POEMAS DEL BOLIVIANO-ESPAÑOL PEDRO SHIMOSE, SELECCIONADOS POR A. P. ALENCART


 

 

1 El poeta Pedro Shimose en el patio del Edificio Histórico de la Usal (1991. Foto de A. P. Alencart)

El poeta Pedro Shimose en el patio del Edificio Histórico de la Usal (1991. Foto de A. P. Alencart)

 

Crear en Salamanca tiene el privilegio de publicar una amplia antología de la obra del reconocido poeta boliviano –español Pedro Shimose (Riberalta, Bolivia, 1940) Premio “Casa de las Américas” de Poesía (1972)  y Premio Nacional de Cultura de Bolivia (2002). Su obra ha sido traducida al inglés, francés, italiano, alemán, árabe, turco, checo, holandés, japonés y húngaro. Sus libros de poesía publicados son: Triludio en el exilio (1961), Sardonia (1967), Poemas para un pueblo (1968), Quiero escribir pero me sale espuma (1972), Caducidad del fuego (1975), Al pie de la letra (1976), Reflexiones maquiavélicas (1980), Bolero de caballería (1985), Riberalta y otros poemas (1996) y No te lo vas a creer (2001). El volumen Poemas (Playor, Madrid, 1988) reúne su poesía escrita entre 1961 y 1985. Shimose, que vive en España desde hace 45 años, trabajó, hasta su jubilación, como asesor de publicaciones del Instituto de Cooperación Iberoamericana, donde dirigió la colección de poesía. Es Miembro Academia Boliviana de la Lengua, y esto nos anticipa:

Todo es júbilo azul en la corriente del ojo y su milagro.

Voy por el fulgor de las azaleas.

Otro espacio me recibe con su nada ruidosa y su relámpago.

La miseria del tiempo.

Y su grandeza.

 

FOTOGRAFÍAS INÉDITAS TOMADAS POR ALFREDO PÉREZ ALENCART Y JACQUELINE ALENCAR

 

 

2 Poetas participantes del Encuentro de Poetas Iberoamericanos de 2005. Shimose sentando, entre Pilar Fernández Labrador y Circe Maia

Poetas participantes del Encuentro de Poetas Iberoamericanos de 2005. Shimose sentando, entre Pilar Fernández Labrador y Circe Maia

 

 

 

SEÑORA DE LAS HAZAÑAS

 

PRELUDIO DE ALABANZAS

Acallados están los sones de la discordia, Señora de las Hazañas.

Te gobierna el espanto con sus lanzas y cuchillos.

El odio se derrite en tus hogueras, se funde en tus metales rencorosos

(escucha el chisporroteo de tu sangre resentida quemándose

en la madrugada).

A caballo, por la espada, llega la muerte con su escalofrío,

Baila en el ayllu, conversa con los curacas y nos hunde en la piedra,

con el sullu y las tinieblas del pasado.

 

Alabado sea tu nombre, Señora de las Hazañas;

Alabados sean tu lago, tu ciudad, tu sol, tu luna, tus bosques y tus ríos.

 

 

APARICIÓN DE LA PIEDRA

Tu soledad, tu nombre, tus abismos,

tu sombra dolorida y tu estatura,

tu reino de profundos ostracismos

y tu arduo solsticio de amargura

me llevan a la oscura

raíz de tus mutismos:

el tiempo indescifrable de la altura.

 

 

ALTURA DE LA PIEDRA

Sueño del cóndor, sueño exacto

del aire en vuelo azul, tu luz perfecta

estalla en el espacio

(la soledad me duele en tu hermosura)

y la palabra crea, canta, augura

la realidad sin tiempo que me espera.

 

La realidad sin tiempo es su trabajo,

tu pan y tu salario.

Su música me exilia en la poesía,

fundida a precipicios y horizontes.

Vuela en tu quietud la geometría

Tan alta como un claro pensamiento,

tan diáfana como un diamante herido

por un lejano fuego.

 

Arde tu forma en silencioso incendio.

 

 

3 Shimose por Miguel Elías

Shimose por Miguel Elías

 

Caes y ruedas, sonora,

por el silencio pensativo.

Tu voz en el altiplano

resuena como un vivo

eco humano.

