Felipe Lázaro en Salamanca, durante el homenaje internacional a Gastón Baquero
(1993, fotografía de Jacqueline Alencar)
‘Crear en Salamanca’ tiene la satisfacción de publicar cinco poemas de Felipe Lázaro (Güines, 1948), poeta y editor cubano que salió de su patria en 1960. Están extraídos de la segunda edición de su antología “Tiempo de Exilio”, recientemente publicada en Madrid por Ediciones Betania. Él, poeta y editor, es licenciado en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid, además de graduado de la Escuela Diplomática de España. Fundó la editorial Betania en 1987. Ese mismo año, obtuvo la Beca Cintas. Fue uno de los fundadores de las revistas Testimonio (1968), La Burbuja (1984) y Encuentro de la cultura cubana (1996), y del periódico La Prensa del Caribe (1997).
Tiempo de Exilio, segunda edición, 2016
LA PARTIDA
A los ojos del recuerdo,
qué pequeño es el mundo.
Baudelaire
La algidez del silencio
con la complicidad del que huye.
Los arrastrados pasos
con ansias de no proseguir.
Un acontecer amilanado
concierto de palabras incoherentes
tedio en ojos invisibles
recuerdo en depósito de muerte
llanto trémulo y febril.
Una angustia infinita de tristeza.
TRATADO MATEMÁTICO
Para Carlos Contramaestre
Es tan difícil amar lo fácilmente logrado
que lo erótico ya no está en la lejanía
sino en lo inconcluso de un espacio eterno
que nos proyecte a distancias inalcanzables.
Amar es dejar de ser sin excusas pasajeras.
Imposible es dividirse
y mejor sería multiplicarse.
Sumar poros es lo que cuenta.
Restar es la impotencia de un gran desafío.
Más vale toda álgebra amorosa
y acaso la trigonometría
que pensar en axiomas existenciales.
Al final, somos como líneas paralelas,
la nada más matemática y plural:
intentar siempre un idilio que nunca termine.
POETA ERRANTE DE TODO BANDO
Para Carlos J. Báez Evertsz
…hasta escribir una carta es cosa penosa
Luis Cernuda, una carta a J.L.L., 1953.
Desterrado de sí mismo
como una provocación más en su vida
siempre le acompañó el poder subversivo de un poema.
Lacerado hasta el infinito
-poeta errante de todo bando-
sufrió la censura de los sectarios
y el olvido impuesto en textos,
ya superados por la Historia.
Como una de sus destartaladas maletas
-siempre prestas tras la puerta-
jamás logró el regreso ansiado.
Su vida trascendió rota
-perpetuándose como un dandy–
poetizando a diestra y siniestra.
No obstante, comprendió a tiempo
lo frágil que son las fronteras,
incluido su mejor sueño o su mayor anhelo.
Este hombre masticó el exilio
y toda desesperanza le fue ajena.
León de la Hoz, Teresa García, Felipe Lázaro, Pío E. Serrano y Efraín Rodríguez
FECHA DE CADUCIDAD
Para los compatriotas que optaron
por el destierro desde 1959.
Todo exiliado es un sobreviviente
que rescata del naufragio la patria
convirtiéndola en su única balsa.
Su zozobra le consume toda existencia
por donde discurre la odisea de los días.
Su tiempo, marcado por la fijeza, pasa y no pasa.
Convertido en un mero espectador
se aferra al terruño como singular salvavidas
y desde las ruinas de su vida
sólo le queda un grito de libertad,
ante la impaciencia de las horas
y hasta de los segundos.
Extrañado hasta de su propia sombra
deambula desencajado con paso cansino.
Es el más puro de los murmullos.
Sin embargo, es solidario con Dios.
Presiente como suyo el dolor ajeno,
le aterran las más mínimas injusticias
y sabe que todo exilio es el mayor castigo,
convertido en crimen.
Sus piernas de equilibrista consumado
añoran el ruido rompedor de las olas
o la frecuencia de la más leve brisa.
Su desdicha desterrada la supera a duras penas
con sus taciturnos monólogos
que reviven con pasión su pasado
-conservado como raíces tendidas al sol-
y siempre luce como perenne estandarte
la insistencia de sus deseos:
volver aunque sólo sea con sus recuerdos.
