El poeta Marco Antonio Madrid
Crear en Salamanca se complace en publicar, por vez primera, una muestra de la poesía de hondureño Marco Antonio Madrid (San Nicolás, 1968), es licenciado en Letras con especialidad en Literatura por la UNAH. Se ha desempeñado como profesor de Filosofía y Letras en distintas universidades de Honduras. Sin embargo, su labor docente la ha desarrollado principalmente en el Departamento de Letras de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras en el Valle de Sula (UNAH-VS) impartiendo la clase de semiótica y literatura. Poemas suyos han aparecido en diarios hondureños y en algunas revistas literarias extranjeras y ha participado en antologías centroamericanas e hispanoamericanas. Ha publicado los libros de poesía La blanca hierba de la noche (2000), La secreta voz de las aguas (2010) y Palabras de acerada proa (2018).
Fotografía de José Amador Martín
Atada
Adherida
Con o sin derecho
Con o sin memoria
A mi lecho
A mi sueño
A mi carne
A mi sangre
A mis huesos
A mí todo:
La poesía
Fotografía de José Amador Martín
TIERRA YERTA
Nada encontrarás en este pecho.
Nada sino el picotazo atroz
con que la tierra sepulta una leve sombra.
El polvo homicida de viejas estaciones.
La infame huella que los siglos dejan
sin una lágrima.
¿Qué canto amanecerá atestando mis labios despiadados?
¿Qué viento encenderá la higuera
/redimiendo mis cenizas?
Mas algo de mí habrá en ti, algo de mi voz habrá
/en tu voz.
Frágil,
tenue,
una sílaba nos nombra
junto a ese mar que vomita soledades.
Fotografía de José Amador Martín
ÍCARO
No escuches el esplendor de ese cielo.
Tu destino está junto al polvo de este sueño.
Voraz es el camino donde el hombre
ha perdido su inocencia.
Nadie asciende con una mancha de limo
en su costado.
UNA HERIDA MÁS HONDA QUE LA SOLEDAD
Por estas huellas que el tiempo va dejando en la memoria.
Por los caminos como ríos
Donde naufragara lo mejor de nuestros días.
Por la soledad de esa luz
A la cual se acostumbraron nuestros ojos,
Y la proximidad a la palabra
Y el fuego que con ella construimos.
Por las tardes atadas al silencio de esas planicies
Donde las sombras escampan al rumor de unos labios
Y las rocas se alzan hacia una luz
Definitiva y fugaz.
Por los lugares comunes al sol y a la lluvia
Y al aroma que aún ostenta el recuerdo.
Por los rostros ya cansados y a las voces que regresan
Para hablarnos de estaciones ya vencidas.
Por la mismísima tierra plantada de magnolias
y tristeza.
Por los besos, mujer,
Por los besos en abril
Y la piel que acariciaste ignorando su ceniza
Por el mar y los adioses y el corazón
Como un navío en la corriente inexorable.
Por todo ello
He de llorar por ti.
Habrá de recordarte la luz de un día.
Fotografía de José Amador Martín
FARALLONES
Salmo 78:39
Hundir los remos como quien abre surcos en la tierra
para depositar el grano y luego ver crecer la espiga.
Tirar las redes en esa rueda del mar intacto donde
duerme el pez y duerme el astro y mirar en el espejo
de las olas, en un cielo que es otro cielo, el rostro
que ya no es tu rostro y saber que somos carne, efímeras
formas de una materia inerme, soplo que va y no vuelve.
Fotografía de José Amador Martín
MARE NOSTRUM
Al final de cruenta guerra las armas de Roma
se impusieron a las de Cartago, la flota romana
fue dueña del mediterráneo al cual llamó mare
nostrum. Mas estos hechos tan solo son fastos
de la historia; lo realmente importante es el mar
que todo hombre debe conquistar en su interior,
y Júpiter concede cuando se han vencido a los dioses
de los bárbaros.
Nómadas como el viento en la estepa solitaria,
en las huellas dejadas sobre el barro duerme
la memoria del guerrero.
¡Que la victoria te sea propicia, vencedor de ti mismo!
¡Que marte insufle valor en tus aceros!
