POEMAS DEL BRASILEÑO REYNALDO VALINHO ALVAREZ TRADUCIDOS POR A. P. ALENCART

Reynaldo Valinho Alvarez en Salamanca (foto de Jacqueline Alencar)

 

 

Crear en Salamanca tiene la satisfacción de publicar una muestra poética del brasileño Reynaldo Valinho Álvarez (Río de Janeiro, 1931). Ha obtenido los premios de poesía más importantes de Brasil, entre ellos: Premio Nacional de Poesía “Olavo Bilac”,  de la  Academia Brasileira de Letras (1981), Premio Nacional de Poesía “Fernando Chinaglia”, de la Unión Brasileira de Escritores (1978), Premio “Status” de Poesia Brasileira  (São Paulo, 1979),  Premio “Jabuti” de Poesía,  de la Cámara Brasileira do Livro (1998), Premio “Othon Bezerra de Mello” de Poesía, de la Academia Pernambucana de Letras (1981), Premio “Emílio Moura” de Poesía (Gobierno del  Estado de Minas Gerais, 1979), Premio Brasília de Poesia (1980) y Premio “Golfinho de Ouro” de Literatura 2002,  del Consejo Estatal de Cultura de Río de Janeiro, por el conjunto de su obra. También ha obtenido el Premio Internacional Camaiore de Poesía (Italia, 1999), por el libro Il sole nelle viscere.  Tiene publicados más de treinta libros y está incluido en unas treinta antologías. Entre sus libros de poesía están: Cidade em grito (1973), O solitário gesto de viver (1980), Solo e subsolo (1981), O sol nas entranhas (1982. Hay edición española, CEIAS, 2004), Canto em si (2000) y Lavradrio (2004).  A faca pelo fio, reúne de su obra poética hasta 2000. Sus poemas han sido traducidos al sueco, italiano, francés, macedonio, gallego, persa y español.

 

Antología Cumbre Poética Iberoamericana, con ilustración del cubano Luis Cabrera

 

 

Los textos forman parte de la antología ‘Cumbre Poética Iberoamericana’ del año 2005, donde Valinho Álvarez estuvo invitado como representante de su país. La misma fue coordinada por el poeta A. P. Alencart y organizada por la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura.

 

Foto de familia de los poetas participantes en la Cumbre Poética Iberoamericana de 2005

 

Frente a Goya, en el Museo del Prado,

miro sombras que las sombras circundantes

parecen reencarnar. Ya en la calle,

voy al centro antiguo. En estos rostros,

que me observan o no, hay retratados

del mismo Goya. Sombras tan goyescas

como las sombras que vi entre otras sombras.

Me asombra el prodigio al sol ardiente

de una España estival. ¿Qué lazo estrecha

los vínculos de los tiempos en uno solo?

¿Qué fuerza une las cadenas con que Cronos

unió las manos de tantos entre los siglos?

Ahora encaro a la plaza y voy contando,

como las monedas del bolso, tantos Goyas.

V. Á.

 

 

 

VANITAS VANITATUM

 

Entre los vivos y los muertos, un puente

difícil de cruzar. Ah cuánto miedo

guardan las pobres almas que, en secreto,

no pueden ver más allá del horizonte.

La vida, o el mundo, es máscara bifronte.

¿Quién movería hasta un simple dedo

si se creyese un pálido remedo

de las hierbas resecas que hay en el monte?

Mi corazón se deshace en las retamas,

en esas flores del campo, en los pámpanos.

No me inviten nunca a esas fiestas

que celebran con éxito sobre los expolios.

Prefiero ornamentar cuevas honestas

a cortejar, servir, falsos orgullos.

 

Santiago Sylvester (Argentina), Reynaldo Valinho (Brasil), Ana Ilce Gómez y A. P. Alencart (Foto de Jacqueline Alencar)

LA REFERENCIA

 

La Historia no está hecha de un solo muro,

pintado en un solo tono, o claro u oscuro.

Existen muchos por el mundo entero.

Es fácil ver, en Río de Janeiro,

muros hechos de los lechos de la miseria,

que producen la delirante feria

del comercio de las calles y las plazas,

escenarios donde se montan las desgracias.

También en Sarajevo, Gaza, Ruanda,

vivir es ponerse en una baranda,

para esperar, en un tiro, el suelo eterno.

Anda la rueda de la Historia sin gobierno.

las pisadas, el rastro, la referencia,

quien los perdió, perdió la conciencia.

