Alejandro Romualdo en la Cátedra de Poética Fray Luis de León (Salamanca 1992)
Crear en Salamanca tiene el privilegio de publicar una muestra de la poesía de Alejandro Romualdo (Valle Palomino), quien nació en La Libertad y falleció en Lima. Premio Nacional de Poesía (1949), Medalla al Mérito Cultural del Perú (2004), concedida por el Instituto Nacional de Cultura. Poeta, periodista, antólogo y profesor universitario. Obra poética: La Torre de los Alucinados (1949); Cámara Lenta (1950); El cuerpo que tú iluminas (1950); Mar de fondo (1951); España elemental (1952); Poesía concreta (1952); Edición extraordinaria (1958); Como Dios manda (1967); Cuarto Mundo (1970); El movimiento y el sueño (1971); En la extensión de la palabra (1974) e Né pane né circo (Edición bilingüe de Antonio Melis, Roma, 2000). Publicó la antología Mapa del Paraíso (Universidad Pontificia de Salamanca, 1998. Selección y notas de A. P. Alencart). Poesía íntegra (Lima, 1986), reúne su libros aparecidos entre 1949 y 1974.
Romualdo participó en la primera edición de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos de Salamanca, en 1998, y también en la Cumbre Poética de 2005. Esta selección ha sido hecha por A. P. Alencart.
Mapa del Paraíso, antología de Romualdo preparada por A. P. Alencart
SIN PALABRAS
El amor es una palabra
y otra palabra
que no dicen nada
de lo que dicen las palabras
de amor
cuando estoy a tu lado
Romualdo en Lima, 1996 (foto de A. P. Alencart)
PERÚ EN ALTO
Según mi modo de sentir el fuego,
soy del amor: sencillamente ardiendo.
Según mi modo de sufrir el mundo,
soy del Perú, sencillamente siendo.
Tierra del sol, marcada al negro vivo,
llorando sangre por los poros, sombra
a media luz del bien, a media noche
del día por venir. Yo estoy contigo.
Golpe, furia, Perú: ¡todo es lo mismo!
saber, a ciencia incierta, lo que somos,
buscando, a media luz, otro destino,
con todo el cielo encima de los hombros.
Por eso quiero alzarte, recibirte
con los besos abiertos,
junto a la luz,
ardiendo de alegría.
Gonzalo Rojas y Alejandro Romualdo en Madrid (foto de A. P. Alencart)
SER DILUIDO
Cosas que el amor ha ordenado hoy se diluyen lentas.
La muerte es un supremo resplandor para el que cierra
los ojos de pronto. ¿No era el amor, entonces,
un solo corazón girando en torno tuyo, bien mío?
¡Oh mi pequeña amada, mi terrible secreto!
Saber que soy un trompo que se duerme en tus manos.
Saber que fui pequeño como un dios de cristal a tu lado.
Ser que giras en lo alto o reposas en mi almohada,
ser que duras un relámpago, que vives entre el día y la noche,
medio triste, medio alegre, si tus labios he besado
en cada fruta, si te he amado en mis cuadernos, en mis lápices,
si tu nombre se destruye en silabarios, no seré yo
quien te acaricie como a un espejo mojado, no seré yo
quien cierre tus ojos, quien ordene tus cabellos,
quien sostenga tu rostro como una esfera embrujada.
¿Dónde, noche, ojo de estatua, torso de frío terciopelo,
dónde, araña de oro entre las ruinas escarlata, dónde
corazón que golpeas mi sangre como una ola?
¿En dónde naces tú? ¿Por qué sombrío valle tu sombra de cristal
huye del aire? ¿En qué estación tus labios se abren,
tus ojos en qué cielo? Hermana de las esmeraldas,
rostro silvestre donde empiezo a morir,
tan sólo un sueño, una mirada tuya me entristecen.
El amor es una espada de seda, igual que la muerte.