Ya se escucha el golpe del piélago sobre el dulce velamen,
el rumor de los primeros astros sobre las silenciosas olas.
Fotografía de José Amador Martín
LA ROSA DE PARACELSO
A Jorge Luis Borges
Apocalipsis 2:17
Recordó la flor que antes de ser ceniza fue color,
espiga en aroma,
espiral al viento. Recordó la brizna de luz
en la hoja que cae del tiempo, la sombra
en el vuelo errante del ave y el canto feliz
del astro, pensó la flor en la piedra y en la espina,
recordó el dolor y recordó el camino.
¡Suplicó volver!, mas el ojo del escéptico no advirtió
el prodigio,
el maestro pronunció la palabra oculta…..
¡Intacta resucitó la rosa y otra era la flor
que a la vez era la misma, así como la piedra
era la piedra y al mismo tiempo era el camino.
Fotografía de José Amador Martín
REMANSO
El hombre pasa.
Su palabra queda temblando
Un instante sobre el agua,
Un instante,
Después es una lágrima.
Un instante nada más,
Un instante sobre el agua.
El hombre pasa.
El sol es alto en sus pupilas
Y el viento robusto
En su mirada.
¿No escuchas el incesante batir
De unas olas en su sangre?
¿El canto transitorio de las aves
Surcando la memoria?
¿El reproche de unas huellas,
El antiguo rencor de sus pisadas?
El hombre pasa.
El sol se apaga
Dejando un remanso de sombras
En sus labios,
Y no hay sueños,
Ni mundos que pueda redimir,
Ni credos que los salven.
Tan solo hay una herida
Que sangra en su costado,
Y sus palabras,
Lagrimas disueltas sobre el agua.
Fotografía de José Amador Martín
MÁS ALLÁ DE LAS FURIAS
En vano será el afán
De buscar otros nombres. De una vez para siempre
Es Orfeo quien canta. Viene y se va.
(Reiner María Rilke)
Habrás llegado tú, tierna Euridice,
Limpia ya de toda sombra.
Habrás llegado a palpar las llagas del vencido.
En las frías alamedas, mi cabeza
Es tan sólo la lejana contemplación de algún astro.
Me defiendo de la noche
Tratando de esquivar la marea de esas hojas
Que el viento arrastra hasta mis ojos;
El agua estallando en la osamenta del mundo
Es tan frágil en mis huesos.
La lluvia cae, y mi mano
Roza la piel de algún camino.
Nada soy entre infectadas amapolas,
Sobre esta corriente humana
Que se hunde en el tedio de la urbe.
Entre el asfalto y la vendimia,
Sobre la crueldad del fiero mármol,
No escucharé, el dulce canto de la lira.
El fuego lunar de las Ménades ha gastado estos muros.
Devastados los imperios,
Muero en el sueño de esa boca núbil
Que ardorosa remonta la corriente
Y me llama y me sueña.
El amor une en ti mis pedazos, tierna Eurídice,
Limpia ya de toda sombra.
Fotografía de José Amador Martín
ELEGÍA SEGUNDA
Un rastro de lágrimas podrías ser.
Una página del tiempo donde he depositado
cadáveres y ruinas, singladuras y recuerdos.
Un rastro de lágrimas podrías ser, la barca
que se aleja del hombre, la nostalgia
del camínate al ver sus huellas perdidas
en las arenas del mundo.
La velada claridad del sol en la borrasca
o el oscuro pétalo donde cayó la noche.
La música solitaria y triste de unas olas sobre
los gastados muelles, el aire de abril dejando
entre mis dedos el vuelo presuroso de las aves.
Un puñado de hojas
manchadas por la última luz del otoño.
Un rastro de lágrimas podrías ser.
la palabra no dicha.
El silencio.
Fotografía de José Amador Martín
FABULA
Llega la tarde y duerme un poco su luz entre las hojas
/ del patio.
En ella están el canto, la fabula y la memoria primera
/ del ave,
la condición terrestre del hombre y el claro olor de un sol
aun verde en los naranjos, los caminos abriéndose paso
entre las zarzas del tiempo, la negra piedra de oscura lava,
el rio, la montaña. El principio y el fin, las aguas
/ que pulen
insomnes del duro mineral de un origen.