Caes y ruedas, sonora.

 

Caes y ruedas, sonora,

por los paisajes devastados.

Tu oscuridad me destruye.

Por los cielos callados

la luz huye.

Caes y ruedas, sonora.

 

Caes y ruedas, sonora,

por los círculos del fuego.

Sordo a tu reticencia.

A tu número, ciego.

Tu verdad es mi impaciencia.

Caes y ruedas, sonora.

 

 

LA PIEDRA Y LOS ESPEJOS

Este es el país de los espejos.

Desde la cordillera veo sus horizontes líquidos,

veo cómo la noria del tiempo carga y descarga la lluvia y los granizos.

(Se derrama en la noche tu silencio, aroma de infinito).

 

Piedra azul inmensa en los espejos, el hombre te llevó por sus caminos

a lomo de vicuñas y en alas de cóndores.

¡Ah, por fin, el agua de la aurora prometida!

Pequeño y dulce mar donde el hombre de los ojos lánguidos contempla

su abandono.

Te hundes en la espiral del tiempo, piedra de sol y luna,

pero nada puede rescatarte del fondo de las aguas.

 

Desde el rencor y el cierzo veo tus cristales congelados.

Salido de mi cuerpo al contemplarte, desciendo a los espejos

con los hombres que no saben lo que quieren,

con los hombres que no saben si te amas o te odias

soltándote en carrera de guanacos,

¡ay, los cristales de la nieve!

Ojos de llamas en la piedra,

balsera en los espejos de la tarde,

¡ay, los cristales de la lluvia!

¡Oh poesía de caminar sobre la nieve, de navegar tus lagos

y cosechar las rosas del crepúsculo!

A la oración me elevo hasta las nubes, sobrevuelo el totoral

vencido por el sueño y regreso a combatir contra las fuerzas

oscuras de la vida,

sufriendo entre las piedras mi ignorancia, mientras la luna desentierra

los fuegos de la noche.

 

 

4

 

 

ANALES DE LA PIEDRA

 

Yo la describo así: honda, infinita, con soles y arcángeles y luna.

En sus manos florecen las antorchas y en su pecho crece una ciudad

de ahorcados.

Su amor es un tajo en el camino y ella perdura en el resplandor de sus montañas.

 

Sube por el amor y su materia hecha de luz.

A veces

me detengo en sus plazuelas

a contemplar sus palacios incendiados, su granito quemado y sus papeles,

a escuchar sus discursos y mentiras,

a meditar sus muertes,

a ver cómo la arrojan desde los balcones,

a recorrer sus calles carcomidas por los ácidos del tiempo.

 

Su piedra perseguida, sus laderas de cobre derrumbado, sus kantutas,

refuerzan el poderío de la sangre agitada en las banderas.

Me pierdo en sus colinas,

en su erosión terrible

y me encuentro en el frío, junto a las murallas de la muerte.

En su cráter se desploman las sombras, brilla como un lago

iluminado por la noche clara.

Se encienden las luces de las casas, los faros de los coches y fluyen

los aceites de un odio espeso.

 

Es la patria, me digo, este hierro candente, esta asfixia de gorgueras

de lino almidonado, de armaduras de hierro, de pepitas de oro lavadas

en las cribas de la lluvia.

 

Por sus alambres y derrumbes voy,

por un río de aguayos y sombreros. Veo su fuerza

por los autobuses, por el sudor y las botellas,

por los hombres y mujeres que salen de las fábricas, que van

de la oficina a los desfiles a aplaudir el llanto y los embustes;

por su salario y su jornal sin tiempo,

por su fronda de luces y ruidos,

por sus hilos y avisos luminosos,

por su grito, por el gas azulenco de las represiones,

voy por los cerros llenándome de la belleza hiriente

de su cielo azul.

 

Yo la describo así: tormento, herida, dulcedumbre,

cúpula de luz, resplandeciente

latido indestructible de

la libertad.

 

 

 

5 Gastón Baquero, Alfredo Pérez Alencart y Pedro Shimose, en la Pontificia (Foto de Jacqueline Alencar, 1993)

Gastón Baquero, Alfredo Pérez Alencart y Pedro Shimose, en la Pontificia

(Foto de Jacqueline Alencar, 1993)

 

 

MOXITANIA

A César Chávez Taborga

 

 

Cuando la noche sacudió sus alas y la luz te despertó,

en tus ojos se miraron la selva antes de ser selva y el río

cuando no era más que una gota suspendida en el aire.