Tundidor, Ledesma, Castelo, Piedra, Molina y Romualdo en el I Encuentro de Poetas Iberoamericanos
(foto de Jacqueline Alencar, Salamanca 1998)
TÚ NO ERES UN ÁNGEL
Tú no eres un ángel, ni un hada, ni una diosa,
y yo te amo.
Tus alas son las alas de mi poesía.
Tu espada es la espada de mi poesía.
Tú no eres un ángel, ni un hada, ni una diosa.
Posees un cuerpo real. De mujer.
Los ángeles no me protegen como tú,
ni me hablan como tú,
ni sus alas son más suaves que tus cabellos.
Te amo así: mujer de labios dulces y manos ásperas,
mujer de carne y sueño, mujer mía
en medio de la felicidad o el sufrimiento.
A. P. Alencart y Alejandro Romualdo (Salamanca 1992, foto de J. Alencar)
EL CUERPO QUE TÚ ILUMINAS
Porque eres como el sol de los ciegos, Poesía,
profunda y terrible luz que adoro diariamente.
Mis ojos se queman como los ojos de las estatuas,
mi corazón padece como un vaso de vino en un armario.
Tú eres un puente de agonía, un mar animado
de agua viva y palpitante. Tú te alzas y brillas:
yo giro alrededor de ti; alta y pura te mito
como los perros a la luna, como un semáforo para morir.
¡Oh Poesía incesante, mi buitre cotidiano,
me tocó servirte en el reparto de sufrimientos:
como un niño exploraba las tierras pálidas del sol.
¡Oh, Poderosa! Yo soy para ti uno de los miembros
de esta numerosa familia sideral
compuesta de padres e hijos milenarios.
Yo soy para ti la noche: Tú me enciendes,
ardo en el vientre universal,
rabio con las olas y las nubes,
escribo al girasol que me ama diariamente deslumbrado.
Yo te devuelvo, amor mío, como un espejo desierto
en cuyas entrañas están las cenizas de donde Tú renaces.
Yo te devuelvo amor, mi vientre se renueva sin cesar.
Tú me ocultas y muerdes, entonces, como una ola gloriosa,
llena de dulzura y vigor.
¡Oh Poesía, mi rayo divino y cruel, clava tu pico,
devora el fuego que me abate, apaga esta zarza inmortal!
He aquí mi cuerpo, roído por las estrellas,
pálido y silencioso como un dios que ha cesado
y que tú arrastras, borrándolo, como el mar o la muerte.
Jacqueline Alencar, Romualdo, Ruiz Barrionuevo y Alencart (foto de Luis Monzón)
FANTASÍA EN HONOR DE UN POETA EN PAZ
(En la muerte de Juan Ramón)
Ya en la historia de España pastan juntos Rocinante y Platero.
El uno trota, dulce, centelleante, asoma el hocico entre las rosas, como una rosa, abierto en capullo, y rebuzna a toda máquina, al borde casi del crepúsculo.
Rocinante husmea las cáscaras del sol sobre la tierra, alza la cabeza como una copa de vino pálido, por encima de la tapia, y relincha un suspiro de alas trémulas. ¿Qué pasa?
Detrás de un biombo azul, desnuda, la Poesía espera una voz de ojos negros, profundos, una voz de barba pía, pero sólo ha escuchado un dúo triste, marchito, alzándose blancamente hacia la luna.
A la mesa del mundo se han sentado Rocinante y Platero. Servido está el cielo en un plato frío. Los pinos de navidad se han dormido con los brazos caídos, rendidos de estrellas. La mesa está ornada de flores amarillas, violetas, tréboles de cuatro alas, servilletas de papel brisa, botellas de leche fresca.
Los ojos de Rocinante planean sobre el mundo como dos buitres: Platero abre el hocico como una flor, soberanamente aburrido.
¿Dónde está el hombre de barba pía, cuya voz de ojos negros aguarda la Hermosura?
Los hombres han huido. Tienen la mirada fija, antiaérea. Se dan contra el cielo, como una mosca en una urna de cristal. Se dan contra la realidad, y luego, con la cabeza hinchada, toman la luna por aspirina y se duermen bajo esa idea.