A este triste y solitario náufrago
sólo le queda rememorar su infancia
-su verdadero país-
mientras se niega a acepta esta tragedia
impuesta por la Historia
-histeria patria-
y la lejanía no está en él
ni el espacio lo desune.
Más bien compensa su ausencia
con el nuevo hogar que ya es otra isla,
repleta las paredes de nostalgia:
el mar que siempre consuela
o un envejecido mapa con el paisaje de su niñez.
Y quizás como frágil esperanza
asuma el diario recopilar de noticias,
ansioso de todo acontecer insular,
pues hasta las más tibias reformas cuentan.
Históricamente optimista
se desespera por la ausencia prolongada
de una muerte anunciada
que ya no sorprenderá a nadie.
Y aún así se replanteará el posible regreso:
siempre y cuando todo cadáver histriónico
tenga fecha de caducidad,
sino sólo le quedará retornar
con su cotidiana fantasía.
(2003)
Felipe Lázaro (al centro), con Fernández Ferrer e Isabel Castellanos
(Salamanca, 1993, foto de Jacqueline Alencar)
ELLA, LA ESCURRIDIZA
Para Alfredo Pérez Alencart,
en su reino salmantino.
Ella presidía el desayuno de poetas.
Era la más animosa,
la más concreta presencia de nuestros versos.
Gozosa, saltaba de una loncha de salmón ahumado
a la copas del cava casi congelado,
que cómplice libaba a hurtadillas;
despejadas las reales dudas de esa mañana.
En pandilla caminamos juntos hacia la Plaza Mayor
-a donde siempre se vuelve
y pasea toda la juventud del Universo-.
Recordábamos poemas y anécdotas de bardos,
buscando la complicidad del mediodía,
de la tarde o de la noche salmantina
hasta ese amanecer único de piedras rojizas
que nos incrusta la Historia en cada poro de nuestra aturdida piel.
Mientras, ella, la escurridiza, nos seguía a todas partes.
La recuerdo tomando tragos a mansalva hasta la madrugada,
rastreando nuestras huellas:
de bar en bar,
de taberna en taberna.
Sí, ella ha bebido a nuestro lado.
Doy fe de ello.
Sentada en una alta butaca,
como una silente señorita aristócrata,
nos platicaba, a susurros, de amores y desamores
hasta desvanecerse en la niebla de la ebriedad
y volver sigilosamente –como cada mañanita-
a su perfecto escondite pétreo
para que los incesantes visitantes la busquen en la piedra.
Mientras, ella, socarrona y divertida,
duerme, ya eterna, su resaca milenaria.
Portada de la primera edición
FELIPE LÁZARO, EXILIADO EN EL TIEMPO
Por Francis Sánchez
50 poemas, pertenecientes a seis libros publicados, sintetizan la obra de Felipe Lázaro (Güines, Cuba, 1948) seleccionada en Tiempo de exilio. Antología poética 1974-2014, retazos de una vida arrojada fuera de la patria. Así el poeta ensarta su dilatado exilio en la aguja de un verso adaptado al exacto existir, a la experiencia emocional y cultural más perceptible, sin que le tiemble el pulso al guiarse siempre por la sajadura del desprendimiento, la condición de exiliado como hilo conductor que lo perdió y al mismo le ha permitido encontrarse para la poesía.
Llama la atención precisamente, en sus versos y en declaraciones concedidas que, a pesar de salir de Cuba con solo 12 años (1960), Felipe Lázaro reclame el término «exilio», cargado de connotaciones políticas, lo que imprime un nivel de coherencia muy consciente a la problemática de su visión literaria desde su primer libro hasta esta selección personal que no ha podido recibir mejor título.