 

 

 

 

 

EL MADERO SOBRE LOS HOMBROS

 

 

1

 

ése que va así entre los humildes

y carga en las espaldas todo el peso

de mi peso todo  y no se queja

viste guantes de betún y calza botas

sumergidas en el lodo de los canteros

 

ése que va así inclinado y humillado

más hacia un lado como quien transporta

el peso de dos maderos unidos

tiene el rostro oleoso de sudor

el cabello polvoriento la barba hirsuta

de quien rápido se postra por el camino

 

ése que va así tan miserable

encogido en su vientre hambriento

está violáceo y molido a golpes

tiene cicatrices por todo el cuerpo

y hasta dientes perdió a martillazos

 

ése que va así temo que pase

y pare junto a mí para encararme

bien en el fondo de los ojos sin decirme

nada salvo lo que los ojos dicen sin hablar

 

ése que va así si hace eso

ya habrá hecho entonces lo que me duele

en el costado mientras viva o no

Valinho y su esposa Maria Jose de Sant`Anna (foto de Jacqueline Alencar)

 

 

2

 

ese leño en el dorso y tanto golpe

en la cara donde se hace tan denso y tanto

el cordero de Dios en el mundo donde todavía intenta

sembrar compasión sin miedo o medio

que no sea la pasión o el pastoreo

 

ése que tanto intenta y está tan bajo

que no puede levantar la cabeza

está entre casuchas del estercolero

que ni intento entrar al vientre hinchado

de la embarazada ciudad donde camino

fariseo asustado y lleno de espino

 

ése que así se arrastra y queda al frente

allí donde se pudre toda la basura

del cerdo apestoso que montamos

llora cuando me ve pero  extiende

su mano gangrenada y aún abierta.

 

 

 

 

 

El viento sopla tierra en mis ojos: El viento sopla tierra en mis ojos/ y los párpados se cierran como los muertos/ acostumbran cerrar los ojos sin brillo/ perdidos en el disgusto de morirse./ Las órbitas de los muertos se vacían/ por dentro, pues por fuera la tierra los ocupa/ como ahora ocupa el viento mis ojos/ aún llenos por dentro, pero vacíos/ del paisaje que el viento barre en vano,/ como suele suceder a los vientos/ soplando de un lado a otro./ Todo es verde soplando en este valle/ donde los ojos se cierran desterrados/ y se abren más allá de los enterrados.

 

 

Shimose, Alencart, Jacqueline Alencar, Pazos y Valinho, en el Ayuntamiento

 

LA EXTRAÑEZA

 

 

  1. Sin gafas o ciencia

 

Cantarás otros cantos. Te harás

el cantor del presidio que te sofoca.

¿Hacia dónde viajas? Tu día

sigue el rumbo trazado o tu barco

boga a la deriva y vas sin destino,

sin ruta fijada, sin un norte,

un vestigio de juicio o de sentido,

como el perro solitario, enloquecido

en medio de la calle o el intenso tráfico,

o el andarín que olvidó el mapa

y va, descalzo, interpretando estrellas

sin gafas o ciencia, intuitivo,

para internarse en charco o erial,

puro logro de ser, en pura pérdida.

 

Valinho, Fernández Labrador y Alencart (Salamanca, 2004)

 

 

  1. La amable prenda

 

¿Adónde te lleva el tren? Consulta el mapa

y ve bien dónde estás. Mira la ventana

en medio de la curva. El tren es como un reptil

curvado sobre sí. También te envuelves

en tus anillos de espantos y sorpresas,

desatento como estás a la lección varia

que recibes de los días y daría

un sentido a tu ir, al movimiento

que imprimes a tu cuerpo. Atiende ahora

a lo que resta del viaje, a que el horizonte

puede traer todavía la amable prenda

de una revelación que lo explique todo

y te alerte, en lo íntimo, ante el camino

que aún falta recorrer, mientras vivas.

 

 

 

 

  1. Subir a las cimas

 

Ir al frente no siempre es triunfar,

subir a las cimas, realizar proezas

y entrar en el célebre libro de los records.

A veces, ir al frente es sólo marchar

al encuentro de ignotos desencuentros,

pues no se sabe lo que hay más adelante,

en medio de la niebla de lo venidero

que acostumbra ocultar los días largos,

todavía por llegar y afirmarse.