ANACREÓNTICA
El mar, como el oscuro color del vino cantado
por Homero en hexámetros audaces y ese oscuro
mar del vino celebrado por Anacreonte de Teos
con cítara y monódicos versos; al igual que el amor,
desembocan en la gracia del poema.
Por ello, no te niegues ni al mar ni al vino,
y por adverso que te haya sido el signo de eros,
da otra oportunidad a tus días. Recuerda que el amor,
al igual que la lanza del pélida Aquiles, suele al golpe postrero
restañar la primera herida, curarnos del primer dolor.
Fotografía de José Amador Martín
POEMA PARA RECORDAR UNA INFANCIA
A Dionisio Mejía, el Papanicho, en memoria
I
El viento de las tierras altas
tiene la oscura presencia de los manantiales,
brota entre las piedras
como la ancha hoja del banano,
arde en su llama igual,
en su cielo color jade,
barre e las tumbas la yerba seca
y las florecilla muertas que caen de la tarde.
Llega de puerta en puerta
buscando el fuego de las lámparas.
Entonces, para enfrentarlo, mi abuelo
me da una pistola y un caballito de palo.
“Quien vive”….
Nadie contesta y el eco se pierde en la noche
y entre las viejas ramas de los árboles.
El viento de las tierras altas
anda todos los días rio abajo, bebiendo
en tinajas de oro un poco de sol
entre los juncos del calpul y los barrancos
de barro colorado.
Bebiendo un poco de sol entre las hierbas
del soto y las hojas de cilantro.
Los domingos desemboca en los patios,
nos trae el cafetal, el canto de la urupa
y la delgada sombra del madreado.
Un día triste abandone los primeros años,
“quien vive”…
Él se vino montaña abajo.
El viento de las tierras altas
murió e día que murió mi infancia,
quedo ahí, junto a la pistola y el caballito
de palo, en un rincón de los recuerdos,
junto a las aspas del molino
y la roja pulpa de los granos.
Fotografía de José Amador Martín
II
Mi abuelo se marchó en noviembre.
Despacio camino con la lluvia,
iba en busca de un potro de jáquima dorada
y crin color de cielo.
Prometió volver antes de las cosechas,
cuando el maíz esta tiernito y las mazorcas
nacen como matas de verde aguas.
Cuando el pájaro carpintero taladra la nieve
de los bosques y de las moliendas brota
el oscuro olor de la cachaza.
Mi abuelo se marchó en noviembre…
¿Nadie lo vio pasar?
Vestía un stetson con una sonrisa
de ala ancha, pantalón oscuro, camisa blanca…
¡No, nadie lo vio pasar!
A lo lejos, como una luciérnaga en la noche,
brilla una lámpara.
Una vieja canción
pareciera nacer entre las cosas: había entonces
una estrella enredada entre las hojas, “que pinos
tan grandes y que cielos tan altos, al igual que cometas,
con sus plumas alegres y sus picos abiertos
pasan los pájaros”.
Con el olor de los cedros se propagaban a noche.
La noche del lepasil, la noche del cadejo,
la noche del arroyo donde nacían todas las lágrimas,
la noche que ardía en los calpules como el silbo
de un pájaro mortuorio… mas siempre la acerada llama
de un candil horadaba las sombras,
/ descifraba los misterios
y a solas conversaba con el hombre.
Había entonces un pesebre de donde se levantaba
un sol más alto que las ceibas.
Había una mañana y un rio que venía de lejos,
como un rayo se hundía entre los cerros, como una sierpe atravesaba las hojas… Después, sin poder volver,
sangraba con las heridas de la tierra. Lloraba, cantaba el rio
su vieja canción entre las piedras.
Han pasado los años y los noviembres con su interminable
mancha de frío. Mi abuelo ya no está conmigo,
pero en la vieja casa, bajo la sombra fiel de un recuerdo,
un niño aún lo aguarda, como quien aguarda al padre, al amigo.
Otra imagen del poeta Marco Antonio Madrid
Fotografía de José Amador Martín
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