El poeta hondureño Dennis Ávila (Foto de Julia Henríquez)
Crear en Salamanca tiene la satisfacción de publicar una muestra de la poesía de Dennis Ávila (Tegucigalpa, 1981). Sus primeros libros de poesía se concentran en la antología Geometría elemental (Casa de Poesía, Costa Rica, 2014). En el año 2016, aparece La infancia es una película de culto (Ediciones Perro Azul, Costa Rica), reeditado en el Proyecto Editorial La Chifurnia (El Salvador, 2016), en Trabalis Editores (Puerto Rico, 2017), en Amargord Ediciones (España, 2018) y en New York Poetry Press (2019); Ropa Americana (Amargord Ediciones, España, 2017), reeditado por Puertabierta Editores (México, 2018); e Historia de la sed (Amargord Ediciones, España, 2019). Ha participado en eventos literarios en Centroamérica, Puerto Rico, Cuba, Bolivia, México, Estados Unidos y España. Su poesía se encuentra seleccionada en diversas antologías y ha sido traducida al portugués, inglés, rumano, árabe e italiano.
Vista de Salamanca (foto de José Amador Martín)
Dennis Ávila está invitado a participar en el XXII Encuentro de Poetas Iberoamericanos, que se celebrará en Salamanca del 14 al 16 de octubre.
Foto de José Amador Martín
MUTACIÓN
Los poetas no se van:
su destino es un grillo
que raspa las paredes de la noche.
Al abandonar un país
creen dejar su infancia,
y lo que sigue
son pasos de niño sobre el mundo.
Alguien les niega un algodón de azúcar,
y no hay nada más triste
que la luz extinguida de un poeta
veinte años después
frente a un juego mecánico.
Inclinan la balanza
por un lugar en el camino
y cada regreso
es un volver mamífero.
Su maquinaria de hormigas
abre un sendero de hojas.
Los poetas son árboles en fuga
queriendo echar raíces
en un planeta propio.
Foto de José Amador Martín
FRONTERA
Traigo –en el fondo de mi encuentro–
dos mitades.
Vienen de un lejano verano,
inmersas en su hora necia,
y antiguas
como la edad misma de los acantilados.
Arrastran dos ganas de llegar,
intentan huir a lo deseado;
han escuchado que es ahí
donde las cosas viven.
Una quiere quedarse;
la otra, solo quiere cumplir un sueño,
para que dos mitades
en un bus, en una calle, en un cuerpo
no tropiecen.
En esta cábala de esperas
seguirán buscándose.
Cada una se quemará por dentro.
Soy mi ciudad. Soy mi país.
Soy un pedazo de tierra.
Traigo en el fondo de mi encuentro
las mitades de un río
que juntas se apedrean.
Foto de José Amador Martín
VEINTE MIL LEGUAS DE VIAJE PERSONAL
El Nautilus
fue una mantarraya de hierro
que me seguía por las noches.
Cansado del capitán Nemo,
de un pulpo gigante
y otros hechos literarios,
decidió habitar mis pesadillas
con los hilos de agua
que dejaba tras de sí
cuando salía de mi cama.
Lo recuerdo
como el papalote de Neptuno,
saliendo del océano
–hasta nublar el sol–
para caernos encima.
El Nautilus fue un submarino
que dio color
a la oscuridad del mar.
Vuelvo al libro de Verne
para repetirme:
es una máquina buena,
pero algo de este miedo
aún enciende sus motores
en el agua de mi pecho.
Foto de José Amador Martín
ESTUDIOS SOCIALES
En tercer grado
nos enseñaron que Honduras
no tenía volcanes.
A manera de consuelo,
los maestros agregaban
que éramos el país
más montañoso de Centroamérica.
La fertilidad vendría de otra parte,
no de la lava ni del flujo piroclástico
que arrasó la naturaleza
para que todo pudiera volver.
Al final
no importó que nuestras montañas
nacieran ciegas.
Esta región del mundo
aprendió a vomitar para adentro.
LOS PIES EN LA TIERRA
Intento imaginar
los primeros zapatos de mi padre.
¿Tuvieron el color que surge
en la corteza de los árboles
cuando va a amanecer?
¿Sus cordones fueron implacables,
como aquellos que amarraron
la leña de las haciendas vecinas,
que él y sus hermanos
ansiaron en los días lluviosos?
