Enrique Gracia Trinidad en el Teatro Liceo de Salamanca (foto de José Amador Martín)
Crear en Salamanca tiene la satisfacción de difundir cuatro poemas de Enrique Gracia Trinidad (Madrid, 1950), quien fue Accésit del Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador, por su libro “Juego de damas” (2015, Diputación de Salamanca). Es poeta, divulgador cultural y actor. Sus libros de poesía son -1972 a 2013-: Encuentros, Canto del último profeta, Crónicas del laberinto; A quemarropa; Restos de almanaque; Tiempo de Apocalipsis; Historias para tiempos raros; La pintura de Xu-Zonghui (bilingüe chino-español); Siempre tiempo; Contrafábula. Poesía reunida 1972-2004; Todo es papel; Sin noticias de Gato de Ursaria; La poética del vértigo (Antología, estudio y selección de Enrique Vitoria); Pentimento (2009); Hazversidades poéticas (miniantología); Butaca de entresuelo (2011), Mentidero de Madrid y Ver para vivir. Además ha publicado libros de prosa, artículos y dibujos. Le han concedido, entre otros, los siguientes premios: Vicente Gerbasi, por el conjunto de su obra (Venezuela), Accésit de Adonais, Premio Feria del Libro de Madrid, Accésit Rafael Morales, Premio Blas de Otero, Premio Bahía, Premio Juan Alcaide, Accésit Ciudad de Torrevieja, Premio Emilio Alarcos, Premio Juan Van-Halen. Parte de su obra se ha traducido a varios idiomas y figura en antologías y publicaciones de catorce países.
Los poemas seleccionados forman parte de su «Al final de la escalera» (2015, Reino de Cordelia), por el que obtuvo el Premio Eladio Cabañero.
CUANDO NO TUVE NADA IMPORTANTE QUE HACER
Trabajé en muchos sitios imposibles,
en oficios absurdos y ridículos.
He sido porque sí:
Restaurador del cuarto menguante de la Luna,
crupier en una mesa en que jugaban
a la ruleta rusa o al simple desamparo,
conservador del horizonte
—eso siempre por horas y en las tardes nubosas—,
albacea del tiempo por venir,
conductor de un ilustre carromato de feria que perseguía la justicia,
distribuidor a domicilio de sensaciones imposibles,
pescador en un barco que se matriculó como patera,
sacerdote del dios desconocido que aún lo sigue siendo.
cocinero del hambre sin fogones ni plato ni cuchara,
monaguillo de alguna misa negra
que terminó en guateque deslucido,
ladrón de guante roto algunos viernes. Los sábados libraba.
Me desgané la vida como pude:
He vendido la droga de los sueños
a la puerta de alguna residencia de ancianos;
canté —muy mal, por cierto—en un mariachi turbulento y triste;
zurcí suicidios y pinté esperanza, la restauré después,
al cabo de los años, para que siga viéndose a lo lejos;
ecualicé los ruidos en un andén del metro
y el canto de los grillos en un solar de las afueras del silencio;
recogí los misterios de la vida
que abandonaban los adolescentes en las terrazas de los bares;
clasifiqué y almacené la risa, la ironía, la burla y el sarcasmo;
pregoné los poemas de la desolación.
Fui lo que nadie quiso ser, no me arrepiento.
Ahora que ha llegado la edad de jubilarme,
me niegan la pensión por inconstante.
Me ofreceré de voluntario en el Armagedón,
afinando trompetas,
o sacándole brillo a la guadaña.
CORSO EN LA ESCALERA
Subí seis tramos de escalera
hasta mi cuarto amueblado,
abrí la ventana
y empecé a tirar
las cosas más importantes de la vida.
(Grégory Corso)
¿Y qué importa subir una escalera,
llegar arriba, ver el mundo…?
Ni siquiera bajar para contarlo es importante.
Lo mejor en las muchas escaleras
de este planeta en guerra sin cuartel,
es saber que uno puede detenerse
en cualquier escalón, subas o bajes,
para mirar la luz que es diferente
según cambia de altura y ama cada peldaño.