 

Antes de la guayaba, después de la codicia,

la madera y el agua protegían tu sueño.

 

Antes del fuego, después de la ternura,

las garzas corregían su vuelo melancólico.

 

Antes de la forma – más allá del tacto;

antes del sonido – más allá de la música;

antes del color – más allá de la luz,

yo te amaba con mi corazón hecho de luna.

 

Pero el hombre invadió tu fábula de incendio y aguacero;

con sus manos te hizo, con su fiebre y su alcohol,

y crecieron los relinchos y las risas,

y el carambolero olía no sabes cómo,

los jacarandás resplandecían

y las mujeres cantaban camino del paúro y la molienda.

Todo era suave como la brisa a la sombra de los mangos.

 

Ahora que estoy lejos del instante en que te conocí,

lejos

del relámpago y el rayo que ignoraban el metal

y lejos

del metal que ignoraba el trópico, la flecha y la canoa,

recuerdo tu rostro de otro tiempo,

antes de la almendra como almendra y después del ambaibo

como ambaibo.

Todo es aire oloroso a balsamina y ropa limpia.

 

Hija del viento que deja su apellido en cada rosa,

pese a que el tiempo te redujo a escritura,

pese a que la orquídea te cambió por otra ciudad sin flores

y sin pájaros,

pese a que el árbol se secó de pura tristeza,

pese a todo,

¡cómo te sigue amando mi corazón lleno de cielo!

 

 

 

6

 

 

Algo sucede, algo está sucediendo: He visto matar, he visto morir./ Arde en el tiempo una triste llamarada/ de locura.// Dura es la historia para quien la vive/ y la padece./ (Vago adolorido con mis muertos).//  Banderas abatidas flotan en el vacío./ Cielos desgarrados.// La tierra es un dolor intenso, apenas un fulgor, un grito,// casi un parto.

 

 

 

7 Pedro Shimose y Eugenio Montejo en el patio del Edificio Histórico de la Usal (1991. Foto de A. P. Alencart)

Pedro Shimose y Eugenio Montejo en el patio del Edificio Histórico de la Usal

(1991. Foto de A. P. Alencart)

 

 

QUIPUS DESATADOS

 

 

¿Cómo leerme en coca? ¿Con qué ciencia

salvarme del error y la impostura?

¿Amé, soñé, morí? ¿Soy la escritura

del tiempo que aniquila mi existencia?

 

Nada sé. No saber es mi indigencia.

¿Qué soy? ¿Qué fui? ¿Tal vez sólo amargura?

¿Sólo silencio y soledad, oscura

memoria desgastada por la ausencia?

 

Descíframe, vencido silabario,

boca sin voz, garganta sin sonido,

lengua cortada, sol patibulario.

 

Tu número y tu historia son olvido,

piedra en la piedra, hueso en mi osario.

Yo no sé cómo soy ni cómo he sido.

 

 

 

8 Shimose y el cubano Manuel Gómez-Reinoso en el claustro de la Universidad Pontificia (1993. Foto de Jacqueline Alencar)

Shimose y el cubano Manuel Gómez-Reinoso en el claustro de la Universidad Pontificia

(1993. Foto de Jacqueline Alencar)

 

 

¿QUÉ ES EL EXILIO?

 

 

Es mirar que el polvo y la ceniza caen sobre nuestros ojos

y que una bruma lenta se eleva entre tú y el pasado;

es saber cómo se llama la tristeza y no atrevernos a nombrarla;

es decir: “no me acuerdo del vestido que llevabas

la noche que nos amamos bajo un limonero”;

es guardar para otro día la risa que traías bajo el brazo;

es dolerte los recuerdos en los bolsillos de tu vieja chaqueta;

es vivir tu muerte a media voz, ahogándote en un grito sofocado;

lejos, muy lejos de ti mismo,

lejos de todo lo que amas y has amado,

rogando que tu patria no se acabe nunca,

pidiendo a tus amigos que te protejan del olvido,

que te digan que volverás un día

y que ese día está a la vuelta de la esquina;

es encontrar a un viejo amigo que te tiende su mano

y te hospeda en su casa;

es luchar contra el tiempo cuando el amor se aleja como un buque

fantasma

y tú no puedes sino llorar el bien perdido.