La suela, ¿lo suficientemente gruesa
para aplastar espinas?
El tacón, ¿inamovible,
capaz de entender un nuevo equilibrio?
Delgado, sin duda, el camino de sus hilos
en esta dimensión desconocida
por unos pies descalzos.
¿Los tomó de alguna estantería
o salieron del corazón de un zapatero
directo a sus pies?
¿Temió gastarlos, a las cinco de la mañana,
para arrear las vacas
de los señores feudales de su infancia?
¿Los llevó a la escuela en su jornada mixta
o al vender melcochas
antes y después de cada clase?
¿Alcanzó los labios
de alguna muchacha que pudo visitar,
por fin, con los pies limpios?
Siempre me conmovió
la historia no contada
de los zapatos de mi padre.
REGLAS DEL JUEGO
Había un poste de luz.
Contaba hasta treinta y todos se escondían.
Encontraba a los más lentos y pequeños,
por desgracia alguien escapaba,
tocaba el poste
y se disponía a gritar:
¡Liberen a todos mis amigos!
Me regresaba al lugar de inicio.
Volvía a contar.
Al pasar por estas calles,
veinticinco años después,
mis amigos siguen escondidos.
Foto de José Amador Martín
HAY DOS PÁJAROS
HAY DOS PÁJAROS
en el cielorraso de mi casa.
Entre ellos y mi angustia
brilla un tragaluz.
Los escucho golpearse
en busca de ventanas que no existen.
Abro una lámina y meto la cabeza.
No son dos cuervos
ni me sacarán los ojos.
Despliego un sendero de pan molido
hacia la ventana.
Su miedo frena al colibrí
que llevan en el pecho.
Hay dos aves
en el cielorraso de mi casa:
cuatro alas que me duelen
como una tormenta de pájaros.
Foto de José Amador Martín
VIVO EN UN LUGAR
VIVO EN UN LUGAR
donde hay un bosque
al que no tengo acceso.
No quiero sus arañas
ni los árboles mis deudas,
pero compartimos el mismo aire.
Una constructora lo está arrasando,
tiene el permiso de talar,
licencia para inducir temblores
con su maquinaria.
Soy parte de esta construcción:
un bloque en la pared
que me priva del bosque.
Tiembla la tierra.
En mí suena
el golpe seco
de otro ser vivo que cae.
Foto de José Amador Martín
LA LUZ SE VUELVE PRÓXIMA AL HABLA
Desde aquí le pido a mi familia
que cuide el fuego de sus días.
Les pido que coman
y se protejan
para que el frío no escarche mi nido;
que se hidraten
para que no me aplaste la sed.
Cada bocado alimenta
a nuestros ancestros;
cada sorbo ofrendado al agua
para las generaciones futuras.
Cada paso, una latitud.
Puedo resistir sin comer,
puedo resistir sin hablar,
pero esta sed me está matando.
Sueño con el agua de mis perros,
el agua con sedimentos
en la superficie:
saliva, espuma y tierra
traída en sus hocicos;
el agua
que les cambio cada día.
Sueño con el agua
bañada de ceniza,
lanzada por un volcán
que habla desde el Este,
animal de fuego
que despierta cada tanto
y nos pinta de gris.
Sueño con el agua
que se va por un desagüe
envuelta en jabón
y restos de comida.
Sueño con el agua
que no quiere llover.
Sueño con el agua que me derrumbó,
el agua testimonio de un turista
porque de ella vio beber a niños
en una cuneta de mi ciudad natal.
Sueño con el río sucio
que odié en mi adolescencia,
cuando lo descubrí
en las manos de las tortilleras
que nos dieron de comer
toda la infancia.
Sueño con el charco
que esquivaron mis zapatos
antes de llegar aquí.
Sueño con el agua limpia,
con el agua potable,
con el agua.
Foto de José Amador Martín
TOMO EL POEMA EN TUS MANOS…
TOMO EL POEMA EN TUS MANOS,
mi guerrera, mi poeta.
Sos la estrella matutina
que veo, pequeña y poderosa,
en medio de estas ramas.
Juntos, hemos atravesado
la noche
de nuestros países y familias.
Juntos, levantado
la mirada
y compartido esta sed.
A tu lado me siento fuerte.
Crucemos esta noche blanca.
Foto de José Amador Martín
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