Lo más hermoso es sentir algún pie
que pisó un descansillo,
una mano que hurgó en la barandilla,
un sueño que subió, esa tristeza que bajó,
o quizás al revés; sentir, vivir
cada fortuna y cada desengaño,
cada tiempo y su amarga soledad,
cada alegre fracaso
o cada triunfo que se vuelve turbio.
Cuando llegas al fin de la escalera
hay que tirar las cosas importantes
de la vida, si es eso lo que quieres,
a través de la ventana
como hizo aquel poeta impertinente,
o dejarlas al fondo del armario.
Pero la auténtica fortuna está
a lo largo de toda la escalera
subiendo a veces y bajando siempre.
FILOGENIA
A Lina Lence y Luis Gracia
He removido el agua del estanque
y la Historia se agita incontenible.
Están todos, son muchos.
No sé si esperan algo de nosotros:
El que en el fondo de la cueva mira al que pinta bisontes y gacelas. El que pinta también. El que regresa luego con la pieza de caza.
El que escucha la historia de aquel ciego que narra la aventura del rey de Uruk buscando la inmortalidad. También el ciego mismo.
El que escondido en la orilla, entre los juncos, ve pasar los navíos que transportan las piedras al Valle de los Reyes. Y el que luego trabaja aquellas piedras.
El que afila esas armas que habrán de conquistar el mundo en el nombre de Roma. Y el que ve cómo llegan los guerreros para incendiar sus campos.
El que acude a la plaza para ver a los cómicos cantando las leyendas de ilustres caballeros y damas misteriosas. Y el cómico, y la dama; también el caballero.
El que ayuda al maestro en su taller, piedra, pintura, polvo y maquinarias que asombrarán un día a todo el mundo. Y el maestro sin duda.
El que emigró buscando nuevas tierras, el que permaneció junto a las tumbas de sus antepasados.
La mujer de París que se sienta a pelar habas mientras la guillotina se aplica a su feroz tarea. Y el que sube temblando su última escalera entre las burlas del gentío.
Los hombres que se esconden en la viejas tabernas y hablan de libertad, planeando atacar audiencias y palacios. Y el hombre que confía en que no lleguen, y el que se despreocupa en los salones.
El que hizo de la guerra su negocio. Y el que murió para que aquel medrase.
El que mira el futuro con temor, el que lo espera sonriendo. El que no sabe si tendrá futuro.
Están todos aquí, son de los nuestros.
Heredamos su sangre.
MEMORIAL DE ESTA TARDE
A Jacqueline y Alfredo Pérez Alencart
Le deseo a la luz
que sepa lo que hace cuando deja a la sombra arrinconada en los toldos, prisionera en las cajas, desterrada [en los sótanos.
Le deseo al silencio
que recuerde su lúcido perfil al salir del tumulto de las calles, del mercado y la huelga y refugiarse en el beso [y la caricia.
Le deseo a la risa
que se estrelle contra los cartapacios y pantallas de aquellas oficinas que en las torres juegan a ser el [músculo del miedo.
Le deseo a la voz
que no devore el sueño, que sepa susurrar, ser confidente amable, ser bálsamo y remedio de la ira, recurso [fiel ante la intolerancia.
Le deseo al espejo
que no se ponga triste,
al esfuerzo que sea fuerte y justo,
al cansancio que tenga más de amor que de miseria,
al futuro que venga a caminar a nuestro lado y no amenace,
al pasado que olvide cuanto tuvo de hiriente o de tristeza,
al presente que ejerza de compañero bueno y tolerante.
Le deseo a la vida
que nos haga cosquillas y no escatime el tiempo de la felicidad.
Las ilustraciones son obra del destacado artista y poeta portugués Emerenciano Rodrigues (Ovar, 1946). Desde 1974 ha realizado numerosas exposiciones individuales. Son reconocidos sus retratos de los poetas Eugenio de Andrade o Albano Martins, entre otros.
El artista Emerenciano
julio 12, 2017
UN verdadero poeta… Enrique