Ir al frente es entrar en la selva densa,

abrir camino en medio de la oscuridad,

arriesgarse a pisar en armadillas

o perderse, o vivir el miedo a solas,

llevado por la ley que mueve el mundo.

 

 

Alencart, Malta Sobreira, Aguiar y Valinho en la calle Compañía (foto de Jacqueline Alencar)

 

  1. La celda móvil

 

Tren, autobús o coche o avión,

la celda móvil que te encierra e impele

a penetrar paisajes imprevistos

no te hace un nativo en cada aldea,

ciudad o villorrio, no importa

el idioma o la creencia o la costumbre

dominante del medio en que te encuentres.

Serás siempre el extranjero que transita

de sitio en sitio y sólo tiene con él la mano

del ángel que le acompaña, mientras los ruidos

del mundo van gritando el desvarío

que de todo se posesiona y no hay manera,

remedio o condición, nada que haga

lo local apreciable para el extraño.

 

 

  1. La extrañeza del mundo

 

La extrañeza del mundo y en él estar,

o estar en el mundo que te extraña a ti

y esa falta de códigos que enseñen

cómo has de comportarte y el vademécum

que no te ofrecerán y que explicaría

todo lo que precisas, pero no sabes

y acaso crees no necesitar,

todo te falta. Es eso. Los manuales

que debían graduarse en tu cuerpo

no llegarán a tiempo. Viniste desnudo,

en un fallo de la fábrica, está comprobado.

Pero puedes despedirte como un rey,

premunido de tu cetro y una corona

para ceñir tu cráneo afecto al error.

 

 

  1. El rostro de la derrota

 

Tu destino es ir al frente. Ya no puedes,

como nunca pudiste, en verdad,

decidir regresar o el que esto sea,

de tal modo es insensato imaginar

que eso fue posible, pero en fin,

si no quieres seguir, poco te falta,

pues no puedes parar el tren, ni puedes

escoger la estación donde descender.

En este juego se pierde siempre. Cálmate.

Nadie resulta victorioso. Santo o indecente,

señor, esclavo, general, soldado,

el monarca en el trono y su ministro,

el labriego en la tierra y el oligarca,

todos besan el rostro de la derrota.

 

Entrevista a Reynaldo Valinho (El Adelanto)

 

  1. El gusano oscuro

 

Ahora pues, pues, no muestres cara fea

ni des puñetazos en la mesa; todo es inútil.

Deja fuera esa máscara sombría

y el gesto de valiente, que eres en el fondo

el mismo y ensoberbecido cobarde

que vive, como la larva, de la carroña,

la vil charogne que Baudelaire cantó.

Te robarán el bizcocho, es lo que piensas,

te romperán los juguetes, imaginas.

Pero el bizcocho y los juguetes te llegaron

sin que nada hicieses para tenerlos.

Haz, por ello, lo que aconseja el viejo Horacio

y coge el día pronto en tus manos,

antes que él fenezca, y tú con él.

 

 

  1. La zorra de Esopo

 

La máscara de vanidoso que te cubre

ahora tiene el aspecto triunfal

de un líder que gobierna las multitudes,

ahora aparenta la faz pétrea y fría

de alguien que maneja algunos billones,

o el rictus feroz del comandante

ordenando un ataque en medio del fuego,

o se muestra en las telas como el emblema

de consumo oficial y del mercado,

o en los palcos del mundo suelta la voz

para decirse el vate del momento.

Esa máscara, la fábula la conoce

y la zorra de Esopo la identifica

como la bella cabeza sin seso.

 

 Alencart, Aguiar, Fernández Labrador, Valinho y Malta Sobreira, en el Fonseca (foto de Jacqueline Alencar)

 

 

 

  1. El comercio de las máscaras

 

 

La máscara te oprime. No la dejas,

aunque lo desees. No te libras

de la prisión personal a que te obligas

sin saber bien por qué, cuál el motivo

que te imponga enfundarla sobre el rostro

y vas a cualquier sitio, a cualquier puerto

perdido en esos mares que navegas,

portando la misma identidad oscura,

el falso rostro, la peor figura

que no dice lo que eres ni lo que piensas,

ni la sonrisa ni el dolor que de ti manan,

pero que transita fácil por el mundo

entrando en cualquier bar o cualquier banco

para el comercio cínico de las máscaras.

 

 

 

  1. El tiempo encoge

 

¿Quién te libertará, si no te mueves

y viajas sentado, viendo el mundo

por el verde empañado de la ventana?

