Manuel Lacarta y la portada de su antología
Crear en Salamanca se complace en difundir algunos poemas de Manuel Lacarta (Madrid, 1945), publicados recientemente por Hebel en la antología titulada “En Liliput”. Lacarta estudió música en el Conservatorio Superior de Música de Madrid y es licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense. Ha publicado libros de poesía, narrativa, novela y ensayo. Como poeta es autor de Reducto (1977), Encarcelado en el silencio (1978)), Al sur del norte (1982), Estar sin estancia (1983), 34 posiciones para amar a Bambi (1988), que fue “Premio Ámbito Literario de Poesía”, El tipo del espejo (2010), Otoño en el jardín de Pancho Villa (2011), reconocido con el “Premio de la Crítica de Madrid” al mejor libro de poesía aparecido en 2011, El rojo de sus labios (2013), Margot en la Plaza de Castilla (2013), Verano (2015), Alumbrado público (2016), La soledad de Mickey Mouse (2017), Las palabras (2018), Biografía (2019) y Como necesidad, el silencio (2020). En narrativa, de Cuentos de media página (1983) y Cuentos de Madrid (2008). En novela, de Dame tus manos (2010) y Yo, Lope de Aguirre, rebelde hasta la muerte (2014). Su obra de ensayo comprende los libros Madrid y sus literaturas. De la generación del 98 a la posguerra (1986), Felipe II. La idea de Europa (1986), Cervantes. Simbología de lo universal (1988), Diccionario del Quijote (1996), Diccionario del Siglo de Oro (1996), Felipe II. La intimidad del rey Prudente (1997), Carlos V (1998), Lope de Aguirre. El loco del Amazonas (1998), Madrid y sus literaturas. Del modernismo y la generación del 98 a nuestros días (2002), Madrid (2003), Felipe III (2003), Cervantes. Biografía razonada (2005), La Casa de Austria y la monarquía de Madrid (2006), Diccionario del Renacimiento (2006) y La poesía española del exilio interior y otros ensayos (2017).
Hebel está dirigida desde Chile por el poeta y teólogo Luis Cruz Villalobos.
Foto de José Amador Martín
DE GOLPE, TÚ
Y de golpe tú, tus ojos claros, tu pelo rubio, la mirada que deja de mirarme.
De golpe tú, dándome de golpes, despertándome. Puesta en jarras frente a mí y a la ventana. Con una mano en el pomo de la puerta para irte.
Tú que me llamas al orden, y me conturbas. Tú en un asalto, un combate.
Tú hablando para mí, pero hablando sola.
Foto de José Amador Martín
LLOVÍA
Llovía
por favor
hablabas
muy despacio
la raíz
de un tronco
subía
hasta las ramas
del árbol
Llorabas
mucho
todo un caudal
de lágrimas
(en el cuenco
de las manos)
Llorabas
gracias
tenías (todo)
tu pelo mojado
por la lluvia
Por favor
llorabas sí
llorabas
Foto de José Amador Martín
TODA TU TERNURA
Me sorprende la ternura que pones en todo cuanto tocas, cómo acaricias con la mirada, dices en un susurro. La forma en que sujetas un vaso, te lo llevas a los labios; abres el picaporte de una puerta, y te quedas viendo atrás que–riendo ver si por ahí se escapa el mundo.
Con qué delicadeza cada noche dices no a tus fantasmas. Con qué esmero combinas el rojo y el azul marino de tu ropa de calle. Con qué paciencia coleccionas tazas de porcelana.
Me sorprende, sí, que mientras el universo en rededor tuyo se extingue, arde, se inflama; sigas regando las petunias, las camelias; preguntándome si hará sol esta mañana o amanecerá con nieblas bajas y con lluvia.
