Es motivo de satisfacción , para Crear en Salamanca, el publicar algunos textos del destacado poeta Juan Felipe Robledo, extraídos del volumen titulado Decíamos Ayer, antología del XVI Encuentro de Poetas Iberoamericanos realizada por Alfredo Pérez Alencart, poeta, profesor de la Usal y director del Encuentro. Así escribe Juan Felipe, como anticipo:
Saltaba el delfín,
era carne fresca,
fresca arteria brillando bajo el sol,
lengua que espejea en el tiempo,
delfín sin prisa,
alegre porque sí,
y el cielo lo acompañaba,
alga de almizcle también el tiempo.
Juan Felipe Robledo (Medellín, 1968). Estudió la carrera y la maestría de Literatura en la Universidad Javeriana de Bogotá, donde es profesor. Ganó el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines en 1999, concedido por el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Chiapas, en México, con De mañana. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura de Colombia en 2001 con La música de las horas. En 2010 la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá publicó El don de la renuncia. Han aparecido seis antologías de su poesía: Nos debemos al alba (2002), Calma después de la tormenta (2002), Luz en lo alto (2006), Dibujando un mapa en la noche (2008), Aquí brilla, es extraño, la luz de nuevo (2009) y Poemas ilustrados (2010).
Nos debemos al alba
Traicionar las palabras,
canjear su peso, su color,
en el sucio mercado de los días
es acto que nos llena de muerte
y ceniza y vago afán.
Ha de ser castigado
con el hierro, la soledad,
el tedio y la miseria.
Nos debemos al alba,
plateros, a la dicha,
y al canto y al remo
y al ensueño trazado en la garganta
y a mañanas sin prisa
en las orillas de un mar que ya no es.
Porque al final todo es olvido
para quien al tráfago su sangre dona,
a la parla chi suona
y a conversaciones con tontos
y mercachifles,
y comete delitos en descampado
con las pequeñas,
las terribles y mansas
y arteras palabras.
Así se puede existir
En memoria de Fray Luis de León
Así puedes vivir como un hombre que ha fallado, ha fallado y quiere enmendarse, ha fallado y abraza sus errores, los contempla y sabe que debe darles golpes para que se espabilen, así se puede existir, amando a los amigos, así vive el que quiere sin temor a los demás, así vive el que atraviesa el llano y sigue golpeando la piedra y no quiere construirse un altar, sino que está vivo y lleno de resolución, y se escapa sin dejar a los otros, y sigue hacia delante, al galope, al trote, con los húsares, los coraceros, los cornetas, los abanderados, los tremolantes dueños del valor, y busca la dicha, busca la dicha en el cielo y en la tierra, junto al árbol y el estanque, así vive el que se lanza sobre su corazón y conoce sin prisa a los otros y los bendice, y se alumbra en las cavernas oscuras del sentido y sigue adelante sin arredrarse, sin olvidar a sus amigos, y sigue sin prisa recogiendo semillas en la rosaleda, lanzado a la conquista del día, señor de esencias calladas que perfuman la prisión, dueño de su canto, atravesando el río por el vado en el que nadó la dicha para nuestro atrabiliario corazón de trapo.
Aprendiz de monje
Oye una música que estaría mejor en el fondo de un estanque
y se pregunta por que es necesario nacer para la nada
y si las formas de las nubes serán distintas al mirarlas desde Kuala Lumpur.
Quiere decir que está solo en mitad de la noche y te bendice.
Tu corazón es un ventilador que hace volar las tiritas de papel de su ilusión,
y piensa entonces en Eurídice y el torpe Orfeo tocando la dulzaina o el contrabajo.
Habitas en esta noche, horno de mis deseos,
pues no has tenido miedo,
y no me dejaste cuando los otros lo hicieron.
Te besa en la frente y, como un cuidador de medianoche,
hace que la linterna recorra el rostro atónito de las cosas
para descubrir en ellas las huellas de tu presencia,
amigo querido que te das a la mar.
Muchacha del baño público
Seguramente no veré con estos ojos mortales
la historia de esta muchacha que imagino clara y afectuosa.
Seguramente sonreirá con descaro
y tocará las espaldas de los que esperan frente a la estación.
Habría deseado contemplar
su lento detenerse en callejuelas
y la forma como se prende de la solapa de un marino.