Por fortuna montan guardia los girasoles. El Otoño galopa, echando ramas de laurel, hojas de encina, rojas, espuma y nieve caen de su belfo. El Otoño pasa agitando los árboles. El bosque, en pleno, suspira.
Los hombres han huido, se han ido por las ramas de los árboles hasta el cielo, en batallones, se han embarcado en un navío abandonado, de velas blancas, sin rumbo fijo.
Los hombres no comprenden, dice Platero. Rocinante protesta antes de comer: ¡No queremos la Guerra! ¡Que se vayan al traste las medallas, los monumentos y los héroes! Platero destapa las mochilas, rebuzna al busto egregio de la noche y echa sus condecoraciones a la charca: los sapos protestan. Rocinante patea cascos de hierro, donde hacen sus nidos las cornejas. Los niños convierten los revólveres en fuentes de agua dulce: La Felicidad despierta, coronada de Sol, en paz, sobre el pecho del mundo.
El hombre de barba pía canta, bajo la tierra, también en paz, sonriente y fresco como una lechuga.
Ya en la historia de España, sobre el musgo y la hierba buena, pastan Rocinante y Patero, trotan seguros, ideales, hincando sus patas en la tierra, dejando sus huellas gloriosas como herraduras de la buena fortuna.
Alejandro Romualdo en la Plaza de Anaya y Filología (foto de Jacqueline Alencar)
CONTROL REMOTO
Anónimo, social y combativo,
mi tácito antropoide se levanta.
Come conmigo. Fuma. Silba. Canta.
Enamoro con él. Padezco y vivo.
Siempre corrige todo lo que escribo.
Siempre intuye el dolor. Y se agiganta.
Veloz, fuga de mí: se me adelanta.
Brutal, me empuja todo lo lascivo.
Desde su límite animal, suspira.
Desde su límite animal, me mira
el pobre: taciturno, humanizado.
¡Ah, mi civil, angélico antropoide,
paga en metal y cobra en metaloide
su derecho a vivir encarcelado!
Alejandro Romualdo, José Hierro y A. P. Alencart, en Salamanca (1998 foto de Luis Monzón)
EN ALTA VOZ
No he de callar
Quevedo
No he de callar mordiéndome la vida,
callar con todo el cuello, muerto o vivo.
Debo decir palabras desolladas,
o taparme la boca de un grito
De sol, de paz, de amor. Es necesario,
trinar a plena luz, echarse el alma
a la esperanza, alzarse hacia la vida.
Es necesario un vuelco de campana
doblando a sol. A paz en sol mayor.
Ya que esta herida del Perú nos habla
con la voz de la sangre tinta en furia
no he de callar mordiendo mis palabras.
Debo gritar: caer de boca al viento.
sosteniendo una luz y una tonada.
Y no callar: caer de voz al tiempo
con la boca cerrada y empozada.
Dejadme solo, si queréis. Dejadme.
Sólo el amor me deje sin palabras.
No he de callar. He de seguir trenzando
mi canto. Como un nudo en la esperanza.
Romualdo en casa de Ricardo Falla y Sonia Luz Carrillo e hijos, con Alencart y Jacqueline Alencar.
CANTO CORAL A TÚPAC AMARU, QUE ES LA LIBERTAD
Yo ya no tengo paciencia
para aguantar todo esto
Micaela Bastidas
Lo harán volar
con dinamita. En masa,
lo cargarán, lo arrastrarán. A golpes
le llenarán de pólvora la boca.
Lo volarán:
¡y no podrán matarlo!
Lo pondrán de cabeza. Arrancarán
sus deseos, sus dientes y sus gritos.
Lo patearán a toda furia. Luego
lo sangrarán:
¡y no podrán matarlo!
Coronarán con sangre su cabeza;
sus pómulos, con golpes. Y con clavos
sus costillas. Le harán morder el polvo.
Lo golpearán:
¡y no podrán matarlo!