¿Quién te libertará? Ya no extiendes

las manos a quien te libere de las esposas

y, contrariamente, te empeñas en herirte

en la trama resistente de las amarras,

buscando, solitario, lo que no puedes

encontrar sin apoyo y te condenas

a la lucha desigual, mientras corre

el tren varando el tiempo y el tiempo encoge

como un paño barato, una camisa

que te aprieta en el pecho y mal te deja,

todavía en sofoco, respirar.

 

 

 

LAS CANTIGAS DEL TIEMPO

 

 

Las cantigas del tiempo que me envuelven

no son solamente las que me devuelven,

serenas, las olas del mar de Vigo.

 

Vienen de cuadras, eras, muros y traviesas,

formando un puzzle de incontables piezas,

que me rondan y van siempre conmigo.

 

No son distantes piezas de anticuario

o yacijas de un parque funerario.

Son estufas repletas de aire amigo.

 

La música del tiempo me transporta,

como un niño, a la intraspasable puerta

que se antepone al migo y lleva al tigo.

 

Esa canción del tiempo corta la ría

y me conduce a la arcaica romería

sobre las olas antiguas del mar de Vigo.

 

 

EL CUCHILLO POR EL FILO

 

Estoy lejos de mí. Me siento ausente,

pluma suelta en el tiempo, sin presente

ni pasado o futuro, imponderable,

flexible, transparente, miserable

no-ser plantado en el campo de la nada,

todo hecho de noes, herido a cada

segundo goteante de una noche

que percute en la mente como el azote

de un carrasco encapuchado. Cuanta risa

provoca este bufón, sin brío o juicio

que al acorde del pesado sueño oscuro

en que se recuesta su deseo impuro

de ir a contracorriente, al revés,

como quien coge el cuchillo por el filo.

 

Valinho, Sant’ Anna, Alencart y J. Alencar

 

ENTRE LISBOA Y EL MUNDO

 

Entre Lisboa y el mundo, voy, Cesário,

cogiendo en escaparates el destino vario.

El tiempo cae, errante nieve fina,

sobre la vida desgajada, que extermina

con la cuchilla del viento helado.

Aquí en Bergen, miro mi pasado.

Donde Grieg compuso, pienso en longevos

Héroes vikingos, celtas y suevos.

Los bárbaros del norte matan bichos

Y se hospedan en las pieles como en nichos.

El viento, mi auxilio, muele la arcilla

Del miedo que me amolda y que me asila.

Tanto se muda, en vano. ¿Dónde estoy?

 

Cronos, juega limpio mientras soy.

 

 

 

 

ROBINSON CRUSOE EN MEDIO DE LA TEMPESTAD

 

aquí donde estoy escucho las bocinas alocadas del tráfico congestionado

 

llueve despacio en esta noche de jueves

son las seis y veinticinco de la tarde

y aunque las ventanas están cerradas en este décimo octavo piso

las bocinas llegan como rugidos desesperados hasta mí

 

me falta voluntad para bajar

afrontar la lluvia

y disputar un lugar imposible

en los taxis que pasan lentos y apiñados

 

llamaré al chofer de la empresa y seguiré solitario

de cualquier forma estaré aislado en medio del tráfico

estaré aislado dentro de mí

estaré aislado

no soy más que una isla sin comunicación con el continente

 

no hay faros

boyas de luz

radiofonía

telégrafo sin hilo

telex o teléfono

 

estoy abandonado aquí

perdido en esta isla de caos y soledad

perplejo para siempre

asistiendo a la pérdida corrosiva de la memoria

 

sólo hay piedras mejillones mariscos

animales que se adhieren al casco de los barcos

animales que se adhieren a la piel de las personas

animales que parasitan en la sangre envenenada

 

aquí donde me escondo no me libero de mí

y caigo prisionero de mi terror profundo

en esta noche de lluvia quiero un cognac y no lo tengo    

 

lo que tengo es un estómago vacío

esperando por el largo viaje a ipanema

por la gimnasia correctiva antes del baño

por el baño antes de comer

por el comer después de todo

 

estoy condenado a esperar que pase la lluvia y mejore el tráfico

 

estoy condenado a la soledad de esta isla

mientras del tic tac de la máquina de escribir    

   nace el poema como un vuelo de gaviota

 

Reynaldo Valinho Alvarez (foto de Jacqueline Alencar)

 

 

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