«Emigración» y «diáspora», nombres más desideologizados, se reparten a veces entre los poetas cubanos y sus orbes construidos lejos de la tierra natal a través de diferentes ciclos del éxodo extraordinario iniciado en 1959. Felipe Lázaro, quien se graduaría de Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid, empezó a escribir ya fuera de su isla, durante lo que llama «mi destierro puertorriqueño», un periodo que duró hasta 1967, cuando se trasladó a Madrid. Su despertar a la literatura, por tanto, unido a su alcance de la adultez, significó chocar con la ausencia, asimilar la pérdida del suelo nacional y el otro, el de la infancia: «Detrás de cada estancia evaporada/ encuentro recuerdos» («Nostalgias arrebatadas del naufragio»). Luego, su discurso lírico parte del punto de reconocer una condena recibida, una muerte impuesta a diario, el destierro, pero no se limita a enunciar razones deducibles de un foro civil, sino que transita, ya de niño, ya de joven, por evocaciones y sensaciones propias de una forma de vida inocente, usada, acorralada contra el fondo de la historia, con el «abismo de la extrañeza/ el estar fuera» («Despedida del asombro»).
Desde ese fondo doloroso y confuso, emergen solo contados datos que ubican al poeta entre aquellos acontecimientos derivados de la revolución de 1959, aunque resultan suficientes, como el poema-inventario que dedicara a Jorge Valls, alguien entonces casi inexistente en Cuba, preso político «plantado» o negado a la reeducación, y donde se subraya la importancia de un espacio vital mínimo: «Lugar: La Cabaña-cárcel,/ un camastro,/ una mesita,/ unos libros,/ poca luz». Paralelamente, en «Trasplantado», otro texto de su primer libro (Despedida del asombro, 1974), al hacerse un autorretrato, describe cómo pasa el tiempo para él, el exiliado, en un mundo demasiado inasible, o más bien cómo no pasa, pues aquí el deambular ordinario adquiere la densidad del cuerpo moribundo: «Trasplantado,/ vivir cotidianamente/ como agonizando/ mantenido por savia propia/ raspando paredes…»
Destacan tres cuerdas esenciales en el laúd de este desterrado. La primera, la vena del exilio, se pone sobre el tapete una y otra vez, desde el poema que abre esta selección, «La partida», y domina ampliamente el conjunto. La segunda, aparece después que el dolor se tensa demasiado, como solución parcial al vértigo, refrena los sentimientos dramáticos y trae una poesía de aliento festivo, distanciada, burlona, especialmente apreciable dentro del libro Los muertos están cada vez más indóciles (1987), en que predomina el tono menor, el juego, la ironía, la parodia, junto con un tipo de anacreónticas que por razones más cubanas loan también al vino, los placeres pasajeros, la búsqueda de la felicidad sin el plomo de la política y habiendo renunciado a todo afán para cruzar, como el mulo de Lezama Lima, el vacío de la historia: «los días pasan mejor contando botellas», dice. No obstante, incluso dentro de esa zona aparentemente disoluta, el náufrago en tierra descubre y celebra auténticos asideros: la amistad («La intolerancia se disipa con un buen jerez»), el carpe diem, la estética, el hedonismo, y el amor. Por último, una poesía de temática amorosa completa la triada, siendo exclusiva en el cuaderno Ditirambos amorosos (1981) y sobresaliente dentro de Un sueño muy ebrio sobre la arena (2003).
Se trata de tres campos semánticos que se entrecruzan y, a veces, contrastan con toda intención. Así la intimidad del amor carnal se prueba y cobra significado, por ejemplo, según suplanta el carácter supuestamente inevitable o grave de los escenarios sociales, protesta pacifista y natural a lo hippie: «Nosotros en un cuarto trinchera cambiamos el mundo (…) Allí reside la esperanza humana,/ allí con una sinceridad de luz hermanada/ construimos nuestro mundo verdadero».
Sin embargo, el testimonio que más conmueve dentro de la poesía de Felipe Lázaro, y por mucho, porque le pertenece de nacimiento y lo ha asumido además como un mandato de la historia a su sensibilidad, la historia suya y la de los suyos, es el de perseguir la meta del exilio. Se sobrepone al papel de mero receptor y aúna todo su ser, un ser hecho de dudas, dolores, rebeldías y delirios, pero también de la experiencia de otros poetas como los cubanos José Mario y Gastón Baquero, junto con Cernuda y Saint John Perse, entre otros, a quienes dedica sendos poemas o diálogos diluidos, en pos de convertirse en la versión ideal de un exilio profundo, con un punto de vista metafísico y universal. Un verso escogido de Guillermo Rosales, epígrafe del poema «Díptico del exiliado», constituye paradigma, acicate de esta búsqueda: «Soy un exiliado total»;y al solidarizarse con sus pares, habla de sí mismo: «Este hombre masticó el exilio».