Le sacarán los sueños y los ojos.
Querrán descuartizarlo grito a grito.
Lo escupirán. Y a golpe de matanza
lo clavarán:
¡y no podrán matarlo!
Lo pondrán en el centro de la plaza,
boca arriba, mirando al infinito.
Le amarrarán los miembros. A la mala
tirarán:
¡y no podrán matarlo!
Querrán volarlo y no podrán volarlo.
Querrán romperlo y no podrán romperlo.
Querrán matarle y no podrán matarlo.
Querrán descuartizarlo, triturarlo,
mancharlo, pisotearlo, desalmarlo.
Querrán volarlo y no podrán volarlo.
Querrán romperlo y no podrán romperlo.
Querrán matarlo y no podrán matarlo.
Al tercer día de los sufrimientos,
cuando se crea todo consumado,
gritando ¡libertad! sobre la tierra,
ha de volver.
¡y no podrán matarlo!
Pilar Fernández Labrador y Alejandro Romualdo (Salamanca, 1998. Foto de Jacqueline Alencar)
LA PRIMERA PIEDRA
Si mis palabras se las lleva el tiempo,
aquí dejo esta piedra.
Firmemente,
pongo a prueba de tiempo una esperanza
más grande que el dolor y que la muerte.
Sobre esta piedra firme, levantad
el ánimo.
Miradme. Soy testigo
y víctima. Igualmente amordazado
como están todos.
En verdad os digo,
que aunque me amargo el pan, acorralado
en medio de la muerte en que duramos,
pongo esta luz:
lleno de fe coloco
la primera alegría.
Ciego Perú, mendigo, no nos dejes
caer
en compasiones ni agonías. Aquí
pongo esta piedra. Levantad
una patria,
una paz,
una alegría.
Alejandro Romualdo y Jacqueline Alencar (Lima, 2004)
MISERIA DE LA IDEOLOGÍA
Nada más terrible
que una conciencia limpia
en el tercer planeta del sol.
Wislawa Szymborska
Los mismos que las piernas te cortaron,
en estricto privado,
hoy te regalan las muletas
en acto público.
Oh Publio,
agradece a Magnanimus la gracia.
No lo pienses dos veces: sólo una
cabeza tienes.
Mas no la inclines. No sea que mañana
te la cercenen
sin pensarlo una vez: filosofía
de la miseria,
pues los mismos que las piernas te cortaron
en cámara oscura,
hoy las muletas te regalan
en ágora luciente.
Qui populi sermo est? (Persio Flaco).
No pierdas la cabeza: “ Marx
no era tan loco…”, dijo Engels.
Avanza, Publio. El camino ha terminado
pero no el viaje.
Alencart, Romualdo y António Salvado (Castelo Branco, 1998)
MIRAD AL PAJARITO
Miraban todos al pajarito.
Posaban para la inmortalidad.
La eternidad es una cámara oscura.
Resultó que fui el único mortal.
Miraban todos al pajarito.
Posaban para la inmortalidad.
La corbata en su sitio.
La mirada en su sitio.
La sonrisa en su sitio.
Ninguna arruga en el rostro.
Silenciosos
solemnes
estatuarios
y suspendi-
da la respi-
ración.
Miraban todos al paja – ¡clic! – rito.
Posaban para la inmortalidad.
La eternidad tiene cara de hereje.
Resultó que fui el único mortal.
Sin que ninguno lo advirtiera
(estaban todos absortos
posando para la inmortalidad).
Alejandro Romualdo en el Aula Magna de la Pontificia, durante su conferencia sobre Vallejo (con Alfonso Ortega y Alencart, 1992)
ESCULTURAS PARA FAMA
Qualis cena tamen
Juvenal
Oh Fama silenciosa, más que nunca
valió gozar, temprano y discreto,
tu secreto encanto,
bajo el verde árbol dorado
del atardecer.
Excúsame,
si he llegado tarde a la cena.
Me demoré
quitando y puliendo para ti
las piedras del camino.
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