El poeta panameño Agenor Prieto Machado
Crear en Salamanca se complace en publicar esta muestra poética de Agenor Prieto Machado (Panamá 1989). Es licenciado en filosofía por la universidad de Santiago de Compostela. En 2015 gana en Madrid el Premio Javier Lostalé de Poesía Joven con la obra El Silencio creador (Editorial Polibea) y en 2020 su poemario Hacia el tú invocable se hace merecedor del Premio Ricardo Miró de Poesía, mayor reconocimiento de las letras panameñas. Una selección de sus poemas ha sido incluida también en revistas digitales, como Nueva York Poetry Review.
POEMA DEL CAMINO
Dedicado a Antonio Colinas,
con el barro de los caminos
Después de tanto andar, oh vida, andar, los mismos
pasos que me han traído me interrogan. ¿Qué dicen
los días a los años? ¿Qué miro en el esquivo
momento de este campo? El cielo se desviste
y un chopo solitario, callado vigilante
nos aguarda a lo lejos. Es la muerte del día
y nos quedamos solos como notas al margen
en este argumentario que es pasar por la vida.
Y si en la luz reinamos ya la noche nos cambia
los manteles al vuelo. Ya en la extensa llanura
me encontrarán caído como a un nuevo Ozymandias
que quiso ser un pájaro, en un bosque, en la bruma.
Una inscripción borrosa, un nimio comentario
nos escriben los días cuando arrastran su manto.
TINCTO EN LETE
Tan solo un palpitar me lo revela:
tu sueño es la floresta de una fuente.
Tan cercana a mis labios, tanto anhela
desbordar de sus flores por tu frente.
Y alberga el universo, y paralela
y al compás de tu pecho va mi mente.
Ni su origen, no alcanzo ni la estela,
tan sólo un respirar, amor, se siente.
Siento ante mi el fanal donde se enrola
tu ritmo creativo. Caracola
trazada sobre un lienzo inaccesible.
Leve, absorto, disfruto en este lecho
de ser tanto, o tan sólo un invisible
turista por la playa de tu pecho.
A LA NOCHE
AH noche, meces párpados ajenos
y un vals enamorado. En las entrañas
del cielo un péndulo me anuncia estrenos:
el baile y tu vestido en mis pestañas.
Los paños ágiles, el roce, senos
son mar de luna y brisa por las cañas.
Son nimbos al compás tus pies serenos,
mi voz es pulso frágil, voz que arañas.
A nuestro breve idilio eterna queja;
al trino, al ruiseñor, mi voz pareja
—hilera de cipreses— olvidada.
Cual lágrimas del día en un sudario
sospecho que en la vida tu mirada
esculpe un monumento funerario.
ELEGÍA
En memoria de un amigo
cuyas cenizas guarda el Mar Caribe.
¿Es vano todo esfuerzo ante el olvido?
Desdibujar pisadas es un arte
es la expresión del tiempo. Tú te has ido
ante el afán de nadie por buscarte.
Acaso oí un crujir que recordaba
el mimbre de tu hamaca al reclinarte
por las tardes. Y al fondo navegaba
el buque transatlántico. Balizas
son tus ojos amigo, lo olvidaba.
Ya el mar, ya rompen olas. Te deslizas
tú, tiempo sin contorno, es tu solera,
ser cofre en que se albergan las cenizas.
Morir no es el final, es la primera,
mirada hacia el origen. Ya te guarda
un pez multicolor la calavera.
Contemplo junto al mar la nube parda
y al silencio en la tarde se me olvida
que el agua tiene brillos de alabarda.
Como la selva en fuga de una herida
se visten el tucán y el guacamayo
tu blanca guayabera en despedida.
Ahora cada tarde es un ensayo
de luz que se reclina en tu aposento
la luz que sólo asiste a tu desmayo.
Como un arco en tensión, la muerte, siento
crujir en el silencio, abrir la entraña:
dos alas herrumbrosas por el viento.
La vida es un cristal que no se empaña
al pulmón sin aliento de los días.
La vida es ese mar en donde baña
un dios indiferente sus baldías
miradas sin objeto, sus jirones
de eternidad sin voz ni melodías,
de tarde que murió en los malecones.
Y es que hemos sido un brillo en la pupila
de nadie, un rumor, cavilaciones
ese caldo herrumbroso que destila
el tiempo. Ha sido un hondo balbuceo
en los labios sin voz de una sibila.
Contemplo junto al mar el devaneo
de la luz que atesora interminable
los ecos de tu voz mas no el deseo.
Es por tu estancia un rostro lamentable
el mío, que de muerte siente acaso
el crujir de tu hamaca reclinable.
Y queda en la retina un brillo escaso
si al desatar la luna su marea
se abren celosías de tu paso.
Y queda cerca de mi voz qué sea
allá por los manglares. Si es tu nombre
lo que una flor de agua deletrea.
Algún día tal vez la luz se asombre
al hallarte en la tarde (ensueños parcos).
Yo no me olvidaré que ha sido un hombre
el óxido en el casco de los barcos.
