Crear en Salamanca se complace en publicar cinco poemas del poeta iraquí Abdul Hadi Sadoun (Bagdad, 1968). Es escritor, hispanista y editor. Durante diez años codirigió la revista literaria en lengua árabe Alwah. Dirige la editorial Alfalfa, especializada en letras árabes modernas. Ensayista y colaborador en varias revistas culturales árabes y españolas. Es autor de los siguientes libros de narrativa: El día lleva traje manchado de rojo (1996), Plagios familiares (2002), Yasmín y la pelota (2009) y Memorias de un perro iraquí (2012). Ha publicado tres antologías de poesía iraquí moderna en lengua española: La maldición de Gilgamesh (2003), A las orillas del Tigris (2005) y Otros mesopotámicos raros (2009). Ha traducido al árabe, entre otros, a Bécquer, Antonio Machado, Rafael Alberti, Vicente Aleixandre, Juan Ramón Jiménez, José Hierro, Enrique Vila-Matas y Alfredo Pérez Alencart. Su poesía, como su narrativa, ha sido traducida al alemán, francés, inglés, italiano, serbio, rumano, persa, turco, kurdo, castellano, catalán y gallego.
Sadoun reside en Madrid desde 1993. En el año 2009 ganó la Beca Internacional de Poesía Antonio Machado por su poemario Siempre todavía. Poemarios publicados: Encuadrar la risa (1998), No es más que viento (2000), Escribir en cuneiforme (2006), Pájaro en la boca (2009), Siempre todavía (2010), Techo inmóvil (2011) y Campos del extraño (2011).
Estos poemas han sido extraídos de la antología “Siete poetas árabes actuales en España. Hijos de la Travesía” (Verbum, Madrid, 2013, pp. 119), editado y prologado por José Sarria. Los otros poetas antologados son Talat Shahin (Egipto), Mohamad Osman (Siria), Malak Mustafa (Siria), Muhsin Al-Ramli (Irak), Ahmad Yamani (Egipto) y Khalid Kaki (Irak).
Destacar que los responsables de Verbum, desde los tiempos de Gastón Baquero, guardan estrecha vinculación con Salamanca.
PAJARO EN LA BOCA
Mientras me deshago de los versos
y las tentaciones de las palabras
inservibles
de la mujer que duerme a mi lado esta noche,
intento llamar al pájaro del estrecho tragaluz
espero salga de la sombra
como lo adivinaba aquel poema que leí y olvidé.
Le espero… hasta que salga de mi boca
y desaparezca en el silencio.
Mientras doy la vuelta
de un lado a otro
en el hueco de mi deseo
tampoco pienso en una muerte
tan clara como dormir
en este momento.
La ignorante mujer, casi inocente
sonríe en la penumbra.
Mi idea desprecia el amanecer surgente
me levanto descubriendo el juego
nada de pájaros
las carcajadas de esta mujer son la única verdad.
“No es más que viento”, diré
repitiendo la frase de Gilgamesh el mesopotámico
un antepasado raro,
y vuelvo a besar las rosas del mantel.
El pájaro es un viejo recuerdo
de apoderada noche.
PECES MUERTOS
Los peces muertos de la fuente,
¿acaso sienten su frío caído de lo alto?
¿acaso miran con asombro mi nuevo traje
ceñido como un cinturón
de tela revuelta por las aves del viento?
Cada día, en el autobús,
cruzo cerca de ellos.
El hombre de siempre,
inclinado sobre la fuente
pule sus escamas de piedra.
Los peces muertos,
¿en qué piensan
si no pueden nadar?
LOS AGUJEROS
¡Oh Señor!
Cuando dibujo mi cabeza, aparecen los agujeros
cuando agito la cabeza, me perforan los agujeros
cuando revuelvo la cabeza, me vigilan los agujeros
cuando hablo a la cabeza, me inundan los agujeros.
No hay esperanza
la cabeza
taladrada por los agujeros
no podrá conservar ninguna dirección
solo agujeros.
Los agujeros,
¿Por qué, Señor?
LA CIUDAD
Y es la ciudad ahora
una línea torcida en mis manos
un callejero de desilusiones.
Desde esta puerta salgo a recibir al día
y desde aquí despido los atardeceres
que se empapan en su fiesta de ámbar.
Ante esta piedra
almaceno mi aliento para otra novillada.
Es un día confuso y desacorde,
planifica mis destinos en la cesta de la nada.
Aquí mis pasos
estampan sus eternos laberintos.
El atardecer gris
espera
la fruta que cosecha mi mañana.
Aquí mis nubes merman.
Sombra de tentativas crudas.
Nos une el miedo, no el amor, querida,
por eso nos abrazamos todo el rato.
EN TREN CON ANTONIO MACHADO
En el mismo tren de cercanías
o de tercera
que te llevó hace ya un siglo
estoy,
pero con el equipaje repleto de recuerdos
dejando Madrid atrás
y más aún Bagdad.
Yo no contemplo nada
pero los asientos,
como sabes,
te eligen al azar.
A mi lado tres doncellas
dicen ser de Jadraque,
un pueblecito perdido,
hojean con interés
revistas del corazón;
una mujer mayor con su hijo
conserva el brillo
y esa dulzura lejana
que un buen día
a todos
nos abandona.
Ruinas veo desde mi ventana,
campos de olivo veo,
letreros y señales;
verde, amarillo, rojo
y un color hermetizado
de las charlas ajenas
sin parar.
Intento cerrar los oídos, intento
sin éxito,
olvidar los dedos que me recuerdan
no olvidar.
El sol es el mismo
aunque decía el poeta mesopotámico
que allí
donde lo dejé
es más bello.
Y me conformo
con no abrir
los cajones del alma.
El tren marcha siempre
yo me quedo pegado al calor de la ventana
o al calor de los versos melancólicos.
Todo necesita principio,
menos nosotros,
la vida
nos premia con seguir
y no nos recompensa
excepto por el espectáculo.
No es esto, Don Antonio,
lo que contemplamos
y lo sabemos los dos
lo que pienso en mi viaje
como lo pensaste en aquel viaje.
Lo que nos preocupa
es ver pasar la vida
—fugazmente—
ante nuestros ojos
como estos árboles
que saltan consecutivamente
a través de las ventanas
y no hay manera de alcanzarlos.
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