El poeta Juan Carlos Olivas leyendo en el Teatro Liceo de Salamanca (Foto de Jacqueline Alencar)
Crear en Salamanca se complace en publicar unos poemas de Juan Carlos Olivas (Turrialba, Costa Rica, 1986). Estudió Enseñanza del Inglés en la Universidad de Costa Rica (UCR). Se desempeña como docente. Ha publicado los poemarios La Sed que nos Llama (Editorial Universidad Estatal a Distancia; 2009) ; Bitácora de los hechos consumados (Editorial Universidad Estatal a Distancia; 2011) por el cual obtuvo el Premio Nacional Aquileo J. Echeverría de poesía 2011 y el Premio Academia Costarricense de la Lengua 2012; Mientras arden las cumbres (Editorial Universidad Nacional; 2012), libro que le valió al autor el Premio de Poesía UNA-Palabra 2011, El señor Pound (Editorial Universidad Estatal a Distancia, 2015; Instituto Nicaragüense de Cultura, Nicaragua, 2015) acreedor del Premio Internacional de Poesía Rubén Darío 2013, Los seres desterrados (Uruk Editores; 2014), Autorretrato de un hombre invisible (Antología Personal) (Editorial EquiZZero, El Salvador; 2015), El Manuscrito (Editorial Costa Rica; 2016) Premio de Poesía Eunice Odio 2016, En honor del delirio (El Ángel Editor; 2017) Premio Internacional de Poesía Paralelo Cero 2017 en Ecuador, La Hija del Agua (Amargord Ediciones; Madrid, 2018) y El año de la necesidad (Ediciones Diputación de Salamanca; Salamanca, 2018) Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador 2018.
Estuvo invitado al XXI Encuentro de Poetas Iberoamericanos que se celebró el pasado mes de octubre y que estuvo dedicado a los VIII Siglos de la Universidad de Salamanca.
Olivas ante la fachada del Edificio Histórico de la Universidad de Salamanca
OFICIOS
No me importa:
He aquí que soy poeta
y mi oficio es arder.
Efraín Bartolomé
Amo muy pocas cosas.
Las mañanas soleadas me deprimen.
Considero que la luz de la tarde
es una rata que ensucia
los libros de mi biblioteca.
La noche
es una cruz que sangra
en mi vaso de vino.
Puedo vivir muchos años
sin aquello que creo imprescindible:
una estufa y un gato,
el moho de las cartas que no leo,
un equipaje a medio hacer
que empieza en mi boca
y se extiende por la madrugada.
Tan pronto como mueren
así nacen los días,
pero nosotros claudicamos:
aquí, las palabras pesan porque existen
y su oficio
es hacernos arder.
LOS SOLOS
All the lonely people,
Where do they all come from?
All the lonely people,
Where do they all belong?
The Beatles
Los solos venimos de otros mundos
con flores de cristal entre las manos,
leemos nuestros nombres
en las listas de desaparecidos,
nos emborrachamos con el vodka
que escondemos en chaquetas de cuero,
llevamos una cruz en los labios,
siempre tenemos frío,
organizamos festivales de solos
pero nadie llega y pensamos que es perfecto
escuchar cómo gruñe el silencio,
cómo se aferran a nuestra piel
los tentáculos del aire
y la sombra marina que pasa en nuestros ojos.
Los solos diseccionamos las manos de Dios
para encontrar la raíz de su tristeza,
tenemos trabajos menores,
de día traducimos el último trino de los pájaros
y de noche curamos las llagas de la luna.
Los solos llevamos el alma bajo el brazo
envuelta en papel periódico
como si fuera una biblia escrita en una lengua muerta,
visitamos ciudades concurridas
donde fumamos a pesar de no tener el vicio;
pocas veces nos reímos
pero cuando lo hacemos
se electrocuta en la avenida
el ángel de la muerte.
