Los niños juegan a la guerra
con balas que matan verdades.
Yo jugaba con dulces armas
que brindaban risas y tardes.
Los ojos se les han hundido
por el odio, cieno de vivos,
su muerte, anónima sangra
en la desidia de nuestra alma.
Nuestras miradas eran brisa
de atardeceres y playas,
sueño de la futura noche
que abrazaba almohadas.
Mis niños son las ausencias
de los recuerdos de hadas,
los ignorantes del silencio
en su nocturna emboscada.
Dadme un fusil de madera
que les devuelva esperanza,
que les enseñe a ser niños
de juegos, palabras y magia.
Dadme destinos infantiles
que abandonen las fronteras
del suicidio a la guadaña
y que la nada se disuelva.
…… ……
Qué fría es la muerte
cuando se te acomoda dentro
y escarcha tu alma.
Qué hueca la vida
si la muerte la empapa
consiguiendo que hiele.
Qué silencio inútil
el no entender el abrazo
que recibes si te aman.
Qué lucha absurda
ignorar que la muerte
siempre te alcanza.
Montse Villar, 2012
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