verso de Gastón Baquero.
(Del libro El cuerpo secreto de la rosa, 2016)
Orquídeas de los Andes y espliego castellano*.
Viajé de los bosques de cínaros a los campos de Machado.
Viajé bajo las aristas de la luz en el sueño del río. Vagué
y divagué por los surcos heridos de la tierra, también herida.
Fui capaz de reír en la esquina de los aparecidos bajo la luna
y regresar de madrugada con la marioneta dormida. Llegué
atónita. Alucinada de hongos, las orquídeas, los colibríes
revelaron entre las ramas sus secretos más hondos.
En un lugar llamado Raíz de Agua las yeguas lamieron
nuestro miedo y nos devolvieron intactas al paraíso.
La integridad no fue una palabra sino un baile sin máscaras.
El aroma del espliego ennobleció los armarios de la madre
mientras la cordillera se colocaba un gorro de tosca lana.
Yo nací en la tierra andina, entre nieblas y bromelias.
Me modelé a mí misma y alcancé las anchuras castellanas.
*Verso de Gastón Baquero.
(Del libro El cuerpo secreto de la rosa, 2016)
Marina Aoiz en Biblioteca de Zizur
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