Entonces quedamos más solos
bajo el musgo de todas las estatuas,
escribimos infinitas cartas de despedidas,
blandimos el corazón como un pañuelo rancio
frente a estaciones de trenes clausuradas,
y pasamos días, meses y años enteros
estudiando los libros de astronomía,
husmeando en viejos telescopios
el camino de regreso a casa,
porque los solos
venimos sin saberlo de otros mundos
y siempre queremos volver.
Olivas con Pilar Fernández Labrador y el pintor Miguel Elías
LICHT, MEHR LICHT
Claridad sedienta de una forma
Claudio Rodríguez
Paso la página de los años roídos
y pienso en las últimas palabras de Goethe:
Luz, más luz.
Quizás porque es lo primero
que en su sitio permanece,
o es un don en la palestra del silencio,
o una presea que se llena de polvo
hasta que unas manos la cubren
con la humedad que viene de la noche.
Morir también es una cualidad de la luz,
plantarnos su heredad en el vacío
para crecer en falanges
y ritos donde la sombra existe.
Los días y las horas se reinventan,
caen hacia el cenit y todo es riesgo:
nos cubre la edad de la ceguera
y cuando no existe, la luz hay que nacerla.
Así baja el siervo de la montaña a beber la luz,
así tienen los muertos su fábula de luz,
así se quiebra el mundo en dos mitades
y su centro es una orgía de luz,
así se llena el pájaro de luz, como una jaula.
Goethe lo sabía al momento de morir,
yo lo sé ahora
que la luz juega a vencerme, más y más,
desde la claridad sedienta de sus formas.
Con otros poetas y el rector de la Usal, Ricardo Rivero, en la calle Cervantes
EL SOMBRERO DE PESSOA
Pessoa nunca se quitaba el sombrero.
Si lo hacía
sus heterónimos se escapaban por largas horas
y cuando regresaban
volvían borrachos,
con sudor en las ojeras,
vertían basura en su trago,
lo amenazaban con jeringas,
epístolas de viejos burdeles,
llantos de espadachines inútiles
y demás aconteceres
de las vidas insensatas que eligieron.
A Pessoa le tocaba reunir
de nuevo a aquellos seres,
darse bofetadas,
flagelarse a la vista
de la brisa nocturna,
beber su propio vómito,
hasta pasar lista
y llamar los a cada uno por sus nombres.
Debajo de aquel sombrero
Pessoa inoculaba el jugo de su sangre,
trataba en vano de domar sus heterónimos,
pero ellos no le dieron tregua
hasta vencerlo.
Cuentan que en su lecho de muerte
la última voluntad de Pessoa
fue que incineraran el sombrero.
Dicen que así fue hecho
y que en la propia
noche de su muerte,
sus heterónimos
cabizbajos,
despeinados
e invisibles,
esparcieron sus cenizas
por las húmedas calles de Lisboa.
LOS SERES DESTERRADOS
a javier alvarado
Podés alcanzar la gota última,
penetrar la cueva
donde hiberna la ferocidad
de una bestia congelada
y vencerla con el veneno
de tus propios pasos exigidos.
Podés de un zarpazo
detener la furia de la lluvia
para lamer el rayo
y llevar a la aldea
tu ciego testimonio.
Podés usar la piel
de aquellos animales que mataste
y esperar que de la tierra agreste
broten los frutos que deseás.
Podés decirle al hambre que es de día,
y seguir aullando al cielo
oculto en los arbustos
de otro paraíso perdido.
Podés seguir masticando
la vestidura exacta de los ángeles,
pero recordá que el mundo
está lleno de quijadas de burro
y a Dios le seguirá agradando más
la ofrenda de tu hermano.
No importa ya cuántas veces
niño absurdo,
tratés en vano llamar la atención de tu padre,
que se distrae al ver en silencio
el turbio abismo de sí mismo.
El tiempo no tiene redención
sino nostalgia,
y sin embargo los seres desterrados
llevan en los bolsillos
miles de cadáveres, amantes furtivos,
la semilla del fuego
y la máscara común de la alegría.