EL HOMBRE DE LA PIPA
Courbet 1849
Y VUELVO a preguntar
oh vida, tus secretos
Quiero hallar la mirada
al torcer tus cabellos.
Esa luz que se cierne
tan próxima a tu pecho,
un brillo, mirabeles
incrustados al viento.
Se demoran los ojos
sobre la tarde al vuelo.
Se ciñen transparencias,
¿en tus pliegues me encuentro?
Rozan ya por los párpados
nubes de bordes sueltos,
ya se abraza uno en calma
al pedernal sin dueño.
Respiro entre tus flores
el polvo de unos huesos,
más allá de estas lindes
¿flores de cementerio?
Que el día abra su mano
—oh vida, qué suceso—
como una gema intacta
y henchida por destellos.
Hallar la pulpa, el agua,
el claro de los cielos
y una ausencia presente
en el aire, su espejo.
Mi patria, el suspirar
es un cósmico beso.
De la luna hacia el lago
con otro aire, vuelvo,
como vuelven los ojos
de más allá, del sueño.
Dejar así constancia:
la nada sobre el lienzo.
Es mi impulso de amor
y vocación de muerto.
A mi voz te insinúas,
a tu luz, me contemplo.
Soy, vida, en ti una cifra
en señal de lo eterno
NO PUEDE SER SINO DE LAS ORILLAS
Como en fruición la fruta se deshace
P. Valéry
No puede ser sino de las orillas
me digo, este mirar, el aire de la estancia
cuando entro. Qué luz, qué delicado afán de mito
de tiempo consumido tiene el polvo.
Náufrago he sido en la quietud y he visto
el sol al declinar, cómo bate la puerta el viento
y el canto de la urraca tejer sombras.
Ha llegado el otoño como un guante
con su trompeta llena de hojas muertas
y resuena en el cuarto. Ha llegado
como un velamen inclinado el bosque.
Si cada cosa sobre sí reclina
su no ser, si es el tiempo
distancia de mí mismo, apenas puedo
detrás del cortinaje, en las orillas
apenas puedo conocer su nombre.
He recogido el guante que perdiera, he visto
cómo bate la puerta el viento, cómo
silba el otoño en este cuarto
donde estrecho su mano.
Es la belleza de la pérdida,
un irse diferido por las sombras
-plumón de brisa-, y no sabré su nombre
orilla ni distancia.
Veré pudrir la fruta en la encimera
y no podré querer sino el misterio.
LOS CAÑONES DEL SIL
Aquel que imaginó la calma en esta hondura,
los árboles que son como una casa y las montañas,
aquel por cuya idea el río avanza
siguiendo el nervio del paisaje,
por cuyo aliento respiran los venados
y los astros titilan como una porcelana frágil
ignora sin embargo por qué todas las hojas tiemblan
cuando las atraviesa un llanto. Ignora
si ha de salir el sol una vez más
o indefinidamente o para nadie,
ignora, en fin, si alguien
se encuentra en pie frente a la casa.
-Es en este sentido en que se habla cuando se dice
que cierta obra no pertenece ya a su artista, no pertenece
cuando ha olvidado la emoción que le llevó a crearla.-
Queda por eso el mundo
vacilando en la luz de un día cualquiera
propicio a la mirada o la voz que, como un fuego, lo acobije.
Seguirá mientras tanto cada día
encontrando su cénit bajo el vuelo del águila,
seguirán desmayando los crepúsculos
su luz en un encuadre de nubes sonrosadas,
las flores, las tormentas, los veranos
seguirán sin excusa acometiendo,
seguirán crepitando las hogueras
dentro del pecho de los lobos,
buscando en los anillos de los troncos
seguiremos leyendo nuestra historia,
seguirá todo ello como el lento
crecimiento del musgo,
el musgo respirando en estas rocas,
rocas en el hallazgo del silencio.
Otra imagen de Agenor Prieto Machado
ESTUDIO DE NUBES
Bajo los ojos que duermen
un cielo aletea lento.
El cielo no tiene edad
pero las nubes, tan blancas
marcan el compás del tiempo.
De leve forma, las nubes
tienen tu rostro, tu acento
suena secreto en la brisa,
ramas suaves son tus manos.
Y como un manto se abren,
vuelven las nubes del sueño
de ti, vida. Pronto abrimos
los ojos al cielo en donde
no tienen edad los muertos.
EL TIEMPO EN LOS TAPICES AMARILLOS
El alma es una casa y cada tarde
el sol llega hasta dentro.
Llega hasta dentro el sol
y se sienta a la mesa.
Brilla en los cubiertos, en los platos
y se expresa en el tiempo.
El alma es una casa y cada tarde
se impacienta la luz
por hacerse palpable.
Quiere contar la vida de los muebles
cuando no viva nadie.
El alma es una casa y cada tarde
el sol llega hasta dentro.
Con él andamos los pasillos,
observamos los muros despintados, los retratos
vivir la no presencia de sus dueños.
El alma es una casa y el sol siempre
nos habla con el tiempo en las alfombras,
nos habla en los tapices
y amarillo se sienta en la terraza
como todas las tardes
mientras crecen las plantas.
Perfil de Salamanca (foto de José Amador Martín).
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