 

 

9 Alfredo Pérez Alencart, Carlos Contramaestre, Ramón Palomares, Pedro Shimose y un profesor boliviano en Estados Unidos (Plaza de España, Madrid, 1991)

Alfredo Pérez Alencart, Carlos Contramaestre, Ramón Palomares, Pedro Shimose y un profesor boliviano en Estados Unidos (Plaza de España, Madrid, 1991)

 

 

 

FADO DEL HOMBRE QUE CARGABA SU PENA

 

 

Ningún riberaltareño sabe por qué dejaste Lisboa,

por qué cogiste una rosa de Coimbra

y despreciaste a Setúbal en ebriedad de Oporto;

cómo llegaste aquí, desde cuándo, por cuál río y dónde te abandonaste.

siempre te han visto solo, Joaquim, solo, Joaquim carretillero,

con el hombre rico al hombro,

con el hombre pobre al hombro,

¡Joaquim con Joaquim al hombro!

 

Después de maldecir al mundo

y secarte el sudor con la manga de la camisa,

liabas tu tabaco negro al caer la tarde,

conversábamos sobre las rosas de Coimbra,

yo te hablaba de mi novia,

me escuchabas,

sonreías

y pitabas silenciosamente tu soledad sin hijos

¡Cien kilos de madera para tus exequias, Joaquim Pereira!

¡cinco arrobas de azúcar para tu amargura!

Joaquim Pereira ¡quince latas de llanto!

 

Nací en la espera viendo cómo obedecías,

crecí viendo cómo te mandaban

y aquí estoy mirando cómo te pagan,

viejo amigo del alma.

-Joaquim, ven a mi casa

Eu nao tenho tempo, menino…

Y te vas con tus palabras a tu cuarto,

solitario y sin sombra,

a descansar con una cafetera al lado de tu cama,

una vieja carta de amor, un pan y una cebolla.

 

Joaquim Pereira: he vuelto al pueblo.

Veo lágrimas en tus ojos de viejo combatiente,

un collar de venas en tu cuello arrugado,

veo tu alma sin misas ni domingos,

pero veo también que tus ojos penetran otros ojos,

que tu cuello sostiene  la cabeza de un hombre,

que tu boca ya no maldice ni escupe la tierra,

que tus brazos alzan la vida con todo su coraje y desafío

y que tus piernas

caminan al silencio donde yo me extingo.

 

Cuando vuelva, Joaquim,

te traeré una rosa de Coimbra, cualquier día,

Joaquim de Lusitania, viejo caminante,

Pereira de las lluvias.

 

 

 

10 Shimose leyendo sus poemas en el Aula Francisco de Salinas (Usal, 1991. Foto de A. P. Alencart)

Shimose leyendo sus poemas en el Aula Francisco de Salinas

(Usal, 1991. Foto de A. P. Alencart)

MARIETTA CORSINI

 

Marietta,

hija de Lodovico,

se casó ilusionada

como todas las jovencitas

de su edad.

Pero pronto comprendió

que la vida

de un político

es una discreta

locura

irremediable.

 

El marido vivía

dedicado a los asuntos de estado:

viajes,

reuniones,

francachelas.

 

(Alguna vez

le fueron con el chisme

de que su hombre

la engañaba

con locas

y putuelas)

callada,

cerró puertas y ventanas,

ordenó la casa,

parió seis hijos

y soportó en penumbras

la ausencia

de aquel

que la llamaba

cariñosamente

Monna

Marietta.

 

Su oscuridad

iluminaba

los trabajos

del ilustre

secretario.

 

 

11 Brines, Ruiz Barrionuevo, Borrego, Castelo y Shimose (Aula Magna de la Pontificia, 1993. Foto de Jacqueline Alencar)

Brines, Ruiz Barrionuevo, Borrego, Castelo y Shimose

(Aula Magna de la Pontificia, 1993. Foto de Jacqueline Alencar)

 

 

MECÁNICA DE LOS CUERPOS

 

Acaricio tus formas

suaves

como dunas

que no hay;

beso tus pezones

enhiestos y rosados

como un amanecer.