En el texto «Fecha de caducidad», dedicado a «todos los cubanos desterrados después de 1959», el náufrago que sufre la tragedia impuesta por «la histeria patria» se ve arrojado contra su voluntad sobre la última playa de la infancia, «su verdadero país», porque «solo le queda rememorar». En el libro Las aguas (1979), el texto «Árbol extraño» ofrece un arquetipo del exiliado, símbolo que resurge de una fisura ontológica por más de un motivo, porque el poeta habla con su hijo, quien constituye su imagen biológica, y porque describe algo que existe o trata de permanecer independiente, fuera de ambos: «Contemplo un árbol ceniciento/ cuyas raíces/ —pálidas de frío—/ se succionan entre sí […] hambrientas de suelo».
Esta planta, la identidad construida del poeta, muere de extrañeza, de parecer irreconocible lejos de su cuna natural, y el hablante da por hecho que debe regresar a su Ítaca más tarde o más temprano y remontará el cauce primigenio, pero sin que esto tampoco lo salve, porque entonces va a consumarse la pérdida definitiva, cuando sea el hijo quien no se reconozca en él: «Porque después de todo este constante emigrar,/ a lo mejor hasta para ti,/ llegue a ser un desconocido más».
Un pequeño texto, aquel con menos palabras de cuantos se reúnen en la antología Tiempo de exilio, como balbuceado apenas por unos labios con frío, resulta quizás el más significativo, pues sugiere de forma total esa impotencia que aplasta a alguien convertido en un completo extraño en tierra ajena. La brevedad y el efecto sensorial de este poema, por medio de la sinestesia, remiten al primer impacto del exilio sobre el ser humano, un trauma aún sin racionalizar, estamos por debajo del «grado cero» del destierro, en términos naturales o climáticos, pero sobre todo en el orden de la comunicación humana:
Tan fría es la ausencia
que hasta el silencio
se hiela.
(«Nostalgia»)
Aquí el título no quedó meramente colgado como un guante, establece contrapunteo tembloroso con los tres versos (¿o son solo dos líneas, con la paridad al final quebrada, reflejando formalmente el desasosiego, el instante en que se rompe el equilibrio?), porque si el cuerpo del poema está helado, si consiste en la descripción de un invierno absoluto, el título, por el contrario, sugiere sobrevivencia, ansia, temblor de una llama espiritual que intenta alumbrar el tiempo ido.
Sentimos que, por debajo del gran costo humano, de la capa de hielo, sigue latiendo algo, ese algo de una identidad con ganas de encontrar o encontrarse, impidiendo la imposición del silencio. Este texto, por imprimir una imagen macro del exilio, pudiera haberse titulado así mismo, Exilio, aunque entonces quizás sería menos sugestivo, derrocharía la energía de su apretado mecanismo verbal rindiendo apenas un informe del estado del tiempo epocal, mientras el título Nostalgia desplaza su eje imaginario hacia la misma voluntad individual que produce un poco del calor humano que busca sin éxito.
Sentirse exiliado proviene de la base de la condición humana, y todo poeta verdadero, esté donde esté, cumple una parte de ese cometido que lo expulsa de un primer jardín, vivir siempre de tránsito, como el peregrino de las Soledades de Góngora. «Sigue, sigue adelante y no regreses,/ […] no eches de menos un destino más fácil», susurra Cernuda en un soplo por lo bajo, y las velas se llenan.
Felipe Lázaro, Tiempo de exilio. Antología poética 1974-2014 (Editions Hoy no he visto el Paraíso, París, 2014).
Francis Sánchez (Ciego de Ávila, 1970). Poeta, periodista y escritor cubano. Dirige la revista cultural independiente Árbol Invertido (www.arbolinvertido.com) en Ciego de Ávila, ciudad donde reside. Sus últimos libros publicados son: Liturgia de lo real (ensayo, “Fernandina de Jagua”, 2011) y Secretos equivocados (cuentos, 2015).
El poeta y ensayista cubano Francis Sánchez
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