Recordá que los desterrados somos más
y no estás solo,
tenemos esta muerte colectiva
que nos une,
y la hermosa necedad
de ser eternos.
Juan Carlos Olivas en la Biblioteca Histórica de la Usal
SUITE PARA GAITA E INSOMNIO
Despierto ante el sonido
de las gaitas en medio de la noche.
Descorro las cortinas
y echo un vistazo a la calle
en busca de los músicos.
Nadie.
La niebla cubre los techos
y los barrotes de las casas
con su aparente fuego blanco.
Mi vecino pasea
a su perro de tres cabezas
y regresa a las puertas del Hades
con algo de nostalgia.
Cuando los miro,
los objetos de mi casa
se convierten en depredadores incesantes,
en ángeles menores y carnívoros.
El silencio es una ola agreste
que golpea contra el muro
y da significado a las cosas que perdí.
Sobre el ventanal empañado
mi terco fantasma
se levanta y escribe:
Soy el superviviente
de un lugar llamado Nada,
donde alguien que no puedo ver
se multiplica
y me despierta con el sonido de gaitas
en medio de la noche.
Con algunos de los poetas del XXI Encuentro en el Liceo (foto de Jacqueline Alencar)
APROXIMACIONES
Cruzo todas las mañanas
por la calle contigua al Cementerio General,
en medio de prisas, citas médicas,
papeles que debo llenar y que postergo
para ralentizar mi juventud.
Cuando el semáforo se posa en rojo
a la derecha del cementerio es posible observar
a un hombre entrado en años,
que llega a visitar todos los días
la tumba de su madre.
Durante los veinte segundos
que tarda el semáforo en pasarse a verde
la vida es congelada y atrapada
en ese cuadro que observo con rareza.
Una vez me atreví a hablar con aquel hombre,
le dije cosas vanas, le mostré mi sudario de tristezas,
le hablé de Dios y la esperanza,
del reencuentro que a los vivos y a los muertos
nos espera en un lugar del cosmos.
El viejo asintió con su cabeza,
y respondió frases cortas.
Supongo que como yo,
también supo que mentía.
Al día siguiente lo vi en el mismo lugar.
Al principio esa imagen me agobió en su locura
durante semanas,
hasta que perdí interés
en aquél hombre,
el cementerio,
su madre
y el semáforo,
como si al final de todo
el dolor del mundo
ya fuera parte del paisaje
y nosotros en él.
juan Carlos Olivas, Ángela Gentile y Marcelo Gatica en el Colegio Fonseca (foto de Jacqueline Alencar)
Foto 10
Olivas intercambiando libro con Antonio Colinas
CLARIVIDENCIAS
Dios le hablaba en sueños a mi madre.
Le dijo la hora en que habría de nacer,
le mostró el designio que me marcaría
hacia una vida austera,
casi trágica,
poética,
sin embargo, no tan fatal
como la de mis contemporáneos.
Le susurraba en sueños cosas por venir
y le creíamos cuando nos decía:
lleva hoy el paraguas, vístete de blanco,
saca a esa muchacha a bailar,
pasa al puesto de lotería y compra el 23.
Casi siempre acertaba
y la divinidad era algo útil
que tomábamos con la seriedad del caso;
todo iba bien
pero el viejo Dios falló en algo:
el día de la muerte de mi madre
no era el día en que tenía que morir.
Entonces ella empezó a aferrarse a todo,
en las cortinas aparecía su rostro,
el viento se quejaba con su voz,
pateaba los jarrones para llamar la atención,
la lluvia se guarecía como un cuenco en su mano
y se escuchaba en el patio
sus pisadas sobre el verde.
Una noche
se me apareció en sueños
y en lugar de una palabra frágil,
mi madre, hija bastarda de la vida,
ahora muerta,
me dijo que el azar era una espina
clavada en la lengua de Dios
cuando enmudece.
Portada del libro premiado, con pintura de portada de Miguel Elías
Retrato de Juan Carlos Olivas, de Miguel Elías
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