Foto de José Amador Martín
EL TIPO DEL ESPEJO
El tipo del espejo se acomoda en tu sillón
predilecto, se adormece oyendo
sonar tristes violines. Cuando despierta,
eres tú mismo viéndote en él
y la claridad de la tarde penetra
aún por las ventanas. No importa
que esta luz difusa os descubra
sin poner a salvo las pupilas
de ese brillo que dora el reborde
de las cosas ni que un niño os espíe
apoyando su frente en el cristal
de la calle. El tipo del espejo sonríe
al niño, que dispara ahora dos
revólveres ruidosos de juguete,
y, por un instante, también tú
eres el defensor de la ley en una peli
del Oeste en blanco y negro,
el pirata más temido del Caribe,
el príncipe que sorprende a la princesa
con un beso de sus labios en la boca.
Foto de José Amador Martín
LITERATURA
Los ojos azules de Yves Bonnefoy
de pronto llenan de lágrimas
las páginas blancas de un libro.
La seriedad del poeta Tristan Tzara
de golpe contagia al invierno
de dibujos amarillos y lluvia.
La voz callada de Gerardo Diego
se enrosca en las gafas de sol
de Emilio Prados en Málaga.
El último trago de whisky puro
adormece al ínclito Rubén Darío,
al tocar un instante los labios;
entontece su cara redonda. Yo
he venido con Vicente Huidobro,
Neruda, Rimbaud, José Hierro
a salvarte de caer en el abismo
negro de un pozo profundo,
te hablo de la alegría del amor
que a cada instante comienza,
con versos de Pedro Salinas;
te recito al oído con la prosodia
cantarina, ronca, rota de Alberti
un poema que lleva a tus ojos
las aguas del mar azul en Cádiz,
te duermo con una nana triste,
repetitiva de Miguel Hernández.
Constantino Kavafis rehúye
siempre la palabra altisonante,
solemne. Juan Ramón Jiménez
un día halla la eternidad oculta
en los versos de Estío. Baudelaire
se tropieza con la modernidad
en el fondo de una copa de ajenjo.
Foto de José Amador Martín
ESTAMOS SOLOS
Estamos solos en un largo viaje,
sin señales luminosas que nos guíen,
sin maletas que guarden el caudal
de nuestras vidas. Nadie vendrá
esta tarde a conversar con nosotros.
Estamos en medio del océano
de olas que se elevan sobre la cabeza
varios metros a cada envite de las olas,
de golpes de viento que nos azotan
con saña una y otra vez la cara
hasta hacernos surcos, visibles
huellas imborrables en el rostro;
el bosque, donde los árboles impiden
ver en un asomo el horizonte;
la cumbre nevada de los más altos
picos del mundo. No se puede
cerrar los ojos al cruzar de acera,
mirar al sol sin deslumbrase, huir
uno de uno mismo. En el mar azul
e inmenso, la espesura de una selva,
el techo de las montañas, vivimos
también rodeados de personas
ocupadas de continuo en lo suyo:
una pequeña multitud está cerca
de nosotros; pero siempre solos,
a merced de quien nos empuja,
zarandea con su fuerza. Como Ulises,
queremos matar a Polifemo
de un golpe certero en la frente,
para regresar de nuevo a Ítaca;
volver sobre nuestros pasos
en el laberinto, juntar el hilo
de tantos recuerdos que apenas
hoy nos parecen nuestros recuerdos,
memoria de gente amiga
que quisimos mucho antaño,
cuando aún nuestro corazón
era capaz de sentir y de dolerse,
dejarse llevar por la alegría.
Estamos solos en un largo viaje,
el ilimitado mar que no se alcanza,
la espesura de la selva, el techo
de las montañas, el ruido de la calle
que no sofocan las contraventanas.
Yedras de un bosque golpean
los cristales, las ruedas de un coche
patinan en la carretera, el cielo
se encapota de repente con densos
nubarrones negros. Nadie vendrá
esta tarde a conversar con nosotros,
cogernos de las manos, besarnos
en los labios, porque estamos solos
en un largo viaje sin señales
luminosas que nos guíen de regreso.
Foto de José Amador Martín
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