Tu cuerpo, emblema

crepitante;

mi alma

tiembla

al puro estado de belleza.

Tus ojos.

Reposa en ti el impulso

de una corriente

azul. Desciende

a mí

tu voz.

 

La armonía

conquista los espacios

del tiempo

inasequible.

 

 

12 Shimose en el Colegio Fonseca de la Usal, con Carmen y Alvaro Mutis, Mintejo, María Eugenia y Carlos Contramaestre, Jacquelibe Alencar y Pérez Ariza, entre otros. (1991, foto de A. P. Alencart)

Shimose en el Colegio Fonseca de la Usal, con Carmen y Alvaro Mutis, Montejo, María Eugenia y Carlos Contramaestre, Jacqueline Alencar y Pérez Ariza, entre otros. (1991, foto de A. P. Alencart)

 

 

MUJER EN GUARDIA

 

Defiéndete de mí,

de mi pie que te persigue,

de mi mano que te escribe,

de mi cuerpo astuto y de mi sombra

más astuta todavía.

 

Defiéndete de mí,

de mi padre y del padre de mi padre

que viven en mí,

de mi fuerza y de mi grito

en las escuelas y en las catedrales,

de mi cámara fotográfica y mi bolígrafo,

de mis anuncios en la tele.

 

Defiéndete de mí,

de mi cobardía disfrazada de soledad,

de mi soledad con sus ojeras

tristísimas.

 

Defiéndete de mí,

de mi cortesía llena de frases ingeniosas,

de mi despacho lleno de libros y papeles,

de mis números venenosos,

de mi tabaco y de mi alcohol.

 

Defiéndete de mí,

por favor, mujer,

defiéndete de ti.

 

 

13 Pedro Shimose en el Aula Francisco de Salinas (Usal, 1991. Foto de A. P. Alencart)

Pedro Shimose en el Aula Francisco de Salinas

(Usal, 1991. Foto de A. P. Alencart)

 

 

 

LA DOLIENTE QUIMERA

 

Vuelvo el rostro y veo la dimensión del odio.

No he venido a decirte que todo es tarde en mí.

He vuelto a tu crueldad, a sucumbir junto a la piedra.

 

Veo mis ruinas en tus ojos

hermosos todavía.

Veo tus manos todavía perfectas

y emerjo

de las brumas violentas del pasado

cada vez más

solo.

 

Vuelvo a contemplarme y todo es triste.

Todo:

mi soledad:

mi fuerza:

la montaña.

 

Te miro en la mentira de mis sueños y te arrojo a mis abismos.

 

Si me llego a encontrar con aquel que huye de mí

volveré a tu ternura y empezaré a decir

lo que nunca hubiera dicho.

 

 

14 Carlos Contramaestre, Ramón Palomares, Pedro Shimose y un profesor boliviano en Estados Unidos (Plaza de España, Madrid, 1991. Foto de A. P. Alencart)

Carlos Contramaestre, Ramón Palomares, Pedro Shimose y un profesor boliviano en Estados Unidos (Plaza de España, Madrid, 1991. Foto de A. P. Alencart)

 

 

 

ALFA Y OMEGA

 

(Hoy hablo antiguamente)

 

Tarde o temprano le verás:

cuando muera el animal en tu almohada;

cuando te sacudas los quizás

y la superstición de los relojes se ahogue en el aceite;

cuando camines entre huevos y

raíces,

entre la tinta sucia de los

muertos.

Le verás

en el escalofrío de los

Nunca Nunca Nunca

cuando la ola eterna regrese con su madeja de hilo negro

y te mire en el ojo

que nos mira

desde la

oscuridad:

Él.

 

 

15

 

16

 

Un comentario
  • juan Carmelo Martínez Restrepo (Juan Mares)
    septiembre 20, 2016

    Este poeta me enardeció los dedos que digitan las líneas de Nazca yarrumé en mi puño piedras que de niño, por sobre la piel del rio saltaban.

    Hay una piedra acá en mi pueblo desde donde se divisa allá, el agua.

Deja un comentario