El poeta mexicano Balam Rodrigo
Crear en Salamanca tiene el privilegio de publicar, por vez primera, cinco textos del poeta Balam Rodrigo (Villa de Comaltitlán, Soconusco, Chiapas, México, 1974). Exfutbolista, biólogo por la UNAM y diplomado en teología pastoral. Autor de los libros de poesía: Hábito lunar (2005), Poemas de mar amaranto (2006), Libelo de varia necrología (2006 y 2008), Silencia (2007), Larva agonía (2008), Icarías (2008 y 2010), Bitácora del árbol nómada (2011), Cuatro murmullos y un relincho en los llanos del silencio (2012), Logomaquia (Puerto Rico, 2012), Braille para sordos (2013), Libro de sal (2013), El órgano inextirpable del sueño (Guatemala, 2015), El corazón es una jaula de relámpagos (España, 2015), Desmemoria del rey sonámbulo (2015), Iceberg negro (2015), Bardo. Pequeña antología (Chile, 2016), Morir es una mentira grande que inventamos los hombres para no vernos a diario (eBook-2016), Sobras reunidas (antología de poesías & pensamientos inútiles) (2016), Silbar de mirlos para la hermusa (2016), Morir es una mentira grande que inventamos los hombres para no vernos a diario (2017) y Colibrije (2017). Algunos de sus poemas han sido traducidos al inglés, portugués, zapoteco, polaco y francés, y aparecen en antologías internacionales. Su obra ha merecido más de cuarenta reconocimientos, entre otros: Premio de Poesía Joven Ciudad de México (2006), Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta (2011), Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz (2012), Premio Nacional de Poesía Rosario Castellanos (2013), Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines (2014) y Premio Nacional de Poesía José Emilio Pacheco (2016).
PINTURAS,COLLAGES Y DIBUJOS DE MIGUEL ELÍAS
LOS NAIPES DE LA NOCHE
(Niño ahogado en el río)
No se matan los sueños con la muerte
Aníbal Núñez
Veníamos del reino del polvo,
ebrios de hambre,
con el gallo de oro del sueño
cantando sol bajo los párpados.
El ángel barajaba sus alas
—para apostar el vuelo—
el mazo sin cartas
del ajado corazón de niño.
Pero la infancia tenía un as
bajo la manga:
apostábamos la moneda de la luna
contra el tahúr del cielo
y pagábamos por ver el mar,
los ojos de la niña que olvidé,
el olor de los mangos en verano,
las manos de mi madre
zurciendo las heridas
con agujas de ternura,
el balero que enterré
al pie de un árbol,
la voz de mi padre
contándonos un sueño
en días de lluvia;
pagábamos por escuchar
el canto de las piedras
bajo el agua,
las cuerdas de oro tañidas
por la mano del río.
Nadie más lo sabía,
pero yo llevaba la pata del conejo
—arrancado a la luna—
guardada en el bolsillo.
Así gané la muerte
y los naipes de la noche,
la oscura luz de la memoria.
Aposté la infancia para ganar la mano
al invencible tahúr del cielo,
señor del tiempo.
Pero la vida tiene un as
bajo la manga
y es la muerte la que siempre
nos pagará por ver.
Nadie ha ganado la partida,
sólo el tiempo de oro
en que jugábamos, descalzos,
apostando el corazón,
el puñado de guijarros en el río
y aquelajado par de alas.
Veníamos del reino del sueño
ebrios de muerte,
con el río de plata
cantando agua bajo los párpados,
y el tahúr del cielo
barajaba las cartas sin mazo
del ahogado corazón de niño.
[ ANTIÍCARO ]
antiícaro, no quise yo volar , sino caer ;
por eso escribo , para dejar de soñar ,
para dejar el vuelo a los pájaros
y a la memoria ; pero heme aquí
con luengas alas urdidas en el polvo
del sueño y ataviadas con el plumaje
del tiempo sin el tiempo ; por eso escribo ,
para caer y apuntalar con estas letras
mi cuerpo y forzarlo a descender
en esta página , tatuada ya por el peso
todo de mi sangre ; y así , desleído
y cercenadas mis alas con el filo
de tus párpados , yace mi cuerpo
desangrado entre renglones , caído ,
terrestre , soberbio ; y aún señalado
por el dédalo de Dios y la niña de tus ojos
que trazan mi destino , antiícaro ,
no quieres tú volar , sino leer ;
HIPÓTESIS DEL HOMBRE ROTO
A lo lejos, el amante de Kervala
Gime por amor
Bajo los astros olvidados
De la noche,
Los niños ciegos de Da Ňang
Ríen a carcajadas
Mientras arrancan alas
A los pájaros de octubre,
Y el mulato gris del Mato Grosso
Llena con rocas de sal
La boca de un jaguar ungido
De muerte.
Dijo el anciano de Corinto
Bajo el almendro:
Si pudieran volver de Ítaca
Los barcos,
Y los huesos del águila
Crecieran nuevamente en nuestros brazos,
Entonces,
Volveríamos a ser hombres.
PROA
Hundo la lengua en tu corazón y amanece ungida con agua de mar. Tomo tu mano y me siento como un niño que camina a la orilla de la playa, arrebatado por pájaros de viento y barriletes de luz.
Algo hay de mar en ti porque un sonido de caracolas y tumbos me llega desde tus ojos, algo como una sed azul, como un murmullo de remos en aguas imantadas, como un hambre de uvas marinas y panes de sal.
De tu cabello ―bebido por el viento― me llega un sonido de caballos trotando por las ramblas, de cascos de unicornio tocando música en los puertos, un profundo galopar de niños que montan rocines de palma y persiguen tu sombra que huye entre las barcas.
Levanto, con la arena de tu voz, castillos de sueño para conjurar la infancia, para llenarlos con tu olor y dejar tras las murallas un puñado de lunas, azules y menguantes.
Digo tu nombre a la mitad del abismo para invocar las olas, digo tus labios a la mitad del océano y crece bajo mi lengua un relámpago, digo tu boca a la mitad de la página y entonces muerden las aguas tu piel celeste, tu carne marina, tu corazón lunisolar.
Pero hay veces que amanezco tormenta y soy un hombre de sal que escribe la tristeza sobre un espejo roto, y al caer el crepúsculo, en la medialuna de los puertos, mientras caminas descalza bajo una lluvia que acuchilla las palmeras, tejo atarrayas para atrapar los cardúmenes de ángeles que nadan en tu espalda.
Y sé también que hay un lecho marítimo donde alguien te espera para hacer el amor o el dolor; pero yo te nombro en esta hora para caminar desnudos a la orilla de nosotros y levantar altísimas fogatas en el sexo del agua.
Ven, dame tu mano azul, dame tu dulce luz:
vamos a hacer el mar.
Y a la orilla de todos los océanos del mundo, en esos muelles oscuros donde llegan a morir los barcos y los pájaros, en esas playas lejanas donde nadan los niños con el torso y el corazón desnudo, yo digo tu risa a la mitad de la sangre como quien dice un salmo crepuscular en voz alta para incendiar el mar.
PEZ VELA
Tres dagas negras
puestas al sol que las carcome
y roe su filo.
Veo, por vez primera, solar terna
de filosas dagas, desolladas:
Con la vela extendida
el pez vela su muerte.
Duermen.
Sueñan tres dagas negras
con el vuelo:
Su muerto filo corta
la voz y la mirada,
las aguas, el viento.
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