Nada de esto conoceré, no podré disfrutar un estofado
de pescado junto a ella contemplando el undoso río.
Sin embargo, parece que la conozco de siempre
cuando imagino esta tarde el regreso a casa
(deteniéndome por dulces y pan y miel)
para intentar convocar su cuerpo, su presencia
de bailarina a destiempo,
de amiga entre abrojos.
POEMA PARA NO OLVIDAR
EL ÁRBOL DE CAUCHO
Las hormigas que conocen bien la sombra
no tienen ningún motivo de vergüenza,
no hay sitio que no conozcan
ni dicha que no las llene en las mañanas frescas de la costa.
Los mangos que reposan en los senderos recorridos
por su impudicia
son hoy ruinas de castillos, lejanos bastiones para dejar de lado
y no lanzarse a conquistar.
Los cruzados jamás vendrían a esta tierra, los corceles
no piafaron en ella bajo largos mediodías.
Son sus rutas poblados conciertos que cantan la espesura,
tiempo callado que no dice vaguedades o intensifica
los acentos que viven sobre sus cabezas.
Dioses que atravesaron el océano viven en esta tierra
desde hace varios siglos
y los que habitan bajo el árbol no se han enterado
o si lo supieron un día no les importó.
No hay bajo el árbol de caucho plegarias, no hay consuelo,
todo es vida de esplendor para el olvido.
Y las hojas se mueven, el tiempo es eterno en los bordes,
los perros se persiguen desde siempre entre la arena,
festejan los loros y las guacamayas en el cielo delgado
que abraza al árbol,
el día pasa con fuegos lejanos y la piedra canta para sí.
Tarde azul con Manuel Bandeira
A Catalina González
Si pudiera darle las más puras alegrías de tu infancia,
esa porción intocada,
en que las palabras brillaban y caían de los labios
como frutos del árbol,
y el limonero era el refugio de tus juegos,
y cantar era cantar sin prisa,
y tus días conocían una alegría sin grietas,
el buen compañero caminando a tu lado mucho tiempo
después de haber abandonado el bosque.
si no hubiera burladeros para esconder el afecto
y mi alegría Juera una alegría que te acompañara en el sueño,
en el rotundo silencio,
si los corazones se pasearan en un jardín fragante,
y amáramos estar vivos como cachorros acariciados por el sol,
todo podría volver a existir, el tiempo se desovillaría
y sabríamos volver a vivir sin lentas excusas
en la torrentera,
los mendrugos de pan nos conducirían a una casa de chocolate
y jengibre donde no hubiera malvadas damas,
y no mi deseo sino mi ternura serla el anillo que colgaría en tu cuello,
un anillo leve y pequeño,
en la tarde azul de un dulce lunes de septiembre.
Luz en la tarde
Para Álvaro, mi hermano
Por la imagen que para ti no tuve,
por esa manía vieja de querer un tiempo sin olvido,
me siento en esta mesa
e invento atardeceres de violencia
y rumores lejanos de otro día
(mi mamá llamándome a almorzar
cuando Matías Sandorf dejaba el puerto).
Salgo a dar una vuelta de amigos por el parque
y estoy tranquilo con el destino que me ha sido dado.
Miro más allá de la ventana y soy alegre y digno
y estoy pleno de mí mismo
al recordar a Leonardo
pintando cabritos cerca del Arno.
DESEOS PARA LOS CAMINANTES
Márcalos, márcalos,
en los días rubios que no quieren terminar,
en los sueños que no fueron iluminados por junio,
a los dueños de los números y las centellas
márcalos en la frente,
mientras balancean sus manos con torpeza
y no se atreven a decir nada
en la tarde blanca de la inanidad.
Que esa marca sea una tortura y un llamado,
permitiendo que las tiernas palabras
que les dieron fuerza no sean en vano,
haz que sus noches conozcan la desesperación,
y que sus manos acaricien el rostro de muchachas
querendonas.
No olvides que hay desidia en sus actos,
que la lujuria los lleva a corredores oscuros,
y que las cáscaras de limón que mordieron
con brutalidad todavía están tiradas
en la tierra de un jardín fragante.
Perdona sus yerros de tontarrones útiles,
excúsalos por balbucear al salir de casa,
no los dejes caer en la sucia envidia,
y regálales un crepúsculo sin remordimientos.
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